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domingo, 10 de septiembre de 2023

Las congregaciones misioneras nativas crecen en el continente

La intuición carismática de san Daniel Comboni de «Salvar África con África» inspiró a dos misioneros combonianos italianos, Mons. Sisto Mazzoldi y P. Giovanni Marengoni, a fundar cinco congregaciones religiosas en África del este. En la actualidad, esta familia misionera está presente en cuatro continentes.

La casa de formación de los Apóstoles de Jesús está situada en el distrito de Langata de Nairobi, la capital keniana. Aquí se preparan para la misión más de 120 jóvenes postulantes, novicios y estudiantes de Teología procedentes de cuatro países: Uganda, Kenia, Tanzania y Sudán del Sur. El P. John Mundua, director de la formación en la congregación, coordina un equipo de 13 personas dedicadas a ello. «El entusiasmo por ser misionero sigue vivo en África», asegura el P. John, «pero el gran desafío para nosotros como formadores es saber, probar y conocer las motivaciones que les animan. Al menos en África es lo más difícil. De hecho, los candidatos a hermanos misioneros son poquísimos porque todos quieren ser sacerdotes. Es un aspecto cultural porque son más respetados como sacerdotes», y añade: «¿Se da cuenta? Es ahí donde se ve nuestra humanidad».

La parcela de Langata donde se instalaron los Apóstoles de Jesús fue un convento de religiosas dominicas y alberga numerosos edificios rodeados de cuidadas zonas ajardinadas. Este espacio se comunica con una escuela taller donde recibían formación técnica los hermanos misioneros de la congregación, aunque en la actualidad acoge a chicos y chicas con dificultades que aprenden diferentes oficios. Junto al centro hay un santuario, orgullo de la congregación, que fue consagrado en agosto de 1985 por el papa Juan Pablo II durante su visita con motivo del Congreso Eucarístico Internacional de Nairobi. Está dedicado a propagar la devoción al Sagrado Corazón y en él destaca una enorme cruz blanca de más de 10 metros de altura. Otro edificio destacable es la antigua iglesia conventual, de techo altísimo, y en cuyo interior se encuentran las tumbas de los dos fundadores de la congregación: los misioneros combonianos Mons. Sisto Mazzoldi y el P. Giovanni ­Marengoni. Ambos murieron el mismo día y el mismo mes: el 27 de julio. Mazzoldi en 1987 y Marengoni 20 años más tarde.

Entre los turkanas

El carisma misionero de estos religiosos y religiosas les ha llevado a establecerse en lugares difíciles y alejados, donde la fe es todavía débil. Un ejemplo es la diócesis de ­Lodwar, en territorio turkana al norte de Kenia, donde están presentes las tres congregaciones. Los Apóstoles de Jesús son responsables de cinco enormes parroquias y llevan adelante su trabajo pastoral a pesar de las grandes distancias, la pobreza de la gente y la sequía que atenaza esta región.

Las Hermanas Evangelizadoras de María tienen dos comunidades, una de ellas en la parroquia comboniana de Lokichar, donde en 2006 abrieron el Centro Juan Pablo II para niños y niñas con problemas psíquicos y de movilidad. Muchos de ellos han sido abandonados por sus familias, y las religiosas no solo los acogen sino que trabajan para mejorar su salud, en colaboración con el hospital protestante de Kijabi, en Nairobi. «En 2021 –dice la Hna. Anne Mary– hemos podido enviar a Nairobi a más de 15 niños para ser intervenidos quirúrgicamente. Después regresan a Lokichar y nosotras les acompañamos durante su rehabilitación».

El P. Daniel Villaverde, vicario de la parroquia de Lokichar, es testigo del compromiso misionero de las tres congregaciones. «Todas tienen una orientación pastoral muy bien desarrollada, incluso los Contemplativos Evangelizadores del Corazón de Jesús, que ahora regentan la parroquia de Katilu, en zona turkana. Se han dado cuenta de que solo con la oración no podían subsistir por falta de medios económicos y tratan de compaginar su vocación contemplativa con la acción pastoral». Prueba de ello es la organización del tiempo de la comunidad de Katilu, según relata uno de sus miembros, el P. Junior Wamalwa: «Nos levantamos a las cuatro de la mañana y vamos a la iglesia a orar, luego preparamos la eucaristía que tenemos a las 6:15 y a continuación acogemos y visitamos a los cristianos. Cuando llega la tarde, volvemos a la oración, es decir, el día comienza y termina siempre del mismo modo».

Dificultades

No faltan las dificultades y los desafíos para estas todavía jóvenes congregaciones. Las Hermanas fueron fundadas con una fuerte espiritualidad misionera, pero pronto se dieron cuenta de que eso no bastaba, que también necesitaban una buena formación humana, así que poco a poco van fortaleciendo el nivel de estudios de sus candidatas. Por su parte, los Apóstoles de Jesús fueron suspendidos por el Vaticano en 2018, sobre todo debido a desavenencias internas entre miembros de diferentes nacionalidades y etnias y falta de espíritu comunitario. Durante dos años no pudieron acoger nuevos candidatos y ahora retoman de nuevo la formación en la casa de Langata, única estructura formativa de la congregación.

Con todo, la familia misionera que forman las cinco congregaciones fundadas por Mons. Mazzoldi y el P. Marengoni aglutina hoy a más de 1.000 misioneros y misioneras africanos y están aportando a la Iglesia numerosos frutos apostólicos en cuatro continentes. «Allí donde vamos –dice el P. John Mundua– llevamos la fraternidad y la solidaridad tal y como la vivimos en África. No es algo que busquemos directamente, surge espontáneamente de nuestro ser africanos».

martes, 13 de junio de 2023

«El cura de Silicon Valley»: triunfó sin fe en IBM y Microsoft… y hoy los evangeliza como dominico

"Si lo tengo todo… ¿por qué no soy feliz?": con más dinero del qué se puede contar, frenéticas jornadas laborales y sin apenas tiempo para todo lo que no sea el trabajo, cualquier gran directivo podría hacerse está pregunta.

Educado en una familia presbiteriana que observaba el culto dominical sin excepción, los padres de Corwin siempre se preocuparon de que él y sus tres hermanos recibiesen una educación profesional y religiosa sin fisuras y que no les faltase de nada. Cuenta a National Catholic Register que nunca le cupo duda de que recibiría una formación para alcanzar el éxito, pero conforme progresaba en sus estudios de ingeniería eléctrica e informática terminó por abandonar la práctica religiosa.

Su vida laboral comenzó y se desarrolló según lo previsto. Con un Internet joven pero por la década de los 90 ya más que incipiente, Low trabajó dos años para IBM en Florida, luego en Seattle para Paul Allen, fundador de Microsoft con Bill Gates y, tras un espacio de tiempo como ingeniero de infraestructuras de redes, volvió con Allen, donde contribuyó a crear el Internet como hoy se conoce en lugares tan icónicos como Hawái, Los Ángeles, Londres o Seattle.

Contrató a un socio para desarrollar su nuevo proyecto y en ese momento le pidieron colaborar en un libro pionero en torno a las dificultades y retos de la web, Internet Starter Kit for Windows 95. Hoy podría parecer antediluviano, pero en 1995 fue toda una revolución y sus ventas se contaron por cientos de miles: treinta años después se sigue vendiendo en Amazon.

Con las ganancias obtenidas fundaron nuevos proyectos informáticos y el éxito llegó al punto de que recibieron ofertas de compañías de la lista Fortune 500, el equivalente a la lista Forbes pero aplicada a empresas.

Low se había convertido en un "adicto al trabajo" y considerar la fe no era desde luego una prioridad. "Podía hacer todo lo que quisiera, ir donde quisiera, fijar mi horario… entonces surgieron las preguntas importantes: ¿Por qué no era feliz? ¿De qué se trataba esta vida? Lo tengo todo, ¿y ahora qué? ¿Sigo ganando más dinero del que quiero o necesito?", pensaba.

Pero él sabía que "más dinero" no iba a hacerle más feliz de lo que ya era: "Estaba atascado".

Un crucifijo, la clave del camino a Roma

Entonces era 1994. Aquel año conoció en persona a su abogado de la compañía y al entrar en su oficina vio algo que no esperaba, un crucifijo y un tríptico. "¿Qué es esto?", preguntó. La respuesta de su abogado le llevo a repensar sus orígenes religiosos: "Es un recordatorio diario y constante de que Dios está al cargo".

Durante los siguientes cinco años, Low profundizó en la amistad con su abogado y su familia y comprendió que el trabajo era importante para él, pero había dos cosas que lo eran mucho más, su fe y su familia.

"Vi que funcionaba bien su vida, le daba una verdadera paz y satisfacción que trascendía los altibajos de la semana laboral y en el fondo de mi corazón sabía que yo también quería eso", confiesa.

De estar "atascado", la amistad con su abogado y su familia y ser consciente de la felicidad que tenían le llevaron a tomar la resolución de poner un freno a su vida frenética y darle un sentido. Lo que empezó como tres meses sabáticos en Roma acabaron convertidos en 13 meses "llenos de milagros" y gracia. Y entonces conoció a los dominicos.

"Fue por casualidad. Providencia en realidad. Empecé a ir a la oración de la mañana y la misa y aunque no recibía la comunión me intrigaba esa oración comunitaria. La hice parte de mi", explica.

De "señor Corwin" a "el padre Low"

Finalmente dio el paso, pidió formación religiosa a dos sacerdotes estadounidenses de Roma y un año después, en 2001, fue recibido en la Iglesia dominica Santa Sabina, en Roma, en lo que recuerda como "uno de los días más felices" de su vida.  

Ahora Low era católico y aunque no sabía cómo se plasmaría en su vida, sabía que tendría una gran repercusión: "Estaba claro que si tenías fe en Silicon Valley, tenías una vida en casa y otra en el trabajo y que la religión era solo una barrera".

 La primera decisión que tomó fue vender su compañía, discernir… e ingresar a los dominicos con 42 años. Catorce después de su ingreso en los dominicos, ya no quedaba prácticamente nada del antiguo Corwin: ahora, tras su entrada al seminario y ordenación, era el "padre" Low.

Vanguardia evangelizadora de Silicon Valley

Pero  ya como sacerdote, siempre tuvo el presentimiento de que su "carrera" en las grandes tecnológicas no había terminado. Solo cambiado. Si alguien sabía que los empleados de esas compañía "necesitaban mucha más ayuda de la que se les estaba dando" era él, pero veía como la Iglesia no disponía de buenas herramientas para hacerlo. 

Fue así como se ofreció a sus superiores para llevar el Evangelio al mundo de los negocios y la tecnología. Pasaban los años sin respuesta y aunque Low no renunció a ese sueño, le sorprendió cuando recibió una llamada de su superior: "Es hora de que regreses a la industria tecnológica".

Low no podía creerlo. Era consciente de la pérdida de influencia y fieles en la Iglesia, de que "había que hacer algo al respecto" y "cambiar los esfuerzos evangelizadores", pero no que él sería la primera línea de evangelización en las grandes tecnológicas.

Lo cierto es que no había muchos como él para cumplir la misión. Él tenía los conocimientos empresariales, también los académicos, experiencia en el ámbito comercial, directivo y de inversión… No había otro como Low que pudiese hablar aquel "idioma". "Entiendo sus preocupaciones y por mi conversión era la prueba viviente de que existe un camino a la felicidad que no se puede alcanzar con bienes materiales", comenta.

Una guía para llevar la fe a la empresa

Conforme se preparaba, Low comprendió que las últimas dos generaciones no es que rechacen la fe, sino que directamente no la conocen en absoluto. No se trataba de convencer de las verdades de la fe… sino de descubrirlas.

Por eso, la primera medida evangelizadora que toma al llegar a una empresa -y dice que muchos pueden aplicar casi todas las que propone- es allanar el camino. Low sabe mejor que nadie que los empleados de estas empresas "también necesitan a Cristo", pero "deben estar listos para recibirle", por eso la "paciencia, la gracia y la caridad" son cruciales.

Su objetivo inicial es "que nuestro trabajo lleve a las personas a decir `cuéntame más´ y ahí comenzar a desarrollar la fe de forma más específica". Es decir, lo mismo que hizo su abogado con él.

Después, considera fundamental que en el empleo se expongan los símbolos de fe. En su caso, su hábito dominico le acompaña allá donde vaya.

El hábito, algo "contracultural"

"Te sorprendería la cantidad de veces que la gente ha preguntado por ello solo por curiosidad. No tienen las barreras de las generaciones anteriores…Si los piercings y tatuajes son habituales, mi hábito es como una insignia de honor, es contracultural y eso resuena en el entorno tecnológico", admite.

¿Y qué hay de quien no sea religioso y sin hábito? Hoy, a sus 56 años, Low considera que evangelizar el entorno laboral no es solo "cosa de curas", sino que todos pueden hacerlo.

Lo que para él es el hábito, para los empleados debe ser el crucifijo en el cuello o las imágenes religiosas en el lugar de trabajo.

"Si los católicos no podemos decir que lo somos, no estamos haciendo ningún servicio a la fe ni siendo auténticos con nuestros compañeros", explica. Y lo mismo ocurre con los sacramentales. "Todo eso conduce frecuentemente a nuevas conversaciones y relaciones que de otra manera probablemente no existirían y que necesitamos desesperadamente no solo en la sociedad, sino en el lugar de trabajo, donde podemos pasar entre ocho y diez horas al día. Nadie quiere estar aislado. Después de todo, Dios nos creó para amar", concluye.



miércoles, 5 de octubre de 2022

Jóvenes que Inician en Madrid el prenoviciado

Soy filólogo hispánico. He ejercido la docencia en la educación universitaria y, posteriormente, en la secundaria. Junto a la vocación docente, siempre he sentido una inquietud por la vida religiosa. Conocí a la Orden por designios del Señor.  Soy aficionado al arte; me gustan mucho las manualidades y la artesanía, así como la música clásica (especialmente, la lírica).

Jorge (23 años. San Cristóbal de La Laguna, Tenerife) 

“Conocí a los dominicos en mi tierra gracias a una promesa que le hice a la Virgen; a partir de esa sencilla toma de contacto, Dios me sorprende y me ofrece el inmerecido regalo de la vocación, que recibo con mucha alegría y espero corresponder con mi entrega totalmente generosa”.


Pidamos por ellos para que escuchen la Palabra de Dios y puedan llegar a la intimidad con Cristo.



domingo, 11 de septiembre de 2022

Padre Bako, secuestrado en Nigeria: «Recibí palizas desnudo y caminé durante horas sin comida»

El padre Bako Francis Awesuh tiene 37 años y es sacerdote de la parroquia de San Juan Pablo II en Gadanaji (Nigeria). En la primavera de 2021 permaneció secuestrado durante más de un mes por los islamistas fulani. Un sufrimiento terrible que casi le cuesta la vida.

"Era el día 16 de mayo de 2021, exactamente a las 11 de la noche. Oí disparos y apagué la luz, vi sombras y escuché pasos. Abrí con cuidado la cortina y vi a cinco fulani armados; los reconocí por su vestimenta y por su forma de hablar. Sabía que estaba perdido. Llamaron a la puerta. Se me congeló la sangre y mi cuerpo se puso rígido", relata el sacerdote a Ayuda a la Iglesia Necesitada.

Torturados por los fulani

Después de tirar abajo la puerta, los terroristas lograron entrar en la casa. Uno de los fulanis empujó al padre al suelo, le ató y le golpeó sin piedad, diciéndole que le iban a torturar por haberse negado a abrir. Le desnudaron hasta dejarlo en ropa interior. Junto a Bako había secuestrados otros diez feligreses más. 

Durante tres días, Bako y sus hermanos caminaron por el monte sin comida ni agua, alimentándose únicamente de mangos. Estaban hambrientos, cansados y débiles. Les dolían  las piernas y tenían los pies hinchados de caminar descalzos. El segundo y el tercer día empezó a llover, pero les obligaron a seguir avanzando.

Al tercer día de travesía, llegaron a un campamento en lo profundo del bosque. Las mujeres secuestradas se encargaban allí de cocinar. En total, pasaron un mes y cinco días en aquel infernal lugar. No se les permitió bañarse durante todo el cautiverio, y tenían que orinar y defecar en la propia cabaña. "Nosotros olíamos a muerto y la cabaña a un depósito de cadáveres", cuenta el sacerdote.

Al padre Bako y a sus compañeros les torturaron y amenazaron de muerte, si no pagaban un rescate de 50 millones de nairas (unos 109.000 euros). Las familias finalmente negociaron y pagaron la suma de 7 millones de nairas (15.200 euros). Sin embargo, algunos de los feligreses de la parroquia intentaron rescatarlos y tres perdieron la vida en el intento al ser localizados.

Un terrible tormento

"Qué dolor me produjo ver cómo mataban a sangre fría a tres de mis feligreses, delante de mis ojos, y yo sin poder hacer nada. Fue un tormento. Ansiaba morir, tenía siempre la escena de estos asesinatos en mi cabeza. No podía rezar porque estaba en shock. Cada vez que abría la boca para rezar me faltaban las palabras. Lo único que podía decir era: 'Señor, ten piedad'", relata el padre Bako.

El sacerdote, que fue liberado poco después por sus captores, consiguió volver a casa. "Me libré de la muerte por poco, muchos sacerdotes secuestrados han sido asesinados, incluso después de que se pagara el rescate por ellos", señala el sacerdote. A raíz de su secuestro, Bako quedó traumatizado, recibió tratamiento y pasó algún tiempo en el hospital. "Hoy sigo escondido por razones de seguridad y para recuperarme totalmente", confiesa.

sábado, 10 de septiembre de 2022

Beato Alfonso Navarrete y compañeros mártires de Japón

Desplegaron su actividad en diversas zonas de Japón. Cuando se intensificó la opresión les llevaron a la carcel donde acabaron martirizados.El grupo estaba formado por ocho japoneses y diez españoles.

Misioneros dominicos en Japón

Los dominicos, llegados a Japón en 1602, establecieron su campo de misión en la isla de Kyûshû. A su llegada, ya había sido promulgado por Toyotomi Hideyoshi un edicto de persecución contra el cristianismo. Los tormentos que esperaban a los misioneros eran espeluznantes: crucifixión, decapitación, fuego lento, agua ingurgitada y expelida violentamente, agujas o cañas clavadas entre las uñas de los dedos y otras partes del cuerpo, la «horca y hoya», suplicio que consistía en colgar a la víctima por los pies en una horca sobre una fosa hedionda o un manantial de aguas sulfurosas, y en ocasiones la expulsión del territorio japonés.

A pesar de todo, al igual que otros religiosos, los dominicos tienen el coraje de entrar en aquel país donde ya habían derramado su sangre por la fe otros compañeros. Bajo la dirección del madrileño padre Francisco Morales llegan de Manila los cinco primeros dominicos que, asentados primero en Koshiki, extienden sucesivamente su campo de acción a otras regiones de Japón. A medida que estos pioneros de la misión dominicana van informando a los superiores de Manila sobre sus dificultades, arrestos y sufrimientos, se suceden las llegadas de nuevos operarios: los padres José de San Jacinto, Jacinto Orfanell, Juan de San Jacinto, Juan de Santo Domingo, etc. Arrostrando el ambiente adverso, van apareciendo jóvenes nipones que abrazan la vida religiosa o deciden defender la fe en Cristo desde su puesto como laicos.

Gracias a la relativa calma que reinó en la primera década del siglo XVII, nuestros misioneros pudieron desplegar su actividad en diversas zonas de la isla de Kyûshû e incluso llegaron a fundar iglesias en Kyoto y Osaka. Pero la situación se  agrava cuando, en 1614, Tokugawa Ieyasu publica un edicto más represivo y cruel. Los religiosos se ven entonces obligados a servirse de la oscuridad de la noche para evangelizar y animar a los laicos cristianos a participar en la ayuda y protección de los misioneros. Ieyasu muere en 1616 pero Hidetada, su sucesor en el shogunado, intensifica la opresión contra el cristianismo. Poco a poco, las cárceles se van llenando de religiosos: jesuitas, agustinos, franciscanos, dominicos y fervientes laicos cristianos, que sucesivamente serán conducidos al altar del martirio.

Estos misioneros ni siquiera en las cárceles dejaban de evangelizar. Al igual que otros religiosos, los dominicos, no sólo catequizan a los carceleros bien dispuestos, sino que además escriben cartas y relaciones que envían clandestinamente a Filipinas y a España y que, en la mayoría de los casos, han llegado hasta nuestros días. En los archivos hay un verdadero arsenal de documentos autógrafos que, redactados tanto en libertad como en prisión, constituyen fuentes autorizadas para la historia de las misiones.

Por privilegio especial, los dominicos encarcelados podían admitir a la orden, mediante la profesión, a cristianos de probada fidelidad y piedad. Dado el fervor religioso que se respiraba en la cárcel, no faltaban oficiales que se sentían impresionados y con frecuencia el lugar, más que una prisión, parecía un convento donde convivían religiosos de diversas órdenes. Lo cual no dejaba de ser un testimonio de unidad en la confesión de la fe cristiana. Todos compartían la oración, el dolor, el celo apostólico y las mismas ansias de dar su vida por la fe.

Los mártires dominicos de Japón forman varios grupos. El padre Ceferino Puebla Pedrosa, O.P., los clasifica en tres, el primero de los cuales es el que ahora nos ocupa. El segundo grupo lo forman 19 sacerdotes, profesos y terciarios de la orden dominicana, de los cuales dieciséis fueron canonizados por Juan Pablo II el 18 de octubre de 1987. Al tercer grupo pertenecen setenta y dos laicos relacionados con la misión de los dominicos: terciarios y cofrades del Rosario, catequistas, hospederos y bienhechores, beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.

Aquí sólo presentanos el primer grupo, cuya memoria se celebra el 10 de septiembre. Está formado por ocho japoneses: Domingo del Rosario, Tomás del Rosario, Mancio de Santo Tomás, Domingo de Hyuga, Pedro de Santa María, Mancio de la Cruz, Tomás de San Jacinto y Antonio de Santo Domingo; un italiano: Angel Ferrer Orsucci; un belga: Luis Flores, y diez españoles: Alfonso Navarrete, Juan Martínez de Santo Do-mingo, Tomás de Zumárraga, Francisco Morales, Alonso de Mena, Jacinto Or fanell, José de San ,Jacinto Salvanés, Pedro Vázquez, Luis Bertrán Exarch y Domingo Castellet. Todos ellos fueron beatificados por el papa Pío IX el 7 de julio de 1867.

Jesús González Valles, O.P.

domingo, 31 de julio de 2022

«Papá, me quieren matar por ser cristiana»: los últimos minutos de Deborah, joven mártir en Nigeria

El padre de Deborah Yakubu habla por primera vez del asesinato de su hija, que fue apedreada y quemada por sus compañeros musulmanes de universidad en Nigeria por un supuesto mensaje "blasfemo". El Parlamento Europeo se negó a condenar este crimen, por la oposición de la izquierda y gracias a la abstención, entre otros, de Ciudadanos.

"Tienen 34 abogados voluntarios y ni siquiera están arrepentidos. ¿Qué queréis que haga?", lamenta el padre de la joven, que asistió en directo al sacrificio de su hija, impotente ante un estado fallido. Es un reportaje de Leone Grotti en Tempi.

"Papá, me quieren matar".

El padre de Deborah podría esperarse de todo, excepto escuchar estas palabras cuando a las 9 de la mañana del 12 de mayo, un día que debería haber sido como cualquier otro, contestó a la llamada telefónica de su hija.

"Pero ¿quién quiere matarte? ¿Por qué?", respondió apresuradamente, con la voz ya llena de angustia.

"Porque soy cristiana. Me acusan de cometer un acto de blasfemia".

Nadie en Occidente se preocuparía seriamente por tal acusación. Pero Nigeria no es ni Europa ni Estados Unidos, especialmente el norte del país, habitado mayoritariamente por musulmanes, y sobre todo Sokoto, capital del estado norteño nigeriano del mismo nombre, sede de lo que fue un importante califato a finales del siglo XIX y donde todavía se aplica la sharía, a pesar de que la Constitución del país declara explícitamente que Nigeria es un estado laico. Una acusación de blasfemia en el norte islámico de Nigeria, al igual que en Pakistán o Afganistán, equivale a menudo a una sentencia de muerte.

El atroz asesinato de Deborah Yakubu, que fue apedreada y luego quemada por sus compañeros de economía doméstica en el Colegio Universitario Shehu Shagari de Sokoto, horrorizó al mundo entero. La historia de esta joven de 22 años revela un aspecto casi desconocido de la persecución de los cristianos en Nigeria.

El país más poblado y rico de África, dividido casi perfectamente por la mitad entre cristianos y musulmanes (cada grupo tiene unos 100 millones de creyentes), es noticia cuando Boko Haram lleva a cabo un atentado suicida, cuando el Estado islámico -aquí llamado Iswap- orquesta un secuestro masivo, cuando bandas de musulmanes fulani asaltan pueblos cristianos en el Middle Belt, arrasándolos.

Cuando una de las muchas masacres motivadas por el odio religioso y la sed de poder es tan atroz que no puede ser ignorada.

Pero en Nigeria, sobre todo en el norte, hay una persecución cotidiana menos llamativa, una discriminación rastrera que empuja a los cristianos a vivir casi en la clandestinidad, a cuidar cada palabra, como si no tuvieran derechos civiles como todos los demás.

El mensaje incriminatorio

Esta fue la persecución que llevó a Deborah a una muerte espantosa, inhumana y "satánica", como la han definido muchos en Nigeria. Sin embargo, muy poca gente sabe exactamente lo que ocurrió realmente aquel 12 de mayo, cuando un trivial altercado en WhatsApp llevó a un grupo de veinteañeros a apedrear y prender fuego a una compañera de clase.

Los escasos relatos periodísticos carecen de detalles porque los que estaban allí esa mañana tienen todo el interés en permanecer ocultos y en silencio. Uno de los pocos que lo vio todo con sus propios ojos es el padre de Deborah, que ha accedido a rememorar aquel día por primera vez en Tempi, con la condición de que, por razones de seguridad, no se publique su nombre, ni su foto, ni la de su numerosa familia, de la que prefiere no decir nada.

Deborah era una brillante estudiante en el Shehu Shigari College of Education de Sokoto (Nigeria).

Cuando llamó a su padre por teléfono, Deborah ya estaba en una celda de seguridad, donde los guardias de la universidad solían encerrar a los ladronzuelos que se encontraban merodeando por el campus.

La habían llevado allí para protegerla y arrebatarla de las manos de sus verdugos, que se habían reunido a primera hora de la mañana para tenderle una emboscada y matarla.

"Esa semana hubo varios exámenes", cuenta su padre. "Deborah y sus compañeros habían abierto un grupo en WhatsApp en el que hablaban de los cursos, los exámenes y el material necesario para realizarlos".

El día antes del asesinato, una compañera le había preguntado cómo había conseguido sacar tan buenas notas en el último semestre, y ella le había contestado por mensaje con la naturalidad y sencillez propias de una mujer joven, pero ya dotada de una fe madura. "Todo gracias a Jesús".

"El 99% de sus compañeros eran musulmanes y se sintieron ofendidos por esa respuesta, así que le dijeron que retirara esas palabras y se disculpara", explica su padre. Pero Deborah se negó, diciendo que no había hecho nada malo, "que creer en Jesús no es un delito en Nigeria y que no tenía intención de pedir perdón".

El padre de Deborah nunca pudo recuperar el teléfono de su hija y, por tanto, ni siquiera el contenido exacto del chat. Por supuesto, llovieron los insultos, las proclamas religiosas y las amenazas de muerte, hasta el punto de que Deborah se vio impulsada a enviar un mensaje de voz en el dialecto hausa que, traducido, suena así: "Buen Dios, no nos pasará nada. El propósito por el que se creó este grupo es enviar ejemplos de exámenes pasados, no divulgar información innecesaria. Y además, ¿quién es el profeta Mahoma?".

La lentitud de la seguridad

El mensaje, subraya el padre, "no contiene ninguna expresión blasfema, pero es un audio extraño y creo, aunque no tengo pruebas, que fue cortado o manipulado. Solo por citar a Mahoma empezaron a acusarla de blasfemia, aunque creo que la base de las acusaciones eran los celos de sus compañeros porque era cristiana y una magnífica estudiante".

En la mañana del 12 de mayo no había lugar para razonar o tratar de entender por qué alguien quería matar a su Deborah. El padre de Deborah reconstruyó después los mensajes de voz, las medias frases y las envidias.

Tras recibir la fatídica llamada, con el corazón en vilo, se dirigió directamente a la universidad y solo cuando llegó se dio cuenta de la gravedad de la situación: los guardias de seguridad de la universidad estaban desplegados para proteger la garita. Dentro, su hija estaba esperando, quizás rezando. En el exterior, una multitud de musulmanes gritaba sin cesar con las caras contraídas: "¡Allahu Akbar! ¡Allahu Akbar! (¡Alá es grande!)".

"La situación era muy tensa, supe inmediatamente que, si no hacíamos nada, esa gente entraría o quemaría la garita. Desgraciadamente, las autoridades del colegio aún no habían llamado a la policía, así que tuve que ir a la comisaría". Al principio los agentes no se creyeron las palabras del padre o les hicieron poco caso, porque solo enviaron a tres policías al colegio y, además, sin uniforme. Cuando vieron la multitud con sus propios ojos y oyeron los gritos con sus propios oídos, los policías se convencieron de que se necesitaban refuerzos y además bien armados.

La intervención policial, que el padre de Deborah estaba convencido de que sería decisiva, no resultó concluyente. El acceso a la garita de vigilancia estaba vedado, ya que las autoridades universitarias se habían llevado la llave de la puerta, y era imposible pasar por las ventanas, ya que estaban cerradas con fuertes rejas. Mientras algunos agentes salían a buscar desesperadamente la llave, "la multitud crecía y no paraba de gritar: '¡Allahu Akbar! ¡Matémosla! Quememos la garita'".

Habían pasado ya dos horas desde el comienzo del calvario de Deborah y el padre seguía convencido de que lograría salvar a su hija, a pesar de todo. Efectivamente, dos camiones de la policía habían llegado a la universidad y los agentes habían empezado a lanzar gases lacrimógenos a la multitud para intentar dispersarla.

Cuando finalmente, a mediodía, se encontró la llave de la garita de vigilancia a mediodía, había un centenar de agentes defendiendo a la joven cristiana, 70 de ellos armados con AK-47. El padre estaba seguro de que era un número suficiente para enfrentarse a los doscientos musulmanes que, sin embargo, por rabia y furia ideológica, no iban armados más que con piedras, garrotes y palos.

Sin embargo, "la policía nunca disparó un tiro, ni siquiera al aire. Lanzaron gases lacrimógenos, claro, pero tuve la clara impresión de que, si hubieran querido de verdad, podrían haber salvado a Deborah. Tuvieron cuatro horas para sacarla de allí, pero no lo hicieron".

La situación se precipitó entonces de forma rápida e inesperada: la multitud rompió el cordón policial, prendió fuego a la garita, sacó a Deborah a rastras y comenzó a golpearla salvajemente con piedras y palos, sin piedad, porque los blasfemos, según la sharía, no la merecen. Tras apedrearla, arrojaron neumáticos sobre su cuerpo y la quemaron.

Los más entusiastas de la multitud, convencidos de que estaban captando un momento glorioso, lo filmaron todo con sus smartphones, y uno de los asesinos, presa de una euforia diabólica, mostró triunfalmente a la cámara la caja de cerillas con la que había prendido fuego al cuerpo de la joven cristiana.

Un hombre muestra una caja de cerillas.

Antes de que comenzara la ejecución sumaria, mientras la sacaban de la garita a la fuerza, arrancándole la ropa, Deborah solo tuvo tiempo de preguntar a sus verdugos: "'¿Qué esperáis ganar matándome?'. Esas fueron sus últimas palabras", cuenta su padre.

Una vez terminado el sangriento ritual, por fin satisfechos, la multitud se dispersó y la policía, junto con las autoridades del colegio, recogieron el cuerpo carbonizado de Deborah.

"La llevaron al hospital, mientras yo los seguía, y luego se fueron dejándome allí solo", continuó el padre.

"Querían incinerar su cuerpo y yo no sabía qué hacer. Me pasé todo el día siguiente consiguiendo permisos para llevar a mi Deborah a casa y darle un entierro adecuado en mi pueblo. El sábado por fin lo conseguí, pero no fue fácil: la ciudad estaba revuelta".

Solidaridad con los asesinos

Por extraño que parezca, no fue la minoría cristiana que vive en Sokoto la que salió a la calle por miles, protestando, coreando consignas y saqueando edificios, sino la comunidad islámica, furiosa porque la policía se había atrevido a detener a dos de los muchos asesinos que habían apedreado y quemado a Deborah: sus compañeros de clase Bilyaminu Aliyu y Aminu Hukunchi.

sábado, 23 de julio de 2022

«Millennial» y también monja de clausura: quinta hija de una familia repleta de diversas vocaciones

La familia Van de Voorde es una familia especial y agradecida. Quedó patente tras la profesión perpetua de Mary Grace como monja dominica  en el Monasterio de Santo Domingo de Linden, en Estados Unidos. Y no fue una ceremonia cualquiera puesto que en el servicio religioso participó su padre, Jim Van de Voorde, que es diacono permanente y al que sus llaman cariñosamente “papá diácono”.

El matrimonio que conforman Jim y Frances tiene siete hijos pero la del esposo y la de Mary Grace no son las únicas vocaciones de la familia, pues otras dos de las hermanas han sido llamadas para una vida entregada totalmente a Cristo. Una como sierva del Hogar de la Madre que vive actualmente en España, y otra como laica consagrada del Regnum Christi que desempeña su labor en un campus universitario de Atlanta.

Una ceremonia emocionante

La última precisamente ha sido Mary Grace, la quinta de siete hermanos, y que con 25 años realizó sus votos perpetuos como dominica. Ya es una de las 10 monjas del convento y está exultante con su vida como esposa de Cristo.

“Ahora que estoy aquí me ha sorprendido lo liberador que es estar atado a Dios. Si la gente supiera lo feliz que nos quiere hacer Dios no tendrían tanto miedo”, afirma esta joven al Arlington Catholic Herald.

Proveniente de una familia muy religiosa donde la llamada de Dios a distintas vocaciones se ha visto como algo natural, Grace Van de Voorde afirma que la primera vez que se sintió llamada a ser monja fue cuando tenía 5 o 6 años.  Ya en secundaria fue profundizando con la dirección espiritual de un sacerdote de su parroquia en Manassas.

Una llamada temprana

Según recuerda la ya religiosa dominica, este sacerdote le pidió que “escribiera la lista de sus sueños para la vida religiosa, qué buscaría si pudiera elegir. ‘¿Quieres cuidar, quieres enseñar?’, y pensé: ‘podría hacerlo si tuviera que hacerlo, pero no es realmente lo que quiero’. Sólo quería pertenecer a Dios y eso era lo central para mí. Entonces me dijo: ‘¿por qué no miramos la vida contemplativa?’”.

En aquel momento Grace tenía tan sólo 17 años y muchas de las órdenes a las que visitó querían que esperara unos años para discernir seriamente. Sin embargo, la priora del Monasterio de Santo Domingo en Linden la animó a visitarlas. A a esta joven le gustó mucho lo que vio. “Me sorprendió –señala ella- lo normal que me sentía estando en el monasterio así que pregunté si podía regresar”. Volvió en varias ocasiones y tras graduarse en Secundaria decidió que quería ser dominica y empezar el postulantado.

Durante sus votos perpetuos, Mary Grace se sintió especialmente bendecida de que su padre sirviera en la misa como diacono. Afirma que “fue muy especial tenerlo tan cerca”. Además, explica que “hará falta mucho tiempo, probablemente el resto de mi vida, para absorberlo todo. La única emoción que pude expresar fue este inmenso alivio, no tanto por haber llegado aquí sino por finalmente comenzar. Estoy muy agradecida por el regalo de Dios, el regalo de mi comunidad, el regalo de mi familia y el de nuestra diócesis”.

Una familia muy particular

Estas celebraciones se están convirtiendo casi en una costumbre entre los Van de Voorde. Jim fue ordenado diácono permanente en enero de 2015 donde sirve en la parroquia de Todos los Santos en Manassas. “Es una oportunidad maravillosa poder servir a la parroquia y a la diócesis”, afirmaba este padre de siete hijos.

Desde su ordenación ha ayudado en la parroquia bautizando, realizando homilías, catequesis, trabajo administrativo y atendiendo pastoralmente en la cárcel. Todo ello mientras lo combina con su trabajo como consultor y con su familia. Sobre esta vida, Jim cuenta que “el obispo nos dijo que mi primera responsabilidad es con respecto a mi matrimonio, la segunda mantener a mi familia y la tercera para el diaconado”.

Otra de las vocaciones de la familia es la de Alisson, tercera hija de la familia y actualmente sierva del Hogar de la Madre en Valencia, en España. Esta fue la vocación más inesperada de la familia.

Su hermana Beth, un año menor, recuerda que “éramos casi como gemelas” y mientras Beth “hablaba de ser monja” Allison siempre “hablaba de ser madre”. Pero durante su tercer curso en la Universidad Ave María de Florida realizó una pequeña experiencia misionera en Ecuador que cambiaría su vida.

Era 2008 y pasó ese tiempo en Ecuador con las Siervas del Hogar de la Madre. Hasta entonces ella quería formar una familia y ser madre, pero según relata Beth, su hermana “en ese viaje misionero se dio cuenta de cómo estas hermanas son madres”. Así, tras graduarse en la universidad, Allison viajó a España y se unió a esta orden religiosa que tantas jóvenes está recibiendo.

También entregada a Dios acabó Beth, actualmente de 32 años, pero en este caso como laica consagrada del Regnum Christi.  Confiesa que desde muy pequeña sentía atracción por la vida religiosa, conoció a varias monjas e incluso visitó diferentes conventos. Pero se dio cuenta de que las órdenes religiosas no eran lo que ella buscaba y a lo que se sentía llamada.

Fue en 2004 cuando iba a salir de fiesta cuando unos amigos la invitaron a un retiro silencioso de tres días, al que decidió unirse. Allí conoció a las mujeres consagradas del Regnum Christi, que le ayudaron a madurar su relación con Cristo.  Tras graduarse en la universidad en 2006 se unió a esta realidad vinculada a los Legionarios de Cristo.

miércoles, 13 de julio de 2022

Las dominicas de Santorini, monjas que desde lo alto rezan por el mundo y por millones de turistas

Santorini es una de las islas griegas que bañan el mar Egeo, un lugar de una belleza extraordinaria y que en estos momentos recibe a más de dos millones de turistas anuales, muchos de ellos procedentes de los enormes cruceros que surcan estas aguas.

En esta isla turística y que pertenece a un país abrumadoramente ortodoxo está el pequeño monasterio de clausura de Santa Cecilia, donde 13 monjas dominicas rezan por la unidad de los cristianos y por los millones de personas que van pasando por Santorini.

Este monasterio fue fundado en 1596 por una joven griega de la isla, apoyada por el obispo, Antonio de Márchis, de la Orden de Predicadores, que en aquel tiempo contaba en Grecia con varias comunidades de frailes. Más tarde en 1600 fue asociado ya a los dominicos, para que con la ayuda de su oración la orden se fortaleciera y expandiera.

En medio del bullicio de la isla y de los turistas buscando atardeceres perfectos para subir a sus redes sociales, la sencilla misión de estas monjas católicas ha llamado la atención de los grandes medios como Associated Press o Los Angeles Times.

“En una isla muy turística, en lo último que piensas es la oración, así que nosotras lo hacemos”, afirma la priora sor Lucía María de Fátima.

Tanto ellas como el resto de religiosas hablan tras la reja que separa el espacio para los fieles y la zona de clausura. Tras la pandemia, las monjas darán la bienvenida a los visitantes a la parte pública de su iglesia con una misa a principios de agosto por el 425 aniversario del convento.

“No echamos nada de menos. Cuando Dios nos dio la vocación de ser enclaustradas, nos dio el paquete completo”, dijo la hermana María Esclava, originaria de Puerto Rico.

Don Félix del Valle, sacerdote español, ha dirigido ejercicios espirituales periódicos en el convento durante más de 10 años. “En un mundo de consumo, de diversiones, ellas dan testimonio de que solo Dios basta”, comenta.

“Estas mujeres encuentran a Dios en una vida dedicada a la oración o el recogimiento”, explica Margaret McGuinness, profesora emérita de religión en la Universidad La Salle de Filadelfia.

Monasterio de Santa Cecilia

Sor María de la Iglesia pasó casi 40 años en Santorini antes de volver a España para dirigir la Federación Madre de Dios, que supervisa este y otros nueve conventos católicos dominicos en cuatro continentes. “En la lógica actual, nuestra vida no se entiende y no se valora, pero la Iglesia sí” lo hace, agrega. “Somos la voz de la iglesia, que incansable alaba, suplica por toda nuestra humanidad. Una misión apasionante”.

Cuando no están rezando, las hermanas, con edades que van de los 40 años a los 80, se ocupan de las tareas del convento: cuidan el jardín, donde cultivan tomates, limones y uvas, y preparan hostias para la mayoría de las parroquias católicas de Grecia.

Durante dos descansos diarios rompen su silencio para conversar en las amplias terrazas, con el mar Egeo de fondo.

Al amanecer, una campana llama a la primera de las oraciones del día, la mayoría cantadas en latín, español y griego. “Mientras va saliendo el sol, la creación y la persona se unen en armonía de alabanza a Dios”, comenta la hermana María Guadalupe. Asegura que en los monasterios de todas las zonas horarias, siempre hay alguien que mantiene activa la oración. “No estamos fuera del mundo, estamos muy metidas en el mundo”.

En Grecia, un país mayormente ortodoxo, la presencia del convento católico expresa el deseo de unidad con otros cristianos, dicen las hermanas. Las religiosas tienen buena relación con los monjes y monjas ortodoxos de la isla y recuerdan con entusiasmo una visita en la que cantaron himnos juntos.

“A pesar de estar encerradas, han sido siempre un elemento importante de la vida de un lugar”, añade Fermín Labarga, profesor de la Historia de la Iglesia en la Universidad de Navarra en España.

Fue precisamente en España donde Santo Domingo fundó la parte femenina de la orden dominicana hace más de 800 años, para orar constantemente en lo que Labarga llamó la “retaguardia”, mientras sus compañeros religiosos llevaban el Evangelio al mundo.

Ese “espíritu misionero en un espacio contemplativo”, como lo describe la hermana María de la Iglesia, continúa animando a las monjas de hoy, que visten el tradicional velo negro dominicano y el hábito blanco, que representa la penitencia y la inocencia. Llegaron a Santorini en su mayoría desde el Caribe (Puerto Rico y Santo Domingo), además de Angola, Corea, Argentina, Grecia y España.

La iglesia original fue construida en 1596 en el promontorio rocoso de Skaros, hoy un lugar popular para observar el atardecer, que también fue un escondite de piratas. Después de un terremoto, se trasladó a la ciudad principal de Thira, a unos pocos kilómetros de distancia, donde sobrevivió a otro terremoto devastador en 1956 que hizo que muchos residentes, incluidos otros religiosos católicos, se fuesen de la isla.

Hay grandes rocas incrustadas en la artística reja que divide el área pública de la iglesia desde donde oran las hermanas, cerca de un globo terráqueo que refleja su conexión con su entorno. Las hermanas se mantienen al día sobre los acontecimientos mundiales a través de varios medios de comunicación y de publicaciones católicas, así como de homilías diarias en la misa. 

También reciben solicitudes de oración de otros religiosos y visitantes, pidiendo de todo, desde la paz mundial hasta la curación de enfermedades, “y niños, muchos niños”, dice en broma la hermana María Flor de la Eucaristía. “Sufrimos también, sentimos el dolor de las familias y del mundo, pero con esperanza cierta, que es el motivo de alegría”, afirma sor María Fátima, oriunda de Angola.

Esa convicción se percibe en el optimismo que transmiten las monjas, a pesar de una vida austera que requiere sacrificios tanto a ellas como a sus familias, a las que sólo pueden ver ocasionalmente desde el otro lado de las rejas.

“Es un llamada de Dios, no puedes seguir otro camino. Una llamada continua, para poder seguir con alegría”, señala sor Lucía María de Fátima, originaria de Argentina. Esa alegría la encuentran con creces en su vocación, pese a tener que renunciar a la mayoría de las actividades que atraen a cientos de miles de turistas a Santorini, como ir a la playa.

La hermana María Isabel dijo que le encantaba ir a las playas en su Puerto Rico natal. Cuando entró al convento de los dominicos allí, ya no pudo ver el océano.

Al ser trasladada al convento principal en Olmedo, en el corazón de España, pensó que nunca volvería a ver una ola. Hasta que vino la misión en Santorini. “El Señor te da gracias que no esperabas”, comentó, con una amplia sonrisa, antes de que sonara la campana y regresase corriendo a la iglesia para seguir cantando alabanzas a Dios.

domingo, 10 de julio de 2022

El largo recorrido de un judío puramente cultural, ateo, hasta el catolicismo: «Ahora estoy en casa»

David Schloss es un judío converso al catolicismo que ha empezado en su blog personal una serie en la que explica de forma sucinta y clara la teología de los sacramentos. Pero ¿cómo llegó él al catolicismo?

Nació en Nueva York en 1970, el menor de tres hermanos, precedido por dos chicas. Sus padres eran inmigrantes, él de origen alemán, ella de origen francés, pero ambos, judíos, marcados por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial: “Para mi padre, eso significaba un odio a los alemanes que se encendía a la mínima, a pesar de su propia historia familiar en Alemania. Para mi madre, supuso una cierta paranoia y sensibilidad hacia el antisemitismo”.

Un problema familiar

David es crítico hacia ellos y no guarda buenos recuerdos de su infancia, con continuos cambios de domicilio que le hacían ser nuevo cada año en el colegio: “Eso puede ser muy difícil para un niño, aunque a mis padres no parecía importarles mi bienestar”. Finalmente se instalaron en Studio City, un distrito de Los Ángeles.

Sus padres no se llevaban bien porque eran muy “dependientes…, egocéntricos y egoístas” y “ambos exigían que se les dedicase mucha atención”, y “en cierto modo, veían a los hijos como una carga”. Él, como “una responsabilidad que no había querido”; ella, como “la prisión que la había atrapado en el matrimonio”.

Este severo juicio lo resume Schloss en las consecuencias que tuvo para él: “Entré en mi adolescencia comprendiendo dos cosas. Una, que mis padres se odiaban mutuamente tanto como odiaban a sus hijos. Dos, que yo era ateo”. Un ateísmo que era más una “respuesta superficial y emocional” a su situación, agravada por la “ira y la insolencia habituales en la juventud”, que un “argumento intelectual contra la existencia de Dios”.

Judaísmo cultural

En el hogar de los Schloss no se hablaba de Dios y solo episódicamente de la religión, como “judíos seculares” que eran sus padres, esto es, mantenían algunas ceremonias y costumbres, como ir de vez en cuando a la sinagoga o ayunar en el Yom Kippur, pero sin ninguna convicción propiamente religiosa. Algo que heredó David, para quien ser judío era solo “lo que los filósofos llaman una propiedad accidental”, como “la nacionalidad o el color de ojos”.

Con una observación que es aplicable también al catolicismo puramente formal al que ha quedado reducida la fe de buena parte de los cristianos en Occidente, David apunta que “un efecto sin una causa discernible suele degenerar en superstición o en una costumbre sin significación alguna”.

“Ese era mi caso”, confiesa.

Buscando a Dios

Pero, aunque en aquellos años vivió un “desierto espiritual” que suele ser frecuente en la juventud, poco interesada en esos aspectos de la vida, siempre conservó una idea: “Que debía haber algo más allá del mundo material, que me parecía tan árido… Algo más profundo, con mayor sentido”.

Para buscarlo, empezó por las filosofías orientales. Reconoce en el budismo una tradición con “mucha sabiduría”, pero “el hecho de que se oriente a la autorrealización hasta casi excluir lo trascendente” no le atraía.  Llegó a la conclusión de que las religiones orientales no le acercaban a la verdad que buscaba.

Por otro lado, la vida académica de David, que es filósofo, le fue dando a conocer el cristianismo, “ocasionalmente con conversaciones con cristianos, pero la mayor influencia fueron la literatura y el arte”. 

De la Biblia cita dos pasajes que le intrigaban: Jn 14, 6 ("Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí") y Jn 6, 51 ("Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo").

En cuanto al arte, le atraían las representaciones de la Crucifixión y de la Virgen María, que le producían sentimientos “tanto de tristeza como de asombro”.

Dos caminos para la gracia

“Solo más adelante en mi vida me di cuenta de que la gracia de Dios estaba presente incluso en ese periodo de turbulencia espiritual", afirma. 

Una gracia de Dios que se manifestaría de dos formas. Primero, “suscitando curiosidad hacia los ‘primeros principios’, objeto de la ontología. Fue esa curiosidad la que me condujo a cuestionar tanto mi ‘ateísmo’ como mi judaísmo”.

Segundo, despertando en él “una afinidad por Jesucristo”: “Recuerdo una conversación que tuve con mi madre cuando era adolescente. No recuerdo el contexto, pero sí recuerdo a mi madre diciéndome que nosotros (esto es, los judíos) no creíamos que Jesús fuese Dios, solo que era una buena persona. Dejando aparte el cuestionable aspecto teológico de su afirmación, recuerdo haber pensado muy claramente que no me creía eso. Ya sospechaba entonces que Jesús era mucho más que una ‘buena persona’. Fue esa sensación, que no puedo explicar adecuadamente, combinada con una propensión a plantear cuestiones espirituales y filosóficas, la que me condujo a interesarme en la religión y en Dios”.

Aparece San Agustín

Al concluir sus estudios universitarios, la familia Schloss regresó a Nueva York. David incrementó su interés por la religión, cada vez más orientado al cristianismo, y en particular al catolicismo: “Fue leyendo la Biblia como comprendí que Jesús es Dios y acepté la verdad del cristianismo”.

Empezó a sentir que vivía en “dos mundos”.

“El primero”, explica, “era en el que había nacido, el mundo secular. Parecía árido y vacío y su concepción relativista de la moralidad y el nihilismo consiguiente me resultaban repulsivos”.

“El segundo mundo, este nuevo mundo, me intrigaba”, confiesa: “Era algo vivo y misterioso y parecía ser verdad. Ofrecía respuestas a las preguntas que me habían asaltado desde mi juventud”.

Schloss puso voz a esta percepción de “dos mundos” cuando leyó la La Ciudad de Dios de San Agustín y su “dos amores han dado origen a dos ciudades” (XIV, 28).

“La ‘ciudad terrena’ era el mundo secular en el que había crecido. Era un mundo donde los hombres intentaban saciar sus bajos deseos. Era la segunda ciudad, la 'ciudad celestial’, la que me atraía. La afirmación de que el hombre fue hecho por Dios estaba confirmada bíblicamente, pero también explicaba por qué tantos eran desdichados con la vida puramente materialista y sensual de la ‘ciudad terrena’. Si realmente el hombre estaba hecho para Dios, todo lo que fuera menos que Dios sería en última instancia insatisfactorio”.

La persona decisiva

David empezó a estudiar de forma específica las enseñanzas y opiniones de las diversas denominaciones cristianas, comparándolas con la Biblia: “A medida que avanzaba en ese proceso, se me fue haciendo evidente que el catolicismo era el que más claramente representaba las enseñanzas de Cristo”.

Empezó a ir a misa a la parroquia de los Santos Simón y Judas, en Brooklyn, y aunque no entendía completamente el rito, se sentía “en casa”.

Fue entonces cuando conoció a alguien que tuvo “un profundo impacto” en su vida: Sara Nespoli, directora de Formación en la Fe de la parroquia, y “un compendio de lo que un católico debe ser: inteligente, sarcástica y orgullosamente fiel, fue Sara quien, cuando yo tenía 42 años, me guió a través del programa de iniciación de adultos".

"En la Vigilia Pascual de 2012 fui bautizado católico", concluye David: "No creo haber sido nunca más feliz que ese día. El camino que empecé en mi juventud, recorrido entre tribulaciones, se había completado. Estaba en casa”.

viernes, 17 de junio de 2022

El triunfo de los mártires dominicos: pese a sus atroces muertes, la fe pudo más que sus asesinos

Este sábado serán beatificados los religiosos muertos en Almagro, Almería y Huéscar El triunfo de los mártires dominicos: pese a sus atroces muertes, la fe pudo más que sus asesinos

La Orden de Predicadores y la Iglesia Católica en España celebrarán este sábado por todo lo alto la beatificación de 27 mártires de la familia dominica que fueron asesinados durante la Guerra Civil Española por odio a la fe. Se unirán así al numeroso ejército de beatos y santos que ha dado este país durante aquella terrible persecución religiosa de la que todavía no se ha cumplido un siglo.

20 de estos frailes son los conocidos como mártires de Almagro, cuyo testimonio fue relatado en la película Bajo un manto de estrellas, que a partir del viernes se podrá ver a través de Famiplay; otros 5 son los frailes dominicos mártires de Almería. En esta ceremonia también será beatificada Sor Ascensión de San José, dominica de Huéscar también martirizada y que se convertirá en la segunda religiosa dominica española en ser beata. Por último, también subirá a los altares un seglar de espiritualidad dominica, el periodista y director del periódico católico La Independencia, que fue fusilado en Almería.

Sor Ascensión, con 76 años, fue la persona de mayor edad asesinada por odio la fe presente en esta causa de beatificación. El más joven fue Fernando García de Dios, con tan sólo 20 años. Sin embargo, entre los nuevos beatos hay un nutrido grupo de novicios con edades comprendidas entre los 21 y los 23 años.

La ceremonia de este sábado se celebrará en la catedral de Sevilla y estará presidida por el cardenal Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Estará acompañado por monseñor Saiz Meneses, arzobispo de Sevilla, y por fray Gerard Timoner maestro general de la Orden de Predicadores.

Todos estos próximos beatos fueron brutalmente perseguidos, maltratados y asesinados en las primeras semanas de la Guerra Civil, excepto sor Ascensión que recibió la palma del martirio algunos meses más tarde.

Los dominicos del convento de Almagro

La propia Orden de Predicadores cuenta en su web las durísimas historias de estos mártires y su fe heroica en medio de la persecución. En toda esta causa, los más numerosos fueron los del convento de Almagro, que fueron asesinados en este pueblo manchego así como en las cercanas localidades de Alcázar de San Juan, Manzanares y Miguelturra.

El 21 de julio, tan sólo tres días después del inicio de la guerra, los anarquistas quemaron la iglesia de la Madre de Dios de Almagro, lo cual fue observado por los frailes desde el convento. Varios fueron a intentar apagarlo, pero los miembros del Ateneo Libertario les echaron. Esa misma noche ya entraron al convento para buscar supuestas armas escondidas por los religiosos.

El alcalde les instó varias veces a abandonar el pueblo, pues no quería que fueran asesinados en su demarcación territorial. Al día siguiente nuevamente los anarquistas fueron al convento y amenazaron con quemarlo con ellos dentro, hasta que finalmente el día 24 el alcalde les obligó a irse.

Mártires dominicos de Almagro

Horas después los frailes comenzaron a evacuar el convento. Buena parte de los religiosos se alojaron en casas particulares, algo que no gustó al Ateneo Libertario que argumentaba que la dispersión de los religiosos era una dificultad para tenerles controlados, dada su "peligrosidad". Por eso el alcalde cambió de opinión y ordenó confinar a los frailes en una casa deshabitada frente a la iglesia arrasada por el fuego días antes.

De este modo, el 30 de julio el alcalde comenzó a expedir salvoconductos para que, paulatina e inadvertidamente, fueran desalojando el pueblo. Sin embargo, los anarquistas no estaban dispuesto a que los frailes escaparan. Así, en el mismo tren que llevaba con destino a Ciudad Real a los tres primeros "liberados" subieron también unos jóvenes afiliados al Ateneo Libertario, que, en la estación de Miguelturra, llamaron la atención de los milicianos de guardia sobre la sospechosa expedición. Los bajaron, los situaron entre la vías y los mataron a tiros.

Una escena casi idéntica se produjo en la estación de Manzanares. Otros tres dominicos fueron allí detenidos. Fueron llevados a una cárcel sin luz y cinco días después fueron fusilados en la tapia del cementerio. Sus cuerpos fueron mutilados y varios familiares que pudieron recoger sus restos rápidamente afirmaron que “fueron castrados por una mujer”.

El resto de frailes seguían detenidos en Almagro y el alcalde intuía el gran problema que se le venía encima, por lo que llamó a Madrid a la Dirección General de Seguridad para recibir instrucciones. Desde la capital les dijeron que enviarían guardias de asalto para hacerse cargo de estos presos y trasladarlos a distintas cárceles madrileñas.

Sin embargo, los milicianos decidieron irrumpir en esta casa-prisión por la fuerza. El padre Marina pidió misericordia para los más jóvenes. El padre Antonio Trancho dio la absolución a los jovencitos y les habló con fervor sobre lo que significaba morir por Dios y les animaba diciéndoles que al morir martirizados la esperanza de alcanzar el Cielo era casi un hecho. El padre Eduardo se echó a llorar por no haber podido salvar a los pequeños.

El jefe dijo que no los iban a matar sino que les llevaban a tomarles declaración. Los jovencitos encerrados en la casa se pusieron a rezar el rosario y otros lloraban. Pocos momentos después de salir, uno de los escopeteros disparó al aire, que era la consigna, y se les unieron varios escopeteros más y les mataron.

El cocinero, fray Arsenio, al ver la realidad, les reprochó sus mentiras. Pero el padre Camazón le pidió tranquilidad y mansedumbre. Fray Arsenio sacó entonces un crucifijo que llevaba escondido y se dispuso a rezar. Entonces les ataron de dos en dos excepto al padre Marina. En un descampado a dos kilómetros de Almagro, detuvieron a las víctimas. Al ver algunos jóvenes el crimen que se iba a cometer, entraron en violenta discusión con los otros y finalmente decidieron abandonar el grupo, asustados por lo que iba a acontecer. El final es conocido. Fueron fusilados y murieron como mártires.

Estos son los nombres de los futuros mártires dominicos de Almagro:

-Ángel Marina Álvarez, sacerdote (46 años)

- Manuel Fernández (Herba), sacerdote (56 años)

- Natalio Camazón Junquera, sacerdote (62 años)

- Antonio Trancho Andrés, sacerdote (36 años)

- Luis Suárez Velasco, sacerdote (39 años)

- Eduardo Sainz Lantarón, sacerdote (29 años)

- Pedro López Delgado, sacerdote (27 años)

- Francisco Santos Cadierno, religioso estudiante (23 años)

- Sebastián Sáinz López, religioso estudiante (21 años)

- Arsenio de la Viuda Solla, hermano cooperador (56 años)

- Ovidio Bravo Porras, hermano cooperador (28 años)

- Dionisio Pérez García, hermano cooperador (24 años)

- Fernando García de Dios, novicio para hermano cooperador (20 años)

- José Garrido Francés, sacerdote (42 años)

- Justo Vicente Martínez, profeso estudiante (22 años)

- Mateo (Santiago) de Prado Fernández, hermano cooperador (30 años)

El martirio de los dominicos de Almería

En la ciudad andaluza de Almería los dominicos sufrieron igualmente una terrible persecución desde que se desató la guerra en julio de 1936. A finales de ese mes la comunidad se vio obligada a abandonar el convento y los frailes se dispersaron refugiándose en casas de familias, algunas de las cuales también sufrieron persecución. A lo largo de las siguientes semanas fueron detenidos, algunos llevados a comisaría donde fueron torturados, otros estuvieron presos en el barco "Astoy-Mendi" o el "Segarra". A lo largo del mes de septiembre, tres de ellos fueron fusilados en La Lagarta o Pozos de Tabernas (Almería) y dos de ellos fueron fusilados en las tapias del cementerio de Almería.

Fructuoso Pérez es el primer director de periódico español beatificado como mártir.

En esta causa merece una atención especial el laico dominico Fructuoso Pérez, reconocido periodista católico, que amaba a la Orden a la que pertenecía, junto el resto de su familia. Fue detenido en su domicilio el 26 de julio de 1936, lo llevaron a la comisaría y de allí a la prisión improvisada en el convento de las religiosas Adoratrices. El 3 de agosto lo trasladaron al barco "Segarra", hasta el 15. Lo ejecutaron en la madrugada de dicho día en la playa la Garrofa, cerca de Almería. Arrojaron el cadáver al mar, con los de otros fusilados. Devueltos tiempos después por el oleaje, los enterraron en la misma playa. Después de la guerra trasladaron los restos de todos, sin identificar, al cementerio de Almería. (Puede leer aquí más en profundidad la historia de Fructuoso Pérez).

Estos son los nombres de los mártires de Almería que serán beatificados:

Juan Aguilar Donis, sacerdote (50 años)

Tomás Morales Morales, sacerdote (29 años)

Fernando Grund Jiménez, sacerdote (29 años)

Fernando de Pablos Fernández, hermano cooperador (60 años)

Luis María (Ceferino) Fernández Martínez, hermano cooperador (50 años)

Fructuoso Pérez Márquez, seglar dominico y periodista (52 años)

Sor Ascensión, mártir por su crucifijo y por negarse a blasfemar

Poco después de comenzar la guerra las 14 monjas dominicas de Huéscar se vieron obligadas a abandonar su monasterio para esconderse en casas de familiares y personas que les quisieron dar cobijo. Poco después el lugar fue saqueado.

Sor Ascensión

Esta religiosa fue acogida en casa de una sobrina. La persecución se recrudeció en Huéscar a principios de febrero de 1937. Fue apresada el 16 de febrero por el mero hecho de llevar colgado un crucifijo. Estaba próxima a cumplir 76 años. En los calabozos del ayuntamiento sus perseguidores se empeñaron en “oírla blasfemar”. No lo consiguieron, y ella respondía con oraciones breves. La apalearon y golpearon, dejándola magullada y tendida en el suelo sobre su sangre. Al día siguiente le ordenaron que se subiera a un camión, pero ella no tenía fuerzas para levantarse, así que cargaron con ella hasta el vehículo, donde había otros presos.

Llegaron a las puertas del cementerio, fueron bajando a los presos y los fusilaron ante la religiosa. Ella vio, por ejemplo, cómo fusilaban a su sobrino Florencio. Le volvieron a insistir que blasfemara, pero ella se negó. Finalmente colocaron su cabeza sobre una piedra y con otra piedra le machacaron el cráneo. Recibió la corona del martirio en las primeras horas del 17 de febrero de 1937.

miércoles, 15 de junio de 2022

La historia de conversión de Luuk Jansen lleva a las alturas

Luuk Jansen nació en Holanda y en su entorno no conocía a nadie que fuera católico. De familia no creyente, vivía en el norte del país y lo máximo que veía eran a algunos protestantes. Pero años después y siendo ya un prometedor ingeniero e investigador, descubrió a Dios precisamente a través de la ciencia hasta que se enamoró tanto de ese Creador que decidió dedicarle su vida entera. Ahora es fraile dominico en Irlanda.

En una entrevista en el programa Cambio de Agujas de Euk Mamie, este joven explica que no sabía nada de la fe. Él estudiaba en colegios públicos en Holanda y en ellos no había asignatura de religión, únicamente impartida en colegios cristianos.

Vivía indiferente al hecho religioso. Sólo recientemente supo que su abuela se había convertido al catolicismo a una edad avanzada.

"No era necesario tener un Dios"

Llegó a la Universidad y allí estudió Ingeniería Química. Todo le iba muy bien, sacaba notas muy buenas, tenía coche, salía con sus amigos de fiesta mientras seguía viviendo ajeno completamente a Dios. Antes de graduarse necesitaba hacer prácticas en una empresa. Todo estaba preparado para ir a México, en una experiencia que le apetecía mucho, pero todo se truncó al final.

Fue así como surgió la posibilidad de ir a Irlanda a realizar dichas prácticas, hecho que acabaría cambiándole la vida. Allí conoció a uno de los ingenieros, que le hizo una pregunta que le trastocó: “¿por qué no crees en Dios?”.

“Yo le decía -afirma Luuk Jansen- que no hacía falta creer en Dios, no era necesario tener un Dios. Teníamos el Big Bang que explicaba donde empieza el mundo, la evolución que explica dónde venimos nosotros”.

La discusión que fue llevándole a Dios

Sin embargo, su compañero lejos de darse por vencido le daba la vuelta a sus argumentos. ¿De dónde viene el Big Bang?, le repreguntaba este compañero irlandés. “Todo esto –agrega Luuk- nos llevó por la vía de la Filosofía. Debe haber algo fuera del tiempo y del espacio, sabemos por Einstein que el tiempo y el espacio tuvieron un comienzo y que están estrechamente unidos”.

Además, discutían sobre la complejidad del universo y cómo este “Big Bang tenía que estar diseñado con mucha precisión para poder desarrollar hasta los elementos más sencillos, pequeños planetas, estrellas, galaxias…”.

Al final de todas estas discusiones llegó a la conclusión de que “si el Big Bang se hubiera iniciado solo, la posibilidad de que hubiera sucedido por azar sería casi imposible” y acabó creyendo que “todos estos factores encajaban en un maravilloso diseño para traer a la existencia un planeta como el nuestro donde podía haber vida en abundancia”.

El siguiente paso en su planteamiento era que “ese algo” debía ser “eterno”, y tenía sentido “que lo hubiera hecho un ser inteligente. Esto me abrió el intelecto y la existencia de un Ser”.

¿Y si existe el Dios de la Biblia?

A partir de ese instante, Luuk estaba ya abierto a la existencia de un Creador, en el que encajaba el Dios de la Biblia. Y así fue como empezó a leer las Escrituras, estudiar la historia, la vida d Jesús, la arqueología…

Su compañero le propuso un paso más en su desafío. Le dijo que era un Dios personal, y que le pidiera una prueba de su existencia, para lo que le regaló una Biblia en neerlandés.

Luuk empezó leyendo el Evangelio de Mateo, y posteriormente entraba a una iglesia a pedir a Dios que si existía se lo demostrase.

“Mi corazón empezó a descubrir que había algo más profundo. Las Escrituras me hablaron de una manera muy profunda. Cuando leía algo, al día siguiente venía relacionado con lo que pasaba en mi vida. Para mí era un signo de que Dios me decía que era real. Fueron muchas pequeñas coincidencias”, explica el ahora dominico.

El día de su Bautizo y Primera Comunión

En este punto, este joven holandés empezó a acudir a un grupo de oración y a rezar el Rosario. Un día fue a una misa pero le dijeron que no podía comulgar al no estar bautizado ni haber recibido el resto de los sacramentos. “Creía que este era Jesús, lo creía de verdad”, recuerda, y la única cosa que podía hacer entonces era bautizarse.

Sobre su Bautismo, todavía se impresiona con la sensación que tuvo la mañana siguiente pues cuenta que “al despertarme era una persona nueva, completamente renovado, fue una experiencia impresionante…”

Cada vez rezaba más e iba a misa  a diario. Ingresó en la Legión de María y llegó a ir a Medjugorje. No sabía que quería Dios de él y fue entonces cuando conoció a una chica con la que comenzó a salir. Las cosas le iban bien, pues había montado su propia empresa y ahora también tenía pareja. Pero entonces la cosa se torció y rompió con su novia.

El camino hacia la vida religiosa

Por la cabeza de Luuk empezaba a circular la idea del sacerdocio, hasta que un día dijo al Señor: “Si esta es tu voluntad, te doy mi vida, si quieres que sea religioso, ahora estoy libre”.

Acudió a un encuentro de jóvenes de la Legión de María y en el rezo del Rosario vio que Dios le llamaba a esto. “Sentía tanto amor por Dios que era algo maravilloso, más que cualquier cosa que hubiera experimentado antes”, explica.

Había allí un fraile dominico. Habló con él y éste le puso en contacto con otro fraile de Galway para que fuera su director espiritual. Cuando iba a empezar la experiencia en el noviciado su exnovia le llamó para que volvieran juntos. Fue un tiempo complicado pero estaba convencido de que Dios le llamaba así que decidió hacer esta experiencia de seis meses.

“Cuando entré en el noviciado pasaba todo el tiempo libre rezando. Descubrí el amor de Dios y la profundidad de la oración. Sabía que esto era lo que Dios me estaba pidiendo”, concluye. Era 2007. Desde hace tres años, Luuk es fraile de la Orden Dominica. Ahora es él el que muestra a otros el camino hacia Dios.

jueves, 9 de junio de 2022

«¿Por qué no crees en Mahoma?», un joven fraile en el corazón de Estambul y sus inesperadas visitas

Fray Luca Refatti es un fraile dominico y desde 2017, cuando fue ordenado sacerdote, se encuentra en Turquía, lugar que él mismo quiso elegir como tierra de misión para ser una avanzadilla “de confrontación con el islam” y así aprender a llevar el Evangelio a los alejados.

Turquía es un país de gran mayoría musulmana y que en los últimos años está experimentando una mayor islamización. La presencia de la Iglesia Católica en el país es testimonial y cuenta tan sólo con algunos pocos miles de fieles.

Este fraile dominico, originario de Bolzano, nació en 1979 y es experto en Diplomacia. Tiene buen conocimiento del árabe y ahora también del turco. Tal y como informa Avvenire, en estos momentos vive en un complejo contiguo a la iglesia de San Pedro y San Pablo en el corazón de Estambul. Y con él vive otro dominico, fray Claudio Monge, experto en el mundo islámico y en el diálogo interreligioso.

“Estar aquí en Turquía como un ‘simple fraile’ significa también volver a mi ordenación presbiteral en Bolzano . Pero todo esto me hace pensar cómo la Eucaristía misma, instituida por Jesús, no es un fin en sí misma sino que representa un medio para conformarnos a Cristo y estar al servicio de los demás”, relata Refatti al periódico oficial de los obispos italianos.

Iglesia de San Pedro y San Pablo en Estambul.

Este joven fraile suele vestir con el tradicional hábito dominico y cree que su presencia en el corazón de Estambul es una llamada, casi una señal, al diálogo con los que no son católicos. "Estar aquí nos permitió salir de una cierta 'zona de confort' que podría haber experimentado en un ministerio normal en Italia...", confiesa.

¿Un ejemplo de este estilo de encuentro y proximidad? Fray Luca comenta algún caso: “Muchos llaman a nuestras puertas a menudo en momentos inesperados para entender lo que estamos haciendo los frailes aquí en Turquía. Y siento que es una saludable provocación mantener nuestro convento siempre abierto para recibir invitados inesperados que a menudo nos hacen preguntas singulares: ‘¿por qué no crees en Mahoma? ¿Por qué los Evangelios son cuatro y no cinco?”.

“Somos una Iglesia ‘joven’ donde se piensa, se lee y se reza la Biblia en turco. Usamos una cierta cantidad de imaginación para traducir las palabras ‘comunión’, ‘participación’ y ‘misión’ con respecto a la mentalidad de este pueblo”, explica.

 Y dentro de estos muros se puede palpar de primera mano en cierto sentido cómo se puede practicar un camino auténtico para la unidad de los cristianos. “Muchos feligreses son hablantes de túrquico. Muchos de ellos vienen de Asia o África. Aquí experimentamos una verdadera ‘unidad ecuménica’ donde los fieles que participan en nuestras Misas no son solo católicos, sino también siríacos, armenios y caldeos.