Hay oficios en los que nunca falta el trabajo. Y no precisamente por lo difícil que es “la carrera”, sino por la falta de candidatas y candidatos. Las monjas, los frailes y los curas tienen trabajo de sobra. Cierto, en estos “oficios” también hay quienes no cumplen. Pero eso no quita que, para quienes cumplen, haya trabajo.
La falta de candidatos para religiosos y para sacerdotes no se debe a que “la paga” suela ser pequeña, en términos monetarios, sino a otros factores de tipo social y cultural que no es el momento de analizar ahora. La paga no es muy elevada, pero hay que decir algo más: nadie entra en un noviciado o en un seminario pensando en el dinero. Y si, por una de esas cosas que también pasan a veces, alguien entra pensando en el dinero o en la promoción social, se ha equivocado de lugar. Y lo más probable es que no sea feliz y, lo que es peor, haga infelices a los demás.
Todos sabemos, por ejemplo, que muchos enfermos, en los hospitales, prefieren ser atendidos por enfermeras monjas, porque ellas tienen fama de no medir el tiempo y de saber consolar y escuchar. Que quede claro: conozco a enfermeras y enfermeros laicos que hacen una labor humana que va más allá de lo profesional. Pero lo que quiero decir es que las religiosas y los religiosos, si son fieles a su vocación, no tienen un tiempo contado, porque el tiempo está en función de la persona a la que atienden y no en función de un horario. Si eso también ocurre en el caso de algunos laicos, mejor que mejor, porque la sorpresa del enfermo y de su familia es mayor. Por eso, si son creyentes, su testimonio es más creíble y, si no son creyentes, su dedicación es más admirable.
También los curas, los buenos curas, que de todo hay, como en todas las profesiones y oficios, no tienen horarios fijos. Si son fieles a su vocación, todo su tiempo está en función de los fieles que les han confiado. Este es uno de los sentidos del celibato: una donación completa de la propia vida a Dios y, en consecuencia, una vocación asumida totalmente, sin reservas. Porque en estos oficios clericales (monjas, religiosos, curas) se trata de vocaciones libres, pero rigurosas.
También las monjas y monjes contemplativos, así como las y los eremitas, se ganan el pan con su trabajo, aunque dedican muchas más horas a la oración, a la meditación, o sencillamente a “no hacer nada”, que al trabajo material. Ellas y ellos son un signo de contraste para este mundo obsesionado por el dinero e incluso por el esfuerzo. Las personas de hoy tienen horror al “tiempo vacío” y, por eso, siempre están ocupadas, bien trabajando, bien escuchando música, viendo la televisión o chateando por el móvil o el ordenador. No hacer nada les causa pavor. Las monjas y monjes, que dedican más tiempo a “no hacer nada” que a trabajar, son un signo de contraste, que plantea una pregunta: ¿a qué se dedican, qué hacen no haciendo nada? El ser humano no está hecho para hacer, sino para ser.
Martín Gelabert Ballester, OP
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