domingo, 25 de abril de 2021

PAPA FRANCISCO REGINA C0ELI

Plaza de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este cuarto domingo de Pascua, llamado domingo del Buen Pastor, el Evangelio (Jn 10,11-18) presenta a Jesús como el verdadero pastor, que defiende, conoce y ama a sus ovejas.

A Él, Buen Pastor, se opone el “asalariado”, a quien no le importan las ovejas, porque no son suyas. Hace este trabajo solo por la paga, y no se preocupa de defenderlas: cuando llega el lobo huye y las abandona (cfr vv. 12-13). Jesús, sin embargo, pastor verdadero, nos defiende siempre, nos salva en muchas situaciones difíciles, situaciones peligrosas, mediante la luz de su palabra y la fuerza de su presencia, que nosotros experimentamos siempre y, si queremos escuchar, todos los días.

El segundo aspecto es que Jesús, pastor bueno, conoce - el primer aspecto: defiende, el segundo: conoce - a sus ovejas y las ovejas le conocen a Él (v. 14). ¡Qué bonito y consolador es saber que Jesús nos conoce a cada uno, que no somos anónimos para Él, que nuestro nombre le es conocido! Para Él no somos “masa”, “multitud”, no. Somos personas únicas, cada uno con la propia historia, [y Él] nos conoce a cada uno con la propia historia, cada uno con el propio valor, tanto como criatura como redimido por Cristo. Cada uno de nosotros puede decir: ¡Jesús me conoce! Es verdad, es así: Él nos conoce como nadie más. Solo Él sabe qué hay en nuestro corazón, las intenciones, los sentimientos más escondidos. Jesús conoce nuestras fortalezas y nuestras debilidades, y está siempre preparado para cuidar de nosotros, para sanar las llagas de nuestros errores con la abundancia de su misericordia. En Él se realiza plenamente la imagen del pastor del pueblo de Dios, que habían delineado los profetas: Jesús se preocupa por sus ovejas, las reúne, venda la que está herida, cura la que está enferma. Así podemos leerlo en el Libro del profeta Ezequiel (cfr Ez 34,11-16).

Por tanto, Jesús Buen Pastor defiende, conoce, y sobre todo ama a sus ovejas. Y por esto da la vida por ellas (cfr Jn 10,15). El amor por las ovejas, es decir por cada uno de nosotros, le lleva a morir en la cruz, porque esta es la voluntad del Padre, que nadie se pierda. El amor de Cristo no es selectivo, abraza a todos. Nos lo recuerda Él mismo en el Evangelio de hoy, cuando dice: «También tengo otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10,16). Estas palabras dan fe de su inquietud universal: Él es pastor de todos. Jesús quiere que todos puedan recibir el amor del Padre y encontrar a Dios.

Y la Iglesia está llamada a llevar adelante esta misión de Cristo. Además de los que frecuentan nuestras comunidades, hay muchas personas, la mayoría, que lo hacen solo en casos particulares o nunca. Pero no por esto no son hijos de Dios: el Padre confía todos a Jesús Buen Pastor, que ha dado la vida por todos.

Hermanos y hermanas, Jesús defiende, conoce y ama a todos nosotros. María Santísima nos ayude a acoger y seguir nosotros los primeros al Buen Pastor, para cooperar con alegría a su misión.

¡Queridos hermanos y hermanas!

El viernes pasado, en Santa Cruz del Quiché, en Guatemala, fueron beatificados José María Gran Cirera y nueve compañeros mártires. Se trata de tres sacerdotes y siete laicos de la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, asesinados entre 1980 y 1991, tiempo de persecución contra la Iglesia católica comprometida en la defensa de los pobres. Animados por la fe en Cristo, fueron heroicos testigos de justicia y de amor. Su ejemplo nos haga más generosos y valientes en el vivir el Evangelio. ¡Y un aplauso para los nuevos beatos!

Expreso mi cercanía a la población de las Islas de San Vicente y las Granadinas, donde una erupción volcánica está provocando graves daños e inconvenientes. Aseguro mi oración y bendigo a todos los que prestan ayuda y asistencia.

Y estoy cerca también de las víctimas del incendio de un hospital para los enfermos de Covid en Bagdad. Hasta este momento son ochenta y dos muertos. Rezamos por todos.

Os confieso que estoy muy afligido por la tragedia que una vez más se produjo en los días pasados en el Mediterráneo. Ciento treinta inmigrantes han muerto en el mar. Son personas, son vidas humanas, que durante dos días enteros han implorado en vano ayuda, una ayuda que no ha llegado. Hermanos y hermanas, interroguémonos todos sobre esta enésima tragedia. Es el momento de la vergüenza. Recemos por estos hermanos y hermanas, y por muchos que siguen muriendo en estos dramáticos viajes. Recemos también por aquellos que pueden ayudar, pero prefieren mirar para otro lado. Rezamos en silencio por ellos.

Se celebra hoy en toda la Iglesia la Jornada mundial de oración por las vocaciones, que tiene como tema «San José: El sueño de la vocación». Damos gracias al Señor porque sigue suscitando en la Iglesia personas que por amor a Él se consagran al anuncio del Evangelio y al servicio de los hermanos. Y hoy, en particular, damos las gracias por los nuevos sacerdotes que he ordenado hace poco en la Basílica de San Pedro… No sé si están aquí… Y pedimos al Señor que mande buenos obreros a trabajar en su campo y multiplique las vocaciones a la vida consagrada.

Y ahora os saludo de corazón a todos vosotros, romanos y peregrinos. En particular, saludo a los familiares y los amigos de los nuevos sacerdotes; como también a la comunidad del Pontificio Colegio Germánico Húngaro, que esta mañana ha hecho la tradicional peregrinación de las Siete Iglesias.

A todos os deseo un feliz domingo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

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