sábado, 23 de septiembre de 2017

En la Iglesia, todos estamos para servir, todos

Fue en el Concilio Vaticano II el que perfiló y “consagró” la concepción del sacerdocio como servicio. Desde entonces, todos los Papas han abundado e insistido en la misma idea y necesidad. Y Francisco, lejos de ser una excepción, es un claro exponente –de palabra, obra y gestos- de esta misma percepción.

Esta visión y vivencia de la Iglesia como ministerio, como enviada del Padre y como prolongación y sacramento del servicio de Jesucristo Buen Pastor, concierne por igual –cada uno en la medida de los dones y carismas recibidos y de las responsabilidades confiadas- al entero Pueblo de Dios, comenzando por los obispos y siguiendo por los presbíteros y por los laicos.

Y todo esto -fruto no de ideologías o modas, sino expresión genuinamente evangélica- requiere, pues, de todos los pastores y fieles su implementación, vivencia y testimonio, desde claves y respuestas, además, encaminadas a la tan imprescindible como apremiante conversión personal, pastoral y misionera que todos (insistimos: todos, pastores y fieles) necesitamos.
La actualidad de la Iglesia nos ha deparado dos acontecimientos recientes que vienen como anillo al dedo a estos planteamientos. Así, el Papa Francisco, en su encuentro con los obispos recientemente ordenados (ver páginas 31 y 32),  insistió en que la misión que a estos les confía “no es llevar ideas y proyectos propios, ni soluciones abstractamente diseñadas por quien considera la Iglesia como un huerto de su casa, sino ofrecer, humildemente, sin protagonismos o narcisismos, un concreto testimonio de unión con Dios, sirviendo al Evangelio”, en continúa actitud de escucha de la voluntad de Dios, “creciendo en la libertad de renunciar a su punto de vista, cuando es parcial e inadecuado, para asumir el de Dios”; y de humilde y obediente discernimiento “con el pueblo y para el pueblo de Dios”. Y es que el obispo –y por ende, el sacerdote- “no es el padre autosuficiente”, “ni el pastor solitario”.

El segundo de los hechos informativos que originan nuestro comentario Editorial de hoy, tiene su referente y su contexto en la página 9 de este número de ecclesia. En ella, ofrecemos una síntesis informativa de la reciente pastoral de los obispos de la diócesis de Galicia sobre la conversión pastoral y misionera en las parroquias en la hora presente. Es evidente que uno de los motivos de la notable carta pastoral del episcopado gallego tiene como precedente polémicas recientes en alguna de sus diócesis a propósito del traslado de algún sacerdote.

Los prelados gallegos, desde la llamada a la conversión pastoral, demandan, en primer lugar, la vivencia por parte de todos de “una más adecuada concepción de la Iglesia y del ejercicio del ministerio sacerdotal”. Y al respecto, subrayan que “el sacerdote no es propiedad de una comunidad creyente determinada, sino que está en ella como enviado del Señor para ser servidor fiel y solícito de la Iglesia, que no tiene fronteras”.  Y ninguna comunidad creyente –añadimos nosotros- tiene propiedad alguna sobre su sacerdote, quien es, ni más ni menos, que un enviado y un servidor y quien no ha de practicar ningún “doble juego” o “doble actitud en su respuesta”…

Los seis obispos en Galicia reclaman asimismo salvaguardar una sana laicidad ya que perciben que “en una sociedad democrática y aconfesional, algunas autoridades, sobre todo locales, quizás sin pretenderlo, han apoyado o alentado ciertas reivindicaciones del pueblo en asuntos que no son de su competencia, corriendo el riesgo de caer en una demagogia lamentable”. Y ahondan y certeramente apuntan todavía más lejos: “Algunas personas, en ocasiones no del todo implicadas en la marcha cotidiana de nuestras parroquias, o incluso a veces ajenas a la vida de la Iglesia misma, cuando surge algún malestar ante algunas determinaciones del gobierno pastoral, aplican a la comunidad eclesial una estrategia y una forma de actuación con la que pretenden convertir a la parroquia en una ONG o en una sucursal sindical, generando malestar y enfrentamientos entre los mismos fieles, sobre todo entre aquellos que se sienten íntimamente católicos y aceptan, a veces con dolor, las decisiones pastorales”.

Por todo ello, la comunión eclesial surge como una necesidad insoslayable. Comunión eclesial que encuentra su quicio y garante en el Papa y en el obispo diocesano; comunión eclesial sin la cual no hay fecundidad apostólica; y comunión eclesial que puede romperse si se vive el ministerio ordenado o laical de modo individualista, personalista, autocomplaciente, populista y autorreferencial.

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