sábado, 30 de noviembre de 2019

Año 2020, declarado: Año de la Palabra de Dios


Todo el Año 2020 será año de la Palabra de Dios, en coincidencia con la recordación de los 50 años de la Federación Bíblica Católica y los 1600 años de la muerte de San Jerónimo, gran traductor de la Biblia.

Año de la Palabra de Dios, Tiempo de gracia.

Como fruto del discernimiento de los Obispos, queremos convocar a todos los fieles católicos del Paraguay, a inaugurar el “Año de la Palabra de Dios”. En la gran fiesta de la Virgen de Caacupé, junto a Ella que escuchó y acogió el Verbo que se hizo carne, queremos comenzar juntos el año pastoral dedicado a la Palabra de Dios.

El año 2020 incluye la feliz recordación de los 50 años de la Federación Bíblica Católica y los 1600 años de la muerte de San Jerónimo, traductor de la Biblia, quien nos advierte que “el desconocimiento de la Escritura, es desconocimiento de Jesucristo”. Nos alegra y motiva este tiempo de gracia en que nuestra Iglesia vuelve a fortalecer su amor a la Palabra y concentra su mirada en la Sagrada Escritura que alimenta nuestro espíritu y nos introduce en la sabiduría divina.

Invitamos a todo el pueblo, todas las parroquias y capillas, todos los grupos y movimientos y a las familias a abrir la Biblia, leer juntos algunos pasajes de la Palabra de Dios y compartir lo que el Espíritu Santo les inspira. La lectio divina realizada de esta manera nos hará arder el corazón y será fuente de vida y compromiso cristiano. ¡Que cada familia tenga una Biblia! ¡Que resuene cada día la Palabra de Dios en todas partes! ¡Que se la anuncie para todos! ¡Para los lejanos y para los que han perdido el entusiasmo de la fe, para la gente sencilla y para los ilustrados; en las cárceles, en el campo, en las oficinas, en las plazas, en las instituciones educativas y en las diversas comunidades eclesiales, en las empresas y en las instituciones públicas!

El camino de los discípulos de Emáus ha sido siempre para la Iglesia un ícono de su propio camino. Ante los muchos desafíos de la misión, necesitamos volver a avivar el fuego, que sólo Cristo es capaz de encender en los corazones de los discípulos. Por eso, el lema de este Año de la Palabra, tiempo de Gracia, recuerda la experiencia de aquellos jóvenes discípulos del Señor: “Nos ardía el corazón, cuando nos explicaba las Escrituras” (cf. Lucas 24, 32).

viernes, 29 de noviembre de 2019

Domingo I (Ciclo A) de Adviento

 Evangelio (Mt 24, 37-44): Evangelio (Mt 24, 37-44): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada.

»Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».
PALABRA DE DIOS

COMPARTIMOS:

Hoy, en este domingo, comenzando el tiempo de Adviento, inauguramos a la vez un nuevo año litúrgico. Esta circunstancia la podemos tomar como una invitación a renovarnos en algún aspecto de nuestra vida (espiritual, familiar, etc.).

De hecho, necesitamos vivir la vida, día a día, mes a mes, con un ritmo y una ilusión renovados. Así alejamos el peligro de la rutina y del tedio. Este sentido de renovación permanente es la mejor manera de estar alerta. Sí, ¡hay que estar alerta!: es uno de los mensajes que el Señor nos transmite a través de las palabras del Evangelio de hoy.

Hay que estar alerta, en primer lugar, porque el sentido de la vida terrenal es el de una preparación para la vida eterna. Este tiempo de preparación es un don y una gracia de Dios: Él no quiere imponernos su amor ni el cielo; nos quiere libres (que es el único modo de amar). Preparación que no sabemos cuándo acabará: «Anunciamos el advenimiento de Cristo, y no solamente uno, sino también otro, el segundo (...), porque este mundo de ahora terminará» (San Cirilo de Jerusalén). Hay que esforzarse por mantener la actitud de renovación y de ilusión.

En segundo lugar, conviene estar alerta porque la rutina y el acomodamiento son incompatibles con el amor. En el Evangelio de hoy el Señor recuerda cómo en tiempos de Noé «comían, bebían» y «no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos» (Mt 24,38-39). Estaban “entretenidos” y —ya hemos dicho— que nuestro paso por la tierra ha de ser un tiempo de “noviazgo” para la maduración de nuestra libertad: el don que nos ha sido otorgado no para librarnos de los demás, sino para darnos a los demás.

«Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre» (Mt 24,37). La venida de Dios es el gran acontecimiento. Dispongámonos a acogerlo con devoción: «¡Ven Señor Jesús».

jueves, 28 de noviembre de 2019

Tú eres la vid

Estamos seguros, Señor, contigo.
la savia que nos recorre es fuerte y pura,
no tememos a nada, pues estamos contigo,
eres Tú quien potencia nuestra vida,
la energía que brota de nuestras entrañas,
el impulso que reaviva nuestra historia.

Si estamos agarrados a ti, Padre,
no tienen sentido tantas dudas,
no comprendo cómo tengo distracciones,
ni por qué confundo los valores,
ni cómo es posible que actúe en desamor,
si eres Tú quien me guía y quien me nutre.

Tú eres la vid, y como soy sarmiento,
a veces me desaliento y reseco,
pero Tú estás ahí, por los adentros,
renovando mi ilusión, poniéndome en misión,
haciendo junto a mí esta tarea
de construir el mundo a tu manera.

Soy un sarmiento seco, y bien los siento,
pues si estuviera más agarrado a ti,
más desde dentro, no me perdería en tonterías,
no haría daño a nadie, no estaría triste,
no buscaría en cosas llenar mi ansiedad,
sino dejaría que tu savia circulara por mí.

Tú Señor, que eres la vid, que eres el fuerte,
sujétame fuerte a tu tronco,
hazme dar fruto dulce y jugoso,
mantenme transpirable y disponible,
no dejes secar mis ramas débiles,
ni permitas que se endurezcan mis adentros,
Tú que conoces mis plagas y mis miedos.


Mª Patxi Ayerra

Ciudad Juárez, la violenta sala de espera a EE. UU.


La Casa del Migrante de Ciudad Juárez se ha convertido en el hogar de 50 niños y sus padres durante los meses que esperan a que les digan si pueden entrar en Estados Unidos… o hasta que se rinden y se van

Al presentar nuestra campaña de Navidad para los niños migrantes entre Estados Unidos y México, os hablamos de los niños mexicanos y sobre todo centroamericanos que llegan a la ciudad de El Paso, en Texas (EE. UU.). Pero parte de las cartas llegarán a Ciudad Juárez, la localidad que está justo al lado mexicano de la frontera.

Ivonne trabaja en la Casa del Migrante en esta localidad. «Antes la gente llegaba a nuestro centro, estaba unos días y luego intentaban cruzar la frontera». Pero en Estados Unidos se aprobó hace un año una ley que dice que los inmigrantes que pidan asilo en este país tienen que esperar en México hasta que se juzgue su caso. «Ahora, se quedan aquí cuatro o cinco meses hasta que les toca».

Los últimos años, a Ciudad Juárez llegaron muchos inmigrantes centroamericanos, de países como Guatemala, Honduras y El Salvador. «Hubo que abrir más albergues –cuenta Ivonne–. Llegó a haber 80 o 100 personas durmiendo en uno para 20». Desde enero, con la ley nueva, la Policía estadounidense devolvió a seis lugares de México, entre ellos Ciudad Juárez, a 70.000 personas para que esperaran allí a su juicio. Entre ellos había 13.000 niños y 400 bebés. Como llegaban muchos y los obligaban a quedarse, la gente se acumulaban.

Muchas de esas familias tenían que «vivir en las calles», explicaba hace poco la ONG de defensa de la infancia Save the Children. En la calle, en uno de los sitios más violentos del mundo. El año pasado, fue la quinta ciudad del mundo con más asesinatos: 86 por cada 10.000 habitantes. Es como si en Madrid se asesinara a más de 2.500 personas en un año. Niños y mayores –añadía Save the Children– «han sido víctimas de asaltos, violaciones y secuestros».

«Llegan con problemas serios»

Ahora, la situación es un poco menos mala. El Gobierno de Estados Unidos está siendo muy estricto, y «la gente se ha dado cuenta de que no se va a aceptar su solicitud», cuenta Ivonne. Así que pasan un tiempo en la Casa del Migrante «y deciden volver a su país». Un país del que se habían ido huyendo de la violencia y de la pobreza. «Ya no hay familias viviendo en la calle, y los albergues tampoco están tan llenos. Algunas personas sí se quedan durmiendo en los puentes de la frontera, para que no les quiten el puesto en la fila».

Ahora, en la Casa del Migrante «viven unas 190 personas –nos dice Ivonne–. De ellas, 50 son niños que viajan con su padre o su madre». Como pasan meses enteros allí, «tenemos una escuelita» e «intentamos que estén ocupados el resto del tiempo, con manualidades, un taller de música…». «Las psicólogas dicen que es lo mejor para ellos, porque llegan con problemas serios. Muchos han visto cómo mataban a su otro padre o a algún familiar. No podemos pedirles directamente que nos lo cuenten, porque les hace daño. Las actividades les ayudan a manifestar lo que les ha pasado y lo que sienten». Ivonne también cree que les puede ayudar recibir vuestras felicitaciones de Navidad: «Es una buena opción para que ellos vean que otras personas conocen su situación y que no están solos».

María Martínez López

miércoles, 27 de noviembre de 2019

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO


Plaza de San Pedro
Queridos hermanos:

Ayer regresé del viaje apostólico en Tailandia y en Japón. Un don que agradezco al Señor, y a todos los que lo hicieron posible.

En Tailandia quise rendir homenaje a la rica tradición espiritual y cultural del pueblo Thai, y animar el compromiso por la armonía entre los diversos componentes de la nación. Visité al Patriarca supremo de los budistas, siendo la religión budista parte integrante de la historia y de la vida de ese pueblo. Además, participé en el encuentro ecuménico e interreligioso. Posteriormente visité el Hospital Saint Louis, y tuve un tiempo con sacerdotes, religiosos y obispos, como también con los jóvenes en la catedral.

Después fui a Japón: El lema de mi visita a aquel país fue: “Proteger todo tipo de vida”. Este mensaje es significativo en aquella tierra que lleva las heridas del bombardeo atómico y del triple desastre del 2011; pero es una nación que se ha hecho portavoz del derecho fundamental por la vida y la paz. En Nagasaki y en Hiroshima condené nuevamente las armas nucleares y la hipocresía de hablar de paz cuando se construye y se vende material bélico. Pude además recordar en aquellos lugares la memoria de los mártires san Pablo Miki y los 25 compañeros, el beato Justo Takayama y tantos hombres y mujeres que han conservado la fe en los momentos de persecución.

En Tokio tuve encuentros con los jóvenes, con la comunidad académica de la Universidad de “Sophia”, y terminé mi estadía con la visita al Emperador Naruhito y a las autoridades del país, ante los cuales pude manifestar mi deseo de promover una cultura del encuentro y del diálogo, caracterizada por la amplitud de miradas y la sabiduría.

Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. A todos los invito a rezar por los dos países que he visitado, Tailandia y Japón, para que sigan progresando en sendas de paz y justicia, y a los católicos les conceda el don de la perseverancia, siguiendo el ejemplo de los santos mártires. Que Dios los bendiga.

NUEVO DÍA PARA VER, APRENDER...

A veces no nos sentimos como quisiéramos sentirnos.
A veces no logramos lo que quisiéramos lograr.

A veces las cosas que suceden no tienen sentido.

A veces la injusticia llega a nuestra vida sin poder hacer que la verdad triunfe.
A veces la vida nos lleva por caminos que están fuera de nuestro control.

A veces nos planteamos nuestro futuro y nos perdemos en el intento de ser felices.
A veces la tristeza se instala en nuestro corazón sin poder salir de ella.

Es en esos momentos cuando debes parar, debes reflexionar y decidir lo que es mejor para tu vida.

La dignidad humana está por encima de cualquier situación, no dejes que nadie la pise, nadie.
jes que nadie transforme tu felicidad en tristeza continua, no dejes que nadie se convierta en justiciero de tu vida.

Nadie tiene derecho a hablar sin sentido ni a convertir tu alegría en un oscuro dibujo carente de color.

La verdad antes o después emerge sacando a la luz la verdad más plena.
Cada mañana amanece y nos ofrece la posibilidad de ser feliz.

Eres dueño de tu vida, tu transparencia hablará más que tus palabras, tus gestos dirán lo que realmente eres.

Cada mañana amanece y tienes derecho a ser feliz.
No dejes que nadie ni nada convierta tu vida en una prueba en la que tienes que demostrar tu verdad más profunda.

Dios sabe quien eres y lo que eres. Con Él todo lo tienes.
No dejes que nadie empañe cada amanecer de tu vida.

Sentir La Habana con «espíritu dominico»


  El jueves 14 de noviembre en La Habana Fr. Manuel Una, O.P., ofreció una Conferencia sobre la presencia de los frailes dominicos en la ciudad cubana


  Al acto asisitieron: la comunidad de Letrán (frailes y Centro de estudios), miembros de la Familia Dominicana, la Agrupación de Sociedades Castillo Leonesas (quienes solicitaron esta participacion en el contexto de la celebración de los 500 años de La Habana) y amigos de los dominicos.

  Durante la conferencia, el fraile dominico hizo un repaso de los momentos más señalados de la historia de la capital cubana y de la importancia de la presencia de los hijos de Santo Domingo de Guzmán.

500 habana uña
  Tras los correspondientes saludos, Uña reconoció sentirse honrado por haber sido elegido para la conferencia de tan significativo acto: "Me siento muy honrado, en primer lugar, de que la Agrupación de las Sociedades castellanas y leonesa en Cuba hayan ofrecido mi nombre para conmemorar la relevante efeméride de este 16 de noviembre, en que, como hemos recordado a lo largo de presente año 2019, nuestra querida Habana cumple su 500 aniversario de fundada".

  Fr. Manuel continuó diciendo que está enamorado de la ciudad: "Confieso que me siento cautivado por esta ciudad".

  La parte histórica de la conferencia siguió el siguiente esquema:

1. Etapa Colonial (1492 – 1898)

Fray Bartolomé de las Casas y su luz en América
La Villa de San Cristóbal de La Habana y sus frailes predicadores
San Juan de Letrán y la universidad San Gerónimo
La restauración de la Orden de Predicadores
2. Etapa Republicana (1902 - 1952)

Fray Francisco Vázquez, un fraile comprometido con su tiempo
La Academia católica de Ciencias Sociales
El Código del Trabajo
Conferencias públicas. La agremiación obrera
Viviendas económicas y ley para la protección de la mujer y el niño
3. Etapa Revolucionaria (1959- 2019).

La Orden de Predicadores en La Habana
Aula Fray Bartolomé de las Casas
Centro Fray Bartolomé de las Casas
El Padre Pepe
conferencia 500 habana grupo
En Cristo somos, nos movemos y existimos
  Para concluir Fr. Manuel Uña tuvo unas palabras de agradecimiento. Destacó también que el desafío de la Orden de Predicadores sigues siendo "presentar a Cristo como plenitud de lo humano, como eternidad del tiempo en el que se funda la historia y en que se ha fundado también la historia de esta ciudad. En Cristo somos, nos movemos y existimos".

  Terminó con unas palabras de fray Lester Rafael Zayas, que alertan sobre el lugar donde tiene que estar nuestra mirada:

«Los dominicos en Cuba hemos de evitar el complejo de Narciso […] sin capacidad para mirar nada más que su propia imagen en el lago […] Es grande nuestra historia y la miramos agradecidos, pero tenemos que apedrear el lago para romper la imagen engañosa […] porque la vida sigue y sus clamores continúan resonando». 

martes, 26 de noviembre de 2019

Adviento, un tiempo para dejarse encontrar por Dios

Te proponemos tomarte el tiempo de Adviento como un momento para dejarse encontrar por Dios. Sí, es verdad, el Adviento es un camino... pero en el que sabemos que Dios ya ha dado el primer paso y que correrá a nuestro encuentro en cuanto vea de nosotros un tímido balanceo de nuestro cuerpo.

¡Déjate descolocar por Dios!

NO TEMER Y DEJAR A DIOS SER DIOS EN TU VIDA

¡Imposible! ¡No puedo! ¡No soy capaz! ¿Tendré fuerzas? ¿Llegaré o me quedaré por el camino? ¿Seré yo? ¿Por qué a mí?

Todos, en algún momento de la vida, pronunciamos palabras similares, porque ante situaciones difíciles o que nos plantean un paso de calidad siempre surgen las dudas y los miedos nos asaltan. ¡Tranquilo! No eres ni serás el primero. También le pasó a Moisés cuando Dios le planteó poner voz a todo un pueblo oprimido y sometido. Lo mismo le sucedió a Abrahán, que veía, ya en su vejez, el final de su poca fructífera vida y a Zacarías, incapaz de asumir que Dios se había fijado en él. José también dudó, y le asaltaron dudas parecidas a las de María… No siempre es fácil asumir que para Dios nada hay imposible cuando se confía en Él.

Este año te proponemos dar un paso de confianza y mirar al presente y al futuro con ojos de esperanza. Cansados de un mundo que siempre canta las peores acciones, te invitamos a decir que sí a Dios, a asumir el reto que supone dejar a Dios actuar en tu vida, a aceptar que Él puede hacer posible lo que a ti te parece imposible si de verdad le dejas ser, en ti, todo.
Deja atrás los miedos. Que no te paralicen los temores. Reza, sueña, arriesga, no cierres tus puertas, abre tu vida, sal al mundo, ve a los más pobres... atrévete… Y NO TEMAS LO IMPOSIBLE.

MM. DOMINICAS DE TORREDONJIMENO

lunes, 25 de noviembre de 2019

¿Qué pueden aprender un musulmán de un católico y un católico de un musulmán?

El italiano Gerardo Ferraras, experto en islam y trabajador de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, explica cómo en Italia «algunos ciudadanos quieren dejar de celebrar la Navidad en las escuelas. Parte de la comunidad musulmana ha protestado contra esta medida. Ellos prefieren mucho antes una sociedad cristiana que una sociedad atea. Y esto es fruto del diálogo»

Gerardo Ferraras habla nueve lenguas –incluido el árabe y el hebreo–, ha vivido en países como Siria, Túnez, Israel y Líbano, es experto en Oriente Próximo y el islam y trabaja oficialmente en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz. Recientemente, ha estado en Madrid en un desayuno informativo organizado por el Centro Académico Romano Fundación (CARF) donde ha abordado algunas cuestiones relativas al islam y al catolicismo.

Ferraras recuerda que con el islam se tiene un diálogo interreligioso y no ecuménico. «En el diálogo ecuménico el objetivo es la unidad y este se da con los cristianos y con los judíos. Con las otras religiones, entre las que se encuentra el islam, el objetivo no es ser uno, sino conocernos mejor y cooperar en algunos aspectos», explica.

Sin embargo, a pesar del fuerte contraste entre unos y otros, «el diálogo es posible» como demostró el Papa Francisco en su reciente viaje a los Emiratos Árabes Unidos. Como condición previa, «hace falta conocer de forma profunda la fe católica y también el islam para disponer de una información correcta y que no esté manipulada».

A partir de entonces, los católicos podemos enseñar a los musulmanes «que cada persona, cada hombre y mujer, tiene la misma dignidad y que hay que respetar a las personas por lo que son». Otra enseñanza es que «la contribución de la mujer puede ser tan preciosa como la de un hombre, que la mujer no puede ser considerada como un objeto y podríamos enseñarles a tener más respeto por la vida humana».

Por nuestra parte, «los católicos podríamos aprender de los musulmanes a ser más firmes en defender nuestros valores, en defender nuestra fe». También «que Dios no es un hecho privado. Para un musulmán eso es inconcebible. Para ellos, la fe es un hecho público, económico, político...» Sin embargo, «en nuestra cultura occidental, Dios es un hecho completamente privado. No se puede hablar de Dios, está totalmente fuera del discurso social».

Como ejemplo, el experto italiano habla de su país, donde algunos ciudadanos «quieren dejar de celebrar la Navidad en las escuelas. Parte de la comunidad musulmana ha protestado contra esta medida. Ellos prefieren mucho antes una sociedad cristiana que una sociedad atea. Y esto es un fruto del diálogo».

J. C. de A.

domingo, 24 de noviembre de 2019

VIAJE APOSTÓLICO, HOMENAJE A LOS SANTOS MÁRTIRES

SALUDO DEL SANTO PADRE

Monumento de los Mártires - Nishizaka Hill, Nagasaki
Queridos hermanos y hermanas: Buenos días.

Esperaba con ansias este momento. Vengo como peregrino a rezar, a confirmar, y también a ser confirmado por la fe de estos hermanos, que con su testimonio y entrega nos señalan el camino. Les agradezco la bienvenida.

Este santuario evoca las imágenes y los nombres de los cristianos que fueron martirizados hace muchos años, comenzando con Pablo Miki y sus compañeros, el 5 de febrero de 1597, y la multitud de otros mártires que consagraron este campo con su sufrimiento y su muerte.

Sin embargo, este santuario, más que de muerte, nos habla del triunfo de la vida. San Juan Pablo II vio este lugar no sólo como el monte de los mártires, sino como un verdadero Monte de las Bienaventuranzas, donde podemos tocar el testimonio de hombres invadidos por el Espíritu Santo, libres del egoísmo, de la comodidad y del orgullo (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 65). Porque aquí la luz del Evangelio brilló en el amor que triunfó sobre la persecución y la espada.

Este lugar es ante todo un monumento que anuncia la Pascua, pues proclama que la última palabra —a pesar de todas las pruebas contrarias— no pertenece a la muerte sino a la vida. No estamos llamados a la muerte sino a una Vida en plenitud; ellos lo anunciaron. Sí, aquí está la oscuridad de la muerte y el martirio, pero también se anuncia la luz de la resurrección, donde la sangre de los mártires se convierte en semilla de la vida nueva que Jesucristo, a todos, nos quiere regalar. Su testimonio nos confirma en la fe y ayuda a renovar nuestra entrega y compromiso, para vivir el discipulado misionero que sabe trabajar por una cultura, capaz de proteger y defender siempre toda vida, a través de ese “martirio” del servicio cotidiano y silencioso de todos, especialmente hacia los más necesitados.

Vengo hasta este monumento dedicado a los mártires para encontrarme con estos santos hombres y mujeres, y quiero hacerlo con la pequeñez de aquel joven jesuita que venía de “los confines de la tierra”, y encontró una profunda fuente de inspiración y renovación en la historia de los primeros mártires japoneses. ¡No olvidemos el amor de su entrega! Que no sea una gloriosa reliquia de gestas pasadas, bien guardada y honrada en un museo, sino memoria y fuego vivo del alma de todo apostolado en esta tierra, capaz de renovar y encender siempre el celo evangelizador. Que la Iglesia en el Japón de nuestro tiempo, con todas sus dificultades y promesas, se sienta llamada a escuchar cada día el mensaje proclamado por san Pablo Miki desde su cruz, y compartir con todos los hombres y mujeres la alegría y la belleza del Evangelio, Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,6); que podamos cada día liberarnos de todo aquello que nos pesa e impide caminar con humildad, libertad, parresia y caridad.

Hermanos: En este lugar también nos unimos a los cristianos que en diversas partes del mundo hoy sufren y viven el martirio a causa de la fe. Mártires del siglo XXI nos interpelan con su testimonio a que tomemos, valientemente, el camino de las bienaventuranzas. Recemos por ellos y con ellos, y levantemos la voz para que la libertad religiosa sea garantizada para todos y en todos los rincones del planeta, y levantemos también la voz contra toda manipulación de las religiones, «por políticas integristas y de división y por los sistemas de ganancia insaciables y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019).

Pidamos a Nuestra Señora, Reina de los Mártires, a san Pablo Miki y a todos sus compañeros que a lo largo de la historia anunciaron con sus vidas las maravillas del Señor, que intercedan por vuestra tierra y por la Iglesia toda, para que su entrega despierte y mantenga viva la alegría por la misión.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Domingo XXXIV del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo (CICLO C)

Evangelio (Lc 23,35-43): En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido». También los soldados se burlaban de Él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!». Había encima de él una inscripción: «Éste es el Rey de los judíos».

Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
PALABRA DE DIOS

COMPARTIMOS:
Hoy, el Evangelio nos hace elevar los ojos hacia la cruz donde Cristo agoniza en el Calvario. Ahí vemos al Buen Pastor que da la vida por las ovejas. Y, encima de todo hay un letrero en el que se lee: «Éste es el Rey de los judíos» (Lc 23,38). Este que sufre horrorosamente y que está tan desfigurado en su rostro, ¿es el Rey? ¿Es posible? Lo comprende perfectamente el buen ladrón, uno de los dos ajusticiados a un lado y otro de Jesús. Le dice con fe suplicante: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23,42). La respuesta de Jesús es consoladora y cierta: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).

Sí, confesemos que Jesús es Rey. “Rey” con mayúscula. Nadie estará nunca a la altura de su realeza. El Reino de Jesús no es de este mundo. Es un Reino en el que se entra por la conversión cristiana. Un Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz. Un Reino que sale de la Sangre y el agua que brotaron del costado de Jesucristo.

El Reino de Dios fue un tema primordial en la predicación del Señor. No cesaba de invitar a todos a entrar en él. Un día, en el Sermón de la montaña, proclamó bienaventurados a los pobres en el espíritu, porque ellos son los que poseerán el Reino.

Orígenes, comentando la sentencia de Jesús «El Reino de Dios ya está entre vosotros» (Lc 17,21), explica que quien suplica que el Reino de Dios venga, lo pide rectamente de aquel Reino de Dios que tiene dentro de él, para que nazca, fructifique y madure. Añade que «el Reino de Dios que hay dentro de nosotros, si avanzamos continuamente, llegará a su plenitud cuando se haya cumplido aquello que dice el Apóstol: que Cristo, una vez sometidos quienes le son enemigos, pondrá el Reino en manos de Dios el Padre, y así Dios será todo en todos». El escritor exhorta a que digamos siempre «Sea santificado tu nombre, venga a nosotros tu Reino».

Vivamos ya ahora el Reino con la santidad, y demos testimonio de él con la caridad que autentifica a la fe y a la esperanza.

viernes, 22 de noviembre de 2019

VIAJE APOSTÓLICO.SANTA MISA CON LOS JÓVENES. HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Catedral de la Asunción, Bangkok
¡Salgamos al encuentro de Cristo el Señor que viene!

El evangelio que acabamos de escuchar nos invita a ponernos en movimiento y mirar al futuro para encontrarnos con lo más hermoso que nos quiere regalar: la venida definitiva de Cristo a nuestras vidas y a nuestro mundo. ¡Démosle la bienvenida en medio nuestro con inmensa alegría y amor, como sólo ustedes jóvenes lo pueden hacer! Antes que nosotros salgamos a buscarlo, sabemos que el Señor nos busca, viene a nuestro encuentro y nos llama desde la necesidad de una historia por hacer, por crear e inventar. Vamos hacia adelante con alegría porque sabemos que allí nos espera.

El Señor sabe que, por medio de ustedes, jóvenes, entra el futuro en estas tierras y en el mundo, y con ustedes cuenta para llevar adelante su misión hoy (cf. Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 174). Así como Dios tenía un plan para el pueblo elegido, también tiene un plan para cada uno de ustedes. Él es el primero en soñar con invitarnos a todos a un banquete que tenemos que preparar juntos, Él y nosotros, como comunidad: el banquete de su Reino en el que nadie podría quedar afuera.

El evangelio de hoy nos habla de diez jóvenes invitadas a mirar el futuro y formar parte de la fiesta del Señor. El problema fue que algunas de ellas no estaban preparadas para recibirlo; no porque se hayan quedado dormidas sino porque les faltó el aceite necesario, el combustible interior para mantener encendido el fuego del amor. Tenían un gran impulso y motivación, querían participar del llamado y la convocatoria del Maestro, pero con el tiempo se fueron apagando, se les fueron agotando las fuerzas y las ganas, y llegaron tarde. Una parábola de lo que nos puede suceder a todos los cristianos cuando, llenos de impulsos y de ganas, sentimos el llamado del Señor a tomar parte en su Reino y a compartir su alegría con los demás. Es frecuente que, frente a los problemas y obstáculos —que muchas veces son tantos, como cada uno de ustedes en su corazón lo sabe muy bien—; frente al sufrimiento de personas queridas, o a la impotencia de experimentar situaciones que parecen imposibles de ser cambiadas, entonces la incredulidad y la amargura pueden ganar espacio e infiltrarse silenciosamente en nuestros sueños, haciendo que se enfríe nuestro corazón, se pierda la alegría y que lleguemos tarde.

Por eso, me gustaría preguntarles: ¿Quieren mantener vivo el fuego capaz de iluminarlos en medio de la noche y en medio de las dificultades?, ¿quieren prepararse para responder al llamado del Señor?, ¿quieren estar listos para hacer su voluntad?

¿Cómo procurarse el aceite que los va a mantener en movimiento y los impulsa a buscar al Señor en cada situación?

Ustedes son herederos de una hermosa historia de evangelización que les fue transmitida como un tesoro sagrado. Esta hermosa catedral es testigo de la fe en Jesucristo que tuvieron sus antepasados: su fidelidad, profundamente arraigada, los impulsó a hacer buenas obras, a construir ese otro templo más hermoso todavía, compuesto de piedras vivas para poder llevar el amor misericordioso de Dios a todas las personas de su tiempo. Pudieron hacer esto porque estaban convencidos de lo que el profeta Oseas proclamó en la primera lectura de hoy: Dios les había hablado con ternura, los había abrazado con firme amor para siempre (cf. Os 2,16.21).

Queridos amigos, para que el fuego del Espíritu Santo no se apague, y puedan mantener viva la mirada y el corazón, es necesario estar bien arraigados en la fe de nuestros mayores: padres, abuelos y maestros. No para quedarse presos del pasado, sino para aprender a tener ese coraje capaz de ayudarnos a responder a las nuevas situaciones históricas. La de ellos fue una vida que resistió muchas pruebas y mucho sufrimiento. Pero en el camino, descubrieron que el secreto de un corazón feliz es la seguridad que encontramos cuando estamos anclados, enraizados en Jesús: enraizados en la vida de Jesús, en sus palabras, en su muerte y resurrección.

«A veces he visto árboles jóvenes, bellos, que elevaban sus ramas al cielo buscando siempre más, y parecían un canto de esperanza. Más adelante, después de una tormenta, los encontré caídos, sin vida. Porque tenían pocas raíces, habían desplegado sus ramas sin arraigarse bien en la tierra, y así sucumbieron ante los embates de la naturaleza. Por eso me duele ver que algunos les propongan a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si el mundo comenzara ahora. Porque es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra». Chicas y chicos: «Es muy fácil “volarse” cuando no hay desde donde agarrarse, de donde sujetarse» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 179).

Sin este firme sentido de arraigo, podemos quedar desconcertados por las “voces” de este mundo que compiten por nuestra atención. Muchas de estas voces son atractivas, propuestas bien maquilladas que al inicio parecen bellas e intensas, aunque con el tiempo solamente terminan dejando el vacío, el cansancio, la soledad y la desgana (cf. ibíd., 277), y van apagando esa chispa de vida que el Señor encendió un día en cada uno.

Queridos jóvenes: Ustedes son una nueva generación, con nuevas esperanzas, nuevos sueños y nuevas preguntas; seguramente también con algunas dudas, pero, arraigados en Cristo, los invito a mantener viva la alegría y a no tener miedo de mirar el futuro con confianza. Arraigados en Cristo, miren con alegría y miren con confianza. Esta situación nace de saberse buscados, encontrados y amados infinitamente por el Señor. La amistad cultivada con Jesucristo es el aceite necesario para iluminar el camino, vuestro camino, pero también el de todos los que los rodean: amigos, vecinos, compañeros de estudio y de trabajo, incluso el de aquellos que están en total desacuerdo con ustedes.

¡Salgamos al encuentro de Cristo el Señor que viene! No le tengan miedo al futuro ni se dejen achicar; por el contrario, sepan que ahí en el futuro el Señor los está esperando para preparar y celebrar la fiesta de su Reino.

Agradecimiento del Santo Padre al final de la misa

Al terminar de esta celebración, deseo agradecer a todos los que han hecho posible mi visita a Tailandia, y a los que han colaborado a la realización.

Renuevo mi gratitud a Su Majestad el Rey Rama X, al Gobierno y a las demás Autoridades del país, por su premurosa acogida. Agradezco de corazón a mis hermanos Obispos y en particular al Cardenal Francis Xavier, así como a los sacerdotes, a las religiosas y a los religiosos, a los fieles laicos, y especialmente a ustedes, los jóvenes.

Un sincero agradecimiento a los voluntarios que han colaborado tan generosamente; y a todos los que me han acompañado con sus oraciones y sus sacrificios, de modo especial a los enfermos y a los encarcelados.

Que el Señor los recompense con su consuelo y la paz que sólo él puede dar. Y les dejo una tarea: no se olviden de rezar por mí. ¡Muchas gracias!

VIAJE APOSTÓLICO ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE TAILANDIA Y DE LA FABC


DISCURSO DEL SANTO PADRE

Santuario del Beato Nicolás Bunkerd Kitbamrung, Sampran

Agradezco a Su Eminencia, el Cardenal Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, sus amables palabras de introducción y bienvenida. Estoy feliz de poder estar con ustedes y compartir, aunque sea de manera breve, las alegrías y esperanzas, sus iniciativas y sueños, y también los desafíos que enfrentan como pastores del santo pueblo fiel de Dios. Gracias por vuestra fraternal bienvenida.

Nuestro encuentro de hoy tiene lugar en el Santuario del Beato Nicolás Bunkerd Kitbamrung, que dedicó su vida a la evangelización y la catequesis, formando discípulos del Señor, principalmente aquí en Tailandia, también en parte de Vietnam y a lo largo de la frontera con Laos, y coronó su testimonio de Cristo con el martirio. Pongamos este encuentro bajo su mirada para que su ejemplo impulse en nosotros un gran celo por la evangelización en todas las Iglesias locales de Asia y podamos ser, cada vez más, discípulos misioneros del Señor; así su Buena Noticia pueda ser derramada como bálsamo y perfume en este bello y gran continente.

Sé que está planificando para el 2020 la Asamblea General de la Federación de Conferencias de los Obispos de Asia, en el cincuentenario de su fundación. Una buena ocasión para volver a visitar estos “santuarios” donde se custodian las raíces misioneras que marcaron estas tierras y dejarse impulsar por el Espíritu Santo desde las huellas del primer amor, lo cual permitirá abrirse con coraje, con parresia a un futuro que deben gestar, crear, a fin de que tanto la Iglesia como la sociedad en Asia se beneficien de un impulso evangélico compartido y renovado. Enamorados de Cristo, capaces de enamorar y compartir ese mismo amor.

Ustedes viven en medio de un continente multicultural y multirreligioso, de gran belleza, prosperidad, pero probado al mismo tiempo por una pobreza y explotación extendida a varios niveles. Los rápidos avances tecnológicos pueden abrir inmensas posibilidades que faciliten la vida, pero pueden dar lugar a un creciente consumismo y materialismo, especialmente entre los jóvenes. Ustedes cargan sobre sus hombros las preocupaciones de sus pueblos, al ver el flagelo de las drogas y el tráfico de personas, la necesidad de atender un gran número de migrantes y refugiados, las malas condiciones de trabajo, la explotación laboral experimentada por muchos, así como la desigualdad económica y social que existe entre los ricos y pobres.

En medio de estas tensiones está el pastor luchando e intercediendo con su pueblo y por su pueblo; por eso creo que la memoria de los primeros misioneros que nos precedieron con coraje, con alegría y con una resistencia única, permitirá medir y evaluar nuestro presente y nuestra misión desde una perspectiva mucho más amplia, mucho más transformadora. Esta memoria nos libra, en primer lugar, de creer que los tiempos pasados fueron siempre más favorables o mejores para el anuncio, y nos ayuda a no refugiarnos en pensamientos y discusiones estériles que terminan por centrarnos y encerrarnos en nosotros mismos, paralizando todo tipo de acción. «Aprendamos de los santos que nos han precedido y enfrentaron las dificultades propias de su época» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 263), y permitamos ser despojados de todo aquello que se nos “pegó” durante el camino, y que vuelve más pesado todo el andar. Somos conscientes de que hay estructuras y mentalidades eclesiales que pueden llegar a condicionar negativamente un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga; porque en definitiva sin vida nueva y espíritu evangélico, sin “fidelidad de la Iglesia a la propia vocación”, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo (cf. ibíd., 26), y puede dificultar a nuestro corazón el importante ministerio de la oración y la intercesión. Esto nos puede ayudar, a veces, a movernos ante los entusiasmos indiscretos de metodologías con éxito aparente pero con poca vida.

Mirando el camino misionero en estas tierras, una de las primeras enseñanzas recibidas nace de la confianza en saber que es precisamente el Espíritu Santo el primero en adelantarse y convocar: El Espíritu Santo “primerea” a la Iglesia invitándola a alcanzar todos esos puntos nodales, donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de nuestras ciudades y culturas (cf. ibíd., 74). No olvidemos que el Espíritu Santo llega antes que el misionero y permanece con él. El impulso del Espíritu Santo sostuvo y motivó a los Apóstoles y a tantos misioneros a no descartar ninguna tierra, pueblo, cultura o situación. No buscaron un terreno con “garantías de éxito”; al contrario, su “garantía” residía en la certeza que ninguna persona y cultura estaba de antemano incapacitada para recibir la semilla de vida, de felicidad y especialmente de la amistad que el Señor le quiere regalar. No esperaron que una cultura fuera afín o sintonizara fácilmente con el Evangelio; por el contrario, se zambulleron en esas realidades nuevas, convencidos de la belleza de la que eran portadores. Toda vida vale a los ojos del Maestro. Ellos eran audaces, valientes, porque sabían principalmente que el Evangelio es un don para ser derramado en todos y para todos: derramado a toda la gente, a los doctores de la ley, pecadores, publicanos, prostitutas, todos los pecadores de ayer como los de hoy. Me gusta señalar que la misión, antes que las actividades para realizar o proyectos para implementar, requiere una mirada y un olfato a cultivar; requiere una preocupación paternal y maternal porque la oveja se pierde cuando el pastor la da por perdida, nunca antes. Hace tres meses me visitó un misionero francés, que trabaja desde hace casi cuarenta años en el norte de Tailandia, entre las tribus, y vino con un grupo de unas 20/25 personas. Todos padres y madres de familia, jóvenes, 25 años, no más, a los cuales él había bautizado, primera generación, y ahora bautizaba a sus hijos. Uno puede pensar: perdiste la vida con 50 personas, con 100 personas. Esa fue su semilla, y Dios lo consuela haciéndole bautizar a los hijos de quienes él bautizó por primera vez. Simplemente esos tribales del norte de Tailandia los vivió como riqueza para evangelizar. No dio por perdida esa oveja, la asumió.

Uno de los puntos más hermosos de la evangelización es hacernos cargo de que la misión confiada a la Iglesia no reside sólo en la proclamación del Evangelio, sino también en aprender a creerle al Evangelio. Cuantos hay que proclaman, proclamamos, a veces, en momentos de tentación, el Evangelio y no le creemos al Evangelio. Aprender a creerle al Evangelio, a dejarse tomar y transformar por él. Consiste en vivir y en caminar a la luz de la Palabra que tenemos que proclamar. Nos hará bien recordar al gran Pablo VI: «Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 15). Así la Iglesia entra en la dinámica discipular de conversión-anuncio, purificada por su Señor, se transforma en testigo por vocación. Una Iglesia en camino, sin miedo a bajar a la calle y confrontarse con la vida misma de las personas que le fueron confiadas, es capaz de abrirse humildemente al Señor y con el Señor vivir el asombro, el estupor, de la aventura misionera, sin esa necesidad consciente o inconsciente de querer aparecer ella en primer lugar, ocupando o pretendiendo vaya a saber qué lugar de preeminencia. ¡Cuánto debemos aprender de ustedes, que en tantos de vuestros países o regiones son minorías, y a veces minorías ignoradas, obstaculizadas o perseguidas, y no por eso se dejan llevar o contaminar por el síndrome de inferioridad o la queja de no sentirse reconocidos! Van adelante, anuncian, siembran, rezan y esperan. Y no pierden la alegría.

Hermanos: «Unidos a Jesús, busquemos lo que Él busca, amemos lo que Él ama» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 267), y no tengamos miedo de hacer de sus prioridades nuestras prioridades. Ustedes saben muy bien lo que es una Iglesia pequeña en personas y en recursos, pero ardiente y con ganas de ser instrumento vivo del compromiso del Señor con todas las personas de vuestros pueblos y ciudades (cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 1). Vuestro compromiso por llevar adelante esa fecundidad evangélica anunciando el kerygma con obras y con palabras en los diferentes ámbitos donde los cristianos se encuentran, es un testimonio contundente.

Una Iglesia misionera sabe que su mejor palabra es dejarse transformar por la Palabra que da Vida, haciendo del servicio su nota definitiva. No somos nosotros quienes disponemos de la misión, y menos nuestras estrategias. Es el Espíritu el verdadero protagonista que a nosotros, pecadores perdonados, nos impulsa y nos envía continuamente a compartir este tesoro en vasijas de barro (cf. 2 Co 4,7); transformados por el Espíritu para transformar cada rincón donde nos toque estar. El martirio de la entrega cotidiana y tantas veces silenciosa dará los frutos que vuestros pueblos necesitan.

Esta realidad nos impulsa a desarrollar una espiritualidad muy particular. El pastor es una persona que, en primer lugar, ama entrañablemente a su pueblo, conoce su idiosincrasia, conoce sus debilidades y fortalezas. La misión es ciertamente amor por Jesucristo, pero al mismo tiempo es una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo ese amor que nos devuelve la dignidad y nos sostiene, y precisamente allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 268).

Recordemos que nosotros también somos parte de este pueblo; no somos los patrones, somos parte del pueblo; fuimos elegidos como servidores, no como dueños o amos y esto significa que debemos acompañar a quienes servimos con paciencia, con amabilidad, escuchándolos, respetando su dignidad, impulsando y valorando siempre sus iniciativas apostólicas. No perdamos de vista que muchas de vuestras tierras fueron evangelizadas por laicos. No clericalicemos la misión, por favor. Y mucho menos clericalicemos los laicos. Esos laicos tuvieron la posibilidad de hablar el dialecto de su gente, ejercicio simple y directo de inculturación no teórica ni ideológica, sino fruto del ardor por compartir a Cristo. El santo Pueblo fiel de Dios posee la unción del Santo que estamos llamados a reconocer, a valorar y expandir. No perdamos esta gracia de ver a Dios actuando en medio de su pueblo, como lo hizo antes, lo hace ahora y lo seguirá haciendo. Me viene una imagen, que no estaba en el programa pero…: el pequeño Samuel que se despertaba de noche. Dios respetó al viejo sacerdote, débil de carácter, le dejaba hacer, pero no le habló. Le habló a un muchacho, a uno del pueblo.

De manera particular los invito a que tengan siempre abierta la puerta para sus sacerdotes. La puerta y el corazón. No olvidemos que el prójimo más prójimo del obispo es el sacerdote. Estén cerca de ellos, escúchenlos, busquen acompañarlos en todas las situaciones que ellos enfrenten, especialmente cuando los vean desanimados o apáticos, que es la peor de las tentaciones del demonio. La apatía, el desánimo. Y esto háganlo no como jueces, sino como padres, no como gerentes que se sirven de ellos, sino como auténticos hermanos mayores. Creen un clima donde exista la confianza para un diálogo sincero, un diálogo abierto, buscando y pidiendo la gracia de tener la misma paciencia que el Señor tiene con cada uno de nosotros, ¡y que es tanta, que es tanta!

Queridos hermanos: Sé que son múltiples los interrogantes que deben enfrentar en el seno de sus comunidades, tanto a diario como pensando en el porvenir. Nunca perdamos de vista que en ese futuro, tantas veces incierto como cuestionador, es precisamente el Señor mismo quien viene con la fuerza de la Resurrección transformando cada llaga, cada herida, en fuente de vida. Miremos el mañana con la certeza de que no estamos solos, de que no caminamos solos, de que no vamos solos, Él nos espera ahí invitándonos a reconocerlo principalmente en el partir el pan.

Supliquemos la intercesión del beato Nicolás y de tantos santos misioneros, para que nuestros pueblos sean renovados con esa misma unción.

Puesto que están hoy aquí numerosos Obispos de Asia, aprovecho la ocasión para extender la bendición y mi cariño a todas vuestras comunidades y, de modo especial, a los enfermos y a todos aquellos que estén pasando por momentos de dificultad. Que el Señor los bendiga, cuide y los acompañe siempre. Y a ustedes, que los lleve de su mano; y ustedes déjense llevar de la mano del Señor, no busquen otras manos.

Y, por favor, no se olviden de rezar y hacer rezar por mí, porque todo lo que les dije a ustedes me lo tengo que decir a mí mismo también.  

Muchas gracias.

jueves, 21 de noviembre de 2019

VIAJE APOSTÓLICO,SANTA MISA,HOMILÍA DEL SANTO PADRE


Estadio Nacional, Bangkok

«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» (Mt 12,48).

Con esta pregunta, Jesús desafió a toda aquella multitud que lo escuchaba a preguntarse por algo que puede parecer tan obvio como seguro: ¿quiénes son los miembros de nuestra familia, aquellos que nos pertenecen y a quienes pertenecemos? Dejando que la pregunta hiciera eco en ellos de forma clara y novedosa responde: «Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50). De esta manera rompe no sólo los determinismos religiosos y legales de la época, sino también todas las pretensiones excesivas de quienes podrían creerse con derechos o preferencias sobre él. El Evangelio es una invitación y un derecho gratuito para todos aquellos que quieren escuchar.

Es sorprendente notar cómo el Evangelio está tejido de preguntas que buscan inquietar, despertar e invitar a los discípulos a ponerse en camino, para que descubran esa verdad capaz de dar y generar vida; preguntas que buscan abrir el corazón y el horizonte al encuentro de una novedad mucho más hermosa de lo que pueden imaginar. Las preguntas del Maestro siempre quieren renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad con una alegría sin igual (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11).

Así les pasó a los primeros misioneros que se pusieron en camino y llegaron a estas tierras; escuchando la palabra del Señor, buscando responder a sus preguntas, pudieron ver que pertenecían a una familia mucho más grande que aquella que se genera por los lazos de sangre, de cultura, de región o de pertenencia a un determinado grupo. Impulsados por la fuerza del Espíritu, y cargados sus bolsos con la esperanza que nace de la buena noticia del Evangelio, se pusieron en camino para encontrar a los miembros de esa familia suya que todavía no conocían. Salieron a buscar sus rostros. Era necesario abrir el corazón a una nueva medida, capaz de superar todos los adjetivos que siempre dividen, para descubrir a tantas madres y hermanos thai que faltaban en su mesa dominical. No sólo por todo lo que podían ofrecerles sino también por todo lo que necesitaban de ellos para crecer en la fe y en la comprensión de las Escrituras (cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 8).

Sin ese encuentro, al cristianismo le hubiese faltado vuestro rostro; le hubiesen faltado los cantos, los bailes, que configuran la sonrisa thai tan particular en estas tierras. Así vislumbraron mejor el designio amoroso del Padre, que es mucho más grande que todos nuestros cálculos y previsiones, y que no puede reducirse a un puñado de personas o a un determinado contexto cultural. El discípulo misionero no es un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos: el banquete está preparado, salgan a buscar a todos los que encuentren por el camino (cf. Mt 22,4.9). Este envío es fuente de alegría, gratitud y felicidad plena, porque «le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 8).

Han pasado 350 años de la creación del Vicariato Apostólico de Siam (1669-2019), signo del abrazo familiar producido en estas tierras. Tan sólo dos misioneros fueron capaces de animarse a sembrar las semillas que, desde hace tanto tiempo, vienen creciendo y floreciendo en una variedad de iniciativas apostólicas, que han contribuido a la vida de la nación. Este aniversario no significa nostalgia del pasado sino fuego esperanzador para que, en el presente, también nosotros podamos responder con la misma determinación, fortaleza y confianza. Es memoria festiva y agradecida que nos ayuda a salir alegremente a compartir la vida nueva, que viene del Evangelio, con todos los miembros de nuestra familia que aún no conocemos.

Todos somos discípulos misioneros cuando nos animamos a ser parte viva de la familia del Señor y lo hacemos compartiendo como él lo hizo: no tuvo miedo de sentarse a la mesa de los pecadores, para asegurarles que en la mesa del Padre y de la creación había también un lugar reservado para ellos; tocó a los que se consideraban impuros y, dejándose tocar por ellos, les ayudó a comprender la cercanía de Dios, es más, a comprender que ellos eran los bienaventurados (cf. S. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Asia, 11).

Pienso especialmente en esos niños, niñas y mujeres, expuestos a la prostitución y a la trata, desfigurados en su dignidad más auténtica; pienso en esos jóvenes esclavos de la droga y el sin sentido que termina por nublar su mirada y cauterizar sus sueños; pienso en los migrantes despojados de su hogar y familias, así como tantos otros que, como ellos, pueden sentirse olvidados, huérfanos, abandonados, «sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de la vida» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49). Pienso en pescadores explotados, en mendigos ignorados.

Ellos son parte de nuestra familia, son nuestras madres y nuestros hermanos, no le privemos a nuestras comunidades de sus rostros, de sus llagas, de sus sonrisas y de sus vidas; y no les privemos a sus llagas y a sus heridas de la unción misericordiosa del amor de Dios. El discípulo misionero sabe que la evangelización no es sumar membresías ni aparecer poderosos, sino abrir puertas para vivir y compartir el abrazo misericordioso y sanador de Dios Padre que nos hace familia.

Querida comunidad tailandesa: Sigamos en camino, tras las huellas de los primeros misioneros, para encontrar, descubrir y reconocer alegremente todos esos rostros de madres, padres y hermanos, que el Señor nos quiere regalar y le faltan a nuestro banquete dominical.

VIAJE APOSTÓLICO. ENCUENTRO CON EL PERSONAL MÉDICO DEL ST. LOUIS HOSPITAL


SALUDO DEL SANTO PADRE

Queridos amigos:

Me alegra tener esta oportunidad de encontrarme con ustedes, personal médico, sanitario y auxiliar del St. Louis Hospital, y de otros hospitales católicos y centros de caridad. Agradezco al señor Director sus amables palabras de presentación. Para mí es una bendición presenciar, de primera mano, este valioso servicio que la Iglesia ofrece al pueblo de Tailandia, especialmente a los más necesitados. Saludo con afecto a las Hermanas de San Pablo de Chartres, así como a las demás religiosas aquí presentes, y les agradezco la dedicación silenciosa y alegre a este apostolado. Ustedes nos permiten contemplar el rostro materno del Señor que se inclina para ungir y levantar a sus hijos: gracias.

Me alegro de escuchar las palabras del Director sobre el principio que anima este Hospital: Ubi caritas, Deus ibi est; donde hay caridad, allí está Dios. Porque precisamente en el ejercicio de la caridad es donde los cristianos somos llamados no sólo a transparentar nuestro ser discípulos misioneros, sino también a confrontar nuestro seguimiento y el de nuestras Instituciones: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40), dice el Señor; discípulos misioneros sanitarios que se abren a «una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano [... ] y buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 92).

Desde esta perspectiva, ustedes realizan una de las mayores obras de misericordia, puesto que vuestro compromiso sanitario va mucho más allá de un simple y loable ejercicio de la medicina. Tal compromiso no puede reducirse solamente a realizar algunas acciones o programas determinados, sino que deben ir más allá, abiertos a lo imprevisible. Recibir y abrazar la vida como llega a la emergencia del hospital para ser atendida con una piedad especial, que nace del respeto y amor a la dignidad de todos los seres humanos. Los procesos de sanación también requieren y reclaman el poder de una unción capaz de devolver, en todas las situaciones que se tienen que atravesar, una mirada que dignifica y sostiene. Todos ustedes, miembros de esta comunidad terapéutica, son discípulos misioneros cuando miran a un paciente y aprenden a llamarlo por su nombre. Sé que a veces su servicio puede resultar pesado, agotador; conviven con situaciones extremas, lo cual reclama poder ser acompañados y cuidados en su labor. De ahí la importancia de poder desarrollar una pastoral de la salud donde, no sólo los pacientes, sino todos los miembros de esta comunidad puedan sentirse acompañados y sostenidos en su misión. Sepan también que vuestros esfuerzos y el trabajo de las muchas instituciones que representan son el testimonio vivo del cuidado y la atención que estamos llamados a mostrar a todas las personas, especialmente a los ancianos, a los jóvenes y a los más vulnerables.

Este año, St. Louis Hospital celebra el 120 aniversario de su fundación. ¡Cuántas personas fueron calmadas en su dolor, consoladas en sus agobios e incluso acompañadas en su soledad! Al dar gracias a Dios por este don de vuestra presencia durante estos años, les pido para que este apostolado, y otros similares sean, cada vez más, señal y emblema de una Iglesia en salida que, queriendo vivir su misión, se anima a llevar el amor sanador de Cristo a todos los que sufren.

Al final de este encuentro visitaré a los enfermos, a los discapacitados, y así podré acompañarlos, al menos mínimamente, en su dolor.

Todos sabemos que la enfermedad siempre trae consigo grandes interrogantes. Nuestra primera reacción puede ser la de rebelarnos y hasta vivir momentos de desconcierto y desolación. Es el grito de dolor y está bien que así sea: el propio Jesús lo sufrió y lo hizo. Con la oración queremos unirnos también nosotros al suyo.

Al unirnos a Jesús en su pasión descubrimos la fuerza de su cercanía a nuestra fragilidad y a nuestras heridas. Se trata de una invitación a aferrarnos fuertemente a su vida y entrega. Si a veces sentimos en el interior “el pan de la adversidad y el agua de la aflicción”, recemos para poder encontrar también, en una mano tendida, la ayuda necesaria para descubrir el consuelo que viene del “Señor que no se esconde” (cf. Is 30,20), y que está cerca acompañándonos.

Pongamos este encuentro y nuestras vidas bajo la protección de María, precisamente bajo su manto. Que ella vuelva sus ojos llenos de misericordia hacia ustedes, especialmente en el momento del dolor, la enfermedad y toda forma de vulnerabilidad. Que ella los ayude con la gracia de encontrar a su Hijo en la carne herida de las personas a quienes sirven.

A todos ustedes y a sus familias los bendigo. Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.

Muchas gracias.

VIAJE APOSTÓLICO,VISITA AL PATRIARCA SUPREMO BUDISTA

SALUDO DEL SANTO PADRE

Templo Wat Ratchabophit Sathit Maha Simaram, Bangkok

Su Santidad:

Le agradezco sus amables palabras de bienvenida. Al comienzo de mi visita a esta nación, me alegra visitar este Templo Real, símbolo de los valores y las enseñanzas que caracterizan a este amado pueblo. En las fuentes del budismo la mayoría de los tailandeses han nutrido y permeado su manera de reverenciar la vida y a sus ancianos, de llevar adelante un estilo de vida sobrio basado en la contemplación, el desapego, el trabajo duro y la disciplina (cf. S. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Asia, 6); características que nutren ese distintivo tan especial vuestro: ser considerados como el pueblo de la sonrisa.

Nuestro encuentro se inscribe dentro de ese camino de valoración y reconocimiento mutuo comenzado por nuestros predecesores. Sobre sus huellas quisiera inscribir esta visita, para acrecentar no sólo el respeto sino la amistad entre nuestras comunidades. Han pasado casi cincuenta años desde que el decimoséptimo Patriarca Supremo, Somdej Phra Wanarat (Pun Punnasiri), junto con un grupo de importantes monjes budistas, visitó al Papa Pablo VI en el Vaticano, lo cual representó un hito muy importante en el desarrollo del diálogo entre nuestras dos tradiciones religiosas; diálogo cultivado que permitió realizar, posteriormente, al Papa Juan Pablo II una visita en este Templo al Patriarca Supremo, Su Santidad Somdej Phra Ariyavongsagatanana (Vasana Vasano). Posteriormente tuve el honor de recibir recientemente a una delegación de monjes del templo de Wat Pho, con su obsequio de una traducción de un antiguo manuscrito budista escrito en lengua pali, conservado ahora en la Biblioteca Vaticana. Son pequeños pasos que ayudan a testimoniar no sólo en nuestras comunidades sino en nuestro mundo, tan impulsado a generar y propagar divisiones y exclusiones, testimoniar que la cultura del encuentro es posible. Cuando tenemos la oportunidad de reconocernos y valorarnos, incluso desde nuestras diferencias (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 250), ofrecemos al mundo una palabra de esperanza capaz de animar y sostener a los que resultan siempre más perjudicados por la división. Posibilidades como estas nos recuerdan lo importante que es el que las religiones se manifiesten cada vez más como faros de esperanza, en cuanto promotoras y garantes de fraternidad.

En este sentido, doy las gracias a este pueblo porque, desde la llegada del cristianismo a Tailandia, hace unos cuatro siglos y medio, los católicos, aun siendo un grupo minoritario, han disfrutado de la libertad en la práctica religiosa y durante muchos años han vivido en armonía con sus hermanos y hermanas budistas.

En este camino de la mutua confianza y fraternidad, deseo reiterar mi personal compromiso y el de toda la Iglesia por el fortalecimiento del diálogo abierto y respetuoso al servicio de la paz y del bienestar en este pueblo. Gracias a los intercambios académicos, que permiten una mayor comprensión mutua, como asimismo al ejercicio de la contemplación, la misericordia y el discernimiento —tan comunes a nuestras tradiciones—, podremos creer en el ejercicio de buena “vecindad” y crecer en él. Podremos impulsar entre los fieles de nuestras religiones el desarrollo de nuevas imaginaciones de la caridad, que sean capaces de generar y aumentar iniciativas concretas en el camino de la fraternidad, especialmente con los más pobres, y en referencia a nuestra tan maltratada casa común. De esta manera contribuiremos a la construcción de una cultura de compasión, fraternidad y encuentro tanto aquí como en otras partes del mundo (cf. ibíd.). Estoy seguro, Santidad, que este camino seguirá dando frutos y en abundancia.

Una vez más, agradezco a Su Santidad este encuentro. Pido que sea colmado de todas las bendiciones divinas para su salud y bienestar personal, y por su alta responsabilidad de guiar a los creyentes budistas en los caminos de la paz y la concordia.

¡Gracias!

Palabras para despertar

Hay palabras que resultan chocantes. A veces, estas palabras no están dichas con mala intención. No pretenden ofender, en todo caso pretenden provocar, pero provocar en el buen sentido, en el de llamar la atención para así facilitar la reflexión. Digo esto porque ante un post titulado: “nacer de Dios: recibir el esperma divino”, una amable comentarista escribió: “Extraño comentario por brusco y creo que innecesario”. Quizás la palabra esperma le pareció excesivamente gráfica y provocativa. Pero esa es la palabra que emplea la primera carta de Juan, para hablar de los “nacidos de Dios”. El autor de la carta, empleando esa palabra, quiere expresar la fuerza, el realismo, la grandeza del amor de Dios que nos acoge como hijos. No se trata de entenderla literalmente, sino de entenderla precisamente como lo que es: una palabra chocante, que quiere hacernos caer en la cuenta de lo mucho que Dios nos ama.

Hay palabras, puestas en boca de Jesús, que resultan igualmente chocantes y provocativas. Pienso en esa que transmite el evangelio de Lucas (14,25): para ser discípulo de Jesús hay que odiar al padre, a la madre, a los hermanos, a los hijos y hasta la propia vida. Aquí la palabra “odiar” pretende despertar nuestra atención, y provocar nuestra reflexión. Si la traducimos por “preferir”, edulcoramos el sentido del texto original y, lo que es peor, le hacemos perder su fuerza provocativa. Porque decir que Dios debe ser más amado que el padre y la madre, hasta puede parecer normal y no provocar ningún escándalo. Lo que escandaliza es el término “odiar”. ¿Cómo va a odiar uno su propia vida? ¿Cómo va a odiar a su madre o a sus hijos, cuando el mismo Jesús nos pide que amemos a nuestros enemigos?

El término “odiar” buscar despertarnos de nuestras medianías y hacernos caer en la cuenta de la radicalidad del seguimiento de Cristo. Las relaciones humanas pueden medirse cuantitativamente; pero las relaciones con Dios no son cuantitativas, sino cualitativas. La cuestión es: ¿quién puede solucionarte la vida definitivamente, en quién puedes confiar incondicionalmente? En tu madre, no. Porque ella es limitada y, por eso, un día se morirá. Esperarlo todo, insisto: todo, de una persona limitada, es una empresa destinada al fracaso. Sólo de Dios puedes esperarlo todo, sólo en Dios puedes confiar con seguridad absoluta.

Una vez que tienes claro dónde puedes fundamentar tu vida con absoluta certeza, entonces todo lo demás, espontáneamente, pasa a segundo plano, y se convierte en inútil y en motivo de “odio” o de rechazo, porque los valores y pretensiones que tiene todo lo que no es Dios son rechazables si nos apartan de él. Y si no nos apartan, entonces son buenos, pero con una bondad relativa. Si hay que aplicar eso al amor a los hijos o a los padres, habría que decir: El que ama a Dios sobre todas las cosas, ama a sus padres y a sus hijos por Dios y en Dios. Y eso no es mistificación. Eso es amar del mejor modo posible.