El mismo Señor suscita en la Iglesia el culto a su divino Corazón al comunicarse a la religiosa salesa Santa Margarita María de Alacoque en el Monasterio de la Visitación en Paray-le-Monial, Francia, el 16 de junio de 1675: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y que no recibe en reconocimiento de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de Amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan” pidiendo además desagravio por las injurias que recibe en los altares.
Será por medio de San Claudio la Colombière, joven sacerdote jesuita, confesor y confidente, llamado por el mismo Corazón de Jesús “siervo fiel y perfecto amigo” como se extenderá esta devoción primero en Francia y después, por medio de la Compañía de Jesús en toda Europa. El Beato P. Bernardo de Hoyos (+1733 en Valladolid) será el gran apóstol del Corazón de Jesús en España, cuya promesa “Reinaré en España” aparece inscrita en el Monumento del Cerro de los Ángeles.
La devoción al Corazón de Jesús es asumida en la enseñanza de la Iglesia y en su Magisterio con la Encíclica Annum Sacrum de León XIII y Miserentisimus Redemptor de Pío XI. Y ha sido presentada por la Iglesia como quintaesencia del cristianismo. Es, sobre todo, desde la encíclica “Haurietis Aquas” de Pio XII que se ha propuesto el culto al Corazón de Cristo como el modo más eficaz de dirigir la mirada y la vida a lo nuclear de la vida cristiana y al culmen de la Revelación.
Pío XII, escribiría en la Encíclica “Haurietis Aquas” (15 de mayo 1956). “El Corazón de Cristo es el corazón de una Persona divina, es decir del Verbo encarnado y, por tanto, representa y casi pone ante los ojos todo el amor que Él ha tenido y tiene aún por nosotros. Precisamente por esta razón el culto del Corazón sacratísimo de Jesús ha de tenerse en tal estima que se considere la profesión más completa de la fe cristiana (…) Por tanto, es fácil concluir que en su esencia el culto del Corazón sacratísimo de Jesús es el culto al amor con que Dios nos ha amado por medio de Jesús, y es a la vez la práctica de nuestro amor hacia Dios y hacia los demás” (AAS 48, 344s)
Con toda la riqueza bíblica que tiene la expresión “corazón” entendido como el centro del ser del hombre, la sede de los afectos y de las decisiones, donde se da la verdadera alianza con Dios o su rechazo. El corazón de Jesús nos coloca en el centro mismo del misterio de Cristo, el Verbo encarnado, centro de la creación y de la historia. Es el “lugar” donde se da la unión hipostática de una naturaleza humana real con la Persona divina del Hijo. Es la clave que explica todo el misterio de Cristo y todo su actuar. Por el “corazón” llegamos a la interioridad de Jesús, sus deseos, sus sentimientos, sus actitudes, sus proyectos.
El Papa San Juan Pablo II reiteró la necesidad de volver la mirada hacia el Corazón de Cristo para comprender el misterio del corazón del hombre y su dignidad: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!” (Homilía de inicio de su Pontificado. 22 de octubre de 1978)
En muchas otras ocasiones Juan Pablo II manifestó su mirada central al corazón de Jesús: “desde el comienzo de mi servicio pontificio invité a los fieles a adherirse totalmente a Cristo, Redentor del hombre y del mundo (Enc. “Redemptor hominis”); a saber vivir el mensaje de amor misericordioso de Dios para con la humanidad pecadora (Enc. “Dives in misericordia”); con ese espíritu deseé que se celebrase el Año Santo extraordinario de la Redención, presentando a Cristo crucificado como respuesta definitiva al misterio de nuestro dolor humano (Carta Apost. “Salvifici doloris”) para conseguir los frutos de la Redención y colaborar a la obra de la redención misma.
Y esto es así porque decir Corazón de Jesús es recalcar que Jesús está ahora vivo, resucitado, que su victoria no ha diluido su humanidad, ni ha desaparecido de la historia. Es Jesús resucitado vivo de Corazón palpitante, que me amó y se entregó por mí; y que ahora me ama personalmente con un amor divino y humano, y que ahora es sensible a mi respuesta de amor; porque ahora lleva adelante su obra redentora en la Iglesia y por medio de la Iglesia. Corazón significa interioridad, el centro de la persona, de donde brota su misterio y su actuar. Es una intimidad abierta y con toda la riqueza de un amor hasta el extremo.
Así la espiritualidad el corazón de Jesús está centrada en la humanidad de Jesús cuyo centro es el amor. Un amor humano que es revelación y expresión del amor divino, del amor trinitario y del amor loco de Dios al hombre:
Catecismo de la Iglesia Católica nº478: Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: “El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), “es considerado como el principal indicador y símbolo […] de aquel amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres” (Pio XII, Enc.Haurietis aquas: DS, 3924; cf. ID. enc. Mystici Corporis: ibíd., 3812).
Se trata, por tanto, no de una devoción caduca representada por una serie de imágenes más o menos afortunadas sobre el Corazón de Jesús, sino de vivir toda la vida cristiana a la luz de este amor humano-divino de Cristo Resucitado, descubriendo en este amor redentor el centro y el “alma” de nuestra unión con Cristo, convirtiéndolo todo en una respuesta a ese amor manifestado y comunicado a los hombres por el don del Espíritu Santo. Este corazón nos invita a participar de sus actitudes y de sus ansias redentoras. La identificación con el Corazón de Cristo es la obra que el Espíritu Santo realiza en nosotros.
Así, la devoción al Corazón de Cristo se expresa y resume en la Consagración y la Reparación; una respuesta adecuada a ese Cristo que me amó y me ama ahora, que sufrió y ahora es sensible al drama humano, que se entregó y se entrega ahora.
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