Él, hecho infante,
para que tú seas
hombre perfecto;
Él, atado en pañales,
para que tú quedes libre
de las ataduras de la muerte;
Él, en el pesebre, para que te sientes a su mesa.
¡Qué increíble valor debe tener nuestra vida
para que Dios venga
a vivirla de tal manera!
Pero ¡qué increíble amor
para quererlo realizar!
Hoy, cerca de la cueva de Belén,
no es día de decir:
“Dios mío, te quiero“.
Es el día de asombrarse diciendo:
“¡Dios mío, cómo me quieres Tú!”
San Ambrosio de Milán (339-397)
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