El ser humano crea también fronteras mentales, mucho más numerosas y peligrosas que las físicas. Casi siempre excluyentes, estas fronteras invisibles son responsables de todas las formas de racismo, xenofobia, homofobia, aporofobia, tribalismos y tantas otras divisiones que envenenan la convivencia entre las personas.
El río Senegal se convirtió en frontera en 1960 para mauritanos y senegaleses. Antes era solo un río. A finales de los años 80, esta frontera física fue la excusa para que se desencadenara un conflicto que provocó 250.000 desplazados.
El océano Atlántico, que baña las Canarias, es la frontera física que estos días cruzan miles de personas, generando una nueva crisis migratoria en el archipiélago (pp. 24-27). No será la última porque, como ya hemos escrito aquí, mientras existan injusticias y desigualdades extremas entre las regiones del mundo, ninguna frontera podrá detener a quienes buscan vivir y crecer con dignidad. Aunque las personas migrantes han encontrado en Canarias gente de buena voluntad, en conjunto la acogida está siendo deficiente debido a las restrictivas políticas migratorias española y europea.
En la encíclica Fratelli tutti, el papa Francisco resume en cuatro verbos la actitud que, como cristianos, debemos asumir frente a las personas migrantes: acoger, proteger, promover e integrar. El Papa invita a recorrer juntos un camino «para construir ciudades y países que, al tiempo que conservan sus respectivas identidades culturales y religiosas, estén abiertos a las diferencias y sepan cómo valorarlas en nombre de la fraternidad humana». Estas palabras pueden parecer idealistas, y lo seguirán siendo mientras no desmantelemos nuestras fronteras mentales. No es fácil porque, como escribe Francisco, «nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones», y no queremos salir de nuestra zona de confort.
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