viernes, 30 de abril de 2021

EL AMOR DA EL CONOCIMIENTO VERDADERO

Conocer, al menos en el sentido en que la Biblia utiliza este verbo, no es sólo tener buena información. En la Biblia, conocer es tener relaciones íntimas y personales, que suponen una entrega sin reservas: “conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín” (Gen 4,1). Así se comprende la respuesta de María cuando el ángel le anuncia que va a dar a luz un hijo: “¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1,34). María no ha tenido relaciones conyugales con José, por eso todavía no le “conoce”. ¿Y qué decir del sentido profundo de la frase de Jn 10,14-15, que aparece en el evangelio del cuarto domingo de Pascua: “conozco mis ovejas, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre” y, por eso, “doy mi vida por las ovejas”?

Jesús nos ama con un amor similar al que tiene por el Padre, por tanto, con un amor indescriptible, puro, profundo, incondicional, seguro. El mismo amor que Jesús tiene por el Padre y el Padre por Jesús, es el que tiene por cada uno de los que le siguen. Es imposible describir un amor más grande. Un amor así está siempre dispuesto a dar la vida por el amado. Y, en lo que se refiere a nuestro conocimiento de Jesús resucitado, hay que decir claramente que sólo desde el amor podemos conocerle; y sólo si le amamos, se nos da a conocer: “me daré a conocer al que me ama” (Jn 14,21). Solo el amor da el conocimiento verdadero.

Al texto de Jn 10,15, Gregorio de Nisa le saca un partido complementario, pues entiende la caridad de Jesús para con las ovejas como la mejor prueba y manifestación de su amor al Padre: “Dice el Señor: igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente: la prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir: en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre”.

En la segunda lectura de la Eucaristía de este domingo también aparece el verbo conocer: el mundo no conoce a los creyentes porque no ha conocido al Padre. En efecto, conocer a los creyentes es saber que son hijos de Dios. Y sólo conociendo al Padre se conoce a los hijos. Por eso, el mundo que no conoce a Dios no está en condiciones de conocer la realidad más profunda y constituyente de los hijos de Dios. Sólo puede conocerlos superficialmente. En el mejor de los casos puede pensar que “esos creyentes, esos que van a la Iglesia, parecen buenas personas”. Pero sólo conociendo la razón profunda de la bondad se conoce bien a la persona bondadosa. Y la razón de la bondad de los creyentes es que han recibido el mismo Espíritu del Amor que los hace hijos de Dios, que es Amor.

Martin Gelabert,O.P

jueves, 29 de abril de 2021

TEOLOGÍA DE SANTA CATALINA

   Catalina de Siena fue una mujer inflamada en el amor de Dios de una manera fuera de lo común, en el sentido incluso del «común de los santos». La presencia en su espíritu del don de sabiduría, unida a su temperamento fogoso y ardiente y a su delicada intuición femenina, dan a Catalina de Siena un modo de mirar a la Iglesia en el que se unen la simplicidad, la agudeza y una profundidad teologal que es fruto directo de la acción del Espíritu Santo en su alma. No son palabras, las suyas, propiamente «teológicas», en el sentido de un discurso racional sobre la fe, que trabajosamente avanza, analiza y deduce.

     Son, como he dicho, «teologales»: diagnostican de manera directa e inmediata y hacen que aparezca con luz inopinada y en toda su impresionante verdad los elementos del misterio de la Iglesia que en cada caso aborda.

    Para Catalina la Iglesia es, ante todo, una realidad sobrenatural, misteriosa,mística '. Pero para ella esto no significa en absoluto cosa «celeste» o desencarnada, sino la vida misma de Dios presente y operante en la historia humana. La Iglesia a la que sirve Catalina es el Cuerpo Místico de Jesucristo y la Esposa del Verbo Encarnado, que tiene toda la santidad de su Señor y Cabeza y a la vez está formada por hombres y mujeres llenos de miserias, e incluso pecados. A esa realidad concreta sobrenatural, que es la Iglesia, Catalina la amaba de la manera más entregada y llena de pasión, hasta el extremo de dar su vida por ella.

      En su lecho de muerte, a los 38 años de edad, le decía a su confesor: «si muero, sabed que muero de pasión por la Iglesia». 

miércoles, 28 de abril de 2021

El obispo de Sudán del Sur acribillado a balazos: «Los perdono a todos»

«Perdono a todos los que han cometido este acto y rezo por la gente de Rumbek para que puedan superar todo tipo de violencia y sepan recorrer un camino de paz y de justicia». Estas son las palabras que el obispo electo de Rumbek y misionero comboniano, Christian Carlassare. A pesar de la situación que vivió, Carlassare se excusa por no haber podido contestar antes. «Ayer no era capaz de responder al teléfono», escribe en un mensaje de WhatsApp desde la cama de un hospital de Nairobi (Kenia).

Tras el ataque fue operado en Sudán del Sur, pero como el país tiene uno de los sistemas más sanitario más frágiles de África, tuvo que ser trasladado en helicóptero a la capital de Kenia para poder recibir una transfusión de sangre y donde fue operado por segunda vez. «Estoy tranquilo en la cama del hospital siguiendo todas las curas. Confío en que podré recuperarme pronto», concluye.

Según ha revelado al diario Avvenire Enzo Pisani, uno de los médicos que lo han tratado, cabe la posibilidad de que el ataque, perpetrado por miembros de la etnia dinka, mayoritaria en la zona de Rumbek, tenga que ver con un conflicto tribal. «Es posible que haya creado malestar el nombramiento como obispo de un religioso que anterioridad había estado en un terreno dominado por la etnia rival [concretamente en la diócesis de Malakal]», señala Pisani, que trabaja desde 2019 en Sudán del Sur, donde coordina la ONG Médicos con África Cuamm

Oración del Papa y de los obispos del país

Por su parte, el Papa Francisco sigue las noticias relacionadas con el ataque y reza por Carlassare, ha afirmado este martes Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Su oración se suma al apoyo recibido desde otras instituciones de la Iglesia. El secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Protase Rugambwa, ha manifestado asimismo su «gran dolor». En una nota enviada a la nunciatura apostólica en el país, asegura «mi cercanía en este momento de prueba y el continuo apoyo en la oración para una pronta recuperación».  

También la Conferencia Episcopal de Sudán del Sur hizo público el lunes un comunicado relatando lo ocurrido y pidiendo oraciones a los fieles. «Un sacerdote que duerme en la habitación de al lado salió» al oír los gritos. Se encontró con dos hombres armados. «Les preguntó qué querían, pero le golpearon» para que se callara y se apartara. Los atacantes «pidieron al padre Christian que saliera, y delante de su habitación le dispararon en las dos piernas y huyeron».  

Fuera del ámbito eclesial, el presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir, ha pedido a las autoridades locales una rápida investigación que lleve a la detención de los criminales. De momento, han sido arrestadas 24 personas. «Las autoridades no permitirán que las acciones de unos pocos criminales condicionen los planes de la Iglesia». 

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

Biblioteca del Palacio Apostólico

Catequesis 31. La meditación

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy hablamos de esa forma de oración que es la meditación. Para un cristiano “meditar” es buscar una síntesis: significa ponerse delante de la gran página de la Revelación para intentar hacerla nuestra, asumiéndola completamente. Y el cristiano, después de haber acogido la Palabra de Dios, no la tiene cerrada dentro de sí, porque esa Palabra debe encontrarse con «otro libro», que el Catecismo llama «el de la vida» (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2706). Es lo que intentamos hacer cada vez que meditamos la Palabra.

La práctica de la meditación ha recibido en estos años una gran atención. De esta no hablan solamente los cristianos: existe una práctica meditativa en casi todas las religiones del mundo. Pero se trata de una actividad difundida también entre personas que no tienen una visión religiosa de la vida. Todos necesitamos meditar, reflexionar, reencontrarnos a nosotros mismos, es una dinámica humana. Sobre todo, en el voraz mundo occidental se busca la meditación porque esta representa un alto terraplén contra el estrés cotidiano y el vacío que se esparce por todos lados. Ahí está, por tanto, la imagen de jóvenes y adultos sentados en recogimiento, en silencio, con los ojos medio cerrados… Pero podemos preguntarnos: ¿qué hacen estas personas? Meditan. Es un fenómeno que hay que mirar con buenos ojos: de hecho nosotros no estamos hechos para correr en continuación, poseemos una vida interior que no puede ser siempre pisoteada. Meditar es por tanto una necesidad de todos. Meditar, por así decir, se parecería a detenerse y respirar hondo en la vida.

Pero nos damos cuenta que esta palabra, una vez acogida en un contexto cristiano, asume una especificidad que no debe ser cancelada. Meditar es una dimensión humana necesaria, pero meditar en el contexto cristiano va más allá: es una dimensión que no debe ser cancelada. La gran puerta a través de la cual pasa la oración de un bautizado —lo recordamos una vez más— es Jesucristo. Para el cristiano la meditación entra por la puerta de Jesucristo. También la práctica de la meditación sigue este sendero. Y el cristiano, cuando reza, no aspira a la plena transparencia de sí, no se pone en búsqueda del núcleo más profundo de su yo. Esto es lícito, pero el cristiano busca otra cosa. La oración del cristiano es sobre todo encuentro con el Otro, con el Otro pero con la O mayúscula: el encuentro trascendente con Dios. Si una experiencia de oración nos dona la paz interior, o el dominio de nosotros mismos, o la lucidez sobre el camino que emprender, estos resultados son, por así decir, efectos colaterales de la gracia de la oración cristiana que es el encuentro con Jesús, es decir meditar es ir al encuentro con Jesús, guiados por una frase o una palabra de la Sagrada Escritura.  

El término “meditación” a lo largo de la historia ha tenido significados diferentes. También dentro del cristianismo se refiere a experiencias espirituales diferentes. Sin embargo, se pueden trazar algunas líneas comunes, y en esto nos ayuda también el Catecismo, que dice así: «Los métodos de meditación son tan diversos como diversos son los maestros espirituales. […] Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús» (n. 2707). Y aquí se señala un compañero de camino, uno que nos guía: el Espíritu Santo. No es posible la meditación cristiana sin el Espíritu Santo. Es Él quien nos guía al encuentro con Jesús. Jesús nos había dicho: “Os enviaré el Espíritu Santo. Él os enseñará y os explicará. Os enseñará y os explicará”. Y también en la meditación, el Espíritu Santo es la guía para ir adelante en el encuentro con Jesucristo.

Por tanto, son muchos los métodos de meditación cristiana: algunos muy sobrios, otros más articulados; algunos acentúan la dimensión intelectual de la persona, otros más bien la afectiva y emotiva. Son métodos. Todos son importantes y todos son dignos de ser practicados, en cuanto que pueden ayudar a la experiencia de la fe a convertirse en un acto total de la persona: no reza solo la mente, reza todo el hombre, la totalidad de la persona, como no reza solo el sentimiento. En la antigüedad se solía decir que el órgano de la oración es el corazón, y así explicaban que es todo el hombre, a partir de su centro, del corazón, que entra en relación con Dios, y no solamente algunas facultades suyas. Por eso se debe recordar siempre que el método es un camino, no una meta: cualquier método de oración, si quiere ser cristiano, forma parte de esa sequela Christi que es la esencia de nuestra fe. Los métodos de meditación son caminos a recorrer para llegar al encuentro con Jesús, pero si tú te detienes en el camino y miras solamente el camino, no encontrarás nunca a Jesús. Harás del camino un dios, pero el camino es un medio para llevarte a Jesús. El Catecismo precisa: «La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los misterios de Cristo”» (n. 2708).

Esta es por tanto la gracia de la oración cristiana: Cristo no está lejos, sino que está siempre en relación con nosotros. No hay aspecto de su persona divino-humana que no pueda convertirse para nosotros en lugar de salvación y de felicidad. Cada momento de la vida terrena de Jesús, a través de la gracia de la oración, se puede convertir para nosotros en contemporáneo, gracias al Espíritu Santo, la guía. Pero vosotros sabéis que no se puede rezar sin la guía del Espíritu Santo. ¡Es Él quien nos guía! Y gracias al Espíritu Santo, también nosotros estamos presentes en el río Jordán, cuando Jesús se sumerge en él para recibir el bautismo. También nosotros somos comensales de las bodas de Caná, cuando Jesús dona el vino más bueno para la felicidad de los esposos, es decir, es el Espíritu Santo quien nos une con estos misterios de la vida de Cristo porque en la contemplación de Jesús hacemos experiencia de la oración para unirnos más a Él. También nosotros asistimos asombrados a las muchas sanaciones realizadas por el Maestro. Tomamos el Evangelio, hacemos la meditación de esos misterios del Evangelio y el Espíritu nos guía para estar presentes ahí. Y en la oración —cuando rezamos— todos nosotros somos como el leproso purificado, el ciego Bartimeo que recupera la vista, Lázaro que sale del sepulcro… También nosotros somos sanados en la oración como fue sanado el ciego Bartimeo, ese otro, el leproso... También nosotros hemos resucitado, como resucitó Lázaro, porque la oración de meditación guiada por el Espíritu Santo, nos lleva a revivir estos misterios de la vida de Cristo y a encontrarnos con Cristo y a decir, con el ciego: “Señor, ¡ten piedad de mí! Ten piedad de mí” — “¿Y qué quieres?” — “Ver, entrar en ese diálogo”. Y la meditación cristiana, guiada por el Espíritu nos lleva este diálogo con Jesús. No hay página del Evangelio en la que no haya lugar para nosotros. Meditar, para nosotros cristianos, es una forma de encontrar a Jesús. Y así, solo así, reencontrarnos con nosotros mismos. Y esto no es un encerrarnos en nosotros mismos, no: ir a Jesús y en Jesús encontrarnos a nosotros mismos, sanados, resucitados, fuertes por la gracia de Jesús. Y encontrar a Jesús salvador de todos, también mío. Y esto gracias a la guía del Espíritu Santo.

Saludos:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que nos envíe el Espíritu Santo para poder meditar su Palabra, para hacerla vida en nosotros y así poder anunciarla con alegría a quienes nos rodean. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Queridos hermanos y hermanas:

Reflexionamos hoy sobre la meditación como forma de oración. Para los cristianos, meditar significa encontrarse con Cristo, acoger sus palabras y confrontarlas con la propia vida. Hay muchos métodos de meditación cristiana que pueden ayudarnos en el seguimiento del Señor. Algunos de estos métodos acentúan más la dimensión intelectual, otros los afectos y sentimientos. Pero no debemos olvidar que el método es solamente un medio, no una meta, lo importante es que propicie el encuentro con Jesús, y sólo así podremos encontrarnos con nosotros mismos.

La práctica de la meditación está presente en todas las religiones del mundo, e incluso entre personas que no tienen una visión religiosa de la vida. Es un fenómeno que nos demuestra que todos poseemos una interioridad, que todos necesitamos espacios de silencio para meditar y reflexionar, para conocernos y dar respuesta a nuestros interrogantes más profundos.

La meditación moviliza el pensamiento, la imaginación, la emoción, el deseo. Y eso nos ayuda a profundizar en las convicciones de fe, suscita la conversión de nuestro corazón y nos fortalece para seguir a Cristo. Cada momento de la vida de Jesús, cada página del Evangelio puede ser para nosotros objeto de meditación, lugar de encuentro con el Señor y espacio de felicidad y salvación.

martes, 27 de abril de 2021

Vitoria invita a los matrimonios de la diócesis a «asentar la alegría en la vida familiar» de la mano del profesor Javier Ros

La Delegación de Familias y el Seminario de Vitoria organizan para este sábado  1 de mayo una conferencia en el Palacio de Congresos Europa con el profesor de la Universidad Católica de Valencia y miembro del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II de Madrid, Javier Ros Codoñer, experto en  asuntos familiares.

Bajo el título La alegría del amor conyugal, este experto en asuntos familiares, casado, padre de cinco hijos y autor de  numerosas publicaciones y estudios sobre la familia, abordará el contexto actual de las comunidades domésticas, cómo han afectado en ellas las  largas semanas de confinamiento y la crisis generada por la pandemia. 

Durante la conferencia, según nos dicen desde la delegación de medios de comunicación social de la diócesis vasca, Ros profundizará en el crecimiento de un amor fiel y comprometido a través de la paternidad responsable,  donde el matrimonio sea ejemplo para los hijos y donde todos hagan del hogar un  espacio lleno de ternura, comprensión, dialogo y colaboración.

«Se ha confirmado que la  familia ha sido la célula básica de la sociedad durante el periodo de confinamiento  provocado por la pandemia por lo que su importancia es vital y una realidad a proteger»,  resalta Javier Ros quien añade que «ciertamente todos los matrimonios pasan por  situaciones difíciles en la cotidianidad, pero hay que trabajar con esperanza y superar las  dificultades para asentar la alegría en el gran proyecto familiar». De todo esto hablará el  conferenciante apoyado en las históricas catequesis de Juan Pablo II sobre el matrimonio  y en las enseñanzas del Papa Francisco con su Exhortación Apostólica Amoris Laetitia,  que cumple este año su quinto aniversario y por el cual la Santa Sede ha convocado un  año especial –del 19 de marzo 2021 al 26 de junio 2022– dedicado a profundizar en la  belleza y en el amor dentro de las familias. 

Tal y como informan desde la diócesis, la asistencia a la conferencia es gratuita. Para controlar el aforo se deberá rellenar la ficha de inscripción en la página web de la diócesis antes del 30 de abril.

domingo, 25 de abril de 2021

PAPA FRANCISCO REGINA C0ELI

Plaza de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este cuarto domingo de Pascua, llamado domingo del Buen Pastor, el Evangelio (Jn 10,11-18) presenta a Jesús como el verdadero pastor, que defiende, conoce y ama a sus ovejas.

A Él, Buen Pastor, se opone el “asalariado”, a quien no le importan las ovejas, porque no son suyas. Hace este trabajo solo por la paga, y no se preocupa de defenderlas: cuando llega el lobo huye y las abandona (cfr vv. 12-13). Jesús, sin embargo, pastor verdadero, nos defiende siempre, nos salva en muchas situaciones difíciles, situaciones peligrosas, mediante la luz de su palabra y la fuerza de su presencia, que nosotros experimentamos siempre y, si queremos escuchar, todos los días.

El segundo aspecto es que Jesús, pastor bueno, conoce - el primer aspecto: defiende, el segundo: conoce - a sus ovejas y las ovejas le conocen a Él (v. 14). ¡Qué bonito y consolador es saber que Jesús nos conoce a cada uno, que no somos anónimos para Él, que nuestro nombre le es conocido! Para Él no somos “masa”, “multitud”, no. Somos personas únicas, cada uno con la propia historia, [y Él] nos conoce a cada uno con la propia historia, cada uno con el propio valor, tanto como criatura como redimido por Cristo. Cada uno de nosotros puede decir: ¡Jesús me conoce! Es verdad, es así: Él nos conoce como nadie más. Solo Él sabe qué hay en nuestro corazón, las intenciones, los sentimientos más escondidos. Jesús conoce nuestras fortalezas y nuestras debilidades, y está siempre preparado para cuidar de nosotros, para sanar las llagas de nuestros errores con la abundancia de su misericordia. En Él se realiza plenamente la imagen del pastor del pueblo de Dios, que habían delineado los profetas: Jesús se preocupa por sus ovejas, las reúne, venda la que está herida, cura la que está enferma. Así podemos leerlo en el Libro del profeta Ezequiel (cfr Ez 34,11-16).

Por tanto, Jesús Buen Pastor defiende, conoce, y sobre todo ama a sus ovejas. Y por esto da la vida por ellas (cfr Jn 10,15). El amor por las ovejas, es decir por cada uno de nosotros, le lleva a morir en la cruz, porque esta es la voluntad del Padre, que nadie se pierda. El amor de Cristo no es selectivo, abraza a todos. Nos lo recuerda Él mismo en el Evangelio de hoy, cuando dice: «También tengo otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10,16). Estas palabras dan fe de su inquietud universal: Él es pastor de todos. Jesús quiere que todos puedan recibir el amor del Padre y encontrar a Dios.

Y la Iglesia está llamada a llevar adelante esta misión de Cristo. Además de los que frecuentan nuestras comunidades, hay muchas personas, la mayoría, que lo hacen solo en casos particulares o nunca. Pero no por esto no son hijos de Dios: el Padre confía todos a Jesús Buen Pastor, que ha dado la vida por todos.

Hermanos y hermanas, Jesús defiende, conoce y ama a todos nosotros. María Santísima nos ayude a acoger y seguir nosotros los primeros al Buen Pastor, para cooperar con alegría a su misión.

¡Queridos hermanos y hermanas!

El viernes pasado, en Santa Cruz del Quiché, en Guatemala, fueron beatificados José María Gran Cirera y nueve compañeros mártires. Se trata de tres sacerdotes y siete laicos de la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, asesinados entre 1980 y 1991, tiempo de persecución contra la Iglesia católica comprometida en la defensa de los pobres. Animados por la fe en Cristo, fueron heroicos testigos de justicia y de amor. Su ejemplo nos haga más generosos y valientes en el vivir el Evangelio. ¡Y un aplauso para los nuevos beatos!

Expreso mi cercanía a la población de las Islas de San Vicente y las Granadinas, donde una erupción volcánica está provocando graves daños e inconvenientes. Aseguro mi oración y bendigo a todos los que prestan ayuda y asistencia.

Y estoy cerca también de las víctimas del incendio de un hospital para los enfermos de Covid en Bagdad. Hasta este momento son ochenta y dos muertos. Rezamos por todos.

Os confieso que estoy muy afligido por la tragedia que una vez más se produjo en los días pasados en el Mediterráneo. Ciento treinta inmigrantes han muerto en el mar. Son personas, son vidas humanas, que durante dos días enteros han implorado en vano ayuda, una ayuda que no ha llegado. Hermanos y hermanas, interroguémonos todos sobre esta enésima tragedia. Es el momento de la vergüenza. Recemos por estos hermanos y hermanas, y por muchos que siguen muriendo en estos dramáticos viajes. Recemos también por aquellos que pueden ayudar, pero prefieren mirar para otro lado. Rezamos en silencio por ellos.

Se celebra hoy en toda la Iglesia la Jornada mundial de oración por las vocaciones, que tiene como tema «San José: El sueño de la vocación». Damos gracias al Señor porque sigue suscitando en la Iglesia personas que por amor a Él se consagran al anuncio del Evangelio y al servicio de los hermanos. Y hoy, en particular, damos las gracias por los nuevos sacerdotes que he ordenado hace poco en la Basílica de San Pedro… No sé si están aquí… Y pedimos al Señor que mande buenos obreros a trabajar en su campo y multiplique las vocaciones a la vida consagrada.

Y ahora os saludo de corazón a todos vosotros, romanos y peregrinos. En particular, saludo a los familiares y los amigos de los nuevos sacerdotes; como también a la comunidad del Pontificio Colegio Germánico Húngaro, que esta mañana ha hecho la tradicional peregrinación de las Siete Iglesias.

A todos os deseo un feliz domingo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO,SANTA MISA CON ORDENACIONES SACERDOTALES

Queridos hermanos, estos hijos nuestros han sido llamados a la orden del presbiterio. Consideremos cuidadosamente a qué ministerio serán elevados en la Iglesia.

Como saben, hermanos, el Señor Jesús es el único sumo sacerdote del Nuevo Testamento; pero en él también todo el pueblo santo de Dios fue constituido pueblo sacerdotal. Sin embargo, entre todos sus discípulos, el Señor Jesús quiso elegir a algunos en particular, para que ejerciendo públicamente el oficio sacerdotal en la Iglesia en su nombre a favor de todos los hombres, continuaran su misión personal como maestro, sacerdote y pastor.

Después de una reflexión madura, estamos ahora a punto de elevar a estos hermanos a la orden de presbíteros, para que en el servicio de Cristo maestro, sacerdote y pastor colaboren en la edificación del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, en el pueblo de Dios. y el santo templo del Espíritu.

En cuanto a ustedes, amados hijos, que están a punto de ascender a la orden del presbiterio, consideren que ejerciendo el ministerio de la sagrada doctrina participarán en la misión de Cristo, único maestro. Serán pastores como él, esto es lo que él quiere de ustedes. Pastores. Pastores del santo pueblo fiel de Dios Pastores que van con el pueblo de Dios: a veces delante del rebaño, a veces en el medio o detrás, pero siempre ahí, con el pueblo de Dios.

En un tiempo, en el lenguaje del pasado, se hablaba de "carrera eclesiástica", que no tenía el mismo significado que tiene hoy. Esto no es una "carrera": es un servicio, un servicio como el que Dios ha hecho a su pueblo. Y este servicio de Dios a su pueblo tiene "huellas", tiene un estilo, un estilo que debes seguir. Estilo de cercanía, estilo de compasión y estilo de ternura. Este es el estilo de Dios: cercanía, compasión, ternura.

Los alrededores. Los cuatro barrios del cura son cuatro. Cercanía a Dios en la oración, en los sacramentos, en la Misa. Habla con el Señor, acércate al Señor. Se acercó a nosotros en su Hijo. Toda la historia de su Hijo. Él también ha estado cerca de ustedes, de cada uno de ustedes, en el camino de su vida hasta este momento. Incluso en los malos tiempos del pecado, estuvo ahí. Cercanía. Esté cerca del santo pueblo fiel de Dios, pero antes que nada cerca de Dios, con la oración. Un sacerdote que no reza apaga lentamente el fuego del Espíritu interior. Cercanía a Dios.

Segundo: cercanía al Obispo, y en este caso al "Vice-Obispo". Mantente cerca, porque en el Obispo tendrás unidad. Ustedes son, no me refiero a siervos, son siervos de Dios, sino colaboradores del Obispo. Cercanía. Recuerdo una vez, hace mucho tiempo, a un sacerdote que tuvo la desgracia - por así decirlo - de hacer un "desliz" ... Lo primero que tenía en mente era llamar al Obispo. Incluso en los malos momentos llama al obispo para que esté cerca de él. Cercanía a Dios en la oración, cercanía al Obispo. “Pero no me gusta este obispo…”. Pero es tu padre. "Pero este obispo me trata mal ...". Sea humilde, vaya al Obispo.

Tercero: cercanía entre ustedes. Y te sugiero una resolución para hacer este día: nunca hables mal de un hermano sacerdote. Si tienes algo en contra de otro, sé hombre, tienes pantalones: ve ahí y díselo en la cara. "Pero esto es algo muy malo ... no sé cómo se lo tomará ...". Ve al obispo, que te ayuda. Pero nunca, nunca chismes. No seas hablador. No caigas en el chisme. Unidad entre vosotros: en el consejo presbiteral, en las comisiones, en el trabajo. Cercanía entre usted y el obispo.

Y cuarto: para mí, después de Dios, la cercanía más importante es el santo pueblo fiel de Dios. Ninguno de ustedes estudió para ser sacerdote. Has estudiado las ciencias eclesiásticas, como dice la Iglesia que se debe hacer. Pero tú fuiste escogido, tomado del pueblo de Dios. El Señor le dijo a David: "He quitado el rebaño de ti". No olvides de dónde vienes: de tu familia, de tu gente ... No pierdas el sentido del pueblo de Dios. Pablo le dijo a Timoteo: "Acuérdate de tu madre, de tu abuela ...". Sí, de dónde vienes. Y ese pueblo de Dios ... El autor de la Carta a los Hebreos dice: "Acuérdate de los que te introdujeron en la fe". ¡Sacerdotes del pueblo, no clérigos del estado!

Las cuatro cercanías del sacerdote: cercanía con Dios, cercanía con el Obispo, cercanía entre ustedes, cercanía con el pueblo de Dios. El estilo de cercanía que es el estilo de Dios. Pero el estilo de Dios es también un estilo de compasión y de ternura. No cierres tu corazón a los problemas. ¡Y verás tantos! Cuando la gente viene a contarte sus problemas ya que te acompañen… Pierdes el tiempo escuchando y consolando. La compasión, que te lleva al perdón, a la misericordia. Por favor: ten piedad, perdona. Porque Dios todo lo perdona, nunca se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Cercanía y compasión. Pero tierna compasión, con esa ternura de familia, de hermanos, de padre ... con esa ternura que te hace sentir que estás en la casa de Dios.

Les deseo este estilo, este estilo que es el estilo de Dios.

Y luego les mencioné algo en la Sacristía, pero me gustaría mencionarlo aquí ante el pueblo de Dios, por favor, apártense de la vanidad, del orgullo del dinero. El diablo entra "de los bolsillos". Piensa sobre esto. Sed pobres, como son pobres los santos fieles de Dios, pobres que aman a los pobres. No sean escaladores. La "carrera eclesiástica" ... Entonces te conviertes en funcionario, y cuando un sacerdote empieza a ser emprendedor, tanto en la parroquia como en el colegio ..., esté donde esté, pierde esa cercanía con la gente, pierde esa pobreza que lo asemeja a Cristo pobre y crucificado, y se convierte en empresario, en sacerdote empresario y no en sirviente. Escuché una historia que me conmovió. Un sacerdote muy inteligente, muy práctico, muy capaz, que tenía muchas administraciones en sus manos, pero tenía el corazón apegado a ese oficio un día, porque vio que uno de sus empleados, un anciano, se había equivocado, lo regañó, lo echó. Y ese anciano murió por eso. Ese hombre había sido ordenado sacerdote y terminó como un despiadado hombre de negocios. Siempre tenga esta imagen, siempre tenga esta imagen.

Pastores cercanos a Dios, al Obispo, entre ustedes y al pueblo de Dios Pastores: servidores como pastores, no empresarios. Y aléjate del dinero.

Y luego, recuerda que este camino de los cuatro barrios es hermoso, este camino de pastores, porque Jesús consuela a los pastores, porque Él es el Buen Pastor. Y busca consuelo en Jesús, busca consuelo en Nuestra Señora - no te olvides de la Madre - busca siempre el consuelo allí: ser consolado desde allí.

Y llevar las cruces - habrá algunas en nuestra vida - en manos de Jesús y Nuestra Señora. Y no tengas miedo, no tengas miedo. Si estáis cerca del Señor, del Obispo, entre vosotros y el pueblo de Dios, si tenéis el estilo de Dios - cercanía, compasión y ternura - no tengáis miedo, que todo saldrá bien.

sábado, 24 de abril de 2021

Virgen bendita de la Cabeza


Patrona nuestra,
tú que ayudaste a Jesús
a “crecer en sabiduría, en estatura y en gracia”
hasta su madurez como Hijo de Dios
inspíranos con tu pedagogía
para que, tomándote siempre como modelo de nuestra tarea,
sepamos despertar como tú
en los hijos, que tu Hijo también te confió desde la cruz,
el amor a Dios y a su verdad,
el apego a Cristo y a su Evangelio,
hasta llevarlos a su seguimiento en la Iglesia
y al descubrimiento en Ella de su vocación. Amén.

Domingo 4 de Pascua (Ciclo B)

Evangelio (Jn 10,11-18): En aquel tiempo, Jesús habló así: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.»También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre».
PALABRA DE DIOS

COMPARTIMOS:
Hoy escuchamos la “Parábola del buen pastor”. Para explicarnos el Amor de Dios, Jesús utiliza las parábolas: son pequeñas narraciones que, con imágenes tomadas de la vida humana (el pastor, el médico, el viñador…), nos hablan de cómo es Dios.

—Un pastor es bueno si, cuando viene el lobo, no huye: se enfrenta al lobo y defiende a sus ovejas. El buen pastor está dispuesto a dar su vida por las ovejas. ¡Así lo hizo Jesucristo dando su vida en la Cruz!

miércoles, 21 de abril de 2021

AUDIENCIA GENERAL

 Biblioteca del Palacio Apostólico

Catequesis 30. La oración vocal

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La oración es diálogo con Dios; y toda criatura, en un cierto sentido, “dialoga” con Dios. En el ser humano, la oración se convierte en palabra, invocación, canto, poesía… La Palabra divina se ha hecho carne, y en la carne de cada hombre la palabra vuelve a Dios en la oración.

Las palabras son nuestras criaturas, pero son también nuestras madres, y de alguna manera nos modelan. Las palabras de una oración nos hacen atravesar sin peligro un valle oscuro, nos dirigen hacia prados verdes y ricos de aguas, haciéndonos festejar bajo los ojos de un enemigo, como nos enseña a recitar el salmo (cfr. Sal 23). Las palabras esconden sentimientos, pero existe también el camino inverso: ese en el que las palabras modelan los sentimientos. La Biblia educa al hombre para que todo salga a la luz de la palabra, que nada humano sea excluido, censurado. Sobre todo, el dolor es peligroso si permanece cubierto, cerrado dentro de nosotros… Un dolor cerrado dentro de nosotros, que no puede expresarse o desahogarse, puede envenenar el alma; es mortal.

Por esta razón la Sagrada Escritura nos enseña a rezar también con palabras a veces audaces. Los escritores sagrados no quieren engañarnos sobre el hombre: saben que en su corazón albergan también sentimientos poco edificantes, incluso el odio. Ninguno de nosotros nace santo, y cuando estos sentimientos malos llaman a la puerta de nuestro corazón es necesario ser capaces de desactivarlos con la oración y con las palabras de Dios. En los salmos encontramos también expresiones muy duras contra los enemigos —expresiones que los maestros espirituales nos enseñan para referirnos al diablo y a nuestros pecados—; y también son palabras que pertenecen a la realidad humana y que han terminado en el cauce de las Sagradas Escrituras. Están ahí para testimoniarnos que, si delante de la violencia no existieran las palabras, para hacer inofensivos los malos sentimientos, para canalizarlos para que no dañen, el mundo estaría completamente hundido.

La primera oración humana es siempre una recitación vocal. En primer lugar, se mueven siempre los labios. Aunque como todos sabemos rezar no significa repetir palabras, sin embargo, la oración vocal es la más segura y siempre es posible ejercerla. Los sentimientos, sin embargo, aunque sean nobles, son siempre inciertos: van y vienen, nos abandonan y regresan. No solo eso, también las gracias de la oración son imprevisibles: en algún momento las consolaciones abundan, pero en los días más oscuros parecen evaporarse del todo. La oración del corazón es misteriosa y en ciertos momentos se ausenta. La oración de los labios, la que se susurra o se recita en coro, sin embargo, está siempre disponible, y es necesaria como el trabajo manual. El Catecismo afirma: «La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el “Padre Nuestro”» (n. 2701). “Enséñanos a rezar”, piden los discípulos a Jesús, y Jesús enseña una oración vocal: el Padre Nuestro. Y en esa oración está todo.

Todos deberíamos tener la humildad de ciertos ancianos que, en la iglesia, quizá porque su oído ya no está bien, recitan a media voz las oraciones que aprendieron de niños, llenando el pasillo de susurros. Esa oración no molesta el silencio, sino que testimonia la fidelidad al deber de la oración, practicada durante toda la vida, sin fallar nunca. Estos orantes de la oración humilde son a menudo los grandes intercesores de las parroquias: son los robles que cada año extienden sus ramas, para dar sombra al mayor número de personas. Solo Dios sabe cuánto y cuándo su corazón está unido a esas oraciones recitadas: seguramente también estas personas han tenido que afrontar noches y momentos de vacío. Pero a la oración vocal se puede permanecer siempre fiel. Es como un ancla: aferrarse a la cuerda para quedarse ahí, fiel, suceda lo que suceda.

Todos tenemos que aprender de la constancia de ese peregrino ruso, del que habla una célebre obra de espiritualidad, el cual aprendió el arte de la oración repitiendo infinitas veces la misma invocación: “¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de nosotros, pecadores!” (cfr. CIC, 2616; 2667). Repetía solo esto. Si llegan gracias en su vida, si la oración se hace un día suficientemente caliente como para percibir la presencia del Reino aquí en medio de nosotros, si su mirada se transforma hasta ser como la de un niño, es porque ha insistido en la recitación de una sencilla jaculatoria cristiana. Al final, esta se convierte en parte de su respiración. Es bonita la historia del peregrino ruso: es un libro para todos. Os aconsejo leerlo: os ayudará a entender qué es la oración vocal.

Por tanto, no debemos despreciar la oración vocal. Alguno dice: “Es cosa de niños, para la gente ignorante; yo estoy buscando la oración mental, la meditación, el vacío interior para que venga Dios”. Por favor, no es necesario caer en la soberbia de despreciar la oración vocal. Es la oración de los sencillos, la que nos ha enseñado Jesús: Padre nuestro, que está en los cielos… Las palabras que pronunciamos nos toman de la mano; en algunos momentos devuelven el sabor, despiertan hasta el corazón más adormecido; despiertan sentimientos de los que habíamos perdido la memoria, y nos llevan de la mano hacia la experiencia de Dios. Y sobre todo son las únicas, de forma segura, que dirigen a Dios las preguntas que Él quiere escuchar. Jesús no nos ha dejado en la niebla. Nos ha dicho: “¡Vosotros, cuando recéis, decid así!”. Y ha enseñado la oración del Padre Nuestro (cfr. Mt 6,9).

Saludos:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor Jesús, Palabra hecha carne, que nos enseñe a rezar como enseñó a sus discípulos, para que, con la ayuda del Espíritu Santo, permanezcamos fieles a la oración toda nuestra vida, y sepamos hacer concordar nuestras palabras con las intenciones de nuestro corazón. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy meditamos sobre la oración vocal. La oración es diálogo con Dios, y en el ser humano la oración se hace palabra, se hace invocación, canto, poesía. Las palabras revelan lo que llevamos en el corazón, nacen de nosotros, pero también nos modelan. Las palabras surgen de los sentimientos y, al mismo tiempo, los forjan.

La Biblia nos instruye para que podamos comprender nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios. Sabemos que nuestro corazón no alberga únicamente buenos sentimientos, sino también sentimientos malos y perniciosos. Por eso, todo lo que forma parte de nuestra realidad humana, incluso los aspectos más negativos, están incluidos en las Escrituras Sagradas. Esto atestigua que, si frente a la violencia no existieran las palabras para contrarrestar los malos sentimientos, para volverlos inofensivos, el mundo estaría hundido en el mal. Guiados por la oración y la Palabra de Dios podemos enfrentar el mal. Es por eso que la Sagrada Escritura nos enseña a rezar con palabras a veces muy atrevidas.

La oración humana elemental es siempre vocal. Y aun cuando rezar no signifique repetir sólo palabras, la oración vocal es parte de la oración cristiana. No la podemos despreciar, pensando que se trate sólo de una aburrida repetición de fórmulas. La oración del corazón es misteriosa y muchas veces difícil de practicar. En cambio, la oración de los labios es sencilla y simple, a nuestro alcance; forma parte indispensable de la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de Jesús, Él les enseñó una oración vocal: el Padrenuestro, dirigida al Padre Celestial, que contiene todas las peticiones que Él quiere escuchar.

domingo, 18 de abril de 2021

Miriam, de abogada y varios noviazgos a monja de clausura: «Un deseo inmenso te arrastra hacia Él»

El pasado domingo 11 de abril el monasterio de las dominicas de Santa Ana de Murcia estaba de fiesta y no únicamente por este tiempo pascual sino porque ingresaba como novicia Miriam, la primera en 20 años. La celebración estuvo presidida por el obispo auxiliar de Cartagena, monseñor Sebastián Chico.

La hermana Isabel María, superiora de la comunidad estaba exultante pues fue “un momento de mucha alegría” recibir a una nueva hermana. “Estamos llenas de agradecimiento al Señor por regalárnosla y a ella por responder positivamente a la llamada”, afirmaba.

Tal y como explica la diócesis de Cartagena, más de 20 años han pasado desde la última toma de hábito producida en este monasterio, motivo por el cual la comunidad se “volcó completamente en los preparativos de este día”.

Tras la toma de hábito, Sor Miriam de Jesús, el nombre elegido por la joven, explicaba exultante que se sentía “la mujer más feliz del mundo”, pues para ella era “un día muy esperado”. La nueva novicia aseguraba que, aunque “la espera se ha hecho larga”, había afianzado su “deseo de la entrega a Cristo”.

Miriam Pérez López nació en el seno de una familia cristiana y vivía su fe en una comunidad del Camino Neocatecumenal. Tiene dos hermanos sacerdotes y su madrina es un hermana de la Caridad por madrina.

Estos antecedentes familiares hicieron pensar con sentido del humor, tras sentir la llamada que su madre “le echaba algo raro a la comida”.

Dos años componen la espera de una postulante, tiempo de discernimiento y formación, antes de iniciar el noviciado: “Unos años que sirven para ir asimilando la vida religiosa hasta sentir un deseo inmenso que te arrastra hacia Él”.

La joven confesaba haber vivido una vida plena: “Era abogada, tenía y hacía lo que quería, tuve varios noviazgos y soñaba con casarme y formar una familia numerosa. Pero todas esas expectativas que yo tenía humanamente, el Señor las ha superado con creces. Es tanto lo que Él te llena, que el ‘sí’ te sale solo”.

Miriam de Jesús quiso también dirigirse a todas aquellas mujeres que pudieran sentir la llamada pero que tienen miedo: “Nunca es tarde. Si el Señor me esperó a mí pese a mi resistencia, no os cerréis a nada, nunca se sabe por dónde puede soplar, sea para lo que sea. ¡No tengáis miedo! Ni casada, ni soltera, ni virgen consagrada, ni moja de clausura…, lo importante es que el Señor te coloque, te ubique. Abriros a su voluntad porque merece la pena. El Señor nos quiere felices, no nos quiere siendo unos profundos amargados de la vida”.

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Plaza de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este tercer domingo de Pascua, volvemos a Jerusalén, al Cenáculo, como guiados por los dos discípulos de Emaús, que habían escuchado con gran emoción las palabras de Jesús en el camino y luego lo reconocieron «al partir el pan» (Lc 24, 35). Ahora, en el Cenáculo, Cristo resucitado se presenta en medio del grupo de discípulos y los saluda: «¡La paz con vosotros!» (v. 36). Pero estaban asustados y creían «ver un espíritu », así dice el Evangelio (v. 37). Entonces Jesús les muestra las llagas de su cuerpo y dice: «Mirad mis manos y mis pies —las llagas—; soy yo mismo. Palpadme» (v. 39). Y para convencerlos, les pide comida y la come ante su mirada atónita (cf. vv. 41-42).

Hay un detalle aquí en esta descripción. El Evangelio dice que los apóstoles “por la gran alegría no acababan de creerlo”. Tal era la alegría que tenían que no podían creer que fuera verdad. Y un segundo detalle: estaban atónitos, asombrados, asombrados porque el encuentro con Dios siempre te lleva al asombro: va más allá del entusiasmo, más allá de la alegría, es otra experiencia. Y estos estaban alegres, pero una alegría que les hacía pensar: pero no, ¡esto no puede ser verdad!.... Es el asombro de la presencia de Dios. No olvidéis esto estado de ánimo, que es tan hermoso.

Este pasaje evangélico se caracteriza por tres verbos muy concretos, que en cierto sentido reflejan nuestra vida personal y comunitaria: mirar, tocar y comer. Tres acciones que pueden dar la alegría de un verdadero encuentro con Jesús vivo.

Mirar. “Mirad mis manos y mis pies” —dice Jesús. Mirar no es solo ver, es más, también implica intención, voluntad. Por eso es uno de los verbos del amor. La madre y el padre miran a su hijo, los enamorados se miran recíprocamente; el buen médico mira atentamente al paciente... Mirar es un primer paso contra la indiferencia, contra la tentación de volver la cara hacia otro lado ante las dificultades y sufrimientos ajenos. Mirar. Y yo, ¿veo o miro a Jesús?

El segundo verbo es tocar. Al invitar a los discípulos a palparle, para que constaten que no es un espíritu —¡palpadme! —, Jesús les indica a ellos y a nosotros que la relación con él y con nuestros hermanos no puede ser “a distancia”, no existe un cristianismo a distancia, no existe un cristianismo solo a nivel de la mirada. El amor pide mirar y también pide cercanía, pide el contacto, compartir la vida. El buen samaritano no solo miró al hombre que encontró medio muerto en el camino: se detuvo, se inclinó, curó sus heridas, lo tocó, lo subió a su montura y lo llevó a la posada. Y lo mismo ocurre con Jesús: amarlo significa entrar en una comunión de vida, una comunión con él.

Y pasamos al tercer verbo, comer, que expresa bien nuestra humanidad en su indigencia más natural, es decir, la necesidad de nutrirnos para vivir. Pero comer, cuando lo hacemos juntos, en familia o con amigos, también se convierte en expresión de amor, expresión de comunión, de fiesta... ¡Cuántas veces los Evangelios nos muestran a Jesús que vive esta dimensión convival! Incluso como Resucitado, con sus discípulos. Hasta el punto de que el banquete eucarístico se ha convertido en el signo emblemático de la comunidad cristiana. Comer juntos el cuerpo de Cristo: este es el centro de la vida cristiana.

Hermanos y hermanas, este pasaje del Evangelio nos dice que Jesús no es un “espíritu”, sino una Persona viva; que Jesús cuando se acerca a nosotros nos llena de alegría, hasta el punto de no creer, y nos deja asombrados, con ese asombro que solo da la presencia de Dios, porque Jesús es una Persona viva. Ser cristianos no es ante todo una doctrina o un ideal moral, es una relación viva con él, con el Señor Resucitado: lo miramos, lo tocamos, nos alimentamos de él y, transformados por su amor, miramos, tocamos y nutrimos a los demás como hermanos y hermanas. Que la Virgen María nos ayude a vivir esta experiencia de gracia.

¡Queridos hermanos y hermanas!

Ayer, en la Abadía de Casamari, fueron proclamados beatos Simón Cardon y cinco compañeros mártires, monjes cistercienses de esa Abadía. En 1799, cuando los soldados franceses en retirada de Nápoles saquearon iglesias y monasterios, estos mansos discípulos de Cristo resistieron con heroico valor, hasta la muerte, para defender la Eucaristía de la profanación. Que su ejemplo nos impulse a un mayor compromiso de fidelidad a Dios, capaz de transformar la sociedad y hacerla más justa y fraterna. ¡Un aplauso a los nuevos beatos!

Lo siguiente es triste. Sigo con gran preocupación los acontecimientos en algunas zonas del este de Ucrania, donde las violaciones del alto el fuego se han multiplicado en los últimos meses, y observo con gran inquietud el aumento de las actividades militares. Por favor, espero firmemente que se evite un aumento de las tensiones y, por el contrario, se pongan en marcha gestos capaces de promover la confianza mutua y fomentar la reconciliación y la paz, tan necesarias y tan deseadas. Se piense también en la grave situación humanitaria en la que se encuentra la población, a la que expreso mi cercanía y por la que os invito a rezar. Dios te salve, María…

Hoy en Italia se celebra la Jornada de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, que desde hace cien años lleva a cabo un valioso servicio para la formación de las nuevas generaciones. Que pueda seguir cumpliendo su misión educativa de ayudar a los jóvenes a ser protagonistas de un futuro lleno de esperanza. Bendigo cordialmente al personal, profesores y estudiantes de la Universidad Católica.

Y ahora un cordial saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos..., brasileños, polacos, españoles…,  y veo otra bandera allí... Gracias a Dios podemos encontrarnos de nuevo en esta plaza para la cita festiva del domingo. Os digo que echo de menos la plaza cuando tengo que hacer el Ángelus en la Biblioteca. ¡Estoy contento, gracias a Dios! Y gracias por vuestra presencia... A los hijos de la Inmaculada que son buenos... Y os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

sábado, 17 de abril de 2021

El Papa nombra arzobispo de Sevilla a Saiz Meneses, que sustituye a un enfermo Juan José Asenjo

 La Santa Sede ha anunciado este sábado un importante nombramiento episcopal en una de las sedes más importantes de España, la de Sevilla. De este modo, el Papa ha anunciado la renuncia de monseñor Juan José Asenjo a los 75 años y ha nombrado como su sustituto de la histórica sede andaluza al hasta ahora obispo de Tarrasa, José Ángel Saiz-Meneses.

Monseñor Asenjo había pedido a Roma públicamente su sustitución debido a sus graves problemas de salud, debido a los cuales está casi ciego y en el día a día apenas podía ejercer como pastor de la gran archidiócesis de Sevilla.

En 2019 sufrió en un ojo –tal y como él mismo contaba en diciembre de 2020- “una hemorragia masiva, infección y dolores enormes, casi insufribles”.

“No os oculto que estoy sufriendo mucho, como nunca sospeché. Todo lo acepto como permitido por nuestro Padre Dios para mi purificación y santificación”, decía a sus feligreses el arzobispo, que ya pedía su sustitución e incluso animaba a los fieles sevillanos a “rezar ya desde ahora por el nuevo pastor”.

En su lugar llega José Ángel Saiz Meneses, de 56 años, y obispo en la descristianizada Cataluña, donde hasta ahora ha sido el primer pastor de la joven diócesis de Tarrasa, donde ha destacado por conseguir mantener las vocaciones al sacerdocio mientras las diócesis vecinas se desplomaban.

Saiz Meneses nació el 2 de agosto de 1956 en Sisante (Cuenca). Realizó sus primeros estudios eclesiásticos en el seminario de la Archidiócesis Metropolitana de Barcelona. Se trasladó al seminario de Toledo y fue ordenado sacerdote el 15 de julio de 1984 para la Arquidiócesis Primaria de España. En 1989 se incardinó en Barcelona y se licenció en Teología por la Facultad de Teología de Cataluña.

Ha ocupado los siguientes cargos: Vicario Parroquial y Párroco en la Arquidiócesis Metropolitana de Toledo (1984-1989); en Barcelona fue Vicario Parroquial de Sant Andreu de Palomar (1989-1992), Rector de la Virgen del Rosario en Cerdanyola del Vallés (1992), Responsable de la pastoral universitaria en la Universidad Autónoma de Bellaterra (1992), Consejero de la Movimiento de Cursillos de Cristiandad (1994-1996), Secretario General y Canciller de la Curia (2000-2001).

El 30 de octubre de 2001 fue nombrado obispo titular de Selemsele y auxiliar de Barcelona y consagrado el 15 de diciembre siguiente. Se convirtió en el primer obispo de la recién erigida Diócesis de Terrassa el 15 de junio de 2004.

En la Conferencia Episcopal Española fue miembro de la Comisión Episcopal para el Apostolado de los Laicos (2002-2017); Miembro de la Comisión de Docencia y Catequesis (2002-2005); Miembro de la Comisión para la Vida Consagrada (2005-2008); Presidente de la Comisión de Seminarios y Universidades (2008-2014); Miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral (2017-2020). Desde marzo de 2020 es miembro del Comité Ejecutivo y de la Comisión Permanente.

lo que importa en la vida

La vida no se mide anotando puntos.

La vida no se mide por el número de amigos que tienes,ni por cómo te aceptan los otros.

No se mide según los planes que tienes para el fin de semana o por si te quedas en casa sólo.

No se mide según con quién sales, con quién solías salir, ni por el número de personas con quienes has salido, ni por si no has salido nunca con nadie.

No se mide por la personas que has besado.

No se mide por la fama de tu familia, por el dinero que tienes, por la marca de coche que manejas, ni por el lugar donde estudias o trabajas.

No se mide ni por lo guapo ni por lo feo que eres, por la marca de ropa que llevas, ni por los zapatos, ni por el tipo que música que te gusta.

La vida simplemente no es nada de eso.

La vida se mide según a quién amas y según a quién dañas.

Se mide según la felicidad o la tristeza que propicias y  proporcionas a otros.

Se mide por los compromisos que cumples y las confianzas que traicionas.

Se trata de la amistad, que puede usarse como algo sagrado o como un arma.

Se trata de lo que se dice y lo que se hace

y lo que se quiere decir o hacer, sea dañino o benéfico.

Se trata de los juicios que formulas,

por qué los formulas y a quién o contra quién los comentas.

Se trata de a quién no le haces caso o ignoras adrede.

Se trata de los celos, del miedo, de la ignorancia y de la venganza.

Se trata del amor, el respeto o el odio que llevas dentro de ti,

de cómo lo cultivas y de cómo lo riegas.

Pero por la mayor parte, se trata de si usas la vida

para alimentar el corazón de otros.

Tú y solo tú escoges la manera en que vas a vivir o afectar a otros

y esas decisiones son de lo que se trata la vida.

Hacer un amigo es una Gracia. Tener un amigo es un Don.

Conservar un amigo es una Virtud. Ser un amigo es un Honor.

Domingo 3 de Pascua (Ciclo B)

 Evangelio (Lc 24,35-48): En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».

PALABRA DE DIOS

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Hoy, el Evangelio todavía nos sitúa en el domingo de la resurrección, cuando los dos de Emaús regresan a Jerusalén y, allí, mientras unos y otros cuentan que el Señor se les ha aparecido, el mismo Resucitado se les presenta. Pero su presencia es desconcertante. Por un lado provoca espanto, hasta el punto de que ellos «creían ver un espíritu» (Lc 24,37) y, por otro, su cuerpo traspasado por los clavos y la lanzada es un testimonio elocuente de que se trata del mismo Jesús, el crucificado: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo» (Lc 24,39). «Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor», canta el salmo de la liturgia de hoy. Efectivamente, Jesús «abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,45). Es del todo urgente. Es necesario que los discípulos tengan una precisa y profunda comprensión de las Escrituras, ya que, en frase de san Jerónimo, «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo».

domingo, 11 de abril de 2021

HOMILIA DEL SANTO PADRE FRANCISCO,SANTA MISA DE DIVINA MISERICORDIA

Iglesia de Santo Spirito en Sassia

II Domingo de Pascua (o de la Divina Misericordia), 11 de abril de 2021

Jesús resucitado se aparece a los discípulos varias veces. Consuela pacientemente sus corazones descorazonados. Después de su resurrección, tiene lugar la "resurrección de los discípulos". Y ellos, resucitados por Jesús, cambian sus vidas. Antes, muchas palabras y muchos ejemplos del Señor no habían logrado transformarlos. Ahora, en Semana Santa, sucede algo nuevo. Y sucede en el signo de la misericordia. Jesús los levanta con misericordia, los levanta con misericordia, y ellos, misericordiosos , se vuelven misericordiosos . Es muy difícil ser misericordioso si uno no se da cuenta de que está siendo misericordioso.

1. Ante todo son misericordiosos , a través de tres dones: primero Jesús les ofrece la paz , luego el Espíritu y finalmente las heridas . En primer lugar les da paz . Aquellos discípulos estaban angustiados. Se habían encerrado en la casa por miedo, por miedo a ser detenidos y acabar como el Maestro. Pero no solo estaban cerrados en la casa, también estaban cerrados en su remordimiento. Habían abandonado y negado a Jesús, se sentían incapaces, no servían para nada, estaban mal. Jesús llega y repite dos veces: «¡ Paz a vosotros!". No trae una paz que elimina los problemas externos, sino una paz que infunde confianza en el interior. No la paz exterior, sino la paz del corazón. Dice: «¡Paz a vosotros! Como el Padre me envió, yo también os envío ”( Jn 20, 21 ). Es como si dijera: “Te envío porque creo en ti”. A esos discípulos desanimados se les hace las paces consigo mismos. La paz de Jesús los hace pasar del remordimiento a la misión. De hecho, la paz de Jesús da origen a la misión. No es tranquilidad, no es comodidad, es salir de uno mismo. La paz de Jesús libera de los cierres que paralizan, rompe las cadenas que mantienen prisionero al corazón. Y los discípulos se sienten misericordiosos: sienten que Dios no los condena, no los humilla, sino que cree en ellos. Sí, cree en nosotros más de lo que nosotros creemos en nosotros mismos. “Él nos ama más de lo que nos amamos a nosotros mismos” (cf. SJH Newman, Meditaciones y devociones , III, 12,2). Para Dios nadie se equivoca, nadie es inútil, nadie está excluido. Hoy Jesús repite nuevamente: “Paz a ustedes, que son preciosos a mis ojos. Paz a ustedes, que son importantes para mí. Paz a ustedes, que tienen una misión. Nadie puede hacerlo por ti. Eres insustituible. Y yo creo en ti ”.

En segundo lugar, Jesús se compadece de los discípulos ofreciéndoles el Espíritu Santo . Lo da para la remisión de los pecados (cf. vv. 22-23). Los discípulos fueron culpables, huyeron abandonando al Maestro. Y el pecado acecha, el mal tiene su precio. Nuestro pecado, dice el Salmo (cf. 51: 5), está siempre ante nosotros. No podemos cancelarlo solos. Solo Dios lo elimina, solo Él con su misericordia nos hace salir de nuestras más profundas miserias. Como aquellos discípulos, necesitamos dejarnos perdonar, decir de corazón: “Perdona Señor”. Abrir el corazón para dejarnos perdonar. El perdón en el Espíritu Santo es el regalo de Pascua para resucitar por dentro. Pedimos la gracia de acogerlo, de abrazar el sacramento del perdón. Y entender que en el centro de la Confesión no estamos nosotros con nuestros pecados, sino Dios con su misericordia. No vamos a confesarnos para quebrarnos, sino para recuperarnos. Lo necesitamos tanto, todos. Lo necesitamos como niños pequeños, cada vez que se caen, necesitan que su papá los levante. También caemos a menudo. Y la mano del Padre está lista para ponernos de pie y hacer que sigamos adelante. Esta mano segura y confiable es la Confesión. Es el Sacramento que nos eleva, que no nos deja en el suelo llorando en los duros pisos de nuestras caídas. Es el sacramento de la resurrección, es pura misericordia. Y quien recibe confesiones debe hacer sentir la dulzura de la misericordia. Y este es el camino de quien recibe las confesiones de la gente: hacer sentir la dulzura de la misericordia de Jesús que todo lo perdona. Dios perdona todo.

Después de la paz que rehabilita y el perdón que levanta, aquí está el tercer don con el que Jesús misericordia a los discípulos: les ofrece las heridas . De esas heridas hemos sido curados (cf.1 Pe 2, 24; es53,5). Pero, ¿cómo puede curarnos una herida? Con piedad. En esas heridas, como Tomás, tocamos con nuestras manos que Dios nos ama hasta lo más hondo, que ha hecho suyas nuestras heridas, que ha llevado nuestras flaquezas a su cuerpo. Las heridas son canales abiertos entre Él y nosotros, que derraman misericordia sobre nuestras miserias. Las heridas son los caminos que Dios nos ha abierto de par en par para que entremos en su ternura y toquemos quién es Él con nuestras manos, y no dudemos más de su misericordia. Adorando, besando sus heridas descubrimos que todas nuestras debilidades son acogidas en su ternura. Esto sucede en cada misa, donde Jesús nos ofrece su Cuerpo herido y resucitado: lo tocamos y él toca nuestra vida. Y hace que el Cielo descienda a nosotros. Sus llagas luminosas perforan la oscuridad que llevamos dentro. Y nosotros, como Tomás, encontramos a Dios, lo descubrimos íntimo y cercano, y conmovidos le decimos: "¡Señor mío y Dios mío!" ( Jn 20,28). Y todo viene de aquí, de la gracia de ser misericordioso. A partir de aquí comienza el camino cristiano. Si, por el contrario, nos apoyamos en nuestras habilidades, en la eficiencia de nuestras estructuras y nuestros proyectos, no llegaremos lejos. Solo si damos la bienvenida al amor de Dios seremos capaces de dar algo nuevo al mundo.

2. Lo mismo hicieron los discípulos: misericordiosos, se volvieron misericordiosos . Vemos esto en la primera lectura. Los Hechos de los Apóstoles relatan que "nadie consideraba de su propiedad lo que le pertenecía, sino que entre ellos todo era común" (4, 32). No es comunismo, es cristianismo puro. Y es tanto más sorprendente si pensamos que esos mismos discípulos un poco antes se habían reñido por premios y honores, por quién era el mayor de ellos (cf. Mc 10,37; Lc 22,24). Ahora comparten todo, tienen "un solo corazón y una sola alma" ( Hechos4.32). ¿Cómo cambiaron así? Vieron en el otro la misma misericordia que transformó su vida. Descubrieron que tienen la misión en común, que tienen en común el perdón y el Cuerpo de Jesús: compartir los bienes terrenales parecía una consecuencia natural. El texto luego dice que "ninguno de ellos era necesitado" (v. 34). Sus miedos se disolvieron tocando las heridas del Señor, ahora no tienen miedo de curar las heridas de los necesitados. Porque allí ven a Jesús, porque está Jesús, en las llagas de los necesitados.

Hermana, hermano, ¿quiere una prueba de que Dios ha tocado su vida? Vea si se inclina sobre las heridas de los demás. Hoy es el día para preguntarnos: “Yo, que he recibido la paz de Dios tantas veces, que he recibido su perdón y misericordia tantas veces, ¿soy misericordioso con los demás? Yo, que muchas veces me he alimentado del Cuerpo de Jesús, ¿hago algo para alimentar a los pobres? ”. No nos quedamos indiferentes. No vivimos una fe a medias , que recibe pero no da, que acoge el don pero no se hace don. Hemos sido misericordiosos, nos volvemos misericordiosos. Porque si el amor termina en nosotros mismos, la fe se seca en una intimidad estéril. Sin los demás, se vuelve incorpóreo. Sin obras de misericordia (cf. matrices Jas2.17). Hermanos, hermanas, dejémonos resucitar por la paz, el perdón y las heridas de Jesús misericordioso. Y pedimos la gracia de convertirnos en testigos de misericordia . Solo así la fe estará viva. Y la vida se unificará. Solo así anunciaremos el Evangelio de Dios, que es el Evangelio de la misericordia.

HIMNO DE LA LITURGIA MOZÁRABE

Himno para los catecúmenos

Eres llamado a la vida. ¡Santo pueblo de Dios!

Te invita el Creador que ama a su criatura,

te atrae benignamente el Redentor:

¡Venid, yo soy vuestro único Dios!

Habías huido del brillo de la luz

y un caos te envolvía.

El jardín de la felicidad ya no estaba.

Había entrado en la tierra la muerte cruenta.

Más, he aquí que llegó mansamente

Yo, el Dios que crea y recrea:

vengo a compartir vuestra flaqueza

pero soy fuerte para cargar con vuestro peso.

¡Venid a mí: gozoso el redil os espera¡

El signo de la cruz os marcará la frente,

la unción sellará vuestros oídos y vuestra boca.

Inclinad vuestro corazón a la enseñanza:

¡cantad el símbolo como un canto de vida!

Regocijaos por vuestro nombre nuevo:

¡estáis llamados a un herencia nueva!

Que nadie sojuzgue el enemigo.

seréis del Único Dios el Reino permanente.

 

sábado, 10 de abril de 2021

Domingo 2 de Pascua, de la Misericordia

 Evangelio (Jn 20,19-31): Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

PALABRA DE DIOS

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oy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.

Por designio del Papa San Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.

La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.

viernes, 9 de abril de 2021

Musulmana educada en Arabia, la imagen de la Divina Misericordia tocó su alma: ahora es catequista

Maisara es una joven española de 35 años,  madre de dos hijos, devota católica y catequista de niños en una parroquia del sur de la ciudad de Madrid. Pero ella no fue criada en el catolicismo sino que nació musulmana y pasó buena parte de su infancia en Arabia Saudí, donde aprendió el Corán y en el colegio recibía clases de una de las corrientes más rigoristas del islam.

Tras siete años como católica esta conversa sigue dejándose sorprender por Dios y contagiando su alegría por haber hallado el lugar donde ha experimentado la plenitud. Pero su camino no ha sido fácil aunque ella misma confiesa que el Señor le ha ido allanando el camino.

Esta joven se convirtió tras enamorarse de un joven católico, hoy su esposo, que no era practicante. Pero ahí se inició un camino que acabó en un fuerte encuentro con una fe que conocía de oídas y un poco distorsionada.

Una infancia en Arabia Saudí

Maisara es hija de un musulmán egipcio y de madre española, que además era testigo de Jehová. Con cuatro años su familia dejó España para ir primero a Egipto y luego a Arabia Saudí, donde pasó la mayor parte de su niñez. Su madre acabó también abrazando el islam, la fe en la que esta joven fue educada junto a sus dos hermanos.

“En Egipto no llegué a ir al colegio pero en Arabia Saudí tenía tres asignaturas de Islam. En un país como éste no existía la posibilidad de ser agnóstico. Todo es religión”, recordaba esta mujer.

"En esta casa somos musulmanes"

A los 10 años volvió a España y se produjo un choque cultural y de costumbres, pues “en un mundo en el que no había Dios para nada, en mi casa estaba Dios para todo. Mi padre siempre decía: ‘en mi casa somos musulmanes’”. Y así pasaron los años hasta que llegó a la universidad, donde estudiando Filología Árabe, se separó de la fe y llegó incluso a no creer, aunque tenía un importante poso en ella de todas las enseñanzas del islam.

Todo comenzó el día que conoció al que hoy es su marido

El momento crítico se produjo cuando tenía 19 años. “Conocí al que ahora es mi marido y empezamos a salir. Él llevaba un gimnasio y nos conocimos ahí sin que mi padre lo supiera. A mi padre los años en Arabia le marcaron una tendencia a la hora de educar a sus hijos y no me dejaba tener amigos”, explica esta madre.

El tiempo pasó y su padre seguía sin saber nada hasta que Maisara y su novio se plantearon dar un paso más.  “Mi marido no era católico practicante, no iba a misa ni estaba confirmado”, recuerda ella. Sin embargo, él lo tenía muy claro: no se iría a vivir con ella si antes no se casaban.

"O te haces musulmán o no te casas con mi hija"

“Le dije que mi padre querría que se hiciera musulmán pero él decía que era católico” y ella aunque en ese momento estaba alejada de la fe veía que si creía en algo era en el islam. Su novio se mantuvo firme y dijo que se casaría por la Iglesia pero el padre de Maisara, cuenta ella, “exigió que mi marido se convirtiera al islam”.

La situación era límite, “mi marido se plantó: ‘o por la Iglesia o no nos casamos’. Y mi padre se plantó: ‘o te haces musulmán o no te casas con mi hija’. Y yo entre la espada y la pared. Fue muy difícil y además las familias estaban divididas”.

Al final se casó por la Iglesia pero seguía siendo musulmana

Finalmente, Maisara y su novio ganaron el pulso y se casaron por la Iglesia en un matrimonio denominado "dispar" pues ella seguía siendo musulmana. Tras pedir permiso al obispo, ella se comprometió a educar a los hijos en la fe católica y hubo boda e incluso su padre acudió para ser el padrino

Precisamente no fue su boda por la Iglesia donde se convirtió sino que fue a partir de ese momento cuando descubrió a Cristo. “Al quedarme embarazada mi marido empezó a ir a misa todas las mañanas  y cuando yo cogí la baja le acompañé y todavía recuerdo ver a la gente rezar en la capillita del Santísimo. Además de que se siente algo, que el silencio te llena, empecé a sentir mucha envidia. Yo quería tener a alguien a quien rezar así, saber rezar y tener esa confianza. Cuando veía que la gente se arrodillaba y pedía yo quería eso para mí, para mi vida. Pensaba en qué suerte tenían los cristianos aunque no creía que esto fuera para mí”, cuenta esta joven.

Las preguntas que le iban llevando al catolicismo

Aunque resulte llamativo fue el tipo de educación islámica que recibió la que le acercó a la Iglesia. Ella se había comprometido a educar a sus hijos en el catolicismo al casarse y si lo había firmado tenía que cumplirlo. Maisara relata que en ese momento “no paraba de preguntarme, ¿cómo voy a educar a mis hijos en algo que no conozco, en algo que no conozco ahora? Yo sabía lo que era tener a Dios en mi vida porque en Arabia lo había vivido".

Entre esas dudas nació su hijo mientras era “consciente de la falta de Dios en mi vida”. Habló con su marido y éste explicó su situación a los sacerdotes de la parroquia a la que acudía cada día, y que invitaron a su mujer a que acudiera a las charlas de adultos a los que les falta algún sacramento.

El "impacto" de ver la imagen de la Divina Misericordia

Se presentó en el templo y allí vio algo que la “impactó” y la marcó para siempre. Se trataba de una imagen de la Divina Misericordia que decía: “Jesús está vivo, te ama, te busca y te llama”. 

Además, en esas catequesis el sacerdote le regaló el Nuevo Testamento. “Ese mismo verano me lo leí entero sin parar. Era una necesidad inmensa de saber, de conocer que era lo que llamaba tanto la atención a  los cristianos, lo que les hacía ir a la iglesia, por qué se arrodillaban de esta manera”. Y así empezó a ir varios días por semana a misa y a escuchar las homilías en la que pensaba, “todo esto lo dicen por mí”.

"Tu corazón está buscando la verdad"

Así fue como siguió siendo guiada por los sacerdotes de esta parroquia madrileña y aún recuerda lo que le dijo el párroco y que se le quedó grabado: “tu corazón está buscando la verdad y estás en camino”.

En una de estas catequesis, este sacerdote le contó una historia de un cura que durante la I Guerra Mundial se ofreció a ser fusilado en vez del condenado, un padre de familia. El general que ordenó aquella acción al ver su heroicidad decidió salvarle la vida y el hombre por el que se había cambiado este jesuita, que era un comerciante muy rico, se sintió tan agradecido que dedicó su dinero a apoyar todas las obras de apostolado del religioso.

El momento del gran encuentro había llegado

En ese momento de su vida, cuenta Maisara, “yo ya era consciente de que Cristo nos había salvado, que se había puesto en nuestro lugar para salvarnos de la muerte y era consciente del castigo que recibió Cristo por mí. No podía evitar ver un paralelismo entre esa historia y la de Cristo conmigo”.

Ahí se produjo su conversión, justamente en ese momento. “Me dio un vuelco el corazón y una voz que me decía: ‘Y ahora que lo sabes, ¿qué vas a hacer?’. Se me paró el mundo, veía a Cristo en la cruz extendiéndome la mano haciéndome esta pregunta. Y en una décima de segundo pensé que no podía dejarle con la mano extendida. ‘Me acojo a tu mano y te seguiré’, le contesté”.

El día que decidió dar el paso

Ese día decidió que tenía que bautizarse. Aun así el camino no era fácil para ella pues seguía teniendo costumbres del islam que tenía que ir dejando atrás. Explica que “aunque quería bautizarme no conseguía santiguarme pues no me sentía digna”. Y además tenía que decírselo a su familia.

Necesitaba fuerzas para decírselo a su madre puesto que su padre estaba en Libia. Y al final lo hizo. “Me acaba de caer un jarro de agua fría, podrías haber buscado a Dios en cualquier otro sitio pero en la Iglesia Católica… eso es retroceder”, le contestó su madre.

Ya podía santiguarse y arrodillarse, ahora tocaba bautizarse A pesar de su respuesta, Maisara estaba feliz por habérselo dicho y se fue corriendo a la parroquia. Allí se arrodilló para rezar por primera vez en una iglesia para dar gracias a Dios. Todavía no conseguía santiguarse y estando en la capilla volvió a ver la imagen de Cristo crucificado que le preguntaba esta vez: “¿por qué no?”. Se levantó, se santiguó por primera vez en su vida y rompió a llorar.

Se bautizó en junio de 2010 y como invitación envió a sus familiares una carta en la que le explicaba los motivos que le habían llevado a ser católica. Recibió el bautismo pero también la Confirmación y la Comunión. Y ella cuenta también que “el sacramento del matrimonio se hizo efectivo en ese momento” pues se casó siendo musulmana.

Una fe viva y renovada cada día

“Mi primera comunión estuvo bañada en lágrimas. Sentí una fuerza tremenda”, asegura Maisara, que pidió al Señor ese día que nunca le soltara de aquella mano que le había extendido.

Ahora ya acude con su marido y sus dos hijos a la Iglesia, es catequista de niños y sigue alimentando su fe a través de los Cursos Alpha. Su hambre de Dios continúa y la misa diaria se ha convertido en una necesidad. Y como regalo ha recibido a la Virgen María, a la que conocía por el islam, pero ahora con mucha más fuerza, como intercesora y como Madre.