sábado, 30 de septiembre de 2023

Domingo 26º del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Primera lectura

Lectura de la profecía de Ezequiel (18,25-28):

Así dice el Señor: «Comentáis: "No es justo el proceder del Señor". Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.»

Palabra de Dios

Salmo 24,R/. Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,1-11):

Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Mateo (21,28-32):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»

Contestaron: «El primero.» Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Hoy, contemplamos al padre y dueño de la viña pidiendo a sus dos hijos: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,29). Uno dice “sí”, y no va. El otro dice “no”, y va. Ninguno de los dos mantiene la palabra dada.

Seguramente, el que dice “sí” y se queda en casa no pretende engañar a su padre. Será simplemente pereza, no sólo “pereza de hacer”, sino también de reflexionar. Su lema: “A mí, ¿qué me importa lo que dije ayer?”.

Al del “no”, sí que le importa lo que dijo ayer. Le remuerde aquel desaire con su padre. Del dolor arranca la valentía de rectificar. Corrige la palabra falsa con el hecho certero. “Errare, humanum est?”. Sí, pero más humano aún —y más concorde con la verdad interior grabada en nosotros— es rectificar. Aunque cuesta, porque significa humillarse, aplastar la soberbia y la vanidad. Alguna vez habremos vivido momentos así: corregir una decisión precipitada, un juicio temerario, una valoración injusta... Luego, un suspiro de alivio: —Gracias, Señor!

«En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios» (Mt 21,31). San Juan Crisóstomo resalta la maestría psicológica del Señor ante esos “sumos sacerdotes”: «No les echa en cara directamente: ‘¿Por qué no habéis creído a Juan?’, sino que antes bien les confronta —lo que resulta mucho más punzante— con los publicanos y prostitutas. Así les reprocha con la fuerza patente de los hechos la malicia de un comportamiento marcado por respetos humanos y vanagloria».

Metidos ya en la escena, quizá echemos de menos la presencia de un tercer hijo, dado a las medias tintas, en cuyo talante nos sería más fácil reconocernos y pedir perdón, avergonzados. Nos lo inventamos —con permiso del Señor— y le oímos contestar al padre, con voz apagada: ‘Puede que sí, puede que no…’. Y hay quien dice haber oído el final: ‘Lo más probable es que a lo mejor quién sabe…’.

Sábado de la 25ª semana del Tiempo Ordinario

Lectura de la profecía de Zacarías (2,5-9.14-15a):

Alcé la vista y vi a un hombre con un cordel de medir. Pregunté: «¿Adónde vas?» Me contestó: «A medir Jerusalén, para comprobar su anchura y longitud.» Entonces se adelantó el ángel que hablaba conmigo, y otro ángel le salió al encuentro, diciéndole: «Corre a decirle a aquel muchacho: "Por la multitud de hombres y ganado que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella –oráculo del Señor–."» «Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti –oráculo del Señor–. Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos, y serán pueblo mío, y habitaré en medio de ti.»

Palabra de Dios

Salmo Jr 31,R/. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño

 Santo Evangelio según san Lucas (9,43b-45):

En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres.»

Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.

Palabra del Señor

Compartimos:

San Jerónimo, el santo que celebramos hoy, vivió en el siglo IV. Dedicó su vida a la Biblia. Más en concreto a hacer el esfuerzo de acercar la Palabra de Dios a la gente normal. Eso significa que tradujo la Biblia entera del hebreo y el griego a la lengua más común de la época: el latín. De hecho, su traducción se llama “Vulgata” por alusión a que está escrita en lengua vulgar, en la lengua del pueblo. Se divulgó muchísimo en toda la Iglesia. Además fue una traducción de calidad. Tanto que en 1546, durante el Concilio de Trento, fue declarada la edición auténtica de la Biblia para la Iglesia católica latina.

¿A qué viene todo esto? De alguna manera, no nos interesa mucho porque el latín ya no es la lengua que habla el pueblo. Hoy los pueblos que formamos la Iglesia Católica hablamos muchas lenguas. Y hay multitud de traducciones de la Biblia en innumerables, casi, lenguas diferentes. Pero creo que hay algo que subrayar del esfuerzo de San Jerónimo por hacer esa traducción al latín de la Biblia, esfuerzo que le llevó la vida entera.

Ese algo a subrayar es que su interés fue acercar la Palabra de Dios al pueblo. De alguna manera San Jerónimo trató de hacer que las personas, los cristianos, pudiesen entablar su diálogo con Dios mismo en su propia lengua, hacer que sus palabras les llegasen al corazón como nos llegan las palabras de la lengua que hemos aprendido desde pequeños. Porque una lengua aprendida es muy difícil que sea así totalmente nuestra. Así que acercar la Palabra a las personas es ya una forma de evangelizar.

Celebrar esta fiesta es también una llamada para todos nosotros que nos recuerda lo importante que debe ser la Palabra de Dios en nuestra vida. Su lectura asidua y atenta, hecha en clima de oración y reflexión, nos va llenando el corazón de razones para ser mejores discípulos de Jesús, para convertirnos nosotros mismos en evangelizadores, en anunciadores de la buena nueva del Reino, con nuestras palabras y nuestras acciones. En la Palabra nos encontramos directamente con Jesús, sin mediaciones. Y su palabra llega a nosotros y nos convierte. ¿Hay alguna manera mejor de usar todos los días cinco o diez minutos que leyendo la Palabra?

viernes, 29 de septiembre de 2023

Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

Primera lectura

Lectura de la profecía de Daniel (7,9-10.13-14):

Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Palabra de Dios

Salmo 137,R/. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor

 Santo Evangelio según san Juan (1,47-51):

En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»

Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?»

Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»

Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»

Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Hoy hacemos memoria de los santos ángeles Miguel, Gabriel y Rafael. En la figura de los ángeles está mezclada mucha tradición. En el mundo de la antigüedad, la figura del rey se interpretaba como la de un padre –independientemente de que luego fuesen unos tiranos asesinos en la práctica pero de ellos se esperaba que protegiesen al pueblo y, en especial, los más débiles–. Eran tiempos en que no reinaba precisamente el imperio de la ley y los súbditos, privados de derechos, no podían más que esperar en la misericordia del rey. Los empleados de su corte eran los encargados de realizar esos servicios. Eran cortes magnificentes, lujosísimas, llamadas de despertar el asombro entre sus súbditos. Muchas veces, el rey era considerado como un auténtico dios.

Si así se pensaba en los reyes, ¡cómo no se iba a pensar así de Dios mismo! También él debía tener una corte y ser servido en todos sus deseos por cohortes de siervos, que hiciesen también de mensajeros y auxiliadores en sus funciones de proteger al pueblo que dependía de él. En la corte celestial esos siervos eran los ángeles. Es una manera de poner rostro a lo que es Dios para nosotros y situarle, de alguna manera, comprensible para nosotros.

Con el Evangelio en la mano, prefiero imaginarme a los ángeles de una forma mucho más sencilla. Ángeles hay muchos en nuestro mundo aunque carezcan de alas. Ángeles son los que se dedican a cuidar y servir a sus hermanos y hermanas, sobre todo a los más pequeños, para que ni uno solo de ellos perezca. Ángeles son los que nos cuidan cuando estamos enfermos. Los que nos visitan y escuchan cuando estamos solos y sentimos el dolor de la soledad que nos hunde. Ángeles son los que anuncian el reino con su esperanza y su forma de comportarse y de luchar por la justicia.

Ángeles es lo que estamos llamados a ser nosotros mismos para los que nos rodean. Quizá no nos crezcan las alas ni terminemos volando pero habremos servido a la voluntad de Dios que quiere que todos conozcamos su amor y vivamos en libertad, justicia y fraternidad.

jueves, 28 de septiembre de 2023

Jueves de la 25ª semana del Tiempo Ordinario

Comienzo de la profecía de Ageo (1,1-8):

El año segundo del rey Darío, el mes sexto, el día primero, vino la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote: «Así dice el Señor de los ejércitos: Este pueblo anda diciendo: "Todavía no es tiempo de reconstruir el templo."»

La palabra del Señor vino por medio del profeta Ageo: «¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas? Pues ahora –dice el Señor de los ejércitos– meditad vuestra situación: sembrasteis mucho, y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota. Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: subid al monte, traed maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria –dice el Señor–.»

Palabra de Dios

Salmo 149,R/. El Señor ama a su pueblo

Santo Evangelio según san Lucas (9,7-9):

En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de ver a Jesús.

Palabra del Señor

Compartimos:

Es interesante el texto evangélico de hoy. Herodes, el virrey, el que tenía todos los poderes en aquellas tierras, siente que hay algo que no controla. El tal Herodes tenía mucho poder. Tanto poder que tenía claro que lo de Juan no había sido un accidente ni un error policial. Sin problema reconoce que “lo mandé decapitar yo”. Y por supuesto que lo hizo con el ánimo claro de cargarse a cualquiera que le pudiese hacer la contra. Vamos que en el reino de Herodes la oposición no tenía mucha esperanza de vida.

Conclusión que ni Herodes fue capaz de terminar con la libertad del Hijo de Dios. Conclusión: que Dios es más grande que todos nuestros planes e ideas. Y que, aunque degollemos (en sentido figurado, espero) algunas ideas y algunos movimientos, lo que es de Dios sale adelante.

Lo que le pasó a Herodes también nos puede pasar a nosotros. Queremos controlar nuestra vida y, tantas veces, la de los demás. Y la vida sale por las suyas. Y nos da sorpresas y nos pone ante nuevas situaciones y retos, que nos reclaman nuevas respuestas. En nosotros esta la posibilidad de hacer como Herodes: pretender controlarlo todo. Si hacemos así, nos encontraremos casi seguro con el fracaso porque esa pretensión es absurda. O, con libertad, tomarnos esos nuevos retos como las llamadas que Dios nos va haciendo a crecer, a madurar, a ser sus discípulos, a cambiar de vida, a convertirnos. Esto no es fácil de conseguir pero vale la pena intentarlo.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

Miércoles de la 25ª semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura del libro de Esdras (9,5-9):

Yo, Esdras, al llegar la hora de la oblación de la tarde, acabé mi penitencia y, con el vestido y el manto rasgados, me arrodillé y alcé las manos al Señor, mi Dios, diciendo: «Dios mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar el rostro hacia ti, porque nuestros delitos sobrepasan nuestra cabeza, y nuestra culpa llega al cielo. Desde los tiempos de nuestros padres hasta hoy hemos sido reos de grandes culpas y, por nuestros delitos, nosotros con nuestros reyes sacerdotes hemos sido entregados a reyes extranjeros, a la espada, al destierro, al saqueo y a la ignominia, que es la situación actual. Pero ahora el Señor, nuestro Dios, nos ha concedido un momento de gracia, dejándonos un resto y una estaca en su lugar santo, dando luz a nuestros ojos y concediéndonos respiro en nuestra esclavitud. Porque éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud; nos granjeó el favor de los reyes de Persia, nos dio respiro para levantar el templo de nuestro Dios y restaurar sus ruinas y nos dio una tapia en Judá y Jerusalén.»

Palabra de Dios

Salmo 13,R/. Bendito sea Dios, que vive eternamente

 Santo Evangelio según san Lucas (9,1-6):

En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»

Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes.

Palabra del Señor

Compartimos:

oy vivimos unos tiempos en que nuevas enfermedades mentales alcanzan difusiones insospechadas, como nunca había habido en el curso de la historia. El ritmo de vida actual impone estrés a las personas, carrera para consumir y aparentar más que el vecino, todo ello aliñado con unas fuertes dosis de individualismo, que construyen una persona aislada del resto de los mortales. Esta soledad a la que muchos se ven obligados por conveniencias sociales, por la presión laboral, por convenciones esclavizantes, hace que muchos sucumban a la depresión, las neurosis, las histerias, las esquizofrenias u otros desequilibrios que marcan profundamente el futuro de aquella persona.

«Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades» (Lc 9,1). Males, estos, que podemos identificar en el mismo Evangelio como enfermedades mentales.

El encuentro con Cristo, que es la Persona completa y realizada, aporta un equilibrio y una paz que son capaces de serenar los ánimos y de hacer reencontrar a la persona con ella misma, aportándole claridad y luz en su vida, bueno para instruir y enseñar, educar a los jóvenes y a los mayores, y encaminar a las personas por el camino de la vida, aquella que nunca se ha de marchitar.

Los Apóstoles «recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva» (Lc 9,6). Es ésta también nuestra misión: vivir y meditar el Evangelio, la misma palabra de Jesús, a fin de dejarla penetrar en nuestro interior. Así, poco a poco, podremos encontrar el camino a seguir y la libertad a realizar. Como escribió san Juan Pablo II, «la paz ha de realizarse en la verdad (...); ha de hacerse en la libertad».

Que sea el mismo Jesucristo, que nos ha llamado a la fe y a la felicidad eterna, quien nos llene de su esperanza y amor, Él que nos ha dado una nueva vida y un futuro inagotable.

martes, 26 de septiembre de 2023

Martes de la 25ª semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura del libro de Esdras (6,7-8.12b.14-20):

En aquellos días, el rey Darío escribió a los gobernantes de Transeufratina: «Permitid al gobernador y al senado de Judá que trabajen reconstruyendo el templo de Dios en su antiguo sitio. En cuanto al senado de Judá y a la construcción del templo de Dios, os ordeno que se paguen a esos hombres todos los gastos puntualmente y sin interrupción, utilizando los fondos reales de los impuestos de Transeufratina. La orden es mía, y quiero que se cumpla a la letra. Darío.»

De este modo, el senado de Judá adelantó mucho la construcción, cumpliendo las instrucciones de los profetas Ageo y Zacarías, hijo de Idó, hasta que por fin la terminaron, conforme a lo mandado por el Dios de Israel y por Ciro, Darío y Artajerjes, reyes de Persia. El templo se terminó el día tres del mes de Adar, el año sexto del reinado de Darío. Los israelitas, sacerdotes, levitas y resto de los deportados, celebraron con júbilo la dedicación del templo, ofreciendo con este motivo cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y doce machos cabríos, uno por tribu, como sacrificio expiatorio por todo Israel. El culto del templo de Jerusalén se lo encomendaron a los sacerdotes, por grupos, y a los levitas, por clases, como manda la ley de Moisés. Los deportados celebraron la Pascua el día catorce del mes primero; como los levitas se habían purificado, junto con los sacerdotes, estaban puros e inmolaron la víctima pascual para todos los deportados, para los sacerdotes, sus hermanos, y para ellos mismos.

Palabra de Dios

Salmo 121,R/. Vamos alegres a la casa del Señor

 Santo Evangelio según san Lucas (8,19-21):

En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él.

Entonces lo avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.»

Él les contestó: «Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Para entender bien este evangelio y la radicalidad de la afirmación de Jesús “mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, hay que ponerse en aquel mundo de entonces. La familia de hoy no es lo que era entonces. Hoy los lazos familiares se han aflojado o limitado mucho. La familia es sobre todo una realidad afectiva. Esto es de enorme importancia. Pero en aquel tiempo la familia era mucho más que eso. La familia era el círculo de seguridad único de que disponían las personas ante los riesgos de la pobreza o la enfermedad. Recordemos que entonces no había ningún tipo de seguridad social, de pensiones de jubilación ni estado del bienestar. El estado no hacía nada por las personas más allá de cobrarles impuestos. Alejarse de la familia era perder la seguridad mínima necesaria para vivir. Fuera de la familia todo era peligroso. Renunciar a la familia era quedarse solo ante los muchos peligros de la vida.

En ese contexto se entiende la radicación de lo que dice Jesús. El Reino que anuncia trae consigo una nueva relación entre las personas que supera la relación de sangre. Se abre una nueva fraternidad, un nuevo vínculo. En realidad, Jesús no hace más que señalar la realidad más básica de nuestra fe: somos hijos e hijas de Dios, somos creaturas suyas. Esa es la relación familiar más amplia y real. Somos familia de Dios. Pasa que esta familia es muy grande. Va más allá de la relación inmediata de sangre. Rompe las fronteras de las razas, los pueblos, las lenguas, las ideologías, el sexo.

Jesús se mueve ya en esa nueva realidad del Reino. Y por eso mira a los que le rodean con unos ojos nuevos. Los que escuchan la palabra son conscientes de esa nueva realidad y también cambian su relación con los demás. Se está empezando a levantar una nueva familia, abriendo a la humanidad a una nueva esperanza. Sin fronteras. Sin límites. Sin hacer diferencias entre los nuestros y los otros. Quizá por eso –aplicación práctica– Caritas atiende a todos los necesitados sin cuestionarse si van a misa o no, si hablan nuestro idioma o no. Simplemente porque son hijos e hijas de Dios. Es decir, hermanos y hermanas nuestros.

lunes, 25 de septiembre de 2023

¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano?

Una de las cosas que seguramente más nos molesta o nos disgusta es hacer daño a los demás. En las diferentes culturas y tradiciones, las ofensas y el perdón cobran diversos matices, pero en todas van apareciendo reglas, limites o leyes, que regulan la convivencia.

Todos recordamos en la Biblia la Ley del Talión: “ojo por ojo y diente por diente”. La primera vez que se habla de esta ley es en el famoso Código Hammurabi, elaborado por el rey de Babilonia, dieciséis siglos antes de nuestra era. Lo que intenta es incorporar algo de justicia y equidad, evitando la venganza desmesurada.

La ley del Talión determina el principio básico de la llamada “justicia retributiva”, que pasará al Derecho Romano y este tipo de justicia es la que terminó imponiéndose en la mayoría de las sociedades modernas.

En la Biblia aparece además de la Ley del Talión, la referencia a la mesura en la restitución y también la venganza desproporcionada. En el libro del Génesis, un texto conocido entre los judíos se cita el «Canto de venganza» de Lamec, un héroe del desierto, un personaje legendario. El texto nos habla del asesinato de Caín. Dice así: «Caín será vengado siete veces, pero Lamec será vengado setenta veces siete» (Gn. 4, 24).

Frente a esta cultura de la venganza sin límites, Jesús no propone perdonar no “siete veces” -como cita el mismo Pedro-, ni el “ojo por ojo” como la Ley del Talión. Jesús tomando la referencia del Canto de venganza de Lámec, de una venganza total, con la expresión “siete veces siete”, y nos propone el perdón tomando la misma expresión, pero en sentido opuesto; un perdón sin límites.

«Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».

Jesús se aleja de la lógica contractual o que mide todo con una regla y cartabón.

Lo ilustra muy bien con el ejemplo que pone sobre el reino de los cielos en el que compara a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados, y estos a su vez con sus compañeros.

Solo un corazón perdonado y agradecido puede perdonar sin límites y amar sin límites.

Os invito a que pensemos en dos pilares del amor: La incondicionalidad y la misericordia.

Incondicional

Estamos muy acostumbrados a vivir un amor de contrato: “Yo te quiero, si tu me quieres. Y sino, pues a otra cosa”. A veces sin darnos cuenta nos utilizamos, como objetos de usar y tirar.

Pero todos sabemos que el amor de verdad es un amor incondicional. En la vida vivimos experiencias de habernos sentido amados sin merecerlo, aún en situaciones donde la hemos cagado, pero bien (con perdón).

El amor de los padres hacia los hijos, de las parejas,… Ese es el amor de Dios, un amor que no te da de regreso igual que lo que tu aportas. Sino estábamos apañados. Dios nos devuelve un amor sin medida, sin límites, igual que al empleado que le debía una cantidad enorme de dinero.

Solo un corazón amado de esta forma y agradecido, puede de verdad amar así.

Misericordia

Vamos ahora con la otra faceta del amor, la misericordia. En nuestra vida, desde la lógica contractual, todas las personas llevamos una libreta con dos columnas. En una columna apuntamos los favores y cariños que nos han hecho. Esa suele ser una columna en la que a veces se nos olvida anotar.

Pero tenemos otra columna donde vamos anotando las ofensas y las cuentas del perdón. Esta lista la solemos llevar bastante actualizada y no perdonamos ni una. Nos pasa como al empleado que ve a uno de sus compañeros que le debía una miseria y, no le pasa ni una. 

Solo un corazón perdonado, puede perdonar sin límites y vivir la misericordia.

«Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».

Como nos repite el salmista: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia (Salmo 102)

Solo un corazón perdonado y agradecido puede perdonar sin límites y amar sin límites.

Pidámosle a nuestra Madre María que con tanto cariño cuidó de su hijo y de tantos, que nos cubra con su manto y nos ayude a vivir este amor misericordioso e incondicional como nos mostró su Hijo.

Alberto Ares

Lunes de la 25ª semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Comienzo del libro de Esdras (1,1-6):

El año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor, para cumplir lo que había anunciado por boca de Jeremías, movió a Ciro, rey de Persia, a promulgar de palabra y por escrito en todo su reino: «Ciro, rey de Persia, decreta: "El Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusalén de Judá. Los que entre vosotros pertenezcan a ese pueblo, que su Dios los acompañe, y suban a Jerusalén de Judá para reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén. Y a todos los supervivientes, dondequiera que residan, la gente del lugar proporcionará plata, oro, hacienda y ganado, además de las ofrendas voluntarias para el templo del Dios de Jerusalén."»

Entonces, todos los que se sintieron movidos por Dios, cabezas de familia de Judá y Benjamín, sacerdotes y levitas, se pusieron en marcha y subieron a reedificar el templo de Jerusalén. Sus vecinos les proporcionaron de todo: plata, oro, hacienda, ganado y otros muchos regalos de las ofrendas voluntarias.

Palabra de Dios

Salmo 125,R/. El Señor ha estado grande con nosotros

 Santo Evangelio según san Lucas (8,16-18):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Leemos el Evangelio de hoy y vamos a conceder que Jesús tiene razón: Nadie enciende un candil para meterlo debajo de la cama. Estamos de acuerdo. Pero la verdad es que uno se pone a leer el Evangelio y no sé es eso exactamente lo que vemos. Más bien, la sensación es que Dios ha preferido manifestarse en lo oculto y escondido de este mundo. Desde el nacimiento de Jesús hasta su muerte todo sucede en una pequeña esquina del mundo conocido de entonces. Jesús se mueve toda su vida entre los pobres y entre la gente marginal. Con los jefes del pueblo, con la gente importante, más bien hay choques y distancia. Es significativo el hecho de que Jesús no se mueve siquiera en el ámbito del tempo de Jerusalén, que no era el centro del mundo precisamente pero sí al menos el centro de la nación judía. Y hasta su muerte, ejecutado como un malhechor, sucede fuera de las murallas de Jerusalén y lejos del templo. Todo eso sucediendo en una esquina perdida del mundo de entonces, bien lejos de Roma, la capital del imperio, donde pasaba lo que verdaderamente importaba.

Nuestro Dios es un Dios de los pequeños gestos, de la luz del candil y no del foco de mil vatios. Quizá tendríamos que pensar esto para este día y para todos nuestros días: apuntarnos a los pequeños gestos que dan luz a la vida de los que nos rodean.


domingo, 24 de septiembre de 2023

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Plaza de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia del día nos presenta una parábola sorprendente: el propietario de una viña sale desde las primeras horas del alba hasta la noche para llamar a algunos jornaleros, pero, al final, paga a todos del mismo modo, incluso a los que han trabajado solamente una hora (cf. Mt 20,1-16). Podría parecer una injusticia, pero no hay que leer la parábola a través de criterios salariales; más bien nos quiere mostrar los criterios de Dios, que no hace el cálculo de nuestros méritos, sino que nos ama como hijos.

Detengámonos sobre dos acciones divinas que emergen del relato. En primer lugar, Dios sale a todas las horas para llamarnos; en segundo lugar, paga a todos con la misma “moneda”.

Ante todo, Dios es Aquel que sale a todas las horas para llamarnos. La parábola dice que el propietario «al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña» (v. 1), pero después continúa saliendo a varias horas del día hasta el atardecer, para buscar a aquellos a los que nadie había incorporado al trabajo todavía. Comprendemos así que en la parábola los trabajadores no son solamente los hombres, sino Dios, que sale siempre, sin cansarse, todo el día. Así es Dios: no espera nuestros esfuerzos para venir a nosotros, no nos hace un examen para valorar nuestros méritos antes de buscarnos, no se rinde si tardamos en responderle; al contrario, Él a menudo ha tomado la iniciativa y en Jesús “ha salido” hacia nosotros, para manifestarnos su amor. Y nos busca a todas las horas del día que, como afirma San Gregorio Magno, representan las diversas fases y estaciones de nuestra vida hasta la vejez (cf. Homilías sobre el Evangelio,19). Para su corazón nunca es demasiado tarde, Él nos busca y nos espera siempre. No nos olvidemos de esto: El Señor nos busca y nos espera siempre, ¡siempre!

Precisamente porque tiene el corazón tan amplio, Dios – es la segunda acción – paga a todos con la misma “moneda”, que es su amor. He aquí el sentido último de la parábola: los jornaleros de la última hora son pagados como los primeros, porque, en realidad, la de Dios es una justicia superior. Va más allá. La justicia humana dicta “dar a cada uno lo suyo, según lo que merece”, mientras que la justicia de Dios no mide el amor en la balanza de nuestros rendimientos, de nuestras prestaciones y de nuestros fallos: Dios nos ama y basta, nos ama porque somos hijos, y lo hace con un amor incondicional, un amor gratuito.

Hermanos y hermanas, a veces corremos el riesgo de tener una relación “mercantil” con Dios, centrándonos más en nuestras propias bondades que en su generosidad y su gracia. A veces también como Iglesia, en vez de salir a cada hora del día y tender los brazos a todos, podemos sentirnos los primeros de la clase, juzgando a los demás lejanos, sin pensar que Dios los ama también a ellos con el mismo amor que tiene para nosotros.

Y también en nuestras relaciones, que son el tejido de la sociedad, la justicia que practicamos a veces no es capaz de salir de la jaula del cálculo y nos limitamos a dar según lo que recibimos, sin atrevernos a más, sin apostar por la eficacia del bien hecho gratuitamente y del amor ofrecido con amplitud de corazón. Hermanos, hermanas, preguntémonos: Yo cristiano, yo cristiana, ¿sé salir hacia los demás? ¿Soy generoso, soy generosa hacia todos, sé dar ese “más” de comprensión, de perdón, como Jesús hizo conmigo y hace todos los días conmigo?

Que la Virgen nos ayude a convertirnos a la medida de Dios, esa de un amor sin medida.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy se celebra el Día Internacional del Migrante y del Refugiado, sobre el tema «Libres de elegir si migrar o quedarse», para recordar que migrar debería ser una elección libre y nunca la única posible. El derecho a migrar, de hecho, hoy para muchos se ha convertido en una obligación, mientras que debería existir el derecho a no emigrar para permanecer en la propia tierra. Es necesario que a todo hombre y a toda mujer se le garantice la posibilidad de vivir una vida digna, en la sociedad en la que se encuentra. Desafortunadamente, miseria, guerras y crisis climáticas obligan a tantas personas a huir. Por eso, estamos todos llamados a crear comunidades preparadas y abiertas para acoger, promover, acompañar e integrar a quienes llaman a nuestras puertas.

Este desafío estuvo en el centro de los Rencontres Méditerranéennes, que se llevaron a cabo los días pasados en Marsella y en cuya sesión concluyente participé ayer, dirigiéndome a esa ciudad, cruce de caminos de pueblos y culturas.

Agradezco de manera especial a los obispos de la Conferencia Episcopal Italiana que hacen de todo para ayudar a nuestros hermanos y hermanas migrantes. Hace poco, hemos escuchado a mons. Baturi en televisión, en el programa “A Sua Immagine” que explicaba esto.

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de tantos países, en particular al Seminario diocesano internacional Redemptoris Mater de Colonia, en Alemania. Como también saludo al grupo de personas afectadas por la enfermedad rara denominada “ataxia”, con sus familiares.

Renuevo la invitación a participar en la Vigilia ecuménica de oración, titulada “Together – Insieme” (juntos), que tendrá lugar el próximo sábado 30 de septiembre en la Plaza de San Pedro, en preparación de la Asamblea sinodal que iniciará el 4 de octubre.

Recordemos a la martirizada Ucrania y recemos por este pueblo que sufre tanto.

Os deseo a todos un feliz domingo. por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

sábado, 23 de septiembre de 2023

Domingo 25º del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (55, 6-9):

Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes.

Palabra de Dios

Salmo 144 R/. Cerca está el Señor de los que lo invocan

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (1,20c-24.27a):

Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger. Me encuentro en ese dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

Palabra de Dios

 Santo Evangelio Según San Mateo (20,1-16):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Decíamos la semana pasada que el perdón, como la fe, es un don, inmerecido. Esta semana, vemos que la recompensa de Dios es un don, un regalo inmerecido y, además, es igual para todos. Sólo los testigos de ese Dios, que es rico en amor, pondrán una esperanza diferente en el mundo.

Hay que saber alegrarse con el bien de los demás. Aquellos que protestaron por ser tratados los últimos de la misma forma que los primeros, se entristecían de no recibir ellos más que los de la última hora. Se deberían haber alegrado de la generosidad del dueño de la viña, de haber servido a un amo tan compasivo y dadivoso, aunque a ellos sólo les diese lo acordado.

Saber contentarse con lo recibido, saber vivir con aquello que se tiene. Comportarse así es tener paz y sosiego, ser felices siempre. A veces por mirar y desear lo que otros poseen, dejamos de gozar y disfrutar lo que nosotros tenemos. En lugar de mirar a los que tienen más, mirar a los que tienen menos, no sólo para darnos cuenta de que tenemos más, sino para ayudar en lo que podamos a esos que tienen menos, que a veces por no tener no tienen ni lo necesario.

Despierta. Abre los ojos. El Señor está cerca. Tan cerca, que está, ahora mismo, a tu lado, mirándote con su mirada de infinito amor. Invócale, dile que quieres estar siempre cerca de Él. Pídele que te ayude a no alejarte jamás de su mirada paternal y amable. Dile que te haga comprender de una vez que sólo tenerle a Él importa en la vida y en la muerte, que sólo cuando él nos acompaña la soledad no existe.

Sábado de la 24ª semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (6,13-16):

En presencia de Dios, que da la vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato con tan noble profesión: te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que en tiempo oportuno mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor e imperio eterno. Amén.

Palabra de Dios

Salmo 99 R/. Entrad en la presencia del Señor con vítores

 Santo Evangelio según san Lucas (8,4-15):

En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. Entonces les dijo esta parábola: «Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.»

Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»

Entonces le preguntaron los discípulos: «¿Qué significa esa parábola?»

Él les respondió: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Ya conocemos de sobra la parábola del sembrador. Y la explicación que da el mismo Jesús. Cuando meditamos en esta parábola siempre terminamos pensando en que tipo de tierra somos. Si nos parecemos a la del borde del camino, al terreno pedregoso, al que está lleno de zarzas o a la tierra buena. Indefectiblemente, la conclusión suele situarnos –las meditaciones no suelen ser momentos para el optimismo– en cualquiera de los tres primeros. Y nos empezamos a hacer propósitos muy serios para cambiar nuestra vida.

Vamos a ser realistas. La mera verdad es que somos una mezcla prodigiosa de los cuatro terrenos. Sí, también hay en nosotros tierra buena: capacidad de acogida de la palabra. Y también damos muchas veces buen fruto en cercanía, fraternidad, justicia y tantas otras cosas buenas. Como decía el lema de un grupo de matrimonios que conocí hace tiempo: “Dios no crea basura” y nosotros somos creación de Dios. No puede ser que seamos todo tierra del camino o llena de piedras o de zarzas. También hay cosas buenas que Dios ha puesto en nuestras vidas. Hay que saber apreciarlo y agradecerlo. Porque todo es don, todo es gracia.

¿Saben que es lo que más me consuela? Que el sembrador vuelve cada año a sembrar el campo. Con paciencia pero con constancia. Siempre confiando en que la semilla va a crecer y dar ciento por uno. Así es Dios. Cree tanto en nosotros que vuelve cada año a sembrar en nosotros su palabra y espera que dé su fruto. Nuestro Dios es así. Y eso nos llena de esperanza.

viernes, 22 de septiembre de 2023

Viernes de la 24ª semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (6,2c-12):

Esto es lo que tienes que enseñar y recomendar. Si alguno enseña otra cosa distinta, sin atenerse a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que armoniza con la piedad, es un orgulloso y un ignorante, que padece la enfermedad de plantear cuestiones inútiles y discutir atendiendo sólo a las palabras. Esto provoca envidias, polémicas, difamaciones, sospechas maliciosas, controversias propias de personas tocadas de la cabeza, sin el sentido de la verdad, que se han creído que la piedad es un medio de lucro. Es verdad que la piedad es una ganancia, cuando uno se contenta con poco. Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Teniendo qué comer y qué vestir nos basta. En cambio, los que buscan riquezas caen en tentaciones, trampas y mil afanes absurdos y nocivos, que hunden a los hombres en la perdición y la ruina. Porque la codicia es la raíz de todos los males, y muchos, arrastrados por ella, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos. Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo esto; practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos.

Palabra de Dios

Salmo 48 R/. Dichosos los pobres en el espíritu,porque de ellos es el reino de los cielos

Santo Evangelio según san Lucas (8,1-3):

En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Palabra del Señor

Compartimos:

En su misión de anunciar la buena noticia del Reino por los caminos de Galilea, Jesús no va solo. Le acompañan los Doce y un grupo de mujeres. De éstas se dice que Jesús las había curado de malos espíritus y enfermedades. Es interesante subrayar el hecho de que lo que se dice de las mujeres, que habían sido curadas por Jesús de esos malos espíritus, no se dice de los Doce, que también habían sido sacados de lo más bajo. Los pescadores del lago de Genesaret no pertenecían precisamente a las clases altas e instruidas del Israel de aquel tiempo. Y mucho menos la gente de Galilea, que era una zona fronteriza y marginal. Tampoco los publicanos, pecadores públicos porque robaban a la gente al cobrar los impuestos y porque colaboraban con los romanos invasores, eran precisamente gente “decente”.

Lo primero que habría que señalar es que Jesús no se rodeó precisamente de gente bien. Los hombres y mujeres que compartían con él el ministerio de anunciar el Reino de Dios, eran gente de abajo, personas rescatadas. Quizá podríamos decir que eran personas que habían experimentado el amor sanador de Dios en sus propias carnes. Quizá por eso no se sentían capaces de juzgar a nadie. Llevaban su tesoro, el haber conocido en Jesús la misericordia de Dios, en vasijas de barro. Seguramente que se les traslucía en la mirada la alegría de la esperanza recobrada al lado de Jesús.

Y también habría que señalar lo inédito de aquel grupo en su momento. El hecho de que a Jesús le acompañase junto con un grupo de hombres otro de mujeres era inédito en la cultura de la época. Las mujeres no tenían presencia pública. En la práctica no eran consideradas personas. Podríamos aducir numerosos textos de los escritos rabínicos de la época en este sentido. Ni siquiera su testimonio era válido ante los tribunales. Pero ahí están, con Jesús, dando testimonio del reino con su presencia.

Aquella igualdad entre hombres y varones en el grupo de seguidores de Jesús se perdió rápidamente en la Iglesia. Y los varones ocuparon muy pronto los lugares de preeminencia en ella. Hoy tendríamos que volver a recuperar esta dimensión fundamental del mensaje de Jesús: todos somos iguales a los ojos de Dios. Todos somos testigos. Y todos, hombres y mujeres, podemos anunciar la buena nueva del Reino.


jueves, 21 de septiembre de 2023

San Mateo, apóstol y evangelista

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,1-7.11-13):

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

Palabra de Dios

Salmo 18,R/. A toda la tierra alcanza su pregón

Santo Evangelio según san Mateo (9,9-13):

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»

Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»

Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Es interesante el relato del evangelio de hoy. Comienza con una llamada inequívoca de Jesús a Mateo, sentado en su oficina. “¡Sígueme!”. Dice el texto que Mateo lo dejo todo y lo siguió. Pero más bien parece que en realidad fue Jesús el que siguió y acompañó a Mateo hasta la casa de éste. Y allí celebraron una fiesta.

La cuestión es que Mateo celebró por todo lo alto su encuentro con Jesús y la despedida de sus amigotes, que ya formaban parte de su antigua vida. El futuro iba por otros caminos. Lo bueno es que Jesús, presente en la fiesta, aprovechó también aquel momento para hablar de Dios. Frente a los puros, a los que creen que ya lo saben todo de Dios, de cómo actúa, de lo que acepta y lo que rechaza, Jesús deja claro, en presencia de Mateo y de toda aquella pandilla que él ha venido precisamente para llamar a los pecadores, para invitarles a entrar en el reino. Porque son ellos los que necesitan salvación y amor y compasión y cariño y perdón. Los otros, los fariseos, ya se creen salvados. Se sienten en un nivel superior. Con capacidad para juzgar a sus hermanos, para discriminar entre los que se van a salvar y los que se van a condenar. Pero Dios, el Dios de Jesús, no es así.

Nos podríamos hacer muchas preguntas con motivo de esta fiesta: ¿Nos sentimos salvados, amados y escogidos por Dios? ¿Celebramos con gozo que somos de los enfermos que necesitan médico? ¿O bien nos sentimos de los médicos que condenamos a los otros porque son malos mientras que nosotros creemos estar entre los buenos? El Dios de Jesús, que conoce el corazón de cada persona, no pierde nunca la esperanza de salvarnos y de abrirnos nuevos caminos y posibilidades de vida al servicio del Reino.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Miércoles de la 24ª semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (3,14-16):

Aunque espero ir a verte pronto, te escribo esto por si me retraso; quiero que sepas cómo hay que conducirse en la casa de Dios, es decir, en la asamblea de Dios vivo, columna y base de la verdad. Sin discusión, grande es el misterio que veneramos: Manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, contemplado por los ángeles, predicado a los paganos, creído en el mundo, llevado a la gloria.

Palabra de Dios

Salmo 110,R/. Grandes son las obras del Señor

 Santo Evangelio según san Lucas (7,31-35):

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: "Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis." Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores." Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón.»

Palabra del Señor

Compartimos:

San Andrés Kim Taegon y sus compañeros (mártires coreanos del siglo XIX) no fueron como aquellos hombres a los que se refiere Jesús en el evangelio de hoy: gente indiferente, gente que asiste a la vida como a un espectáculo sin dejarse afectar para nada por lo que pasa a sus alrededor, preocupados únicamente con sus intereses. En definitiva, gente que va a lo suyo.


Jesús tiene en mente la figura de Juan el Bautista. Fue un hombre austero, vivió en el desierto separado de todo. Su vida provocaba, hacía pensar. Pero aquella gente lo solucionó con cierta facilidad diciendo que Juan estaba poseído por un demonio. Fue suficiente para quedarse tranquilos. Lo más todo quedó en una conversación de sobremesa, un comentario un poco irónico. Y todo olvidado. Ya podían volver a lo suyo.


Jesús también se refiere a sí mismo. Él no se ha ido al desierto. Se ha situado en medio de la gente. Comparte con ellos las cosas de la vida. Dolores y alegrías. Así da testimonio del amor de Dios. Como dice el mismo Jesús, “come y bebe”. Pero aquellos indiferentes encontraron rápidamente la explicación adecuada que les podía dejar tranquilos y que les permitía volver a lo suyo, a sus intereses. Es que Jesús era “comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. ¿Cómo iba a ser mensajero de Dios el que vivía de ese modo y se hacía amigo de gentes de mal vivir? Basta. No había necesidad de dedicar a Jesús ni un minuto de su tiempo. Era imposible que Dios se presentase así en medio de su querido pueblo de Israel. Si fuese el mensajero de Dios, se habría hecho respetar y se habría mostrado de otra manera. Que Dios tiene otro nivel. Conclusión: tranquilidad en el frente, hay que esperar a que venga otro.


La pregunta sería dónde nos situamos nosotros. Porque a veces da la impresión de que nos alineamos con ese grupo de la gente indiferente. Vamos a misa, decimos que somos cristianos y seguidores de Jesús. Pero en realidad vamos a lo nuestro. Y el mensaje de Jesús casi no nos toca ni la piel. Los mártires que hoy celebramos si dejaron que ese mensaje les tocase la piel. Y más adentro.

martes, 19 de septiembre de 2023

Martes de la 24ª semana de Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (3,1-13):

Es cierto que aspirar al cargo de obispo es aspirar a una excelente función. Por lo mismo, es preciso que el obispo sea irreprochable, que no se haya casado más que una vez; que sea sensato, prudente, bien educado, digno, hospitalario, hábil para enseñar; no dado al vino ni a la violencia, sino comprensivo, enemigo de pleitos y no ávido de dinero; que sepa gobernar bien su propia casa y educar dignamente a sus hijos. Porque, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios quien no sabe gobernar su propia casa? No debe ser recién convertido, no sea que se llene de soberbia y sea por eso condenado como el demonio. Es necesario que los no creyentes tengan buena opinión de él, para que no caiga en el descrédito ni en las redes del demonio. Los diáconos deben, asimismo, ser respetables y sin doblez, no dados al vino ni a negocios sucios; deben conservar la fe revelada con una conciencia limpia. Que se les ponga a prueba primero y luego, si no hay nada que reprocharles, que ejerzan su oficio de diáconos. Las mujeres deben ser igualmente respetables, no chismosas, juiciosas y fieles en todo. Los diáconos, que sean casados una sola vez y sepan gobernar bien a sus hijos y su propia casa. Los que ejercen bien el diaconado alcanzarán un puesto honroso y gran autoridad para hablar de la fe que tenemos en Cristo Jesús.

Palabra de Dios

Salmo  100 R/. Danos, Señor, tu bondad y tu justicia

santo Evangelio según san Lucas (7,11-17):

En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.

Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»

Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús: «Joven, yo te lo mando: levántate.»

Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.

Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.»

La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.

Palabra del Señor

Compartimos:

El Evangelio de hoy dice que Jesús sintió “lástima” al ver a la viuda que llevaba a enterrar a su hijo. No es una palabra que hoy tenga mucha prestancia. Parece que no está de moda. Pero no es más que una forma de hablar de “empatía”. Diría que lástima, compasión, empatía son las grandes virtudes de Jesús. Una característica de su carácter, que, como todo en Jesús, nos manifiesta el modo de ser de Dios. Dios empatiza con nosotros. Tiene compasión de nosotros. Dicho de otro modo es capaz de sentir con nosotros, de experimentar nuestros mismos sentimientos de dolor, de alegría, de duda, de confusión, de ira. Dios sabe lo que sentimos y está con nosotros. Es capaz de comprendernos no como quien analiza un objeto en el microscopio sino como quien se acerca y mira en lo profundo y es capaz de ponerse en los pies del otro. Así es Jesús. Y así es el Dios que se nos manifiesta en Jesús.

Empatizar, sentir de esa manera con el otro, debería ser –seguro que ya es– una de las características más fundamentales y básicas de nuestra vida cristiana. Al otro somos capaces de mirarle a los ojos, vemos su realidad, su ser persona, su dignidad. El otro no es una cosa, una masa con la que nos tropezamos sino una persona, un hijo o hija de Dios, un hermano o hermana. Ante esa relación no importa su ideología, su religión, su raza, su tendencia sexual. Ni siquiera importa su pecado (¿quién soy yo para decir que el otro es pecador?). Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Al otro le miro a los ojos y comprendo lo que está pasando. Empatizo. Sus alegrías son las mías. Sus penas me duelen a mí. Y a partir de ahí actúo, movido, como Jesús, por la lástima, por la compasión.

Igual no podemos hacer un milagro como Jesús. No podemos devolver la vida a los muertos. Pero podemos, con seguridad, acompañar, escuchar, estar atentos a las necesidades de los que nos rodean. No se trata de dar dinero, de compartir nuestros bienes, aunque a veces sí será necesario. Primero es el tiempo, la compañía, la cercanía, la escucha. Y estoy seguro de que ahí podemos estar todos, como Jesús, llenos de compasión. Sin mirar para otro lado, que está feo en hermanos.


lunes, 18 de septiembre de 2023

Lunes de la 24ª semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (2,1-8):

Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno, y de este testimonio –digo la verdad, no miento– yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones.

Palabra de Dios

Salmo 27 R/. Salva, Señor, a tu pueblo

 Santo Evangelio según san Lucas (7,1-10):

En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaum. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado, a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado.

Ellos presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.»

Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: "ve", y va; al otro: "ven", y viene; y a mi criado: "haz esto", y lo hace.»

Al oír esto, Jesús se admiró de él, y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.»

Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Palabra del Señor

Compartimos:

Un Evangelio, un relato de un milagro de Jesús. Interesantes los diálogos. Interesante la forma de interceder de los ancianos judíos que se presentan ante Jesús: “Merece que se lo concedas”. El centurión se había portado bien con ellos. Les ha ayudado a construir la sinagoga. El centurión ha hecho méritos para merecer el favor de Dios, que se manifiesta en Jesús. El centurión tiene otras razones. Sencillamente cree en el poder de Dios que se hace presente en Jesús. No alega sus méritos ante Jesús. Simplemente se sitúa humildemente ante Jesús y deja que éste haga o no haga. Jesús hace el milagro, cura al criado enfermo pero no lo hace por los méritos del centurión sino por su fe. Una fe que no ha encontrado en todo Israel.

El tema de los méritos es importante. Todavía hay cristianos que piensan que a lo largo de la vida tenemos que ir haciendo “méritos” ante Dios para conseguir la salvación, la curación, la solución de problemas, etc. Esos méritos se conseguirían a base de sacrificios, oraciones repetidas interminablemente, limosnas, misas asistidas y cosas por el estilo. Todo eso nos terminaría creando una especie de “derechos” ante Dios. Así nos aseguraríamos la salvación y el favor de Dios.

Pero en el mensaje de Jesús no es eso lo que nos encontramos. Y, para ser realistas, ni siquiera en la relaciones humanas. El amor es siempre gratuito, sin condiciones. Así es como nos ama Dios a nosotros que somos sus creaturas. No hay “méritos” que valgan. No hay derechos adquiridos. Solo hay amor, gratuidad, regalo. El centurión no construyó la sinagoga –esperamos– por razones políticas: para ganarse el afecto del pueblo judío ni para conseguir la paz social. Es más sencillo: construyó la sinagoga porque tenía afecto al pueblo. Lo hizo gratuitamente. Y gratuitamente, sin condiciones, por puro amor, Jesús respondió a su fe y a su plegaria. Porque así es Dios. Porque así nos ama Dios.

domingo, 17 de septiembre de 2023

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Plaza de San Pedro

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Hoy el Evangelio nos habla de perdón (cfr Mt 18,21-35). Pedro pregunta a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» (v. 21).

Siete, en la Biblia, es un número que indica plenitud, y por tanto Pedro es muy generoso en los presupuestos de su pregunta. Pero Jesús va más allá y le responde: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (v. 22). Es decir, le dice que cuando se perdona no se calcula, que está bien perdonar ¡todo y siempre! Precisamente como hace Dios con nosotros, y como está llamado a hacer quien administra el perdón de Dios: perdonar siempre. Yo esto lo digo mucho a los sacerdotes, a los confesores: perdonad siempre como perdona Dios.

Jesús ilustra después esta realidad a través de una parábola, que también tiene que ver con los números. Un rey, después de que le suplicara, perdona a un siervo la deuda de 10.000 talentos: es un valor exagerado, inmenso, que oscila entre las 200 y las 500 toneladas de plata: exagerado. Era una deuda imposible de saldar, incluso trabajando una vida entera: y sin embargo ese señor, que hace referencia a nuestro Padre, lo perdona por pura «compasión» (v. 27). Este es el corazón de Dios: perdona siempre porque Dios es compasivo. No olvidemos cómo es Dios: es cercano, compasivo y tierno; así es la forma de ser de Dios. Después, este siervo, al cual se le había perdonado la deuda, no tiene ninguna misericordia con un compañero que le debe 100 denarios. También esta es una cifra consistente, equivalente a cerca de tres meses de sueldo - ¡como diciendo que perdonarnos entre nosotros cuesta! -, pero para nada comparable con la cifra precedente, que el señor había perdonado.

El mensaje de Jesús es claro: Dios perdona de forma incalculable, excediendo cualquier medida. Él es así, actúa por amor y por gratuidad. Dios no se compra, Dios es gratuito, es todo gratuidad. Nosotros no podemos repagarlo pero, cuando perdonamos al hermano o a la hermana, lo imitamos. Perdonar no es por tanto una buena acción que se puede hacer o no hacer: perdonar es una condición fundamental para quien es cristiano. Cada uno de nosotros, de hecho, es un “perdonado” o una “perdonada”: no olvidemos esto, nosotros somos perdonados, Dios ha dado la vida por nosotros y de ninguna forma podremos compensar su misericordia, que Él no retira nunca del corazón. Pero, correspondiendo a su gratuidad, es decir perdonándonos unos a otros, podemos testimoniarlo, sembrando vida nueva en torno a nosotros. Fuera del perdón, de hecho, no hay esperanza; fuera del perdón no hay paz. El perdón es el oxígeno que purifica el aire contaminado por el odio, el perdón es el antídoto que cura los venenos del rencor, es el camino para calmar la rabia y sanar tantas enfermedades del corazón que contaminan la sociedad.

Preguntémonos, entonces: ¿yo creo que he recibido de Dios el don de un perdón inmenso? ¿Advierto la alegría de saber que Él siempre está preparado para perdonarme cuando caigo, también cuando los otros no lo hacen, también cuando ni siquiera yo logro perdonarme a mí mismo? Él perdona: ¿creo que Él perdona? Y ¿sé perdonar a su vez a quien me ha hecho daño? Al respecto, quisiera proponeros un pequeño ejercicio: intentemos, ahora, cada uno de nosotros, pensar en una persona que nos ha herido, y pidamos al Señor la fuerza para perdonarla. Y perdonémosla por amor del Señor: hermanos y hermanas esto nos hará bien, nos devolverá la paz en el corazón.

María, Madre de Misericordia, nos ayude a acoger la gracia de Dios y a perdonarnos los unos a los otros.

¡Queridos hermanos y hermanas!

El viernes iré a Marsella para participar en la conclusión de los Rencontres Méditerranéennes, una bonita iniciativa que se desarrolla en diferentes ciudades del Mediterráneo, reuniendo responsables eclesiales y civiles para promover caminos de paz, de colaboración y de integración en torno al mare nostrum, con una atención especial al fenómeno migratorio. Esto representa una desafío no fácil, como vemos también en las crónicas de estos días, pero que debe ser afrontado juntos, en cuanto que es esencial para el futuro de todos, que solo será próspero si se construye sobre la fraternidad, poniendo en el primer puesto la dignidad humana, las personas concretas, sobre todo las más necesitadas. Mientras os pido que acompañéis este viaje con la oración, quisiera dar las gracias a las autoridades civiles y religiosas, y a cuantos están trabajando para preparar el encuentro en Marsella, ciudad rica de pueblos, llamada a ser puerto de esperanza. Ya desde ahora saludo a todos los habitantes, esperando encontrar a muchos queridos hermanos y hermanas.

Y os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia  y de varios países, en particular los representantes de algunas parroquias en Miami, la Banda de Gaitas del Batallón de San Patricio, los fieles de Pieve del Cairo y de Castelnuovo Scrivia, las Hermanas Misioneras del Santísimo Redentor de la Iglesia greco-católica ucraniana. Y seguimos rezando por el martirizado pueblo ucraniano y por la paz en toda tierra ensangrentada por la guerra.

¡Y saludo a los chicos de la Inmaculada!

A todos os deseo un feliz domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

sábado, 16 de septiembre de 2023

Domingo 24º del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (27,33–28,9):

Furor y cólera son odiosos; el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.

Palabra de Dios

Salmo 102,R/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (14,7-9):

Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Mateo (18,21-35):

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»

Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Palabra del Señor

Compartimos:

La parábola del Evangelio no nos deja indiferente. A cualquier persona con algo de sentido común le suena mal la actitud del siervo desagradecido. Le perdonan una cantidad inimaginable, porque sí, porque le dio lástima al señor, y a él le cuesta perdonar una pequeña cantidad. Es verdad que no hay razones para perdonar, como no hay razones para creer. Es un don, un regalo. Se puede pedir, pero no tenemos derecho a recibirlo. Es como la fe.

La reacción de los compañeros es normal. Ante la actuación desproporcionada – estrangular a su deudor – van a contárselo al señor. Y éste actúa en consecuencia. Siervo malvado. Ese desagradecido pierde todo lo que había recibido, por no saber apreciarlo. Nosotros habríamos hecho lo mismo.

Pero si lo pensamos bien, quizá más de una vez nos hemos portado como el estrangulador. Recordemos cuántas veces hemos recibido el perdón por nuestros (muchos) pecados, de la mano del sacerdote, y, sin tardar demasiado, hemos cometido alguna injusticia contra nuestros hermanos. Nos parece que es normal que nos perdonen, porque somos nosotros. Pero cuando hablamos de las ofensas recibidas, es otro cantar. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Esas palabras deberían resonar con fuerza en nuestro corazón. ¿Somos compasivos o no?

Cada día rezamos la oración del Padre Nuestro, puede que varias veces. Y pedimos que se nos perdonen las ofensas, como también nosotros perdonamos a lo que nos ofenden.  Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano. Nos lo recuerda Jesús en el Evangelio. De cómo perdono yo, depende el cómo me perdonen a mí.

Es muy útil corregir y dejarse corregir. Pero, quizá, no hay mayor alegría que saber perdonar y sentirse perdonado. Tenemos un Padre bueno, siempre dispuesto a darnos otra oportunidad. Pero nosotros debemos ser consecuentes. Perdonar como Dios nos perdona. Setenta veces siete, y las que haga falta. Siempre. Para ser, un poquito, como Dios.

Sábado de la 23ª semana del Tiempo Ordinario

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,15-17):

Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios

Salmo 112,R/. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre

Santo Evangelio según san Lucas (6,43-49):

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo? El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó y quedó hecha una gran ruina.»

Palabra del Señor

COMPARTIMOS:

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy casi no precisan comentario. Basta con separarlas en párrafos diferentes, y compararlas con nuestra vida. Cada árbol se conoce por su fruto.

Lo que rebosa el corazón, lo habla la boca. ¿De qué hablo con mi familia? ¿Con mis amigos? ¿Con mis compañeros de trabajo? ¿Sale alguna vez en esas conversaciones el nombre de Dios? Puede ser que, en alguna ocasión, haya que dar testimonio de nuestra fe. Cuando se habla del aborto, de las relaciones prematrimoniales, de la situación política, de la forma de llevar a cabo nuestro trabajo, con responsabilidad o sin ella… Si a lo largo del día no pronuncio el nombre de Dios ni una sola vez, a lo peor en mi corazón él ocupa muy poco espacio.

¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? Más o menos, sabemos lo que tenemos que hacer. Hemos leído algo del Catecismo, conocemos los Mandamientos, los de la ley de Dios y los de la Iglesia, recibimos varios sacramentos con regularidad… Podemos decir que es nuestro Señor. Y, sin embargo, seguimos fallándole. Seguimos sin ser capaces de vivir nuestra fe con coherencia. Escuchamos lo que dice Cristo, pero no lo ponemos en práctica. Por lo menos, no siempre, ni como deberíamos. Menos mal que siempre nos queda la misericordia de Dios.

Y, lo fundamental en toda construcción, los cimientos. ¿Cuáles son los cimientos de mi vida? ¿Y los cimientos de mi fe? En el mundo hay unos valores, que no siempre son los mismos que predica Jesús. Muchas veces, para soportar los envites de la vida, necesitamos un apoyo firme. La riqueza, el prestigio, el figurar, el poder, el “trepar” cueste lo que cueste… Son bases que no duran mucho. Todo está relacionado. Si queremos dar frutos buenos, debemos tener buenas raíces. Los demás ven cómo vivo, cómo reacciono ante los problemas, cómo interactúo con mis vecinos. Eso no se puede disimular mucho tiempo. Si estoy arraigado en Cristo, viviré y actuaré como Cristo. Si mis raíces están hundidas en arena, entonces, mal voy.

Para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Eso escribe Pablo en la primera lectura. Ojalá nosotros podamos ser también modelos para otros. Sería buena señal.