jueves, 15 de septiembre de 2022

Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores

Lectura de la carta a los Hebreos (5,7-9):

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios

Salmo 30,R/. Sálvame, Señor, por tu misericordia

Santo Evangelio según san Juan (19,25-27):

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Palabra del Señor

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Un fenómeno desconcertante que he observado en muchas iglesias modernas de todo el mundo es que el cuerpo de Cristo en la Cruz tiene poca sangre. Hemos desinfectado su cuerpo, dejando sólo unas pequeñas manchas de sangre aquí y allá, y haciendo que parezca agradable a nuestros ojos. Sin embargo, en realidad, la suya fue una muerte sangrienta. Las Escrituras nos dicen que no había nada atractivo ni majestuoso en él (cf. Is 53,2). Su sangre habría empapado a la Madre María, de pie al pie de la Cruz. Al estar empapada en su sangre, María encontró consuelo y sentido a su sufrimiento. Nosotros también debemos estar bajo el Crucifijo, con María a nuestro lado, con la sangre santificadora de Cristo derramándose sobre nosotros. Así encontraremos sentido y gracia también en los momentos de mayor sufrimiento de nuestra vida. Nuestros dolores serán dolores santos, como los de la Madre María.

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