"Si lo tengo todo… ¿por qué no soy feliz?": con más dinero del qué se puede contar, frenéticas jornadas laborales y sin apenas tiempo para todo lo que no sea el trabajo, cualquier gran directivo podría hacerse está pregunta.
Educado en una familia presbiteriana que observaba el culto dominical sin excepción, los padres de Corwin siempre se preocuparon de que él y sus tres hermanos recibiesen una educación profesional y religiosa sin fisuras y que no les faltase de nada. Cuenta a National Catholic Register que nunca le cupo duda de que recibiría una formación para alcanzar el éxito, pero conforme progresaba en sus estudios de ingeniería eléctrica e informática terminó por abandonar la práctica religiosa.
Su vida laboral comenzó y se desarrolló según lo previsto. Con un Internet joven pero por la década de los 90 ya más que incipiente, Low trabajó dos años para IBM en Florida, luego en Seattle para Paul Allen, fundador de Microsoft con Bill Gates y, tras un espacio de tiempo como ingeniero de infraestructuras de redes, volvió con Allen, donde contribuyó a crear el Internet como hoy se conoce en lugares tan icónicos como Hawái, Los Ángeles, Londres o Seattle.
Contrató a un socio para desarrollar su nuevo proyecto y en ese momento le pidieron colaborar en un libro pionero en torno a las dificultades y retos de la web, Internet Starter Kit for Windows 95. Hoy podría parecer antediluviano, pero en 1995 fue toda una revolución y sus ventas se contaron por cientos de miles: treinta años después se sigue vendiendo en Amazon.
Con las ganancias obtenidas fundaron nuevos proyectos informáticos y el éxito llegó al punto de que recibieron ofertas de compañías de la lista Fortune 500, el equivalente a la lista Forbes pero aplicada a empresas.
Low se había convertido en un "adicto al trabajo" y considerar la fe no era desde luego una prioridad. "Podía hacer todo lo que quisiera, ir donde quisiera, fijar mi horario… entonces surgieron las preguntas importantes: ¿Por qué no era feliz? ¿De qué se trataba esta vida? Lo tengo todo, ¿y ahora qué? ¿Sigo ganando más dinero del que quiero o necesito?", pensaba.
Pero él sabía que "más dinero" no iba a hacerle más feliz de lo que ya era: "Estaba atascado".
Un crucifijo, la clave del camino a Roma
Entonces era 1994. Aquel año conoció en persona a su abogado de la compañía y al entrar en su oficina vio algo que no esperaba, un crucifijo y un tríptico. "¿Qué es esto?", preguntó. La respuesta de su abogado le llevo a repensar sus orígenes religiosos: "Es un recordatorio diario y constante de que Dios está al cargo".
Durante los siguientes cinco años, Low profundizó en la amistad con su abogado y su familia y comprendió que el trabajo era importante para él, pero había dos cosas que lo eran mucho más, su fe y su familia.
"Vi que funcionaba bien su vida, le daba una verdadera paz y satisfacción que trascendía los altibajos de la semana laboral y en el fondo de mi corazón sabía que yo también quería eso", confiesa.
De estar "atascado", la amistad con su abogado y su familia y ser consciente de la felicidad que tenían le llevaron a tomar la resolución de poner un freno a su vida frenética y darle un sentido. Lo que empezó como tres meses sabáticos en Roma acabaron convertidos en 13 meses "llenos de milagros" y gracia. Y entonces conoció a los dominicos.
"Fue por casualidad. Providencia en realidad. Empecé a ir a la oración de la mañana y la misa y aunque no recibía la comunión me intrigaba esa oración comunitaria. La hice parte de mi", explica.
De "señor Corwin" a "el padre Low"
Finalmente dio el paso, pidió formación religiosa a dos sacerdotes estadounidenses de Roma y un año después, en 2001, fue recibido en la Iglesia dominica Santa Sabina, en Roma, en lo que recuerda como "uno de los días más felices" de su vida.
Ahora Low era católico y aunque no sabía cómo se plasmaría en su vida, sabía que tendría una gran repercusión: "Estaba claro que si tenías fe en Silicon Valley, tenías una vida en casa y otra en el trabajo y que la religión era solo una barrera".
La primera decisión que tomó fue vender su compañía, discernir… e ingresar a los dominicos con 42 años. Catorce después de su ingreso en los dominicos, ya no quedaba prácticamente nada del antiguo Corwin: ahora, tras su entrada al seminario y ordenación, era el "padre" Low.
Vanguardia evangelizadora de Silicon Valley
Pero ya como sacerdote, siempre tuvo el presentimiento de que su "carrera" en las grandes tecnológicas no había terminado. Solo cambiado. Si alguien sabía que los empleados de esas compañía "necesitaban mucha más ayuda de la que se les estaba dando" era él, pero veía como la Iglesia no disponía de buenas herramientas para hacerlo.
Fue así como se ofreció a sus superiores para llevar el Evangelio al mundo de los negocios y la tecnología. Pasaban los años sin respuesta y aunque Low no renunció a ese sueño, le sorprendió cuando recibió una llamada de su superior: "Es hora de que regreses a la industria tecnológica".
Low no podía creerlo. Era consciente de la pérdida de influencia y fieles en la Iglesia, de que "había que hacer algo al respecto" y "cambiar los esfuerzos evangelizadores", pero no que él sería la primera línea de evangelización en las grandes tecnológicas.
Lo cierto es que no había muchos como él para cumplir la misión. Él tenía los conocimientos empresariales, también los académicos, experiencia en el ámbito comercial, directivo y de inversión… No había otro como Low que pudiese hablar aquel "idioma". "Entiendo sus preocupaciones y por mi conversión era la prueba viviente de que existe un camino a la felicidad que no se puede alcanzar con bienes materiales", comenta.
Una guía para llevar la fe a la empresa
Conforme se preparaba, Low comprendió que las últimas dos generaciones no es que rechacen la fe, sino que directamente no la conocen en absoluto. No se trataba de convencer de las verdades de la fe… sino de descubrirlas.
Por eso, la primera medida evangelizadora que toma al llegar a una empresa -y dice que muchos pueden aplicar casi todas las que propone- es allanar el camino. Low sabe mejor que nadie que los empleados de estas empresas "también necesitan a Cristo", pero "deben estar listos para recibirle", por eso la "paciencia, la gracia y la caridad" son cruciales.
Su objetivo inicial es "que nuestro trabajo lleve a las personas a decir `cuéntame más´ y ahí comenzar a desarrollar la fe de forma más específica". Es decir, lo mismo que hizo su abogado con él.
Después, considera fundamental que en el empleo se expongan los símbolos de fe. En su caso, su hábito dominico le acompaña allá donde vaya.
El hábito, algo "contracultural"
"Te sorprendería la cantidad de veces que la gente ha preguntado por ello solo por curiosidad. No tienen las barreras de las generaciones anteriores…Si los piercings y tatuajes son habituales, mi hábito es como una insignia de honor, es contracultural y eso resuena en el entorno tecnológico", admite.
¿Y qué hay de quien no sea religioso y sin hábito? Hoy, a sus 56 años, Low considera que evangelizar el entorno laboral no es solo "cosa de curas", sino que todos pueden hacerlo.
Lo que para él es el hábito, para los empleados debe ser el crucifijo en el cuello o las imágenes religiosas en el lugar de trabajo.
"Si los católicos no podemos decir que lo somos, no estamos haciendo ningún servicio a la fe ni siendo auténticos con nuestros compañeros", explica. Y lo mismo ocurre con los sacramentales. "Todo eso conduce frecuentemente a nuevas conversaciones y relaciones que de otra manera probablemente no existirían y que necesitamos desesperadamente no solo en la sociedad, sino en el lugar de trabajo, donde podemos pasar entre ocho y diez horas al día. Nadie quiere estar aislado. Después de todo, Dios nos creó para amar", concluye.
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