Hay palabras que resultan chocantes. A veces, estas palabras no están dichas con mala intención. No pretenden ofender, en todo caso pretenden provocar, pero provocar en el buen sentido, en el de llamar la atención para así facilitar la reflexión. Digo esto porque ante un post titulado: “nacer de Dios: recibir el esperma divino”, una amable comentarista escribió: “Extraño comentario por brusco y creo que innecesario”. Quizás la palabra esperma le pareció excesivamente gráfica y provocativa. Pero esa es la palabra que emplea la primera carta de Juan, para hablar de los “nacidos de Dios”. El autor de la carta, empleando esa palabra, quiere expresar la fuerza, el realismo, la grandeza del amor de Dios que nos acoge como hijos. No se trata de entenderla literalmente, sino de entenderla precisamente como lo que es: una palabra chocante, que quiere hacernos caer en la cuenta de lo mucho que Dios nos ama.
Hay palabras, puestas en boca de Jesús, que resultan igualmente chocantes y provocativas. Pienso en esa que transmite el evangelio de Lucas (14,25): para ser discípulo de Jesús hay que odiar al padre, a la madre, a los hermanos, a los hijos y hasta la propia vida. Aquí la palabra “odiar” pretende despertar nuestra atención, y provocar nuestra reflexión. Si la traducimos por “preferir”, edulcoramos el sentido del texto original y, lo que es peor, le hacemos perder su fuerza provocativa. Porque decir que Dios debe ser más amado que el padre y la madre, hasta puede parecer normal y no provocar ningún escándalo. Lo que escandaliza es el término “odiar”. ¿Cómo va a odiar uno su propia vida? ¿Cómo va a odiar a su madre o a sus hijos, cuando el mismo Jesús nos pide que amemos a nuestros enemigos?
El término “odiar” buscar despertarnos de nuestras medianías y hacernos caer en la cuenta de la radicalidad del seguimiento de Cristo. Las relaciones humanas pueden medirse cuantitativamente; pero las relaciones con Dios no son cuantitativas, sino cualitativas. La cuestión es: ¿quién puede solucionarte la vida definitivamente, en quién puedes confiar incondicionalmente? En tu madre, no. Porque ella es limitada y, por eso, un día se morirá. Esperarlo todo, insisto: todo, de una persona limitada, es una empresa destinada al fracaso. Sólo de Dios puedes esperarlo todo, sólo en Dios puedes confiar con seguridad absoluta.
Una vez que tienes claro dónde puedes fundamentar tu vida con absoluta certeza, entonces todo lo demás, espontáneamente, pasa a segundo plano, y se convierte en inútil y en motivo de “odio” o de rechazo, porque los valores y pretensiones que tiene todo lo que no es Dios son rechazables si nos apartan de él. Y si no nos apartan, entonces son buenos, pero con una bondad relativa. Si hay que aplicar eso al amor a los hijos o a los padres, habría que decir: El que ama a Dios sobre todas las cosas, ama a sus padres y a sus hijos por Dios y en Dios. Y eso no es mistificación. Eso es amar del mejor modo posible.
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