Una de las cosas que seguramente más nos molesta o nos disgusta es hacer daño a los demás. En las diferentes culturas y tradiciones, las ofensas y el perdón cobran diversos matices, pero en todas van apareciendo reglas, limites o leyes, que regulan la convivencia.
Todos recordamos en la Biblia la Ley del Talión: “ojo por ojo y diente por diente”. La primera vez que se habla de esta ley es en el famoso Código Hammurabi, elaborado por el rey de Babilonia, dieciséis siglos antes de nuestra era. Lo que intenta es incorporar algo de justicia y equidad, evitando la venganza desmesurada.
La ley del Talión determina el principio básico de la llamada “justicia retributiva”, que pasará al Derecho Romano y este tipo de justicia es la que terminó imponiéndose en la mayoría de las sociedades modernas.
En la Biblia aparece además de la Ley del Talión, la referencia a la mesura en la restitución y también la venganza desproporcionada. En el libro del Génesis, un texto conocido entre los judíos se cita el «Canto de venganza» de Lamec, un héroe del desierto, un personaje legendario. El texto nos habla del asesinato de Caín. Dice así: «Caín será vengado siete veces, pero Lamec será vengado setenta veces siete» (Gn. 4, 24).
Frente a esta cultura de la venganza sin límites, Jesús no propone perdonar no “siete veces” -como cita el mismo Pedro-, ni el “ojo por ojo” como la Ley del Talión. Jesús tomando la referencia del Canto de venganza de Lámec, de una venganza total, con la expresión “siete veces siete”, y nos propone el perdón tomando la misma expresión, pero en sentido opuesto; un perdón sin límites.
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Jesús se aleja de la lógica contractual o que mide todo con una regla y cartabón.
Lo ilustra muy bien con el ejemplo que pone sobre el reino de los cielos en el que compara a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados, y estos a su vez con sus compañeros.
Solo un corazón perdonado y agradecido puede perdonar sin límites y amar sin límites.
Os invito a que pensemos en dos pilares del amor: La incondicionalidad y la misericordia.
Incondicional
Estamos muy acostumbrados a vivir un amor de contrato: “Yo te quiero, si tu me quieres. Y sino, pues a otra cosa”. A veces sin darnos cuenta nos utilizamos, como objetos de usar y tirar.
Pero todos sabemos que el amor de verdad es un amor incondicional. En la vida vivimos experiencias de habernos sentido amados sin merecerlo, aún en situaciones donde la hemos cagado, pero bien (con perdón).
El amor de los padres hacia los hijos, de las parejas,… Ese es el amor de Dios, un amor que no te da de regreso igual que lo que tu aportas. Sino estábamos apañados. Dios nos devuelve un amor sin medida, sin límites, igual que al empleado que le debía una cantidad enorme de dinero.
Solo un corazón amado de esta forma y agradecido, puede de verdad amar así.
Misericordia
Vamos ahora con la otra faceta del amor, la misericordia. En nuestra vida, desde la lógica contractual, todas las personas llevamos una libreta con dos columnas. En una columna apuntamos los favores y cariños que nos han hecho. Esa suele ser una columna en la que a veces se nos olvida anotar.
Pero tenemos otra columna donde vamos anotando las ofensas y las cuentas del perdón. Esta lista la solemos llevar bastante actualizada y no perdonamos ni una. Nos pasa como al empleado que ve a uno de sus compañeros que le debía una miseria y, no le pasa ni una.
Solo un corazón perdonado, puede perdonar sin límites y vivir la misericordia.
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Como nos repite el salmista: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia (Salmo 102)
Solo un corazón perdonado y agradecido puede perdonar sin límites y amar sin límites.
Pidámosle a nuestra Madre María que con tanto cariño cuidó de su hijo y de tantos, que nos cubra con su manto y nos ayude a vivir este amor misericordioso e incondicional como nos mostró su Hijo.
Alberto Ares
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