lunes, 5 de febrero de 2018

Un matrimonio, cinco hijos, 16 países y tres años evangelizando América Latina en un autobús escolar

Romain y Reina de Chateauvieux y sus cinco hijos cruzaron 16 países de América Latina en tres años a bordo de un autobús escolar para evangelizar. Tras su periplo crearon en Chile la asociación Misericordia, que pronto abrirá también casa en Buenos Aires y París. A finales de enero, dentro de la Gira Misericordia, Román y Reina «dieron su testimonio y plantaron esta semilla de Misericordia en el corazón de Madrid»
Con 21 años, Romain de Chateauvieux dejó su Francia natal y se fue a Santiago de Chile en un intercambio universitario para estudiar la carrera de Arquitectura en la Universidad Católica de Chile. Ya que había cruzado el atlántico, un día decidió trasladarse a Brasil para visitar a un amigo suyo sacerdote que estaba en una favela de Sao Paulo. Pasó con él la Semana Santa y participó en todas las celebraciones organizadas por el cura. «Romain aceptó cuando le propusieron representar a Jesús durante el vía crucis del Viernes Santo y esto le cambió la vida. Allí sufrió una conversión radical», explica Felipe Rojas de Noray, que junto a su mujer Inés es el responsable de la Gira Misericordia que ha recalado en distintas ciudades francesas, así como en Londres y Madrid.

El día del vía crucis llovía a cántaros y eso provocó que saliera a flote toda la suciedad de las alcantarillas. Cuando el joven francés llevaba la cruz se tiró al suelo emulando una de las caídas del Señor camino del Gólgota. «Romain cayó a plomo sobre toda la porquería, y el agua, salida de las alcantarillas. Al caerse y verse literalmente sobre toda la mierda sintió como toda su educación católica que había recibido de sus padres, que hasta ese momento estaba en la cabeza, le baja de pronto al corazón y entonces reconoció la verdad en todo ese camino».

Al día siguiente, tras el vía crucis, a Romain le pidieron que acompañara a las Misioneras de la Caridad de la madre Teresa a dar la comunión a un enfermo. Al llegar, el paciente le contó al joven que había perdido recientemente a uno de sus hijos y se echó a llorar. «Mientras le secaba las lágrimas, –continúa Rojas de Noray– Romain vio en la cara del enfermo el rostro de Cristo y, ante ese encuentro, se siente llamado al servicio». Al enjugar las lágrimas de aquel señor, Chateauvieux «sintió una voz interior que dice: “Romain, al servicio de los pobres tu felicidad vas a encontrar”».

En familia, con un bus, por latinoamérica

En un principio, Romain creyó que esa llamada estaba orientada al sacerdocio, pero se enamoró de Reina, la encargada en la favela de la pastoral de los jóvenes. Poco después, «se casaron en la misma favela de Sao Paulo y, tras el enlace, consagraron su matrimonio al servicio de la misión». Por ello, decidieron trasladarse a EE UU para trabajar pastoralmente con los inmigrantes. Allí permanecieron dos años hasta que el Consejo Episcopal de Latinoamérica (CELAM) les invitó a convertirse en misioneros itinerantes y recorrer América Latina. Durante tres años, Román, Reina y sus cinco hijos, recorrieron 16 países de Iberoamérica para difundir el mensaje de Jesús. «La familia realizó el viaje en el típico bus escolar amarillo, parecido al que sale en los Simpson, que lo convirtieron en una casa rodante».

Cada vez que llegaban a un país, se presentaban ante el obispo y se ponían a su disposición. «El obispo les invitaba a ir a determinada zona. En ella, hablaban con el sacerdote para ver dónde podían echar una mano. En un país, por ejemplo, construyeron una iglesia, en otro ayudaron con la catequesis…», explica Felipe Rojas de Noray. Después de tres años, a la familia Chateauvieux les propusieron asentarse en Santiago de Chile, concretamente en el barrio periférico de la Pincoya. Allí se dan cuenta de que hay dos necesidades acuciantes: la educación y la salud. «Para acceder a una educación de calidad y recibir una buena atención médica hace falta mucho dinero. Y en la Pincoya, al ser un lugar de la periferia, muy excluido, y muy pobre, estas necesidades no se cubren para nada». Ante esta perspectiva, deciden fundar una asociación que al mismo tiempo sea evangelizadora y también atienda las necesidades de la gente. Para cumplir con su objetivo, «la asociación crea el centro misericordia, que ofrece apoyo escolar a los niños y jóvenes de la Pincoya y además dan un servicio de asistencia de salud con médicos voluntarios. Se trata de vivir al estilo de la vida pública de Jesús, que iba evangelizando dando la buena nueva y, al mismo tiempo, iba sanando enfermos».

La semilla de Misericordia en Madrid

Ahora, la asociación Misericordia ha trascendido sus puertas y en los próximos meses abrirá una casa en Buenas Aires (Argentina) y otra en París (Francia). Por ello, Romain y Reina han emprendido una gira europea para dar testimonio de su labor evangelizadora y recaudar fondos. El tour, al que han llamado Gira Misericordia, les llevó el pasado martes 23 de enero hasta la madrileña parroquia de la Asunción de Nuestra Señora.

«Romain y Reina quisieron plantar esta semilla en el corazón de Madrid para dar testimonio de lo que hace Misericordia», explica Felipe Rojas de Noray, organizador del encuentro celebrado en Madrid. Sobre la posibilidad de que la asociación abra una casa en la capital de España, Rojas apunta que «Misericordia se funda en un sí continuo a la propuesta de Dios. Actualmente no hay una pretensión de fundar aquí una casa, pero sí hay una pretensión de dejarnos guiar por la voluntad de Dios». Y con esta perspectiva de vida todo puede pasar.

“EL CUERPO DE CRISTO – Una reflexión de vuestro Obispo, sobre cómo recibir la comunión”

1. Desde hace tiempo me ronda la idea de escribir una carta sobre cómo recibir, al comulgar, el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía. Es evidente que la Comunión hay que vivirla con la misma intensidad espiritual que la escucha de la Palabra de Dios o la Consagración. En cualquier momento de la celebración eucarística nuestra participación tiene que ser plena, consciente, activa y fructuosa.

Desde que estoy entre vosotros como vuestro Obispo tengo la impresión que, al menos en lo que yo percibo, en general es muy bueno el modo con que se participa en la Eucaristía en nuestras comunidades. Son muchos los gestos y las actitudes que tengo la oportunidad de observar, como la actitud de escucha, el silencio y, de un modo especial, el sentido de adoración que se manifiesta en el momento de la Consagración. Entonces, una mayoría de fieles se hincan de rodillas ante el Santísimo Sacramento.

Sin embargo, tengo que decir que me disgusta cómo algunos se acercan a comulgar y cómo vuelven a sus asientos, los que han recibido el Cuerpo del Señor. No sé que sucede, pero, llegado ese momento de la Comunión, hay una especie de desconcierto en el Templo, con lo que se da la impresión de que algunos de los presentes no son conscientes de lo que está sucediendo en ellos, para ellos y también para todos los que participan en la Misa. Parece que se olvidan de lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13)”. 

2. En lo que se refiere al modo de comulgar, sin que me atreva a juzgar las actitudes interiores, en el modo de poner sus manos o su boca se refleja que aparentemente no valoran adecuadamente la presencia real y sacramental de Jesús en el Pan Eucarístico. No siempre en las manos que reciben al Señor se percibe aquello de que “la mano izquierda ha de ser un trono para la mano derecha, puesto que ésta debe recibir al Rey”, como dijo San Juan Crisóstomo. Entiendo que había que educar con cierta frecuencia, sobre cómo se ha de recibir el Cuerpo de Cristo. Es evidente que lo que importan son las actitudes espirituales que adoptamos; pero las formas son también importantes y hay que orientarlas; sobre todo cuando perciben hábitos muy poco correctos y además da la impresión de que muy arraigados. Para tratar al Señor hemos de poner lo mejor de nosotros mismos.

Quizá, para educar el modo de comulgar, bastaría con que participáramos adecuadamente en los ritos de preparación. Como se puede observar, el sacerdote se prepara interiormente con una oración íntima que ya es una invitación a toda la asamblea a ponerse en actitud de espera del Cuerpo y la Sangre del Señor que se va a recibir. La actitud que habría que cuidar en la preparación para comulgar debería de ser la gratitud por el don que el Señor nos regala; es Él quien viene a nosotros. Y con la gratitud el deseo profundo de recibirlo en nuestra vida.

3. Una vez que el sacerdote comulga, enseguida invita a los fieles a participar en el banquete eucarístico con una fórmula que es anuncio de una buena noticia: se nos invita a participar en las bodas del Cordero, a pregustar en la comunión la vida eterna. Por eso nos dice: “dichosos los invitados a la cena del Señor”. Al comer el Cordero Pascual, éste entra en nosotros en un acto de amor y nos hace uno con Él, al tiempo que nos une entre nosotros como Iglesia. De ahí que cuando el sacerdote al darnos la comunión nos dice “el Cuerpo de Cristo”, nosotros respondemos “amén”, le estamos diciendo: “Si quiero, acepto, deseo que unas tu vida a la mía”. Jesús transforma nuestra pequeña y débil vida en su misma vida divina. Es por eso que, ante la presentación del Pan Eucarístico como el Cordero de Dios, nosotros respondemos con una profunda humildad: “Señor, yo no soy digno de que entes en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme”. Todo esto es evidentemente tan sublime que, o se toma en serio o corremos el peligro de banalizar lo que, por gracia de Dios, enriquece y renueve nuestra vida.

4. Después de comulgar hay que encontrarse con Jesús en intimidad, por eso, es imprescindible el silencio que nos permita un diálogo con él. Ese momento es la gran oportunidad para un encuentro que fortalezca nuestra fe, nos arraigue en la oración y nos oriente en nuestra misión, la que hemos de realizar tras alimentarnos de la Eucaristía. Sin embargo, por el tono revoltoso o distraído que se nota en el ambiente, es evidente que eso en algunos casos no está sucediendo. A veces, da la impresión de que en la comunión empieza a acabarse la Misa y de que ya no sucede nada para muchos. Yo propongo que se eduque con unas buenas catequesis mistagógicas a cómo encontrarse con el Señor tras comulgar. Es importante que se recuerde que es tiempo de rezar; y para eso se pueden indicar algunos argumentos sobre los que hablar con el Señor y algunas oraciones que nos podrían ayudar en ese dialogo con Jesús Eucaristía.

Normalmente en la liturgia ese tiempo de después de la Comunión es de silencio meditativo, que además debería ser más prolongado de lo que lo hacemos. El silencio no es incompatible con el canto; sin embargo, no siempre los coros colaboran al clima de adoración y contemplación que se necesita. Se puede cantar durante la Comunión y en la acción de gracias, pero no hay que evitar algunos hábitos ya adquiridos: no hay que tener prisa en comenzar el canto, tampoco es necesarios estar cantando durante todo el tiempo de distribución de la comunión y, por supuesto, no siempre hay que cantar en la meditación de acción de gracias. Si se canta, los cantos tanto en el tono de la música y, sobre todo, en la letra han de invitar a la oración. Todas las canciones de la Comunión deberían de ser eucarísticas y orantes. El ritmo o la letra de algunas rompe con demasiada frecuencia el tono espiritual que ese momento debe de tener y alteran la necesidad de oración que tiene la asamblea.

5. Ni que decir tiene que hasta ahora me he dirigido sobre todo a los que comulgan; pero hay muchos que participan en la Eucaristía y no pueden comulgar, o bien porque no están bien dispuestos, es decir, porque necesitándolo no se han confesado; o bien porque sus circunstancias personales, aunque lo deseen, no les permite acercarse a recibir la Comunión. Para estos el tono espiritual ha de ser el mismo que para los que comulgan; también ese momento de la celebración de Eucaristía es tiempo de oración y de intimidad con Jesús Sacramentado, si bien su comunión es “spiritual”. Por eso es tan necesario que los que comulgan den ejemplo de lo maravilloso e importante que es recibir a Jesús sacramentalmente. ¿Cómo van a desear recibirle los que no pueden, si los que comulgan le tratan con tanto descuido? ¿Cómo van a tener pudor de recibirle los que no pueden, si los que los lo hacen se acercan a comulgar tan a la ligera? Comulgar espiritualmente significa unirse a Jesucristo presente en la Eucaristía, aunque no recibiéndolo sacramentalmente, sino con un deseo que proviene de una fe animada por la caridad.

6. Como veis, he utilizado un tono sencillo y espero que claro para intentar orientar mejor lo que deberíamos hacer y cómo hacerlo. Me gustaría que todos os quedéis con esto: cuidemos con mucho esmero la comunión, nos va mucho en cada oportunidad que tengamos de recibir a Jesús: nos va la fortaleza, la autenticidad, la radicalidad de todos los demás aspectos de nuestra vida cristiana. Los santos siempre entendieron que todos hemos de recorrer un camino: de la Eucaristía a los pobres y de los pobres a la Eucaristía (Beata Matilde del Sagrado Corazón).

Con mi afecto y bendición.


+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

domingo, 4 de febrero de 2018

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo continúa la descripción de un día de Jesús en Capernaúm, un sábado, un festival semanal para los judíos (véase Marcos 1: 21-39). Esta vez, el Evangelista Marcos destaca la relación entre la actividad sanadora de Jesús y el despertar de la fe en las personas que conoce. De hecho, con los signos de curación que logra para los enfermos de todo tipo, el Señor quiere despertar la fe como respuesta.

El día de Jesús en Capernaum comienza con la curación de la suegra de Pedro y termina con la escena de la gente de todo el pueblo que está abarrotada frente a la casa donde se hospedaba, para traerlo a todos los enfermos. La multitud, marcada por el sufrimiento físico y las miserias espirituales, constituye, por así decirlo, "el entorno vital" en el que se realiza la misión de Jesús, compuesta de palabras y gestos que sanan y consuelan. Jesús no vino a llevar la salvación a un laboratorio; él no predica el laboratorio, se separa de la gente: ¡está en medio de la multitud! En medio de la gente! Piensas que la mayor parte de la vida pública de Jesús ha pasado en el camino, entre las personas, para predicar el Evangelio, para sanar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad plagada de sufrimiento, esta multitud, de lo cual el Evangelio habla muchas veces. Es una humanidad plagada de sufrimientos, trabajos y problemas: esta poderosa humanidad está dirigida por la acción poderosa, liberadora y renovadora de Jesús. Así, en medio de la multitud hasta la noche, el sábado termina. ¿Y qué hace él luego, Jesús?

Antes del amanecer del día siguiente, sale sin ser visto desde la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado para orar. Jesús ora De esta manera, él también resta su persona y su misión a una visión triunfalista, que no entiende el significado de los milagros y su poder carismático. De hecho, los milagros son "signos" que invitan a la respuesta de la fe; signos que siempre están acompañados por palabras, que los iluminan; y juntos, signos y palabras, provocan fe y conversión por el poder divino de la gracia de Cristo.

La conclusión del pasaje de hoy (versículos 35-39) indica que la proclamación de Jesús del Reino de Dios encuentra su lugar apropiado en la calle. A los discípulos que lo buscan para traerlo de regreso a la ciudad, los discípulos fueron a visitarlo a donde él oró y lo trajeron de vuelta a la ciudad, ¿qué responde Jesús? "Vayamos a otra parte, a las aldeas vecinas, para que yo también predique allí" (v. 38). Este era el camino del Hijo de Dios y este será el camino de sus discípulos. Y debe ser el camino de cada cristiano. El camino, como lugar de alegre proclamación del Evangelio, coloca la misión de la Iglesia bajo el signo de "ir", del viaje, bajo el signo del "movimiento" y nunca de la quietud.

Que la Virgen María nos ayude a abrirnos a la voz del Espíritu Santo, que insta a la Iglesia a colocar cada vez más su tienda entre la gente para llevar a todos la palabra sanadora de Jesús, el doctor de almas y cuerpos.

Después del Angelus

Queridos hermanos y hermanas:

ayer, en Vigevano, el joven Teresio Olivelli fue proclamado Beato, asesinado por su fe cristiana en 1945, en el campo de concentración de Hersbruck. Dio testimonio de Cristo en amor por los más débiles y se une a la larga línea de mártires del siglo pasado. Su sacrificio heroico es una semilla de esperanza y fraternidad especialmente para los jóvenes.

Hoy se celebra en Italia el Día de la Vida, que tiene como tema "El evangelio de la vida, alegría para el mundo". Me asocio con el mensaje de los Obispos y expreso mi aprecio y mi aliento a las diferentes realidades eclesiales que de muchas maneras promueven y sostienen la vida, especialmente el Movimiento por la Vida, que saludo a los exponentes presentes aquí, no tan numerosos. Y esto me preocupa; no hay muchas personas luchando por la vida en un mundo donde cada día se construyen más armas, cada día se hacen más leyes contra la vida, cada día esta cultura de descarte continúa, descartar lo que no se necesita, lo que molesta . Por favor oren para que nuestra gente esté más consciente de la defensa de la vida en este momento de destrucción y de humanidad.

Deseo asegurar mi cercanía a la población de Madagascar, recientemente azotada por un fuerte ciclón, que ha causado víctimas, desplazados y daños extensos. Que el Señor los consuele y los apoye.

Y ahora un anuncio. Antes de los trágicos conflictos prolongados en diferentes partes del mundo, yo los invito a todos los fieles a un día especial de oración y ayuno por la paz el 23 de febrero del próximo viernes de la primera semana de Cuaresma. Lo ofreceremos especialmente para las poblaciones de la República Democrática del Congo y Sudán del Sur. Como en otras ocasiones similares, también invito a hermanos y hermanas no católicos y no cristianos a unirse a esta iniciativa de la manera que consideren más apropiada, pero todos juntos.

Nuestro Padre celestial siempre escucha a sus hijos que le claman con dolor y angustia, "sana los corazones rotos y cura sus heridas" ( Salmo 147.3). Dirijo una súplica sincera porque también nosotros escuchamos este clamor y, cada uno en su propia conciencia, ante Dios, nos preguntamos: "¿Qué puedo hacer por la paz?". Ciertamente podemos orar; pero no solo: todo el mundo puede decir "no" a la violencia tanto como depende de él o ella. Porque las victorias obtenidas a través de la violencia son victorias falsas; ¡mientras que trabajar por la paz es bueno para todos!

Saludo a todos ustedes, los fieles de Roma y los peregrinos de Italia y de varios países. Saludo al grupo de la Diócesis de Cádiz y Ceuta (España), los estudiantes de la universidad "Charles Péguy" en París, los fieles de Sestri Levante, Empoli, Milán y Palermo, y en representación de la ciudad de Agrigento, a quien expreso su reconocimiento por compromiso de acoger e integrar a los migrantes. Gracias! Gracias por lo que haces Un saludo cordial a los voluntarios y colaboradores de la asociación "Fraterna Domus", que ha trabajado en Roma por su hospitalidad y solidaridad durante 50 años.

Les deseo a todos un buen domingo. Por favor no te olvides de rezar por mí. Buen almuerzo y adiós!

sábado, 3 de febrero de 2018

Domingo V (Ciclo B) del tiempo ordinario

Evangelio (Mc 1,29-39): En aquel tiempo, cuando Jesús salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. 

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Compartimos:
Hoy, contemplamos a Jesús en Cafarnaúm, el centro de su ministerio, y más en concreto en casa de Simón Pedro: «Cuando salió de la sinagoga se fue (...) a casa de Simón y Andrés» (Mc 1,29). Allí encuentra a su familia, la de aquellos que escuchan la Palabra y la cumplen (cf. Lc 8,21). La suegra de Pedro está enferma en cama y Él, con un gesto que va más allá de la anécdota, le da la mano, la levanta de su postración y la devuelve al servicio.

Se acerca a los pobres-sufrientes que le llevan y los cura solamente alargando la mano; sólo con un breve contacto con Él, que es fuente de vida, quedan liberados-salvados.

Todos buscan a Cristo, algunos de una manera expresa y esforzada, otros quizá sin ser conscientes de ello, ya que «nuestro corazón está inquieto y no encuentra descanso hasta reposar en Él» (San Agustín).

Pero, así como nosotros le buscamos porque necesitamos que nos libere del mal y del Maligno, Él se nos acerca para hacer posible aquello que nunca podríamos conseguir nosotros solos. Él se ha hecho débil para ganarnos a nosotros débiles, «se ha hecho todo para todos para ganar al menos algunos» (1Cor 9,22).

Hay una mano alargada hacia nosotros que yacemos agobiados por tantos males; basta con abrir la nuestra y nos encontraremos en pie y renovados para el servicio. Podemos “abrir” la mano mediante la oración, tomando ejemplo del Señor: «De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración» (Mc 1,35).

Además, la Eucaristía de cada domingo es el encuentro con el Señor que viene a levantarnos del pecado de la rutina y del desánimo para hacer de nosotros testigos vivos de un encuentro que nos renueva constantemente, y que nos hace libres de verdad con Jesucristo.

viernes, 2 de febrero de 2018

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA PARA LOS CONSAGRADOS,HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO

Cuarenta días después de Navidad celebramos al Señor que, entrando en el templo, va al encuentro de su pueblo. En el Oriente cristiano, a esta fiesta se la llama precisamente la «Fiesta del encuentro»: es el encuentro entre el Niño Dios, que trae novedad, y la humanidad que espera, representada por los ancianos en el templo.

En el templo sucede también otro encuentro, el de dos parejas: por una parte, los jóvenes María y José, por otra, los ancianos Simeón y Ana. Los ancianos reciben de los jóvenes, y los jóvenes de los ancianos. María y José encuentran en el templo las raíces del pueblo, y esto es importante, porque la promesa de Dios no se realiza individualmente y de una sola vez, sino juntos y a lo largo de la historia. Y encuentran también las raíces de la fe, porque la fe no es una noción que se aprende en un libro, sino el arte de vivir con Dios, que se consigue por la experiencia de quien nos ha precedido en el camino. Así los dos jóvenes, encontrándose con los ancianos, se encuentran a sí mismos. Y los dos ancianos, hacia el final de sus días, reciben a Jesús, que es el sentido a sus vidas. En este episodio se cumple así la profecía de Joel: «Vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y visiones» (3,1). En ese encuentro los jóvenes descubren su misión y los ancianos realizan sus sueños. Y todo esto porque en el centro del encuentro está Jesús.

Mirémonos a nosotros, queridos hermanos y hermanas consagrados. Todo comenzó gracias al encuentro con el Señor. De un encuentro y de una llamada nació el camino de la consagración. Es necesario hacer memoria de ello. Y si recordamos bien veremos que en ese encuentro no estábamos solos con Jesús: estaba también el pueblo de Dios —la Iglesia—, jóvenes y ancianos, como en el Evangelio. Allí hay un detalle interesante: mientras los jóvenes María y José observan fielmente las prescripciones de la Ley —el Evangelio lo dice cuatro veces—, y no hablan nunca, los ancianos Simeón y Ana acuden y profetizan. Parece que debería ser al contrario: en general, los jóvenes son quienes hablan con ímpetu del futuro, mientras los ancianos custodian el pasado. En el Evangelio sucede lo contrario, porque cuando uno se encuentra en el Señor no tardan en llegar las sorpresas de Dios. Para dejar que sucedan en la vida consagrada es bueno recordar que no se puede renovar el encuentro con el Señor sin el otro: nunca dejar atrás, nunca hacer descartes generacionales, sino acompañarse cada día, con el Señor en el centro. Porque si los jóvenes están llamados a abrir nuevas puertas, los ancianos tienen las llaves. Y la juventud de un instituto está en ir a las raíces, escuchando a los ancianos. No hay futuro sin este encuentro entre ancianos y jóvenes; no hay crecimiento sin raíces y no hay florecimiento sin brotes nuevos. Nunca profecía sin memoria, nunca memoria sin profecía; y, siempre encontrarse.

La vida frenética de hoy lleva a cerrar muchas puertas al encuentro, a menudo por el miedo al otro —las puertas de los centros comerciales y las conexiones de red permanecen siempre abiertas—. Que no sea así en la vida consagrada: el hermano y la hermana que Dios me da son parte de mi historia, son dones que hay que custodiar. No vaya a suceder que miremos más la pantalla del teléfono que los ojos del hermano, o que nos fijemos más en nuestros programas que en el Señor. Porque cuando se ponen en el centro los proyectos, las técnicas y las estructuras, la vida consagrada deja de atraer y ya no comunica; no florece porque olvida «lo que tiene sepultado», es decir, las raíces.

La vida consagrada nace y renace del encuentro con Jesús tal como es: pobre, casto y obediente. Se mueve por una doble vía: por un lado, la iniciativa amorosa de Dios, de la que todo comienza y a la que siempre debemos regresar; por otro lado, nuestra respuesta, que es de amor verdadero cuando se da sin peros ni excusas, y cuando imita a Jesús pobre, casto y obediente. Así, mientras la vida del mundo trata de acumular, la vida consagrada deja las riquezas que son pasajeras para abrazar a Aquel que permanece. La vida del mundo persigue los placeres y los deseos del yo, la vida consagrada libera el afecto de toda posesión para amar completamente a Dios y a los demás. La vida del mundo se empecina en hacer lo que quiere, la vida consagrada elige la obediencia humilde como la libertad más grande. Y mientras la vida del mundo deja pronto con las manos y el corazón vacíos, la vida según Jesús colma de paz hasta el final, como en el Evangelio, en el que los ancianos llegan felices al ocaso de la vida, con el Señor en sus manos y la alegría en el corazón.

Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor «en brazos» (Lc 2,28). No sólo en la cabeza y en el corazón, sino en las manos, en todo lo que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, al teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes. Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza tanto al devoto sentimental como al frenético factótum. Vivir el encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia. Dejarse encontrar por Jesús, ayudar a encontrar a Jesús: este es el secreto para mantener viva la llama de la vida espiritual. Es la manera de escapar a una vida asfixiada, dominada por los lamentos, la amargura y las inevitables decepciones. Encontrarse en Jesús como hermanos y hermanas, jóvenes y ancianos, para superar la retórica estéril de los «viejos tiempos pasados» —esa nostalgia que mata el alma—, para acabar con el «aquí no hay nada bueno». Si Jesús y los hermanos se encuentran todos los días, el corazón no se polariza en el pasado o el futuro, sino que vive el hoy de Dios en paz con todos.

Al final de los Evangelios hay otro encuentro con Jesús que puede ayudar a la vida consagrada: el de las mujeres en el sepulcro. Fueron a encontrar a un muerto, su viaje parecía inútil. También vosotros vais por el mundo a contracorriente: la vida del mundo rechaza fácilmente la pobreza, la castidad y la obediencia. Pero, al igual que aquellas mujeres, vais adelante, a pesar de la preocupación por las piedras pesadas que hay que remover (cf. Mc 16,3). Y al igual que aquellas mujeres, las primeras que encontraron al Señor resucitado y vivo, os abrazáis a Él (cf. Mt 28,9) y lo anunciáis inmediatamente a los hermanos, con los ojos que brillan de alegría (cf. v. 8). Sois por tanto el amanecer perenne de la Iglesia: vosotros, consagrados y consagradas, sois el alba perenne de la Iglesia. Os deseo que reavivéis hoy mismo el encuentro con Jesús, caminando juntos hacia Él; y así se iluminarán vuestros ojos y se fortalecerán vuestros pasos.

Anna Abrikósova se hizo católica leyendo a Santa Catalina de Siena


La hermana del embalsamador de Lenin, católica conversa y monja clandestina, hacia los altares

Intelectual, conversa, esposa, religiosa, líder clandestina... desde 2003 la Iglesia Católica en Rusia trabaja por la beatificación de la Sierva de Dios Anna Ivanovna Abrikósova, que murió en 1936, con 53 años, en la prisión soviética de Butyrka, tras años de privaciones y persecución. 

La familia de Anna era importante. Su abuelo era un gran industrial y la familia era la proveedora oficial de bombones de la Corte zarista. La madre de Anna murió al darla a luz. Su padre diez días después, de tuberculosis. Anna y sus cuatro hermanos fueron criados por su tío Nikolai. Su hermano Dimitri, que fue diplomático zarista y publicó unas memorias, explica que pese a ser huérfanos fue una infancia feliz y con cariño. 

Otro de los hermanos de Anna, Alexei Ivanovich Abrikósov, realizó un trabajo famoso en el mundo entero: fue el médico que embalsamó a Lenin, cuya momia aún está en buen estado en su mausoleo de la Plaza Roja (también fue el forense que realizó su autopsia). Recibió varios premios de la ciencia soviética y vivió bien en la URSS. El hijo de Nikolai y sobrino de Anna, Alexei Alexeyevich Abrikósov, que murió en 2017, recibió el Premio Nobel de Física en 2003.

Vocación de maestra
Desde niña, Anna quiso ser maestra. Sacó medalla de oro por sus estudios en el primer Liceo Femenino en Moscú en 1899. Con 19 años, llegó a Cambridge para estudiar en el elitista colegio femenino Girton College durante tres años. Allí se hizo amiga de Dorothy Georgiana Howard, una de los 11 hijos de Rosalind Howard, condesa de Carlisle. La madre de Dorothy era llamada la "Condesa Radical" por su activismo político contra el alcohol y su defensa del voto femenino. Las cartas de Dorothy dan detalles sobre la vida burguesa de Anna en Inglaterra.

Anna dejó sin concluir sus estudios y volvió a Moscú en 1903 para casarse con su primo Vladimir Vladimírovich Abrikósov. Y como muchos otros recién casados de la burguesía culta y rica, dedicaron unos años a viajar por Europa. Viajaron por Italia, Suiza y Francia. Se consideraban pensadores "libres". No negaban a Dios, pero no les interesaba mucho y se trataban con muchos intelectuales agnósticos y ateos. 

Sin embargo, sus viajes por Occidente y sus lecturas acercaron a Anna a la fe católica. Según escribe uno de sus biógrafos, el sacerdote Cyril Korolevsky, el "Diálogo" de Santa Catalina de Siena le impactó especialmente. Le encantó la espiritualidad de los dominicos, que conoció leyendo a Henri Lacordaire. Sus lecturas le hicieron dudar de la Ortodoxia oficial que conocía de Rusia.

En la Iglesia de la Madeleine de París, recibió formación del padre Maurice Rivière (que luego sería obispo de Périgueux) y fue recibida en la Iglesia Católica el 20 de diciembre de 1908. Poco a poco, ella acercó a su marido a la fe, y así Vladimir se hizo católico un año después, el 21 de diciembre de 1909.

Anna Abrikósova, antes de fundar su convento

Su plan era quedarse en Occidente y vivir como católicos de rito latino, pero una gestión con el Papa a través de un prelado romano les sorprendió: la Iglesia, citando el documento Orientalium dignitas, les consideraba grecocatólicos, católicos de rito oriental. En ese momento, en 1910, fue cuando tuvieron que volver a Moscú reclamados por la familia.

En la parroquia católica de San Luis de los Franceses en Moscú (siempre ligada a la embajada francesa) encontraron un grupo de laicos dominicos (terciarios dominicos) y se integraron en él. 

Parroquia de San Luis de los Franceses en Moscú; hoy es una parroquia muy activa y con misas en muchos idiomas; no se cerró durante la época soviética por su vinculación con la embajada francesa

La casa de los Abrikósov era un punto de encuentro para la pequeña, recién nacida, Iglesia grecocatólica en Rusia. Haciendo amistades, charlando, tomando té, varios jóvenes rusos conocían así la fe católica y adoptaban el catolicismo de rito griego en una época de cambios sociales e inquietudes intelectuales. Los Abrikósov también ayudaban a niños pobres de familias católicas. 

El superior de esta realidad naciente, el exarca Leonid Feodorov, que moriría en 1935 tras varios años de gulag y fue beatificado en 2001, escribía de ellos con las palabras de San Pablo: “Saludo a su casa como a una iglesia. Rara vez se encuentra gente tan joven y devota que apoye a la Iglesia Católica”. 

Vivir como hermano y hermana, para Dios
En 1913, el papa Pío X recibió a Anna y Vladimir en una audiencia privada en Roma y les animó a continuar la labor que estaban realizando en su patria, siempre según el rito oriental. 

A partir de entonces los Abrisokov decidieron hacer voto de castidad y vivir como hermano y hermana. El 19 de mayo de 1917, mientras todo empezaba a cambiar en Rusia, Vladimir era ordenado como sacerdote grecocatólico y pastor de los grecocatólicos de Moscú. Anna tomaba votos como religiosa dominica con el nombre de Madre Catalina de Siena. Varias mujeres la acompañaron en la decisión y se fundó así, en la naciente Unión Soviética, una comunidad de religiosas dominicas de rito oriental.  

Durante la revolución de octubre de 1917, Lenin y los bolcheviques tomaron el poder 

Eran años convulsos en Rusia, y la revolución se recrudeció por la guerra civil y el vacío de poder. El pequeño convento de dominicas perseveraba. “El hambre y el sufrimiento hicieron que la vida espiritual fuese más profunda que nunca entre nosotras. Ganábamos algo de dinero enseñando en las escuelas y con limosnas”, escribió una de las hermanas. 

La persecución empieza
En 1922, con la Guerra Civil ya prácticamente ganada por los bolcheviques, el régimen soviético empieza a dedicarse de forma sistemática a la persecución religiosa. 

Vladimir había llevado al catolicismo al exrevolucionario Dimitri Kuzmin Karavayev (que había empezado a leer la Biblia por su cuenta en 1917 y años después sería sacerdote grecocatólico en el exilio). Las autoridades sentenciaron a muerte a Vladimir el 17 de agosto de 1922, pero finalmente prefirieron expulsarlo del país junto con otros 150 intelectuales en el famoso "barco de los filósofos" que salió el 29 de septiembre. A ellos y a sus familias se les permitía salir llevar solo algo de ropa y sus enseres personales. 

Anna pudo haber salido del país en ese momento, en el barco, pero decidió quedarse. El convento vivía en esa época su momento de mayor actividad. Anna, que había querido ser maestra y se había formado para ello, fundó un colegio para la parroquia. La hermana Filomena escribió: “La madre Catalina (Anna) era adorada por los niños, y ella los adoraba a ellos. A pesar de todo el trabajo que tenía que realizar, nunca descuidó sus oraciones; parecía, de hecho, rezar más”.

Las monjas detenidas y encarceladas
En 1923 la Checa, la policía secreta soviética, detuvo a la Madre Catalina y a casi todas las monjas del convento. Catalina fue recluida en la cárcel de Butyrka, con mujeres que habían cometido delitos de robo, prostitución, asalto o violencia.

 “Este tipo de mujeres trataba mal, con odio incluso, a aquellas que habían sido detenidas por delitos políticos”, explica Filomena en sus memorias. “Le hicieron esto para que su estancia en prisión fuese aún más difícil. Catalina, sin embargo, siempre se mantuvo tranquila y fue amigable, se ganó a toda la celda, e incluso a toda la prisión. Cuando se enteraban de que Catalina estaba pasando por el pasillo para su hora de paseo, las mujeres intentaban salir para tocarla o besarla en las mejillas”.

En otra ocasión, una mujer semidesnuda y enferma llegó a la celda. Hacía frío, y las mujeres dormían juntas para darse calor. A la nueva nadie le dejaba tumbarse a su lado. “Catalina le hizo un hueco y le permitió tumbarse con ella” explica Filomena. “Las otras presas le dijeron que la nueva tenía sífilis, pero a Catalina no le importó: “Si me contagio, me curaré en el hospital”, dijo. ”.

La cárcel moscovita de Butyrka es conocida aún hoy por el hacinamiento que sufren los presos

En cárceles de aislamiento... pero había curas
Catalina pasó de cárcel en cárcel mientras su salud empeoraba. En una de las más duras, la prisión para disidentes políticos de Yaroslavl, estaba completamente aislada del resto de presas, a las que solo veía durante cortos paseos. Durante estas horas, tuvo la oportunidad de hablar con el padre Teófilo Skalsky, un sacerdote polaco preso, que se convirtió en su director espiritual. 

Al salir de esta cárcel, Skalsky escribió a Vladimir Abrikosov para darle noticias sobre Anna: “Soporta su encarcelamiento a manos de los soviéticos con una serenidad santa. Pese a las horribles depravaciones a las que se ve sometida, ella dice estar siempre preparada para seguir el camino de la cruz del Señor. Además, me ha confesado que tiene un tumor en el pecho, pese a ello nunca se queja. El doctor ha descubierto que tiene cáncer de mama y la ha enviado a Moscú”.

Ya en la capital, en el hospital de la cárcel de Butyrka, los doctores extirparon el pecho a Catalina, y tuvieron que mutilar también algunos músculos del brazo. Catalina perdió la movilidad en el brazo izquierdo y parte del costado. 

La esposa del escritor soviético Maxim Gorky, Ekaterina Peshkova, apasionada por ayudar a los presos políticos y quizá la única activista con capacidad de maniobra para ello en la URSS de Stalin, intercedió por Anna para que la liberaran, recordando que estaba muy enferma y que casi había cumplido su condena.

Cuando la soltaron el 14 de agosto de 1932, acudió enseguida a la parroquia de San Luis de los Franceses. La recibió Pie Neveu, que era el obispo clandestino desde 1926, siempre vigilado y casi sin capacidad de acción. La Madre Catalina pudo comulgar por primera vez en muchos años. El obispo escribió: "Esta mujer es una predicadora genuina de la fe y muy valiente. Uno se siente insignificante junto a alguien de esta estatura moral".

Pie Neveu, religioso asuncionista francés, era, en secreto, el obispo católico de Moscú de 1926 a 1936; prácticamente estaba confinado a San Luis de los Franceses y siempre vigilado

Fuera de la cárcel Madre Catalina intentó reestablecer lazos con sus hermanas dispersas. Escribía cartas y se reunía con las que podía, mostrándose alegre y sonriente pese a la enfermedad. También se reunía con otros círculos católicos, como el que intentaba organizar Camilla Kruchelnítskaya, una laica de familia noble polaca.

La "conspiración" católica
Estuvo en libertad un año, porque la detuvieron junto con todos los relacionados con el círculo de Kuchelnítskaya (24 católicos detenidos). Aunque eran reuniones para rezar y establecer lazos de ayuda, los implicados fueron acusados de "organización terrorista monárquica contrarrevolucionaria".

A Madre Catalina, enferma, tullida, casi ciega, en el juicio de agosto de 1933 la acusaron de conspirar para asesinar a Stalin en una organización dirigida por el Papa Pío XI y el obispo Pie Neveu.

Camilla, la laica anfitriona, fue condenada al gulag y fusilada cuatro años después, en 1937. La Madre Catalina fue sentenciada a ocho años de cárcel en Kostroma. Allí se perdió completamente todo contacto con ella. 

Mucho después se supo que Catalina había sido trasladada de nuevo a Burtyka y había muerto de cáncer en 1936, después de 3 años de prisión, a la edad de 53 años, en medio de un total aislamiento. Su cuerpo fue incinerado.

 Fue una pionera, una laica evangelizadora, luego religiosa, sembradora intrépida, en las más duras de las condiciones. Los católicos rusos de rito oriental la recuerdan y desean su beatificación.

jueves, 1 de febrero de 2018

El Nuncio Fratini, al rey Felipe VI: «España es una realidad a la que no se debe renunciar»

Este miércoles se celebró como cada año la recepción anual de los Reyes de España al cuerpo diplomático, en un momento en el que la cuestión catalana sigue muy presente así como la decisiva actuación que tuvo el monarca para defender el orden constitucional.

Uno de los diplomáticos que intervino en la recepción fue el Nuncio del Vaticano, el arzobispo Renzo Fratini, que sin mencionar expresamente a Cataluña y el proceso separatista sí mostró el apoyo de la Santa Sede al gobierno y al Rey.

Apoyo explícito al Rey
De este modo, Fratini mostró su apoyo a los "deseos y empeños" del jefe de Estado "al señalar que España es una realidad a la que no se debe renunciar".

En un breve mensaje antes de que Felipe VI hiciera su discurso, el representante del Vaticano destacó "la manera de contribuir a la construcción de un mundo mejor por parte de esta gran nación, siempre caracterizada por una voluntad de concordia" y ha detallado que por ello los diplomáticos han "acompañado en estos meses la preocupación" del jefe de Estado.

"Buscando el bien común"
Sin mencionar expresamente a Cataluña, el Nuncio mostró su satisfacción por "la unión" de quienes forman España "buscando el bien común" y ha recordado palabras del Papa Francisco en su reciente recepción a los diplomáticos acreditados ante el Vaticano, en las que llamó la atención sobre los deberes del individuo hacia su comunidad.

En concreto, defendió que la reclamación de derechos por parte de cualquier persona debe tener en cuenta que "cada uno es parte de un cuerpo más grande" y que, al igual que sucede con el cuerpo humano, las "sociedades gozan de buena salud si cada uno cumple su tarea, sabiendo que cada uno está al servicio del buen común".

Fratini aprovechó para desear al Rey que, con su tarea, "España vaya consolidando sus altas metas y que su puesto entre las naciones contribuya a la vocación común de los pueblos", además de felicitarle por su 50 cumpleaños, que tuvo lugar este martes, y también al Rey Juan Carlos, que acaba de cumplir 80.