jueves, 31 de diciembre de 2020

MI ORACIÓN ANTE EL FIN DE AÑO

Señor, antes de entrar en el nuevo año, quiero encontrarme contigo despacio y con calma. Contigo reflexionar todo aquello que me motivó a ser mejor y a ser agradecida, aquello momentos que pude superar situaciones conflictivas, en la vida social, en familia o comunidad  y no respondí como esperaban de mí. No fui un reflejo de tu luz y ternura para todos.

Por eso, quiero mantener mi oración constante ante Ti, para poder ser más fuerte con el alimento de tu Palabra salvadora. Con tu palabra me siento más viva/o, más cercana a los demás y mi fe crece dándome en servicio como lo hizo tu Hijo amado.

No debo sentirme ante los demás mal por ser creyente, sino más fiel y más abierta a la acogida de los que comparten conmigo la misma fe, también con los que son diferentes porque dentro de ellos estás Tú, y son nuestros hermanos.

Debo preocuparme de mi familia, ser para ellos esperanza y la alegría de la casa, para que nuestras relaciones sean más distendidas y afectuosas.

 Mi vida en Ti, es lo que hace diferente todos los días del año, siempre me sorprendes, siempre me educas a través de las relaciones con los otros...Siempre descubro motivaciones para agradecerte, alabarte y darte las gracias. Todo me habla de Ti, mi Dueño absoluto, mi Padre cariñoso.

Tu acción misericordiosa, es lo que llena toda mi vida y mis ilusiones, lo que me cambia para ser cada día mejor. Te pido que todos lleguen a conocerte bien y puedan abrir sus corazones para escuchar tu voz. Es el Camino para hacer de esta cultura de muerte en una vida  de esperanza, de confianza y de fraternidad entre todos.

Padre, así te encontraremos en la felicidad como en la oscuridad de la noche, en la mediocridad del pecado para poder levantar el vuelo hasta Ti y encontrarte en cada circunstancia de la vida que nos toca vivir.

Con estos deseos de vivir siempre en Dios, les deseo un Año Nuevo lleno de esperanzas.

Sor María Pilar Cano Sánchez,O.P

Navidad: 1 de Enero Santa María, Madre de Dios

  Evangelio (Lc 2,16-21): En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.

PALABRA DE DIOS

COMPARTIMOS:

Hoy, la Iglesia contempla agradecida la maternidad de la Madre de Dios, modelo de su propia maternidad para con todos nosotros. Lucas nos presenta el “encuentro” de los pastores “con el Niño”, el cual está acompañado de María, su Madre, y de José. La discreta presencia de José sugiere la importante misión de ser custodio del gran misterio del Hijo de Dios. Todos juntos, pastores, María y José, «con el Niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16) son como una imagen preciosa de la Iglesia en adoración.

“El pesebre”: Jesús ya está ahí puesto, en una velada alusión a la Eucaristía. ¡Es María quien lo ha puesto! Lucas habla de un “encuentro”, de un encuentro de los pastores con Jesús. En efecto, sin la experiencia de un “encuentro” personal con el Señor no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).

Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.

Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.

María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!

«¿Sabes cuál es el BULO más repetido...? Dios no existe»: impactante campaña publicitaria en España


La Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) ha realizado una original e impactante campaña para felicitar la Navidad y que sin duda no ha dejado indiferente a las cientos de miles de personas que ya las han visto.

“Hemos querido compartir la noticia más importante de la Historia en varias ciudades españolas...”, afirma la ACDP.

Aprovechando que durante estos últimos meses se ha hablado mucho de bulos y desinformación, la campaña navideña gira en torno a esto: “¿Sabes cuál es el bulo más repetido en los últimos 2000 años? DIOS NO EXISTE”. Y acaba con un “Feliz Navidad” y la imagen de un Misterio en el que se ve a Jesús, María y José.

Esta llamativa campaña la han visto ya decenas de miles de personas en toda España al estar presente en los paneles del metro de Madrid o Barcelona, así como en autobuses y marquesinas de otras ciudades como Zaragoza, Málaga, Elche o Vigo, entre otras.

Una vez más, la ACDP ha optado por una campaña de impacto que llame la atención del transeúnte o del que espera el metro, mostrando un mensaje directo, claro y que hace pensar al que lo lee, sobre todo en tiempos donde la dictadura del pensamiento único tiene más fuerza que nunca.

Esta misma estrategia es la que está siguiendo la Asociación Católica de Propagandistas con Vividores.org, la gran campaña que han lanzado para dar la batalla cultural por la vida ante la inminente aprobación de la eutanasia.

Esta centenaria institución ha visto la necesidad de dar la batalla cultural y también ha comprendido los mecanismos actuales para poder hacerse ver y oír en un sistema que excluye a todo aquel que se sale de lo políticamente correcto. Y precisamente con esta campaña navideña logran traspasar esta línea y dejar una pregunta a millones de personas.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Hermanitas del Cordero, monjas todoterreno: misioneras, mendicantes y vida monástica en plena ciudad

En el corazón mismo de Madrid vive una pequeña comunidad religiosa de una realidad eclesial relativamente reciente y en expansión para respuesta a los problemas de hoy desde el arraigo a la tradición. Se trata de las Hermanitas del Cordero, seis monjas de espiritualidad dominica de una congregación nacida en Francia en 1983.

En la capital de España viven dos españolas, tres francesas y una polaca. Tienen un carisma muy especial, pues son contemplativas y misioneras. Evangelizan con su liturgia y vida monástica dentro de una gran urbe y con sus bellas vigilias de Adoración, también con con la acogida de personas pobres y solas, y con su misión por las calles en grupos de dos o tres. Son un nuevo ejemplo de la unión de evangelización y labor social, lo que aúna en torno a ellas a personas de todo tipo: jóvenes, mayores, profesionales de éxito, personas pobres…

La palabra providencia se vive a rajatabla entre las hermanitas del Cordero, pues son totalmente mendicantes. Viven únicamente de los donativos que reciben y de lo que piden casa por casa. Dios siempre está en el centro y tras invocar al Espíritu Santo las religiosas eligen una ruta a seguir por la ciudad para conseguir la ayuda para su subsistencia y para la “mesa abierta” con las personas pobres que acuden a su hogar.

La Comunidad del Cordero tiene rama masculina y femenina. Hay 170 hermanitas y 35 hermanitos y están presentes en Francia, España, Italia, Austria, Polonia, Argentina, Chile y Estados Unidos. Concretamente, en España hay comunidades en las diócesis de Barcelona, Tarrasa, Valencia, Granada y Madrid.

A Madrid llegaron en 2008 a petición del cardenal Rouco Varela y desde 2010 viven en la Capilla del Obispo como un lugar provisional. Sin embargo, necesitan un lugar definitivo y como otras hermanitas del Cordero de distintas partes del mundo la respuesta pasa por los llamados “pequeños monasterios”, un lugar donde insertar la vida monástica y su estructura de paz y encuentro en medio del bullicio de la ciudad. Con su confianza en la Providencia esperan que este proyecto pueda llegar a buen término.

Por ello, solicitan la ayuda de los católicos y personas de buena voluntad que quieran colaborar en un proyecto que según la experiencia de otros lugares transforma no sólo espiritualmente sino también socialmente los barrios en los que se crean estos monasterios.

Las hermanas Marie y Joana han conversado con Religión en Libertad sobre este nuevo carisma y el proyecto de construcción del pequeño monasterio en Madrid. De sus gestos y de sus palabras trasciende esta confianza en la Providencia, ya sea para conseguir el alimento de ese día como para conseguir construir un lugar donde adorar a Dios y servir al prójimo en pleno Madrid.

“Vivimos de la Providencia, no tenemos salario ni ingresos fijos. No compramos alimentos. O los pedimos o la gente que sabe que vivimos así nos los hace llegar. A veces nos llegan cosas sin nosotras pedirlas”, nos cuenta la hermana Marie Aimée.

Pero además, este carisma mendicante –asegura la religiosa- se da “en todos los aspectos de nuestra vida". “Dios es mendigo, porque Él mendiga nuestro amor, está a la puerta y llama. Recibimos este amor del Dios mendicante en el amor. Somos mendicantes en las relaciones fraternas, de vivir de este amor, que se recibe”.

Pero además, la hermana Marie Aimée explica que cuando van de misión por las calles lo hacen de dos en dos (o tres en tres) para ir de puerta en puerta para que las den comida "sabemos que es Dios quien nos da de comer”. Y para ello oran antes, “Dios nos guía y vamos a esta calle o a esta otra a pedir. Él guía nuestros pasos”.

La hermana Joana cuenta además que “un lugar privilegiado para la amistad con los más pobres son los comedores sociales a los que vamos a comer con ellos. Hacemos cola como ellos, nos sentamos con ellos y comemos. A veces no hay palabras, pero luego los vemos en la calle y nos dicen: ‘ey, tú has comido conmigo… y empiezan a venir a la capilla, a la mesa abierta. Primero se hace el camino de amistad, luego el de la familia del Cordero”.

Precisamente, las mesas abiertas son una de las principales obras de este carisma de la Comunidad del Cordero, y este espacio que ahora les falta es uno de los aspectos de por qué necesitan este monasterio.

La mesa abierta tiene forma de U y en ella comen juntos las religiosas, personas de la calle o solitarias, así como familias o jóvenes cercanos a la comunidad. “Gente de toda condición está junta comiendo con una conversación común. La amistad va así creciendo, fregamos juntos, limpiamos juntos. Esto hace crecer la amistad y el don de la vida. Y se da una amistad que sigue después, y ves personas que acaban visitando a los más pobres que vienen a la capilla”.

“No se trata de abrir un comedor sino de abrir la vida monástica con esta forma de U y con una conversación común. Es una manera de relacionarse diferente. Los pobres mismos nunca han tenido esto, incluso los jóvenes, que nos dicen que nunca comen juntos mirándose, hablando… Esto reconstruye vidas”, asegura la hermana Joana.

Se va dando así una acogida que se transforma también en la asistencia a la capilla y a las vigilias de las hermanas. Va todo unido. “Este es un lugar donde se fragua la amistad y la cohesión social. Incluso a la capilla o a la mesa abierta viene gente no cristiana. Nuestro objetivo no es que todos acaben en la vida de la Iglesia, aunque Jesús sea la verdad. Pero Jesús se encarga de atraer”, explican.

En un primer lugar hay gente que llega buscando un lugar de paz y silencio. La hermana Joana relata un ejemplo concreto: “Había un hombre que no quería habla de Dios, venía a la capilla porque tenía una gran depresión. Llegaba siempre llorando y se iba siempre feliz. Un día salió al claustro en la acogida, vio a una hermanita y se arrodilló, y dijo que no lo hacía ante la hermana, sino ante una presencia”.

Hay muchos corazones necesitados, y no habla únicamente de personas pobres. “Hay gente que sigue viniendo y que se quedaba al final pegado a la pared. En estos años esas mismas personas han ido avanzando y encontrando en la Eucaristía o en la oración lo que buscaban”, aseguran estas hermanitas.

En barrios de ciudades de EEUU en los que se ha construido un monasterio del Cordero “ha disminuido el grado de violencia y delincuencia. Como es un lugar muy diferente hay quien dice que nunca se hubiera sentado al lado de esta o aquella persona por ser pobre o por su condición social, pero este es un lugar donde se encuentran como son”.

Pero otro elemento fundamental de las Hermanitas del Cordero y sin el cual no podde las Hermanitas del Cordero y sin el cual no podrían hacer nada es la oración y adoración. Y nuevamente esta vida monástica vuelve a aparecer en medio de la ciudad.

“Nuestra liturgia es única en Madrid, pues es una liturgia cantada entre Occidente y Oriente. Cuidamos mucho los signos, el canto porque el Señor a través de la liturgia habla y cura”, indica la hermana Marie Aimée.

La religiosa asegura que “pasamos mucho tiempo en la capilla, hacemos adoraciones durante horas y vigilias durante la noche en las grandes fiestas. Por ejemplo, en los sábados de Adviento (este año no debido al Covid) tenemos vigilias que duran tres o cuatro horas en el corazón de la noche para rezar por el mundo. Son catequesis litúrgicas”.

Por ello, consideran una parte importante el poder tener un pequeño monasterio adecuado a su carisma. Las religiosas recuerdan que en los primeros años de fundación de la Comunidad, las hermanitas vivían de forma muy precaria e itinerante, en habitáculos prestados, en una misión de cercanía con todos y particularmente con los más pobres. La hermanita Marie, que es la primera hermanita, vio la necesidad de arraigar el carisma y, al mismo tiempo, asegurar la formación de las jóvenes que llegaban, y poder durar fielmente en esta llamada.

Nacieron entonces, de la mano de la Providencia, los pequeños monasterios. Y son ya quince, en doce años, los que se han construido con una multitud de donativos. Por su arquitectura sencilla, pretenden reflejar la humildad y la belleza de Dios. Ellos les permiten compartir con todos el fuego de lo que llaman el amor trinitario, que es el corazón de la vida monástica, a través de la oración y de la acogida. Aquí renace la “alegría de vivir” ante este Misterio de comunión que es Dios y, juntos, pobres y ricos, experimentan en la tierra un anticipo de la Jerusalén celestial. Cada uno de los pequeños monasterios recibe el nombre de “Luz de...” para testimoniar que la Luz que es Cristo “brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron”.

Para poder ayudar  a las hermanas  Dominicas por transferencia:

ES24 0075 0123 5306 0801 5366

Swift: BSCHESMM

Titular: COMUNIDAD DEL CORDERO HERMANITAS DEL CORDERO (DOMINICAS)

La vacunación en Teruel comienza en una residencia de religiosas

El Hogar San José, de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, ha sido el centro elegido para iniciar la inmunización frente a la COVID-19 en Teruel. En él se vacunarán 94 ancianos y 24 trabajadores y, posteriormente, el fármaco de Pfizer será administrado en el resto de centros de mayores y de personas con discapacidad de Aragón.

La primera persona vacunada en el centro ha sido Ángel Loras, enfermero que trabaja en la residencia, mientras que la primera residente ha sido una mujer de 84 años. «Hay que vacunarse, es un paso para intentar entre todos paliar esta pandemia. Es responsabilidad de todos», ha manifestado Loras nada más recibir la inyección.

Sin embargo, no todos los usuarios de las residencias, ni el personal al completo de estos centros, han dado su autorización para ser vacunados. En concreto, han dado luz verde 2.060 residentes y 1.574 trabajadores, lo que representa el 87 % y el 76 % respectivamente.

En cualquier caso, el gerente de Salud de Teruel, Perla Borao, ha subrayado ante los medios de comunicación congregados ante la residencia de las religiosas el «momento esperanzador» que se abre con la vacuna, ya que es «el único arma» que tenemos ahora mismo para frenar la pandemia.

martes, 29 de diciembre de 2020

“¡Dios mío, cómo me quieres Tú!”

 Él, hecho infante,

para que tú seas

hombre perfecto;


Él, atado en pañales,

para que tú quedes libre

de las ataduras de la muerte;

Él, en el pesebre, para que te sientes a su mesa.


¡Qué increíble valor debe tener nuestra vida

para que Dios venga

a vivirla de tal manera!


Pero ¡qué increíble amor

para quererlo realizar! 


Hoy, cerca de la cueva de Belén,

no es día de decir:

“Dios mío, te quiero“.

Es el día de asombrarse diciendo:

“¡Dios mío, cómo me quieres Tú!”


San Ambrosio de Milán (339-397)

domingo, 27 de diciembre de 2020

UNA FAMILIA PARA LA FE

En este domingo, en que la palabra de Dios parece ocuparse sobre todo de Abrahán, en realidad está toda ella referida a Cristo Jesús, hijo de María y de José, hijo de Abrahán, hijo de Dios.

Él es en verdad el heredero salido de las entrañas de Abrahán.

El Señor se fijó en Sara, que se rio cuando le anunciaron que sería madre del que había de venir; ella concibió y dio a luz un hijo, al que Abrahán llamó Isaac, el ofrecido y recobrado como figura del futuro, es decir, el ofrecido y recobrado como figura de Cristo Jesús.

Por fe obedeció Abrahán. Por fe concibió Sara. Por fe fue ofrecido y recobrado Isaac. Por fe concibió María. Por fe, José le puso el niño el nombre de Jesús.

El misterio que hoy celebras, Iglesia cuerpo de Cristo, pone delante de tus ojos a una familia cuyo lazo de unión no es la sangre sino la fe.

Por la fe, la familia que forman Jesús, María y José es familia de Abrahán, heredera de las promesas, y es también nuestra familia.

Hoy no se nos invita a que imitemos los ejemplos de una familia de sangre que no conocemos, sino a tomar conciencia de la familia de fe a la que pertenecemos.

“En distintas ocasiones habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en este etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.

Somos una familia que se forma en torno a la palabra de Dios.

Quien escuche y cumpla esa palabra, ése será hermana y hermano y madre de Cristo Jesús.

Por la fe con que la palabra de Dios se cumple en nosotros, nos hacemos familia de Jesús.

Fíjate ahora en el niño que es presentado al Señor. Tómalo en brazos como hizo el anciano Simeón, y verás tú también el sacramento de la salvación que te viene de Dios, el que es “luz para alumbrar a las naciones y gloria del pueblo de Israel”. Asómbrate con José y con María por lo que la fe te dice de ese niño. Asómbrate por lo que Dios está haciendo en tu favor, fíjate en el sacramento, fíjate en el niño, y nunca dejarán de iluminarte su luz y su gloria –ese niño nunca dejará de iluminarte si te mantienes unida a él por la obediencia de la fe-.

Y si revivimos hoy el encuentro con el sacramento de nuestra salvación –aún lo tienes en tus brazos-, revivimos también el encuentro con nuestro Dios, que aparece en el mundo y vive entre los hombres: y por la fe lo acogemos en su palabra, en su eucaristía, en la comunidad de los fieles, en la persona de quienes nos presiden en la caridad, en los pobres…

Lo confesamos con asombro y admiración: Por la fe somos familia sagrada de Dios y de los pobres; es madre nuestra la madre de Jesús; es Padre nuestro su Padre; cuida de nosotros el amor discreto y entrañable de José de Nazaret; y el mundo se nos ha llenado de hermanos con los que compartir lo que somos y lo que tenemos.

Pero ésta es una familia que sólo existe para la fe. Y ésta es una fe que sólo se encuentra en la familia sagrada de Jesús.

Feliz fiesta de familia.

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

 Biblioteca del Palacio Apostólico

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Pocos días después de la Navidad, la liturgia nos invita a contemplar a la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Es hermoso pensar en el hecho de que el Hijo de Dios ha querido tener, como todos los niños, la necesidad del calor de una familia. Precisamente por esto, porque es la familia de Jesús, la de Nazaret es la familia-modelo, en la que todas las familias del mundo pueden hallar su sólido punto de referencia y una firme inspiración. En Nazaret brotó la primavera de la vida humana del Hijo de Dios, en el instante en que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María. Entre las paredes acogedoras de la casa de Nazaret se desarrolló en un ambiente de alegría la infancia de Jesús, rodeado de la solicitud maternal de María y los cuidados de José, en el que Jesús pudo ver la ternura de Dios (cf. Carta apost. Patris corde, 2).

A imitación de la Sagrada Familia, estamos llamados a redescubrir el valor educativo del núcleo familiar, que debe fundamentarse en el amor que siempre regenera las relaciones abriendo horizontes de esperanza. En la familia se podrá experimentar una comunión sincera cuando sea una casa de oración, cuando los afectos sean serios, profundos, puros, cuando el perdón prevalezca sobre las discordias, cuando la dureza cotidiana del vivir sea suavizada por la ternura mutua y por la serena adhesión a la voluntad de Dios.De esta manera, la familia se abre a la alegría que Dios da a todos aquellos que saben dar con alegría. Al mismo tiempo, halla la energía espiritual para abrirse al exterior, a los demás, al servicio de sus hermanos, a la colaboración para la construcción de un mundo siempre nuevo y mejor; capaz, por tanto, de ser portadora de estímulos positivos; la familia evangeliza con el ejemplo de vida. Es cierto, en cada familia hay problemas, y a veces también se discute. “Padre, me he peleado…”; somos humanos, somos débiles, y todos tenemos a veces este hecho de que peleamos en la familia. Os diré una cosa: si nos peleamos en familia, que no termine el día sin hacer las paces. “Sí, he discutido", pero antes de que termine el día, haz las paces. Y sabes ¿por qué? Porque la guerra fría del día siguiente es muy peligrosa. No ayuda. Y luego, en la familia hay tres palabras, tres palabras que hay que custodiar siempre: “Permiso”, “gracias”, “perdón”. “Permiso”, para no entrometerse en la vida de los demás. Permiso: ¿puedo hacer algo? ¿Te parece bien que haga esto? Permiso. Siempre, no ser entrometidos. Permiso, la primera palabra. “Gracias”: tantas ayudas, tantos servicios que nos hacemos en la familia: dar siempre las gracias. La gratitud es la sangre del alma noble. "Gracias”. Y luego, la más difícil de decir: "Perdón”. Porque siempre hacemos cosas malas y muchas veces alguien se siente ofendido por esto: “Perdóname”, “perdóname”". No olvidéis las tres palabras: “permiso”, “gracias”, “perdón”. Si en una familia, en el ambiente familiar hay estas tres palabras, la familia está bien.

Al ejemplo de evangelizar con la familia nos invita precisamente la fiesta de hoy volviéndonos a presentar el ideal del amor conyugal y familiar, tal y como quedó subrayado en la Exhortación apostólica Amoris laetitia, cuyo quinto aniversario de promulgación tendrá lugar el próximo 19 de marzo. Y habrá un año de reflexión sobre la Amoris laetitia y será una oportunidad para profundizar en los contenidos del documento [19 de marzo 2021-junio 2022].

Estas reflexiones se pondrán a disposición de las comunidades eclesiales y de las familias, para acompañarlos en su camino. A partir de ahora invito a todos a sumarse a las iniciativas que se impulsarán durante el Año y que serán coordinadas por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Encomendamos este camino con las familias de todo el mundo a la Sagrada Familia de Nazaret, en particular a San José, esposo y padre solícito.

Que la Virgen María, a la que ahora nos dirigimos con la oración del Ángelus, obtenga a las familias de todo el mundo sentirse cada vez más fascinadas por el ideal evangélico de la Sagrada Familia, de modo que se conviertan en levadura de nueva humanidad y de una solidaridad concreta y universal. 

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo a todos vosotros, familias, grupos y fieles, que seguís la oración del Ángelus a través de los medios de comunicación social. Mi pensamiento va en particular a las familias que en estos meses han perdido a un familiar o han sido puestas a dura prueba por las consecuencias de la pandemia. Pienso también en los médicos, los enfermeros y todo el personal sanitario cuyo gran compromiso en primera línea en la lucha contra la propagación del virus ha tenido repercusiones significativas sobre su vida familiar.

Hoy encomiendo al Señor todas las familias, especialmente las más probadas por las dificultades de la vida y por las heridas del malentendido y la división. Que el Señor, nacido en Belén, les conceda a todas la serenidad y la fuerza para caminar unidas por el camino del bien.

Y no olvidéis estas tres palabras que ayudarán tanto a vivir la unidad en la familia: “permiso" —para no ser entrometidos, respetar a los demás—, “gracias” —agradecernos mutuamente en la familia— y "perdón" cuando hacemos algo malo. Y este “perdón” —o cuando se discute— por favor decirlo antes de que termine el día: hacer las paces antes de que termine el día.

Os deseo a todos un feliz domingo y por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

sábado, 26 de diciembre de 2020

Un sacerdote dominico microbiólogo investiga una vacuna contra el COVID-19 que podrá ser asequible

Así como hay científicos y compañías farmacéuticas de países ricos de todo el mundo están compitiendo por el desarrollo y la aplicación de una vacuna contra la enfermedad mortal del coronavirus (COVID-19), también hay un sacerdote dominico microbiólogo filipino que vive actualmente en Estados Unidos que ha decidido fabricar una vacuna que será asequible y accesible para otros países de ingresos medios a bajos, incluido su natal Filipinas. “Pensé en desarrollar esta vacuna cuando me di cuenta de que muchas de las vacunas disponibles que se fabrican hoy ya se han prometido a países ricos”, dijo el padre Nicanor Austriaco.

Austriaco, quien es profesor asociado de Biología y Teología en el Providence College en Rhode Island, EE.UU., afirmó que su propuesta es crear una vacuna oral contra el COVID-19 usando una levadura probiótica. “Es una idea, y hay que probarla para ver si funciona. Decidí hacer esto por el bienestar del pueblo filipino”, dijo al diario Sunstar, de Filipinas.

También explicó que su proyecto, denominado “Proyecto Pag-asa (Esperanza)”, se encuentra en sus “primeras etapas de desarrollo”, las cuales por ahora “no son caras”. “Todavía se encuentra en su etapa preclínica de desarrollo y tendrá que probarse en modelos animales antes de que podamos hablar siquiera de voluntarios humanos”, dijo el microbiólogo dominico.

Según el sacerdote científico, un sistema a base de levadura no necesitaría refrigeración ni inyecciones ni personal sanitario. “Por ahora, tengo la financiación adecuada para completar los experimentos necesarios para hacer el sistema de administración de la vacuna de levadura y realizar pruebas en animales”, dijo Austriaco.

“No es necesario que me acerque a ninguna agencia gubernamental en este momento porque este todavía es un proyecto de laboratorio. Solo tendría que buscar la aprobación del gobierno si el sistema de administración de vacunas funciona en animales. Pero no lo sabremos por muchos meses”, agregó.

Las pruebas con animales se realizarán en un laboratorio de la Universidad de Santo Tomas (UST) en Manila. “Lo haremos lo más rápido posible sin sacrificar el rigor y la excelencia que exige la ciencia”, dijo Austriaco, quien actualmente se encuentra de año sabático como profesor invitado de ciencias biológicas en la UST.

Sacerdote y microbiólogo dominico de primer nivel

Austriaco terminó su licenciatura, summa cum laude, en bioingeniería en la Universidad de Pennsylvania, EE. UU. Más tarde obtuvo su doctorado en biología en el renombrado Instituto Teconológico de Massachusetts, donde fue miembro del Instituto Médico Howard Hughes.

En 1997, una conversión más profunda con el Señor lo llevó a unirse a la Orden de los Frailes Predicadores, conocida popularmente como los Dominicos. Asistió a la Pontificia Facultad de la Inmaculada Concepción en la Casa Dominica de Estudios en Washington, DC. También obtuvo su doctorado en teología sagrada de la Universidad de Friburgo en Suiza.

La Sagrada Familia (Ciclo B)

Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

PALABRA DE DIOS

Compartimos

Hoy, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Nuestra mirada se desplaza del centro del belén —Jesús— para contemplar cerca de Él a María y José. El Hijo eterno del Padre pasa de la familia eterna, que es la Santísima Trinidad, a la familia terrenal formada por María y José. ¡Qué importante ha de ser la familia a los ojos de Dios cuando lo primero que procura para su Hijo es una familia!

San Juan Pablo II, en su Carta apostólica El Rosario de la Virgen María, ha vuelto a destacar la importancia capital que tiene la familia como fundamento de la Iglesia y de la sociedad humana, y nos ha pedido que recemos por la familia y que recemos en familia con el Santo Rosario para revitalizar esta institución. Si la familia va bien, la sociedad y la Iglesia irán bien.

El Evangelio nos dice que el Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría. Jesús encontró el calor de una familia que se iba construyendo a través de sus recíprocas relaciones de amor. ¡Qué bonito y provechoso sería si nos esforzáramos más y más en construir nuestra familia!: con espíritu de servicio y de oración, con amor mutuo, con una gran capacidad de comprender y de perdonar. ¡Gustaríamos —como en el hogar de Nazaret— el cielo y la tierra! Construir la familia es hoy una de las tareas más urgentes. Los padres, como recordaba el Concilio Vaticano II, juegan ahí un papel insubstituible: «Es deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, y que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos». En la familia se aprende lo más importante: a ser personas.

Finalmente, hablar de familia para los cristianos es hablar de la Iglesia. El evangelista san Lucas nos dice que los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor. Aquella ofrenda era figura de la ofrenda sacrificial de Jesús al Padre, fruto de la cual hemos nacido los cristianos. Considerar esta gozosa realidad nos abrirá a una mayor fraternidad y nos llevará a amar más a la Iglesia.

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

 FIESTA DE SAN ESTEBAN PROTOMÁRTIR

Biblioteca del Palacio Apostólico

 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Ayer el Evangelio hablaba de Jesús como «luz verdadera» que viene al mundo, luz que «brilla en las tinieblas» y que «las tinieblas no la vencieron» (Jn 1,9.5). Hoy vemos al testigo de Jesús, san Esteban, que brilla en las tinieblas. Los testigos brillan con la luz de Jesús, no tienen luz propia. La Iglesia tampoco tiene luz propia; por eso los antiguos padres llamaron a la Iglesia “el misterio de la luna”. Al igual que la luna no tiene luz propia, los testigos no tienen luz propia, son capaces de tomar la luz de Jesús y reflejarla. Esteban es acusado falsamente y lapidado brutalmente, pero en las tinieblas del odio, en el tormento de la lapidación,  hace brillar la luz de Jesús: reza por los que le están matando y los perdona, como Jesús en la cruz. Es el primer mártir, es decir, el primer testigo, el primero de una gran multitud de hermanos y hermanas que, hasta hoy, siguen llevando luz a las tinieblas: personas que responden al mal con el bien, que no ceden a la violencia y la mentira, sino que rompen la espiral del odio con la mansedumbre del amor. Estos testigos iluminan el alba de Dios en las noches del mundo.

Pero, ¿cómo se convierte uno en testigo? Imitando a Jesús, tomando luz de Jesús. Este es el camino para todo cristiano: imitar a Jesús, tomar la luz de Jesús. San Esteban nos da el ejemplo: Jesús había venido para servir y no para ser servido (cf. Mc 10,45), y él vive para servir y no para ser servido, y viene para servir: Esteban fue elegido diácono, se hace diácono, es decir, servidor, y sirve a los pobres en las mesas (cf. Hch 6,2). Trata de imitar al Señor todos los días y lo hace hasta el final: al igual que Jesús es capturado, condenado y asesinado fuera de la ciudad y, como Jesús, reza y perdona. Dice mientras le apedreaban: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado » (7,60). Esteban es testigo porque imita a Jesús.

Sin embargo, podría surgir una pregunta: ¿hacen falta realmente estos testimonios de bondad cuando en el mundo se propaga la maldad? ¿Para qué sirve rezar y perdonar? ¿Solo para dar un buen ejemplo? ¿Para qué sirve esto? No, es mucho más. Lo descubrimos por un detalle. Entre aquellos por los que Esteban rezaba y a los que perdonaban había, dice el texto, «un joven, llamado Saulo» (v. 58), que «aprobaba su muerte» (8,1). Poco después, por la gracia de Dios, Saulo se convierte, recibe la luz de Jesús, la acepta, se convierte y deviene Pablo, el más grande misionero de la historia. Pablo nace precisamente por la gracia de Dios, pero a través del perdón de Esteban, a través del testimonio de Esteban. Esta es la semilla de su conversión. Es una prueba de que los gestos de amor cambian la historia: incluso los pequeños, ocultos, cotidianos. Porque Dios guía la historia a través del humilde valor de quien reza, ama y perdona. Muchos santos ocultos, los santos de la puerta de al lado, testigos ocultos de vida, cambian la historia con pequeños gestos de amor.

Ser testigos de Jesús es válido también para nosotros. El Señor quiere que hagamos de la vida una obra extraordinaria a través de los gestos comunes, los gestos de todos los días. En el lugar donde vivimos, en familia, en el trabajo, en todas partes, estamos llamados a ser testigos de Jesús, aunque solo sea regalando la luz de una sonrisa, luz que no es nuestra: es de Jesús, e incluso solo huyendo de las sombras de las habladurías y los chismes. Y, si vemos algo que no va bien, en lugar de criticar, chismorrear y quejarnos, recemos por quienes se equivocaron y por esa difícil situación. Y cuando surja una discusión en casa, en lugar de intentar prevalecer, intentemos resolver; y empezar de nuevo cada vez, perdonando a quien ofende. Pequeñas cosas, pero cambian la historia, porque abren la puerta, abren la ventana a la luz de Jesús. San Esteban, mientras recibía las piedras del odio, devolvía palabras de perdón. Así cambió la historia. También nosotros podemos transformar el mal en bien todos los días, como sugiere un hermoso proverbio que dice: «Haz como la palmera, le tiran piedras y deja caer dátiles».

Recemos hoy por los que sufren persecución por el nombre de Jesús. Lamentablemente son muchos. Más que en los primeros tiempos de la Iglesia. Encomendemos a la Virgen María estos hermanos y hermanas nuestros, que responden a la opresión con mansedumbre y, como verdaderos testigos de Jesús, vencen el mal con el bien.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo a todos vosotros, familias, grupos y fieles que seguís este momento de oración a través de los medios de comunicación social. Tenemos que hacerlo así, para evitar que la gente venga a la Plaza. Y de este modo colaborar con las disposiciones que han dado las Autoridades, para ayudarnos a todos a huir de esta pandemia.

Que el clima de alegría navideña, que hoy se prolonga y aún nos llena el corazón, despierte en todos el deseo de contemplar a Jesús en el pesebre, para luego servirlo y amarlo en las personas que nos rodean. En estos días he recibido felicitaciones de Roma y de otras partes del mundo. Es imposible responder a cada uno, pero aprovecho y expreso ahora mi gratitud, sobre todo por el don de la oración, que hacéis por mí y que correspondo de buen grado.

Feliz día de San Esteban. Por favor seguid rezando por mí.

¡Buen almuerzo y hasta pronto!

viernes, 25 de diciembre de 2020

MENSAJE URBI ET ORBI DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad!

Deseo hacer llegar a todos el mensaje que la Iglesia anuncia en esta fiesta, con las palabras del profeta Isaías: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5).

Ha nacido un niño: el nacimiento es siempre una fuente de esperanza, es la vida que florece, es una promesa de futuro. Y este Niño, Jesús, “ha nacido para nosotros”: un nosotros sin fronteras, sin privilegios ni exclusiones. El Niño que la Virgen María dio a luz en Belén nació para todos: es el “hijo” que Dios ha dado a toda la familia humana.

Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, “Papá”. Jesús es el Unigénito; nadie más conoce al Padre sino Él. Pero Él vino al mundo precisamente para revelarnos el rostro del Padre. Y así, gracias a este Niño, todos podemos llamarnos y ser verdaderamente hermanos: de todos los continentes, de todas las lenguas y culturas, con nuestras identidades y diferencias, sin embargo, todos hermanos y hermanas.

En este momento de la historia, marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca la fraternidad. Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de sentimientos vagos... No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente a mí pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto es válido también para las relaciones entre los pueblos y las naciones: Hermanos todos.

En Navidad celebramos la luz de Cristo que viene al mundo y Él viene para todos, no sólo para algunos. Hoy, en este tiempo de oscuridad y de incertidumbre por la pandemia, aparecen varias luces de esperanza, como el desarrollo de las vacunas. Pero para que estas luces puedan iluminar y llevar esperanza al mundo entero, deben estar a disposición de todos. No podemos dejar que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como la verdadera familia humana que somos. No podemos tampoco dejar que el virus del individualismo radical nos venza y nos haga indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No puedo ponerme a mí mismo por delante de los demás, colocando las leyes del mercado y de las patentes por encima de las leyes del amor y de la salud de la humanidad. Pido a todos: a los responsables de los estados, a las empresas, a los organismos internacionales, de promover la cooperación y no la competencia, y de buscar una solución para todos. Vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados de todas las regiones del planeta. ¡Poner en primer lugar a los más vulnerables y necesitados!

Que el Niño de Belén nos ayude, pues, a ser disponibles, generosos y solidarios, especialmente con las personas más frágiles, los enfermos y todos aquellos que en este momento se encuentran sin trabajo o en graves dificultades por las consecuencias económicas de la pandemia, así como con las mujeres que en estos meses de confinamiento han sufrido violencia doméstica.

Ante un desafío que no conoce fronteras, no se pueden erigir barreras. Estamos todos en la misma barca. Cada persona es mi hermano. En cada persona veo reflejado el rostro de Dios y, en los que sufren, vislumbro al Señor que pide mi ayuda. Lo veo en el enfermo, en el pobre, en el desempleado, en el marginado, en el migrante y en el refugiado: todos hermanos y hermanas.

En el día en que la Palabra de Dios se hace niño, volvamos nuestra mirada a tantos niños que en todo el mundo, especialmente en Siria, Irak y Yemen, están pagando todavía el alto precio de la guerra. Que sus rostros conmuevan las conciencias de las personas de buena voluntad, de modo que se puedan abordar las causas de los conflictos y se trabaje con valentía para construir un futuro de paz.

Que este sea el momento propicio para disolver las tensiones en todo Oriente Medio y en el Mediterráneo oriental.

Que el Niño Jesús cure nuevamente las heridas del amado pueblo de Siria, que desde hace ya un decenio está exhausto por la guerra y sus consecuencias, agravadas aún más por la pandemia. Que lleve consuelo al pueblo iraquí y a todos los que se han comprometido en el camino de la reconciliación, especialmente a los yazidíes, que han sido duramente golpeados en los últimos años de guerra. Que porte paz a Libia y permita que la nueva fase de negociaciones en curso acabe con todas las formas de hostilidad en el país.

Que el Niño de Belén conceda fraternidad a la tierra que lo vio nacer. Que los israelíes y los palestinos puedan recuperar la confianza mutua para buscar una paz justa y duradera a través del diálogo directo, capaz de acabar con la violencia y superar los resentimientos endémicos, para dar testimonio al mundo de la belleza de la fraternidad.

Que la estrella que iluminó la noche de Navidad sirva de guía y aliento al pueblo del Líbano para que, en las dificultades que enfrenta, con el apoyo de la Comunidad internacional no pierda la esperanza. Que el Príncipe de la Paz ayude a los dirigentes del país a dejar de lado los intereses particulares y a comprometerse con seriedad, honestidad y transparencia para que el Líbano siga un camino de reformas y continúe con su vocación de libertad y coexistencia pacífica.

Que el Hijo del Altísimo apoye el compromiso de la comunidad internacional y de los países involucrados de mantener el cese del fuego en el Alto Karabaj, como también en las regiones orientales de Ucrania, y a favorecer el diálogo como única vía que conduce a la paz y a la reconciliación.

Que el Divino Niño alivie el sufrimiento de las poblaciones de Burkina Faso, de Malí y de Níger, laceradas por una grave crisis humanitaria, en cuya base se encuentran extremismos y conflictos armados, pero también la pandemia y otros desastres naturales; que haga cesar la violencia en Etiopía, donde, a causa de los enfrentamientos, muchas personas se ven obligadas a huir; que consuele a los habitantes de la región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, víctimas de la violencia del terrorismo internacional; y aliente a los responsables de Sudán del Sur, Nigeria y Camerún a que prosigan el camino de fraternidad y diálogo que han emprendido.

Que la Palabra eterna del Padre sea fuente de esperanza para el continente americano, particularmente afectado por el coronavirus, que ha exacerbado los numerosos sufrimientos que lo oprimen, a menudo agravados por las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico. Que ayude a superar las recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano.

Que el Rey de los Cielos proteja a los pueblos azotados por los desastres naturales en el sudeste asiático, especialmente en Filipinas y Vietnam, donde numerosas tormentas han causado inundaciones con efectos devastadores para las familias que viven en esas tierras, en términos de pérdida de vidas, daños al medio ambiente y repercusiones para las economías locales.

Y pensando en Asia, no puedo olvidar al pueblo Rohinyá: Que Jesús, nacido pobre entre los pobres, lleve esperanza a su sufrimiento.

Queridos hermanos y hermanas:

«Un niño nos ha nacido» (Is 9,5). ¡Ha venido para salvarnos! Él nos anuncia que el dolor y el mal no tienen la última palabra. Resignarse a la violencia y a la injusticia significaría rechazar la alegría y la esperanza de la Navidad.

En este día de fiesta pienso de modo particular en todos aquellos que no se dejan abrumar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y ayuda, socorriendo a los que sufren y acompañando a los que están solos.

Jesús nació en un establo, pero envuelto en el amor de la Virgen María y san José. Al nacer en la carne, el Hijo de Dios consagró el amor familiar. Mi pensamiento se dirige en este momento a las familias: a las que no pueden reunirse hoy, así como a las que se ven obligadas a quedarse en casa. Que la Navidad sea para todos una oportunidad para redescubrir la familia como cuna de vida y de fe; un lugar de amor que acoge, de diálogo, de perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida, fuente de paz para toda la humanidad.

A todos, ¡Feliz Navidad!

NO TE CANSES DE SER TÚ

 Dos cosas hemos aprendido,

de la pandemia:

que todo está interconectado

y que, pues,

nos salvamos o nos hundimos

juntos.


Mientras celebramos la Fiesta

de la fraternidad universal,

hay quien cultiva violencia.

pero hay también

-tú y yo entre ellos-

quienes dejan emerger

la chispa de bondad

que todo el mundo

lleva en su corazón,

y escogen la compasión

como camino de vida.


Que no te canses de ser

tú misma, tú mismo,

porque -lo sabes muy bien-

nos salvamos o nos hundimos

juntos.

¡Feliz navidad!

jueves, 24 de diciembre de 2020

¿Te vas a esconder o ...?

¿Vendrás a ver la luz que sale de la cueva?

Tiene un brillo nuevo, aunque ya venía brillando.

Será la estrella que te guíe, te enseñará quién eres.

¿Te vas a esconder o quieres encontrarte con la luz?

 

¿Quieres dejarte iluminar por la luz que puede liberar a esclavos?

Estará a favor de lo recto; sanará y salvará.

Allí donde hay pirámides de egoísmo, 

hay también quienes quieren liberarse........

¿Te vas a esconder, o quieres encontrarte con la luz?

 

¿Nos hablarás de la luz de una celda de la cárcel?

Aunque esté atada e invisible, brilla con fulgor.

Donde se recorta y se golpea la verdad, 

cuando se abusa de personas inocentes......

¿te vas a esconder, o quieres encontrarte con la luz?


¿Acompañarás a la esperanza que brilla en los ojos de una joven

o a los poderosos que huyen del llanto de un bebé?

Cuando los últimos y los más débiles 

tienen el primer puesto en la fiesta;...

¿te vas a esconder, o quieres encontrarte con la luz?

 

¿Caminarás a la luz de un recién nacido?

En la vela que brilla de noche, que la oscuridad no puede apagar,

se vislumbra el amanecer.....

¿te vas a esconder, o quieres encontrarte con la luz?

La ilusión de la invulnerabilidad

Cualquier cosa que no te mata te hace más fuerte. Ese es un axioma piadoso que no siempre se cumple. A veces, llega el mal momento y no aprendemos nada. Esperamos que este mal momento actual, el Covid-19, nos enseñará algo y nos hará más fuertes. Mi esperanza es que el Covid-19 nos enseñará algo que las anteriores generaciones no necesitaron que les enseñaran, sino ya conocían a través de su experiencia vivida; esto es, que no somos invulnerables, que no estamos exentos de la amenaza de enfermedad, desfallecimiento y muerte. En resumen, todo lo que nuestro mundo contemporáneo puede ofrecernos sobre tecnología, medicina, nutrición y aseguración de todo tipo no nos exime de la fragilidad y la vulnerabilidad. El Covid-19 nos ha enseñado eso. Igual que todos los demás que alguna vez han pisado esta tierra, nosotros también somos vulnerables.

Tengo suficientes años para haber conocido una anterior generación cuando la mayoría de la gente vivía con mucho miedo, no todo ello saludable, pero sí todo ello real. La vida era frágil. Dar a luz a un niño podía significar tu muerte. Una gripe o un virus podía matarte, y tenías poca defensa contra ello. Podías morir joven de una enfermedad del corazón, cáncer, diabetes, mala higiene y docenas de otras cosas. Y la naturaleza misma podía representar una amenaza. Tormentas, huracanes, tornados, sequía, peste, rayo: todos ellos eran de temer porque estábamos por lo general indefensos contra ellos. La gente vivía con una sensación de que la vida y la salud eran frágiles, que no debían ser dadas por supuestas.


Pero más tarde aparecieron las vacunas, la penicilina, mejores hospitales, mejores medicinas, parto más seguro, mejor nutrición, mejor vivienda, mejor servicio sanitario, mejores carreteras, mejores coches y mejor sistema de seguros contra todo: desde la pérdida del trabajo,  a la sequía, las tormentas, la peste, los desastres de cualquier clase. Y junto con eso, llegó una  sensación siempre creciente de que estamos a salvo, protegidos, seguros, diferentes que en anteriores generaciones, capaces de  cuidar de nosotros mismos, ya no tan vulnerables como estaban  las generaciones anteriores a nosotros.

Y en gran medida eso es cierto, al menos en cuanto a  nuestra salud física y seguridad. De muchas maneras, somos mucho menos vulnerables que las generaciones anteriores.  Pero, como el Covid-19 ha hecho evidente, esto no es un puerto totalmente seguro. A pesar de mucha repulsa y protesta, hemos tenido que aceptar que ahora vivimos como hicieron todos antes que nosotros, esto es, como incapaces de garantizar la propia salud y seguridad. Por todas las horribles cosas que el Covid-19 nos ha hecho, ha ayudado a desvanecer una ilusión, la ilusión de nuestra propia invulnerabilidad. Somos frágiles, vulnerables, mortales.

A primera vista, esto parece una cosa mala; no lo es. La desilusión es el desvanecimiento de una ilusión, y hemos estado durante demasiado tiempo (y demasiado volublemente) viviendo una ilusión, esto es, viviendo bajo un paño de falso hechizo que nos tiene creyendo que las amenazas de lo antiguo ya no tienen el poder de tocarnos. ¡Y qué equivocados estamos! En el momento de este escrito hay 70.1 millones de casos de Covid-19 divulgados por el ancho mundo y ha habido más de 1.6 millones  de muertes por este virus. Además, las tasas más altas de infección y muerte han estado en aquellos países que consideraríamos los más invulnerables, países que tienen los mejores hospitales y los más altos estándares de medicina para protegernos. Eso sería una llamada de atención. Por todas las cosas buenas que nuestro mundo moderno y posmoderno pueda darnos, al final no puede protegernos de todo, aun cuando nos dé la sensación de que puede.

El Covid-19 ha sido un cambiador de juego; ha desvanecido una ilusión, la de nuestra propia invulnerabilidad. ¿Qué hay que aprender? En resumen, que nuestra generación debe tomar su lugar con todas las otras generaciones, reconociendo que no podemos dar por supuesta la vida, la salud, la familia, el trabajo, la comunidad, el viaje, la recreación, la libertad de reunión y la libertad de acudir a la iglesia. El Covid-19 nos ha enseñado que no somos el Señor de la vida y que la fragilidad es aún el lote de cada uno, aun en un mundo moderno y posmoderno.

La teología y la filosofía de interpretación cristiana clásica han enseñado siempre que, como humanos, no somos autosuficientes. Sólo Dios lo es.  Sólo Dios es “ser autosuficiente” (Ipsum esse subsistens, en la filosofía clásica). Los demás somos contingentes, dependientes, interdependientes… y lo suficientemente mortales para temer la nueva cita con nuestro médico. Las generaciones anteriores, porque carecían de nuestro  conocimiento médico, de nuestros médicos, de nuestros hospitales, de nuestros patrones de higiene, de nuestras medicinas, de nuestras vacunas y de nuestros antibióticos, sintieron existencialmente su contingencia. Sabían que no eran autosuficientes, y que la vida y la salud no podían darse por supuestas. Yo no les envidio nada del falso temor que vino  con eso, pero sí les envidio no vivir bajo un manto de falsa seguridad. Nuestro mundo contemporáneo, por todas las buenas cosas que nos da, nos ha adormecido en términos de nuestra fragilidad, vulnerabilidad y mortalidad. El Covid-19 es una llamada a despertarnos, no sólo al hecho de que somos vulnerables, sino especialmente al hecho de que no podemos dar por supuestos los preciados dones de salud, familia, trabajo, comunidad, viaje, recreación, libertad de reunirnos y (sí) incluso de acudir a la iglesia. 

Ron Rolheiser 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Los Dominicos inauguran el primer "Belén-falla"

Con un título muy sugerente (La voz del silencio), único hasta ahora en su género, los Dominicos del Vedat han inaugurado el pasado viernes el primer "Belén-falla". Elaborado por artistas falleros, para solidarizarse y rendir un sentido homenaje a este colectivo tan afectado por la pérdida de trabajo durante la pandemia. Una apuesta original, atrevida, valiente y de mucha actualidad.

Está realizado por el artista fallero de Cullera Fede Alonso que después de escuchar y hacer suya la idea planteada por fray Martín Alexis, ha hecho realidad una fusión elogiosa de la esencia de las fallas y el sentido de la Navidad, tras las figuras del Nacimiento.

Con más de cinco metros de largo por cinco de ancho, el conjunto está compuesto por una gran mascarilla central, con los colores blanco y negro dominicanos. En el lado oscuro de la misma, un corazón rompe la oscuridad donde aparece la luz que traen consigo las figuras de José, María y Jesús. Al lado izquierdo una mascarilla en formato más pequeño, representa a un pastor con sus tres ovejas y donde la esfera del mundo con su mascarilla también manda un mensaje de ánimo.

Al lado derecho dos mascarillas más, homenajean a los sanitarios y a todos los cuerpos de seguridad del Estado, que nos han estado haciendo más llevadera esta situación tan dramática. Justo encima del Nacimiento una mascarilla blanca representa al ángel anunciador del cual se desprende una estrella. Por último, un remate de esos que no nos dejan dudas de encontrarnos frente a una falla. Tres mascarillas representan a los tres Reyes Magos, sus regalos este año no pueden ser otros que ofrecer unión, fraternidad, solidaridad y fuerza. Todo bajo el laborioso proceso de una falla.

Este Belén rompe cualquier esquema y molde de lo que se ha visto hasta ahora. El mismo artista expresaba su sorpresa porque nunca pensó que una de sus obras pudiese ser "plantada" dentro de un templo. Lleno de simbolismo, pero con la esperanza de evangelizar desde el silencio, impuesto tras cada mascarilla.

Sólo un Nacimiento basta para dar Voz, poner Luz y sembrar Alegría a ese lado oscuro del pesimismo, amargura e incertidumbre que parece invadirnos y quitarnos la esencia profunda de la Navidad. Puede ser una Navidad diferente, pero triste nunca. Ese es el grito silencioso de este Belén-falla que ya forma parte de esas curiosidades hermosas que nos va dejando esta pandemia.

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

Catequesis sobre la Navidad

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En esta catequesis, en los días previos a la Navidad, quisiera ofrecer algunos puntos de reflexión en preparación a la celebración de la Navidad. En la Liturgia de la Noche resonará el anuncio del ángel a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,10-12).

Imitando a los pastores, también nosotros nos movemos espiritualmente hacia Belén, donde María ha dado a luz al Niño en un establo,  «porque —dice San Lucas— no tenían sitio en el alojamiento» (2,7). La Navidad se ha convertido en una fiesta universal, y también quien no cree percibe la fascinación de esta festividad. El cristiano, sin embargo, sabe que la Navidad es un evento decisivo, un fuego perenne que Dios ha encendido en el mundo, y no puede ser confundido con las cosas efímeras. Es importante que no se reduzca a fiesta solamente sentimental o consumista. El domingo pasado llamé la atención sobre este problema, subrayando que el consumismo nos ha secuestrado la Navidad. No: la Navidad no debe reducirse a fiesta solamente sentimental o consumista, rica de regalos y de felicitaciones pero pobre de fe cristiana, y también pobre de humanidad. Por tanto, es necesario frenar una cierta mentalidad mundana, incapaz de captar el núcleo incandescente de nuestra fe, que es este: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Y esto es el núcleo de la Navidad, es más: es la verdad de la Navidad; no hay otra.

La Navidad nos invita a reflexionar, por una parte, sobre la dramaticidad de la historia, en la cual los hombres, heridos por el pecado, van incesantemente a la búsqueda de verdad, a la búsqueda de misericordia, a la búsqueda de redención; y, por otro lado, sobre la bondad de Dios, que ha venido a nuestro encuentro para comunicarnos la Verdad que salva y hacernos partícipes de su amistad y de su vida. Y este don de gracia: esto es pura gracia, sin mérito nuestro. Hay un Santo Padre que dice: “Pero mirad de este lado, del otro, por allí: buscad el mérito y no encontraréis otra cosa que gracia”. Todo es gracia, un don de gracia. Y este don de gracia lo recibimos a través de la sencillez y la humanidad de la Navidad, y puede quitar de nuestros corazones y de nuestras mentes el pesimismo, que hoy se ha difundido todavía más por la pandemia. Podemos superar ese sentido de pérdida inquietante, no dejarnos abrumar por las derrotas y los fracasos, en la conciencia redescubierta de que ese Niño humilde y pobre, escondido e indefenso, es Dios mismo, hecho hombre por nosotros. El Concilio Vaticano II, en un célebre pasaje de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, nos dice que este evento nos concierne a cada uno de nosotros: «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado» (Const. past. Gaudium et spes, 22). Pero Jesús nació hace dos mil años, ¿y me concierne a mí? — Sí, te concierne a ti y a mí, a cada uno de nosotros. Jesús es uno de nosotros: Dios, en Jesús, es uno de nosotros.

Esta realidad nos dona tanta alegría y tanta valentía. Dios no nos ha mirado desde arriba, desde lejos, no ha pasado de largo, no ha sentido asco por nuestra miseria, no se ha revestido con un cuerpo aparente, sino que ha asumido plenamente nuestra naturaleza y nuestra condición humana. No ha dejado nada fuera, excepto el pecado: lo único que Él no tiene. Toda la humanidad está en Él. Él ha tomado todo lo que somos, así como somos. Esto es esencial para comprender la fe cristiana. San Agustín, reflexionando sobre su camino de conversión, escribe en sus Confesiones: «Todavía no tenía tanta humildad para poseer a mi Dios, al humilde Jesús, ni conocía las enseñanzas de su debilidad» (Confesiones VII, 8). ¿Y cuál es la debilidad de Jesús? ¡La “debilidad” de Jesús es una “enseñanza”! Porque nos revela el amor de Dios. La Navidad es la fiesta del Amor encarnado, del amor nacido por nosotros en Jesucristo. Jesucristo es la luz de los hombres que resplandece en las tinieblas, que da sentido a la existencia humana y a la historia entera.

Queridos hermanos y hermanas, que estas breves reflexiones nos ayuden a celebrar la Navidad con mayor conciencia. Pero hay otro modo de prepararse, que quiero recordaros a vosotros y a mí, que está al alcance de todos: meditar un poco en silencio delante del pesebre. El pesebre es una catequesis de esta realidad, de lo que se hizo ese año, ese día, que hemos escuchado en el Evangelio. Para esto, el año pasado escribí una Carta, que nos hará bien retomar. Se titula Admirabile signum, “Signo admirable”. Siguiendo las huellas de San Francisco de Asís, nos podemos convertir un poco en niños y permanecer contemplando la escena de la Natividad, y dejar que renazca en nosotros el estupor por la forma “maravillosa” en la que Dios ha querido venir al mundo. Pidamos la gracia del estupor: delante de este misterio, de esta realidad tan tierna, tan bella, tan cerca de nuestros corazones, el Señor nos dé la gracia del estupor, para encontrarlo, para acercarnos a Él, para acercarnos a todos nosotros.  Esto hará renacer en nosotros la ternura. El otro día, hablando con algunos científicos, se hablaba de inteligencia artificial y de los robots… Hay robots programados para todos y para todo, y esto va adelante. Y yo les dije: “¿pero qué es eso que los robots no podrán hacer nunca?”. Ellos han pensado, han hecho propuestas, pero al final quedaron de acuerdo en una cosa: la ternura. Esto los robots no podrán hacerlo. Y esto es lo que nos trae Dios, hoy: una forma maravillosa en la que Dios ha querido venir al mundo, y esto hace renacer en nosotros la ternura, la ternura humana que está cerca a la de Dios. ¡Y hoy necesitamos mucho la ternura, tenemos mucha necesidad de caricias humanas, frente a tantas miserias! Si la pandemia nos ha obligado a estar más distantes, Jesús, en el pesebre, nos muestra el camino de la ternura para estar cerca, para ser humanos. Sigamos este camino. ¡Feliz Navidad!

Saludos:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Que esta Navidad contemplemos con corazón de niños, en silencio orante, el signo hermoso del pesebre, y que el Señor nos conceda acoger con corazón puro y extasiado el modo maravilloso que Dios escogió para venir al mundo. La Virgen y San José nos alcancen del Niño Jesús la gracia de que renazca en nuestro corazón la ternura, para abrazar con amor a todos, como verdaderos hermanos y hermanas. Feliz Navidad para todos.

Con la celebración de la Navidad a las puertas, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones que ayuden a vivir mejor el nacimiento del Señor. Como los pastores, obedientes al anuncio del ángel, vayamos espiritualmente también nosotros a Belén, donde en la pobreza de una gruta, María dio a luz al Salvador del mundo. 

La Navidad es, hoy en día, una fiesta universal; aun los que no tienen fe perciben su encanto. Para nosotros los cristianos es el acontecimiento decisivo, que no puede ser confundido con lo que es banal y efímero. No se trata de una fiesta sentimental, consumista, llena de regalos, pero vacía de fe. Es necesario que dejemos de lado una mentalidad mundana, incapaz de entender que la verdad fundamental de nuestra fe es el misterio de Dios que se hizo hombre, en todo igual a nosotros, menos en el pecado.

Esta fiesta nos invita a contemplar, por una parte, el drama del mundo, en el que el hombre herido por el pecado busca misericordia y salvación, y por otra parte, la bondad de Dios que vino a su encuentro, para hacerlo participar de su bondad y de su vida. En este tiempo de sufrimiento y de incerteza a causa de la pandemia, la presencia de Dios en el niño recién nacido en Belén, indefenso, humilde y pobre, nos libra del sentido de fracaso, de impotencia y de pesimismo que llevamos dentro, y nos descubre el verdadero significado de la existencia humana y de la historia, porque Jesús se revela como luz que disipa las tinieblas y nos abre el horizonte de la alegría y de la esperanza. 

martes, 22 de diciembre de 2020

Carta de Navidad del Maestro de la Orden

 Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos (…) y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida (…) que se nos manifestó (…) os lo anunciamos, (…) para que nuestro gozo sea completo (I Juan 1:1,3-4).

Queridos hermanos y hermanas,

La Navidad, tanto en tiempos de pandemia como de prosperidad, es una celebración de la inescrutable cercanía de Dios que habita en nuestro interior y entre nosotros; es una acción de gracias a nuestro Dios generoso que se da a sí mismo como regalo.

Este año del Señor de 2020 ha sido realmente inesperado, sin precedentes, inolvidable. La mayoría de nosotros celebramos el Triduo Pascual confinados, con las puertas cerradas; nuestros corazones rebosaban de ansiedad ante un futuro incierto. Pero entonces volvimos nuestros pensamientos y los ojos de nuestra fe hacia nuestro Señor Resucitado, que atraviesa las puertas cerradas, nos saluda con su paz y nos anima a no tener miedo.

Ahora celebramos la Navidad, luchando todavía contra este virus, protegiéndonos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos manteniendo una distancia caritativa entre nosotros. Nuestro canto del Venite adoremus queda amortiguado por las mascarillas y los protectores faciales. San Pablo nos exhorta a contemplar con "rostros descubiertos" (2 Corintios 3:18) la gloria de Dios. Sin embargo, este año adoramos la belleza del Rey recién nacido con los rostros cubiertos. Aunque puede que nuestras celebraciones sean escasas y sencillas, tenemos nuestra esperanza y nuestro consuelo en la conmemoración del nacimiento del Emmanuel, el Dios que está "más cerca de nosotros que nosotros mismos" (San Agustín, Confesiones III, 6, 11).

Los recuerdos más agradables de la Navidad son de nuestra infancia, cuando los árboles de Navidad nos sobrepasaban con su inmensidad, cuando unos pocos caramelos daban la impresión de ser una cantidad abundante de dulces en nuestras pequeñas manos. Cuando crecimos, nos dimos cuenta de que la Navidad no tenía que ver con banquetes deliciosos, sino con compartir la comida que alimenta el hambre de nuestros cuerpos y satisface el deseo de fraternidad y de amistad de nuestras almas; nos dimos cuenta de que la Navidad no consiste en intercambiar regalos materiales, sino el regalo de la presencia, del tiempo, de las conversaciones, de estar simplemente juntos, como hermanos y hermanas, con la familia y los amigos

Sin embargo, aún persiste la pregunta: ¿Cómo puede haber alegría navideña en una época de pandemia? En muchos hogares y comunidades, incluyendo algunos de nuestros propios conventos, hay hoy sillas y espacios vacíos que nos recuerdan a los seres queridos que hemos perdido este año. Puede que no haya fiestas de Navidad, porque el dinero escasea por la pérdida de empleos y la recesión económica. Debido a las restricciones de viaje y movimiento, los ancianos extrañarán enormemente las visitas y los abrazos de sus seres queridos. Las mascarillas protectoras ocultarán las espléndidas sonrisas de quienes cantan villancicos, como « lámparas debajo del celemín »(Mateo 5,15) que no podrán iluminar completamente estas oscuras noches de diciembre. ¿Cómo puede haber alegría navideña en una época de pandemia?

Nuestro gozo será pleno, como asegura el discípulo amado, si predicamos “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos (…) y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida (…) que se nos manifestó” (I Juan 1:1,3-4).

Esto lo representa de manera elocuente la hermosa pintura de Sor Úrsula Magdalena Caccia de la Santa Madre de Dios que permite a Santo Domingo ver y tocar al niño Jesús, como una madre orgullosa que deja que un ser querido sostenga a su precioso recién nacido.Esta es la beatitud de Domingo, la alegría de predicar a quien ha escuchado, visto y tocado: el Verbo Encarnado.

Esta Navidad, mientras entramos en la celebración del centenario del Dies Natalis de Santo Domingo, nos preguntamos: ¿cómo hemos oído, visto y tocado la Palabra este año? En muchos lugares, el incesante sonido de las sirenas se convirtió en un eco permanente de la pandemia. Pero también significaba que los trabajadores de la salud continuaban socorriendo a los enfermos.

De un fraile que vive aquí, en Santa Sabina, he aprendido la hermosa palabra alemana para decir enfermera: Krankenschwester, que literalmente significa "hermana de los enfermos". Una persona enferma no es solo un paciente, sino un miembro de la familia, uno de los nuestros. En tiempos de desastre, siempre vemos gente que ayuda y cuida de las personas. Cuando las cosas se desmoronan, debemos buscar siempre "salvadores", personas que nos hacen sentir que todo va a estar bien, incluso en la adversidad. Ellas nos dan esperanza. ¡Ciertamente es bueno ver a una de ellas cuando nos miramos en el espejo!

En los últimos tiempos, incluso antes de la pandemia, la proximidad y el tacto han sido vistos con sospecha. Podrían ser signos de abuso. Con la amenaza de la Covid-19 se han convertido en amenazas de contagio y de riesgo. La malicia ha contaminado el tacto y ha hecho que la proximidad sea arriesgada e imprudente; la caridad táctil se ha vuelto tabú y terriblemente ofensiva. Paradójicamente, el mantenimiento de una distancia segura, como protección y prevención de la transmisión viral, se ha transformado en signo sincero de nuestra "cercanía" y en una preocupación genuina por la salud y la seguridad de los demás

Me alegra que, en estos tiempos difíciles, hayamos oído y visto las múltiples predicaciones y obras de caridad de nuestros hermanos y hermanas, tocando los corazones de tantos.

La alegría de la Navidad es un regalo que nos espera cuando predicamos a Aquel que hemos oído, visto y tocado. No es de extrañar que, desde los primeros tiempos de nuestra Orden, hayamos rezado:

Que Dios Padre nos bendiga, Que Dios Hijo nos sane,

Que Dios Espíritu Santo nos ilumine y nos dé ojos para ver,

oídos para escuchar,

manos para hacer la obra de Dios, pies para caminar,

y una boca para predicar la palabra de salvación...

Una vez escuché la historia de un maestro que preguntó a sus alumnos: ¿cómo podéis saber que la noche ha terminado y el día ha comenzado? Un alumno respondió: ¿es cuando desde la distancia puedo ver un árbol y puedo decir si ese árbol es un manzano o un naranjo? El maestro le dijo que todavía no. Otro alumno levantó la mano: ¿es cuando desde la distancia puedo ver un animal y puedo decir si es una vaca o un caballo? El maestro dijo que no exactamente. Los estudiantes pidieron entonces al unísono la respuesta. El maestro declaró: es cuando desde la distancia se puede ver a una persona y ya se puede percibir en ella el rostro de un hermano o una hermana. Cuando eso sucede, la oscuridad de la noche ha verdaderamente terminado y el resplandor del día ha empezado.

Para nosotros, los cristianos, la oscuridad termina cuando vemos en nuestros hermanos y hermanas, en todos, especialmente en los pobres, la presencia misma de Jesús. Esta es la verdadera celebración de la Navidad: proclamar nuestra fe en el Emmanuel, el Dios que está con nosotros, el Dios que está en todos y cada uno de nosotros. Esta Navidad, la pregunta que nos tenemos que hacer no es sólo "¿quién es Jesús para nosotros? "sino "¿dónde está Jesús en nuestros semejantes?" ¡Él es el Emmanuel!

Que la luz de Cristo brille a través de nosotros,

para disipar la oscuridad que nos rodea y que está en nuestro interior.

¡Santa Navidad para vosotros y para todos vuestros seres queridos!