Mostrando entradas con la etiqueta ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES. Mostrar todas las entradas

sábado, 2 de abril de 2022

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO


 VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO

A MALTA, DISCURSO DEL SANTO PADRE

Sala del Consejo Supremo del Palacio del Gran Maestre, La Valeta

Señor Presidente de la República,

miembros del gobierno y del Cuerpo diplomático,distinguidas 

autoridades religiosas y  civiles,

 de la sociedad y del mundo de la cultura,

señoras y señores:

Los saludo cordialmente y agradezco al señor Presidente las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos los ciudadanos. Vuestros antepasados ofrecieron hospitalidad al apóstol Pablo cuando se dirigía a Roma, tratándolo a él y a sus compañeros de viaje con «una cordialidad fuera de lo común» (Hch 28,2); ahora, viniendo de Roma, yo también experimento la cálida acogida de los malteses, tesoro que se transmite en este país de generación en generación.

Por su posición, Malta puede ser definida el corazón del Mediterráneo. Pero no sólo por su posición: el entramado de acontecimientos históricos y el encuentro de los pueblos hacen de estas islas, desde milenios, un centro de vitalidad y de cultura, de espiritualidad y de belleza, una encrucijada que ha sabido acoger y armonizar influjos provenientes de muchas partes. Esta diversidad de influencias hace pensar en la variedad de vientos que caracterizan al país. No es casual que en las antiguas representaciones cartográficas del Mediterráneo la rosa de los vientos se colocara a menudo cerca de la isla de Malta. Quisiera tomar prestada precisamente esa imagen de la rosa de los vientos, que posiciona las corrientes de aire en base a los cuatro puntos cardinales, para delinear cuatro influencias esenciales para la vida social y política de este país.

Los vientos que prevalentemente soplan en las islas malteses son del noroeste. El norte evoca Europa, en particular la casa de la Unión Europea, edificada para que allí viva una gran familia unida en la salvaguardia de la paz. Unidad y paz son los dones que el pueblo maltés pide a Dios cada vez que entona el himno nacional. La oración escrita por Dun Karm Psaila, en efecto, dice: «Concede, Dios omnipotente, sabiduría y misericordia a los que gobiernan, salud a los que trabajan, y asegura al pueblo maltés la unidad y la paz». La paz sigue a la unidad y brota de ella. Esto recuerda la importancia de trabajar juntos, de anteponer la cohesión a toda división, de afianzar las raíces y los valores compartidos que han forjado la singularidad de la sociedad maltesa.

Pero para garantizar una buena convivencia social, no basta con consolidar el sentido de pertenencia, sino que hay que reforzar los fundamentos de la vida común, que se basa en el derecho y la legalidad. La honestidad, la justicia, el sentido del deber y la transparencia son pilares esenciales de una sociedad civilmente desarrollada. Que el compromiso para extirpar la ilegalidad y la corrupción sea, por tanto, fuerte como el viento que, soplando desde el norte, barre las costas del país. Y que se cultiven siempre la legalidad y la transparencia, que permiten erradicar la delincuencia y la criminalidad, unidas por el hecho de que no actúan a la luz del sol.

La casa europea, que se compromete a promover los valores de la justicia y de la equidad social, también está en primera línea para salvaguardar la casa más amplia, la de la creación. El ambiente en el que vivimos es un regalo del cielo, como lo reconoce el himno nacional, pidiéndole a Dios que mire la belleza de esta tierra, madre adornada con la más alta luz. Es cierto, en Malta, donde la luminosidad del paisaje alivia las dificultades, la creación se muestra como el don que, en medio de las pruebas de la historia y de la vida, recuerda la belleza de habitar la tierra. Por eso, hay que protegerla de la avidez voraz, de la codicia del dinero y de la especulación edilicia, que no sólo afectan el paisaje, sino el futuro. En cambio, el cuidado del ambiente y la justicia social preparan el porvenir, y son excelentes caminos para que los jóvenes se apasionen por la buena política, sustrayéndolos a las tentaciones del desinterés y de la falta de compromiso.

El viento del norte a menudo se mezcla con el que sopla del oeste. Este país europeo, particularmente en su juventud, comparte, en efecto, los estilos de vida y de pensamiento occidentales. De esto proceden grandes bienes —pienso, por ejemplo, en los valores de la libertad y de la democracia—, pero también riesgos que es necesario vigilar, para que el afán de progreso no lleve a apartarse de las raíces. Malta es un maravilloso “laboratorio de desarrollo orgánico”, donde progresar no significa cortar las raíces con el pasado en nombre de una falsa prosperidad dictada por las ganancias y las necesidades creadas por el consumismo, así como por el derecho de tener cualquier derecho. Para un desarrollo sano es importante conservar la memoria y tejer respetuosamente la armonía entre las generaciones, sin dejarse absorber por homologaciones artificiales y colonizaciones ideológicas, que frecuentemente se suscitan, por ejemplo, en el campo de la vida, del inicio de la vida. Son colonizaciones ideológicas que van contra el derecho a la vida desde el momento de la concepción.

En el fundamento de un crecimiento sólido está la persona humana, el respeto a la vida y a la dignidad de todo hombre y de toda mujer. Conozco el compromiso de los malteses por abrazar y proteger la vida. Ya en los Hechos de los Apóstoles ustedes se distinguían por salvar a mucha gente. Los animo a seguir defendiendo la vida desde el inicio hasta su fin natural, pero también a protegerla en todo momento del descarte y del abandono. Pienso especialmente en la dignidad de los trabajadores, de los ancianos y de los enfermos. Y en los jóvenes, que corren el peligro de desperdiciar el bien inmenso que son, persiguiendo espejismos que dejan tanto vacío interior. Es lo que provocan el consumismo exacerbado, la cerrazón ante las necesidades de los demás y la plaga de la droga, que sofoca la libertad creando dependencia. ¡Protejamos la belleza de la vida!

Continuando con la rosa de los vientos, miramos al sur. Desde allí llegan tantos hermanos y hermanas en busca de esperanza. Quisiera agradecer a las autoridades y a la población por la acogida que les ofrecen en nombre del Evangelio, de la humanidad y del sentido de hospitalidad típico de los malteses. Según la etimología fenicia, Malta significa “puerto seguro”. Sin embargo, ante la creciente afluencia de los últimos años, los temores y las inseguridades han provocado desánimo y frustración. Para afrontar de una manera adecuada la compleja cuestión migratoria es necesario situarla dentro de perspectivas más amplias de tiempo y de espacio. De tiempo: el fenómeno migratorio no es una circunstancia del momento, sino que marca nuestra época; lleva consigo las deudas de injusticias pasadas, de tanta explotación, de los cambios climáticos y de los desventurados conflictos cuyas consecuencias hay que pagar. Desde el sur, pobre y poblado, multitud de personas se trasladan hacia el norte más rico. Es un hecho que no se puede rechazar con cerrazones anacrónicas, porque en el aislamiento no habrá prosperidad ni integración. Asimismo, hay que considerar el espacio. La expansión de la emergencia migratoria —pensemos en los refugiados de la martirizada Ucrania actualmente— exige respuestas amplias y compartidas. No pueden cargar con todo el problema sólo algunos países, mientras otros permanecen indiferentes. Y países civilizados no pueden sancionar por interés propio acuerdos turbios con delincuentes que esclavizan a las personas. Desgraciadamente esto sucede. El Mediterráneo necesita la corresponsabilidad europea, para convertirse nuevamente en escenario de solidaridad y no ser la avanzada de un trágico naufragio de civilizaciones. El mare nostrum no puede convertirse en el mayor cementerio de Europa.

Y a propósito de naufragio, pienso en san Pablo, que en el curso de su última travesía en el Mediterráneo llegó a estas costas de manera inesperada y fue socorrido. Después, mordido por una víbora, pensaron que era un asesino; pero luego, al ver que no le pasó nada malo, fue en cambio considerado un dios (cf. Hch 28,3-6). Entre las exageraciones de los dos extremos se escapaba la evidencia principal: Pablo era un hombre, necesitado de acogida. La humanidad está ante todo y recompensa en todo. Lo enseña este país, cuya historia se ha visto beneficiada por la llegada forzosa del apóstol náufrago. En nombre del Evangelio que él vivió y predicó, ensanchemos el corazón y descubramos la belleza de servir a los necesitados. Sigamos por este camino. Hoy, mientras prevalece el miedo y “la narrativa de la invasión”, y el objetivo principal parece ser la tutela de la propia seguridad a cualquier costo, ayudémonos a no ver al migrante como una amenaza y a no ceder a la tentación de alzar puentes levadizos y de erigir muros. El otro no es un virus del que hay que defenderse, sino una persona que hay que acoger, y «el ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 88). ¡No dejemos que la indiferencia desvanezca el sueño de vivir juntos! Ciertamente, acoger supone esfuerzo y exige renuncias. También le ocurrió a san Pablo: para ponerse a salvo primero tuvo que sacrificar los bienes de la nave (cf. Hch 27,38). Pero son santas las renuncias que se hacen por un bien más grande, por la vida del hombre, que es el tesoro de Dios.

Por último, está el viento proveniente del este, que a menudo sopla al amanecer. Homero lo llamaba “Euro” (cf. La Odisea, Canto V). Pero, precisamente del este de Europa, del Oriente, donde surge antes la luz, han llegado las tinieblas de la guerra. Pensábamos que las invasiones de otros países, los brutales combates en las calles y las amenazas atómicas fueran oscuros recuerdos de un pasado lejano. Pero el viento gélido de la guerra, que sólo trae muerte, destrucción y odio, se ha abatido con prepotencia sobre la vida de muchos y los días de todos. Y mientras una vez más algún poderoso, tristemente encerrado en las anacrónicas pretensiones de intereses nacionalistas, provoca y fomenta conflictos, la gente común advierte la necesidad de construir un futuro que, o será juntos, o no será. Ahora, en la noche de la guerra que ha caído sobre la humanidad —por favor— no hagamos que desaparezca el sueño de la paz.

Malta, que resplandece con luz propia en el corazón del Mediterráneo, puede inspirarnos, porque es urgente devolver la belleza al rostro del hombre, desfigurado por la guerra. Hay una hermosa estatua mediterránea datada siglos antes de Cristo que representa a la paz, Irene, como una mujer que tiene en brazos a Pluto, la riqueza. Nos recuerda que la paz produce bienestar y la guerra solamente pobreza, y nos hace pensar el hecho de que en la estatua la paz y la riqueza se representen como una mamá que tiene en brazos un bebé. La ternura de las madres, que dan la vida al mundo, y la presencia de las mujeres son la verdadera alternativa a la lógica perversa del poder, que conduce a la guerra. Necesitamos compasión y cuidados, no visiones ideológicas y populismos que se alimentan de palabras de odio y no se preocupan de la vida concreta del pueblo, de la gente común.

Hace más de sesenta años, en un mundo amenazado por la destrucción, donde las leyes eran dictadas por las contraposiciones ideológicas y la férrea lógica de las coaliciones, desde la cuenca mediterránea se elevó una voz contracorriente, que a la exaltación de la propia parte opuso un impulso profético en nombre de la fraternidad universal. Era la voz de Giorgio La Pira, que dijo: «La coyuntura histórica que vivimos, el choque de intereses e ideologías que sacuden a la humanidad, presa de un increíble infantilismo, restituyen al Mediterráneo una responsabilidad capital: definir nuevamente las normas de una Medida donde el hombre, abandonado al delirio y a la desmesura, pueda reconocerse» (Intervención en el Congreso Mediterráneo de la Cultura, 19 febrero 1960). Son palabras actuales; podemos repetirlas porque tienen una gran actualidad. Cuánto necesitamos una “medida humana” frente a la agresividad infantil y destructiva que nos amenaza, frente al riesgo de una “guerra fría ampliada” que puede sofocar la vida de pueblos y generaciones enteros. Ese “infantilismo”, lamentablemente, no ha desaparecido. Vuelve a aparecer prepotentemente en las seducciones de la autocracia, en los nuevos imperialismos, en la agresividad generalizada, en la incapacidad de tender puentes y de comenzar por los más pobres. Hoy es muy difícil pensar con la lógica de la paz. Nos hemos habituado a pensar con la lógica de la guerra. Es aquí donde comienza a soplar el viento gélido de la guerra, que también esta vez ha sido alimentado a lo largo de los años. Sí, la guerra se fue preparando desde hace mucho tiempo, con grandes inversiones y comercio de armas. Y es triste ver cómo el entusiasmo por la paz, que surgió después de la segunda guerra mundial, se haya debilitado en los últimos decenios, así como el camino de la comunidad internacional, con pocos poderosos que siguen adelante por cuenta propia, buscando espacios y zonas de influencia. Y, de este modo, no sólo la paz, sino tantas grandes cuestiones, como la lucha contra el hambre y las desigualdades han sido de hecho canceladas de las principales agendas políticas.

Pero la solución a las crisis de cada uno es hacerse cargo de las de todos, porque los problemas globales requieren soluciones globales. Ayudémonos a escuchar la sed de paz de la gente, trabajemos para poner las bases de un diálogo cada vez más amplio, volvamos a reunirnos en conferencias internacionales por la paz, donde el tema central sea el desarme, con la mirada dirigida a las generaciones que vendrán. Y que los cuantiosos recursos que siguen siendo destinados a los armamentos se empleen en el desarrollo, la salud y la alimentación.

En fin, mirando todavía hacia el este, quisiera dirigir un pensamiento al vecino Oriente Medio, que se refleja en la lengua de este país, que se armoniza con otras, como recordando la capacidad de los malteses de generar convivencias benéficas, en una suerte de coexistencia de las diferencias. Esto es lo que necesita Oriente Medio: el Líbano, Siria, Yemen y otros contextos destrozados por los problemas y la violencia. Que Malta, corazón del Mediterráneo, siga haciendo palpitar el latido de la esperanza, el cuidado de la vida, la acogida del otro, el anhelo de paz, con la ayuda de Dios, cuyo nombre es paz.

¡Que Dios bendiga a Malta y a Gozo!

viernes, 5 de marzo de 2021

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Bagdad, Palacio Presidencial

Señor Presidente,

Miembros del Gobierno y del Cuerpo diplomático,

distinguidas Autoridades,

Representantes de la sociedad civil,

Señoras y Señores:

Agradezco la oportunidad de realizar esta Visita, tan esperada y deseada, a la República de Irak; de poder venir a esta tierra, cuna de la civilización que está estrechamente ligada —por medio del Patriarca Abrahán y numerosos profetas— a la historia de la salvación y a las grandes tradiciones religiosas del judaísmo, del cristianismo y del islam. Expreso mi gratitud al señor Presidente Salih por la invitación y por las amables palabras de bienvenida, que me ha dirigido también en nombre de las otras Autoridades y de su amado pueblo. Asimismo, saludo a los miembros del Cuerpo diplomático y a los Representantes de la sociedad civil.

Saludo con afecto a los obispos y sacerdotes, a los religiosos y religiosas y a todos los fieles de la Iglesia católica. Vengo como peregrino para animarlos en su testimonio de fe, esperanza y caridad en medio de la sociedad iraquí. Saludo también a los fieles de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales cristianas, a los miembros del islam y a los representantes de otras tradiciones religiosas. Que Dios nos conceda caminar juntos, como hermanos y hermanas, con la «fuerte convicción de que las enseñanzas verdaderas de las religiones invitan a permanecer anclados en los valores de la paz; […] del conocimiento recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia común» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019).

Mi visita se lleva a cabo en un tiempo en que el mundo entero está tratando de salir de la crisis por la pandemia de Covid-19, que no sólo ha afectado la salud de tantas personas, sino que también ha provocado el deterioro de las condiciones sociales y económicas, marcadas ya por la fragilidad y la inestabilidad. Esta crisis requiere esfuerzos comunes por parte de cada uno para dar los pasos necesarios, entre ellos una distribución equitativa de las vacunas para todos. Pero no es suficiente; esta crisis es sobre todo una llamada a «repensar nuestros estilos de vida […], el sentido de nuestra existencia» (Carta enc. Fratelli tutti, 33). Se trata de que salgamos de este tiempo de prueba mejores que antes; de que construyamos el futuro en base a lo que nos une, más que en lo que nos divide.

En las últimas décadas, Irak ha sufrido los desastres de las guerras, el flagelo del terrorismo y conflictos sectarios basados a menudo en un fundamentalismo que no puede aceptar la pacífica convivencia de varios grupos étnicos y religiosos, de ideas y culturas diversas. Todo esto ha traído muerte, destrucción, ruinas todavía visibles, y no sólo a nivel material: los daños son aún más profundos si se piensa en las heridas del corazón de muchas personas y comunidades, que necesitarán años para sanar. Y aquí, entre tantos que han sufrido, no puedo dejar de recordar a los yazidíes, víctimas inocentes de una barbarie insensata y deshumana, perseguidos y asesinados a causa de sus creencias religiosas, cuya propia identidad y supervivencia se han puesto en peligro. Por lo tanto, sólo si logramos mirarnos entre nosotros, con nuestras diferencias, como miembros de la misma familia humana, podremos comenzar un proceso efectivo de reconstrucción y dejar a las generaciones futuras un mundo mejor, más justo y más humano. A este respecto, la diversidad religiosa, cultural y étnica que ha caracterizado a la sociedad iraquí por milenios, es un recurso valioso para aprovechar, no un obstáculo a eliminar. Hoy, Irak está llamado a mostrar a todos, especialmente en Oriente Medio, que las diferencias, más que dar lugar a conflictos, deben cooperar armónicamente en la vida civil.

La coexistencia fraterna necesita del diálogo paciente y sincero, salvaguardado por la justicia y el respeto del derecho. No es una tarea fácil: requiere esfuerzo y compromiso por parte de todos para superar rivalidades y contraposiciones, y dialogar a partir de la identidad más profunda que tenemos, la de hijos del único Dios y Creador (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Dec. Nostra aetate, 5). En base a este principio, la Santa Sede, en Irak como en todas partes, no se cansa de acudir a las Autoridades competentes para que concedan a todas las comunidades religiosas reconocimiento, respeto, derechos y protección. Aprecio los esfuerzos que ya se han realizado en esta dirección y uno mi voz a la de los hombres y mujeres de buena voluntad para que avancen en beneficio del país.

Una sociedad que lleva la impronta de la unidad fraterna es una sociedad cuyos miembros viven entre ellos solidariamente. «La solidaridad nos ayuda a ver al otro […] como nuestro prójimo, compañero de camino» (Mensaje para la 54.ª Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2021). Es una virtud que nos lleva a realizar gestos concretos de cuidado y de servicio, con particular atención a los más vulnerables y necesitados. Pienso en quienes, a causa de la violencia, de la persecución y del terrorismo han perdido familiares y seres queridos, casa y bienes esenciales. Pero también pienso en toda la gente que lucha cada día buscando seguridad y medios para seguir adelante, mientras que aumenta la desocupación y la pobreza. El «sabernos responsables de la fragilidad de los demás» (Carta enc. Fratelli tutti, 115) debería inspirar todo esfuerzo por crear oportunidades concretas tanto en el ámbito económico y en el ámbito de la educación, como también en el cuidado de la creación, nuestra casa común. Después de una crisis no basta reconstruir, es necesario hacerlo bien, de modo que todos puedan tener una vida digna. De una crisis no se sale iguales que antes: se sale mejores o peores.

Como responsables políticos y diplomáticos, ustedes están llamados a promover este espíritu de solidaridad fraterna. Es necesario combatir la plaga de la corrupción, los abusos de poder y la ilegalidad, pero no es suficiente. Se necesita al mismo tiempo edificar la justicia, que crezca la honestidad y la transparencia, y que se refuercen las instituciones competentes. De ese modo puede crecer la estabilidad y desarrollarse una política sana, capaz de ofrecer a todos, especialmente a los jóvenes —tan numerosos en este país—, la esperanza de un futuro mejor.

Señor Presidente, distinguidas Autoridades, queridos amigos: Vengo como penitente que pide perdón al Cielo y a los hermanos por tantas destrucciones y crueldad. Vengo como peregrino de paz, en nombre de Cristo, Príncipe de la Paz. ¡Cuánto hemos rezado en estos años por la paz en Irak! San Juan Pablo II no escatimó iniciativas, y sobre todo ofreció oraciones y sufrimientos por esto. Y Dios escucha, escucha siempre. Depende de nosotros que lo escuchemos a Él y caminemos por sus sendas. Que callen las armas, que se evite su proliferación, aquí y en todas partes. Que cesen los intereses particulares, esos intereses externos que son indiferentes a la población local. Que se dé voz a los constructores, a los artesanos de la paz, a los pequeños, a los pobres, a la gente sencilla, que quiere vivir, trabajar y rezar en paz. No más violencia, extremismos, facciones, intolerancias; que se dé espacio a todos los ciudadanos que quieren construir juntos este país, desde el diálogo, desde la discusión franca y sincera, constructiva; a quienes se comprometen por la reconciliación y están dispuestos a dejar de lado, por el bien común, los propios intereses. En estos años, Irak ha tratado de poner las bases para una sociedad democrática. A este respecto, es indispensable asegurar la participación de todos los grupos políticos, sociales y religiosos, y garantizar los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. Que ninguno sea considerado ciudadano de segunda clase. Aliento los pasos que se han dado hasta el momento en este proceso y espero que consoliden la serenidad y la concordia.

También la comunidad internacional tiene un rol decisivo que desempeñar en la promoción de la paz en esta tierra y en todo el Oriente Medio. Como hemos visto durante el largo conflicto en la vecina nación de Siria —de cuyo inicio se cumplen en estos días ya diez años—, los desafíos interpelan cada vez más a toda la familia humana. Estos requieren una cooperación a escala global para poder afrontar también las desigualdades económicas y las tensiones regionales que ponen en peligro la estabilidad de estas tierras. Agradezco a los Estados y a las Organizaciones internacionales que están trabajando en Irak por la reconstrucción y para brindar asistencia a los refugiados, a los desplazados internos y a quienes tienen dificultades para regresar a sus propias casas, facilitando en el país comida, agua, viviendas, atención médica y de salud, como también programas orientados a la reconciliación y a la construcción de la paz. Y aquí no puedo dejar de recordar los numerosos organismos, entre ellos muchos católicos, que desde hace años asisten con gran esfuerzo a las poblaciones civiles. Atender las necesidades básicas de tantos hermanos y hermanas es un acto de caridad y justicia, y contribuye a una paz duradera. Espero que las naciones no retiren del pueblo iraquí la mano extendida de la amistad y del compromiso constructivo, sino que sigan trabajando con espíritu de responsabilidad común con las Autoridades locales, sin imponer intereses políticos o ideológicos.

La religión, por su naturaleza, debe estar al servicio de la paz y la fraternidad. El nombre de Dios no puede ser usado para «justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019). Al contrario, Dios ha creado a los seres humanos iguales en dignidad y en derechos, nos llama a difundir amor, bondad y concordia. También en Irak la Iglesia católica desea ser amiga de todos y, a través del diálogo, colaborar de manera constructiva con las otras religiones, por la causa de la paz. La antiquísima presencia de los cristianos en esta tierra y su contribución a la vida del país constituyen una rica herencia, que quiere poder seguir al servicio de todos. Su participación en la vida pública, como ciudadanos que gozan plenamente de derechos, libertad y responsabilidad, testimoniará que un sano pluralismo religioso, étnico y cultural puede contribuir a la prosperidad y a la armonía del país.

Queridos amigos: Deseo expresar una vez más mi profunda gratitud por todo lo que han hecho y siguen haciendo para edificar una sociedad orientada hacia la unidad fraterna, la solidaridad y la concordia. Vuestro servicio al bien común es una obra noble. Pido al Omnipotente que los sostenga en sus responsabilidades y los guíe a todos en el camino de la sabiduría, la justicia y la verdad. Sobre cada uno de ustedes, sus familias y seres queridos, y sobre todo el pueblo iraquí invoco la abundancia de las bendiciones divinas. Gracias.

sábado, 7 de septiembre de 2019

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO


DISCURSO DEL SANTO PADRE
Ceremony Building, Antananarivo

Señor Presidente,
Señor Primer Ministro,
Miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático,
Distinguidas Autoridades,
Representantes de diversas confesiones religiosas y de la sociedad civil,
Señoras y señores:

Saludo cordialmente al Presidente de la República de Madagascar y le agradezco su amable invitación a visitar este país, así como las palabras de bienvenida que me ha dirigido. Usted, señor Presidente, ha hablado con pasión, ha hablado con amor por su pueblo. Le agradezco su testimonio patriótico. También saludo al Primer Ministro, a los miembros del Gobierno, del Cuerpo Diplomático y de la sociedad civil. Extiendo un saludo fraternal a los obispos, a los miembros de la Iglesia Católica, a los representantes de otras confesiones cristianas y diferentes religiones. Doy las gracias a todas las personas e instituciones que han hecho posible este viaje, especialmente al Pueblo malgache que nos recibe con gran hospitalidad.

 En el preámbulo de la Constitución de la República, ustedes han querido sellar uno de los valores fundamentales de la cultura malgache: el fihavanana, que evoca el espíritu de compartir, de ayuda mutua y de solidaridad. En él está incluida también la importancia del parentesco, la amistad, y la buena voluntad entre los hombres y con la naturaleza. De este modo se pone de manifiesto el “alma” de vuestro pueblo y esas notas particulares que lo distinguen, lo constituyen y le permiten resistir con valentía y abnegación las múltiples contrariedades y dificultades a las que se ha de enfrentar a diario. Si tenemos que reconocer, valorar y agradecer esta tierra bendecida por su belleza e incontable riqueza natural, no es cosa menor hacerlo también por esa “alma” que les brinda la fuerza para permanecer comprometidos con la aina (es decir con la vida) como bien lo recordó el Rev. Padre Antonio de Padua Rahajarizafy, S.J.

Desde la recuperación de la independencia, vuestra nación aspira a la estabilidad y a la paz, implementando una positiva alternancia democrática que demuestra el respeto por la complementariedad de estilos y proyectos. Lo cual deja de manifiesto que «la política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre» (Mensaje para la 52 Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2019), cuando la viven como servicio a la comunidad humana. Es claro, por tanto, que la función y la responsabilidad política son un desafío continuo para quienes tienen la misión de servir y proteger a sus conciudadanos, especialmente a los más vulnerables, y fomentar las condiciones para un desarrollo digno y justo involucrando a todos los actores de la sociedad civil. Puesto que, como bien recordaba san Pablo VI, el desarrollo de una nación «no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre» (Carta enc. Populorum Progressio, 14).

A este respecto, los aliento a luchar con fuerza y determinación contra todas las formas endémicas de corrupción y especulación que aumentan la disparidad social, y a enfrentar las situaciones de gran precariedad y exclusión que producen siempre condiciones de pobreza inhumana. De ahí la necesidad de establecer todas las mediaciones estructurales que garanticen una mejor distribución de los ingresos y una promoción integral de todos los habitantes especialmente de los más pobres. Esa promoción no se puede limitar solo a la ayuda asistencial sino al reconocimiento en cuanto sujetos de derecho llamados a la plena participación en la construcción de su futuro (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 204-205).

Además, hemos aprendido que no se puede hablar de desarrollo integral sin prestarle atención y cuidado a nuestra casa común. No se trata solamente de encontrar los medios para preservar los recursos naturales sino de «buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales, porque no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental» (Carta enc. Laudato si’, 139).

Vuestra hermosa isla de Madagascar es rica en biodiversidad vegetal y animal, y semejante riqueza se encuentra particularmente en peligro por la deforestación excesiva en beneficio de unos pocos; su degradación compromete el futuro del país y el de nuestra casa común. Como ustedes saben, las últimas selvas están amenazadas por los incendios forestales, la caza furtiva, la tala desenfrenada de árboles de maderas preciosas. La biodiversidad vegetal y animal, está en peligro por el contrabando y las exportaciones ilegales. Es cierto también que, para las poblaciones afectadas, muchas de estas actividades que dañan el medioambiente son las que provisoriamente aseguran su supervivencia. Es importante entonces crear empleos y actividades generadoras de ingresos, que preserven el medio ambiente y ayuden a las personas a salir de la pobreza. En otras palabras, no puede haber un planteamiento ecológico real y un trabajo concreto de salvaguardar el medio ambiente sin la integración de una justicia social que otorgue el derecho al destino común de los bienes de la tierra para las generaciones actuales, así como las futuras.

En este camino todos debemos comprometernos, también la comunidad internacional. Muchos de sus miembros están presentes hoy aquí. Hay que reconocer la ayuda que estas organizaciones internacionales han brindado para el desarrollo del país y que hace visible la apertura de Madagascar al mundo. El riesgo será que esa apertura se transforme en una supuesta “cultura universal” que menosprecie, menoscabe y suprima el patrimonio cultural de cada pueblo. La globalización económica, cuyos límites son cada vez más obvios, no debería generar una homogeneización cultural. Si tomamos parte de un proceso donde respetemos las prioridades y formas de vida autóctonas y donde se cumplan las expectativas de los ciudadanos, lograremos que la ayuda proporcionada por la comunidad internacional no sea la única garantía del desarrollo del país; será el propio pueblo quién se hará cargo gradualmente de sí mismo, convirtiéndose en artesano de su destino.  

Por eso debemos prestar especial atención y respeto a la sociedad civil local, al pueblo local. Al apoyar sus iniciativas y sus acciones, se escuchará más la voz de los que no tienen voz así como las diversas armonías, incluso contradictorias, de una comunidad nacional que siempre busca su unidad. Los invito a soñar en este camino donde nadie quede al margen, o vaya solo o se pierda.

Como Iglesia queremos imitar la actitud de diálogo de vuestra conciudadana, la beata Victoria Rasoamanarivo, Juan Pablo II beatificó durante su visita, treinta años atrás. Su testimonio de amor a su tierra y tradiciones, el servicio a los más pobres como signo de su fe en Jesucristo, nos muestra el camino que también estamos llamados a recorrer.

Señor Presidente, señoras y señores: Deseo reiterar la voluntad y disponibilidad de la Iglesia católica en Madagascar para contribuir, en un diálogo permanente con los cristianos de otras confesiones, con los miembros de las diferentes religiones y con todos los protagonistas de la sociedad civil, al advenimiento de una verdadera fraternidad que siempre valore el fihavanana, promoviendo el pleno desarrollo humano para que nadie quede excluido.

Con esta esperanza, le pido a Dios que bendiga a Madagascar y a los que aquí viven, que mantenga vuestra hermosa isla en paz y acogedora, y que la haga próspera y feliz. Gracias.

martes, 7 de mayo de 2019

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO, DISCURSO DEL SANTO PADRE


Señor Presidente,

Señor Primer Ministro,
Ilustres miembros del Cuerpo Diplomático,
Distinguidas Autoridades,
Queridos hermanos y hermanas:

Agradezco cordialmente al señor Presidente sus cordiales palabras de bienvenida y la amable invitación que, junto al señor Primer Ministro, me ha dirigido para visitar Macedonia del Norte.

Doy las gracias asimismo a los representantes de las distintas Comunidades religiosas que están aquí presentes. Saludo de corazón a la comunidad católica representada por el Obispo de Skopie y Eparca de la eparquía de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María en Strumica-Skopie, que es parte activa e integrante de vuestra sociedad y participa plenamente de las alegrías, las preocupaciones y de la vida cotidiana de vuestro pueblo.

Es la primera vez que el Sucesor del Apóstol Pedro viene a la República de Macedonia, y me alegro de hacerlo en el 25 aniversario del establecimiento de las relaciones diplomáticas con la Santa Sede, que se efectuaron pocos años después de la independencia obtenida en septiembre de 1991.

Vuestra tierra, puente entre oriente y occidente y punto de confluencia de numerosas corrientes culturales, aglutina muchas características peculiares de esta región. Con los testimonios elegantes de su pasado bizantino y otomano, con las audaces fortalezas entre los montes y los espléndidos iconostasios de vuestras antiguas iglesias, que revelan una presencia cristiana desde tiempos apostólicos, manifiesta la densidad y la riqueza de la milenaria cultura que la habita. Pero permitirme decir que esta riqueza cultural es sólo el espejo de vuestro más precioso y válido patrimonio: la composición multiétnica y multirreligiosa del rostro de vuestro pueblo, fruto de una historia rica y, por qué no, también compleja de relaciones entretejidas en el curso de los siglos.

Este conjunto de culturas y de pertenencias étnicas y religiosas dio lugar a una pacífica y duradera convivencia, en la que las distintas identidades han sabido y podido expresarse y desarrollarse sin negar, oprimir o discriminar a las otras. Han tenido una actitud mayor que la tolerancia: han sabido respetarse. Estas han dado forma a un tejido de relaciones y de situaciones que, bajo este punto de vista, pueden serviros como ejemplo de referencia para una convivencia serena y fraterna, en la singularidad y el respeto recíproco.

Al mismo tiempo, estas características particulares tienen una significación relevante para el camino de una mayor integración con los países europeos. Deseo que tal integración se desarrolle positivamente en toda la región de los Balcanes occidentales, como también que se logre respetando siempre la diversidad y los derechos fundamentales.

Aquí, de hecho, tanto la pertenencia a diferentes confesiones religiosas, como son ortodoxos, musulmanes, católicos, hebreos y protestantes, y la diversidad étnica entre macedonios, albaneses, serbios, croatas y personas de otras procedencias, ha dado lugar a un mosaico en el que cada tesela es necesaria para la originalidad y la belleza de todo el conjunto. Belleza que alcanzará su mayor esplendor en la medida en que logréis trasmitirla y sembrarla en el corazón de las nuevas generaciones.

Todos los esfuerzos que se realicen, para que las distintas expresiones religiosas y las diferentes etnias encuentren un terreno de encuentro común en el respeto de la dignidad de cada persona humana y en la correspondiente garantía de las libertades fundamentales, nunca serán en vano; por el contrario, serán siembra necesaria para un futuro de paz y fecundidad.

Quisiera señalar, además, el generoso esfuerzo realizado por vuestra República —por parte de las Autoridades estatales y con la valiosa contribución de varias organizaciones internacionales, Cruz Roja, Cáritas y algunas ONG— en acoger y socorrer a un gran número de migrantes y refugiados provenientes de diferentes países de Oriente Medio. Ellos huían de la guerra o de condiciones de extrema pobreza, a menudo a causa de graves episodios bélicos, y en los años 2015 y 2016 atravesaron vuestras fronteras, en su mayor parte para dirigirse hacia el norte y oeste europeo, encontrando en vosotros un refugio valioso. La inmediata solidaridad ofrecida a los que se encontraban entonces en una grave necesidad, por haber perdido muchos seres queridos además de la casa, el trabajo y la patria, os honra y habla del alma de este pueblo que, habiendo conocido también las privaciones, reconoce la vía del verdadero desarrollo en la solidaridad y en el compartir los bienes. Ojalá que se aproveche esta cadena de solidaridad que caracterizó aquella emergencia, para mejorar cada obra de voluntariado que se pone al servicio de tantas formas de sufrimiento y necesidad.

Deseo también homenajear de forma especial a una ilustre conciudadana vuestra que, movida por el amor de Dios, ha hecho de la caridad hacia el prójimo la ley suprema de su existencia, suscitando admiración en todo el mundo e inaugurando un específico y radical modo de ponerse al servicio de los que están abandonados, de los descartados, de los más pobres. Me refiero evidentemente a la que en todo el mundo es conocida como Madre Teresa de Calcuta. Ella nació en un suburbio de Skopie en 1910 con el nombre Anjezë Gonxha Bojaxhiu y desarrolló su apostolado en India, con humildad y total donación de sí misma, y por medio de sus hermanas alcanzó los más diversos confines geográficos y existenciales. Estoy feliz de acercarme dentro de poco a rezar en el Memorial que le habéis dedicado, construido en el lugar donde antes se encontraba la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en la que fue bautizada.

Con razón, estáis orgullosos de esta gran mujer. Os exhorto a continuar trabajando con determinación, dedicación y esperanza para que los hijos e hijas de esta tierra, siguiendo su ejemplo, puedan descubrir, alcanzar y madurar la vocación que Dios ha soñado para ellos.

Señor Presidente: La Santa Sede, después de que Macedonia del Norte obtuviera la independencia, ha acompañado de cerca los pasos que el país ha dado para avanzar en el diálogo y la comprensión entre las Autoridades civiles y las confesiones religiosas.

Hoy la Providencia me ofrece la posibilidad de manifestar personalmente mi cercanía y de expresar también mi gratitud por la visita que cada año vuestra delegación oficial realiza con ocasión de la fiesta de los santos Cirilo y Metodio. Os animo a seguir con confianza en el camino emprendido para hacer de vuestro país un faro de paz, de acogida y de integración fecunda entre culturas, religiones y pueblos. A partir de sus respectivas identidades y del dinamismo de su vida cultural y civil, podrán construir un destino común, abriéndose a las riquezas que cada una de ellas lleva consigo.

Que Dios proteja y bendiga a Macedonia del Norte, la conserve en la concordia y le conceda prosperidad y alegría.

jueves, 24 de enero de 2019

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, EL CUERPO DIPLOMÁTICO Y REPRESENTANTES DE LA SOCIEDAD

Señor Presidente, 
Señora Vicepresidente,
Distinguidas autoridades,
Señoras y señores:

Le agradezco señor Presidente sus palabras de bienvenida y su amable invitación a visitar esta nación. En su persona quiero saludar y agradecer a todo el pueblo panameño que, desde Darién hasta Chiriquí y Bocas del Toro, han realizado un esfuerzo invalorable para acoger a tantos jóvenes provenientes de todas partes del mundo. Gracias por abrirnos las puertas de la casa.

Comienzo mi peregrinación en este histórico recinto donde Simón Bolívar – como lo acaba de recordar el señor Presidente - afirmó que «si el mundo hubiese de elegir su capital, el istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino», y convocó a los líderes de su tiempo para forjar el sueño de la unificación de la Patria Grande. Convocatoria que nos ayuda a comprender que nuestros pueblos son capaces de crear, forjar y, sobre todo, soñar una patria grande que sepa y pueda albergar, respetar y abrazar la riqueza multicultural de cada pueblo y cultura. Siguiendo esta inspiración podemos contemplar a Panamá como tierra de convocatoria y como tierra de sueños.

1. Panamá es tierra de convocatoria

Así lo transparentó el Congreso Anfictiónico, y así también lo transparenta hoy el desembarco de miles de jóvenes que traen consigo el deseo y las ganas de encontrarse y celebrar.

Vuestro País, por su privilegiada ubicación, se vuelve un enclave estratégico no solo para la región sino para el mundo entero. Puente entre océanos y tierra natural de encuentros, Panamá, el país más angosto de todo el continente americano, es símbolo de la sustentabilidad que nace de la capacidad de crear vínculos y alianzas. Esta capacidad configura el corazón del pueblo panameño.

Cada uno de ustedes ocupa un lugar especial en la construcción de la nación y está llamado a velar para que esta tierra pueda cumplir su vocación de ser tierra de convocatorias y encuentros; esto implica la decisión, el compromiso y el trabajo cotidiano para que todos los habitantes de este suelo tengan la oportunidad de sentirse actores de su destino, del de sus familias y de la nación toda. Es imposible pensar el futuro de una sociedad sin la participación activa ―y no solo nominal― de cada uno de sus miembros, de tal modo que la dignidad se vea reconocida y garantizada en el acceso a la educación de calidad y en la promoción de trabajos dignos. Ambas realidades tienen la fuerza de ayudar a reconocer y valorar la genialidad y el dinamismo creador de este pueblo y a su vez, son el mejor antídoto ante cualquier tipo de tutelaje que pretenda recortar la libertad y someta o saltee la dignidad ciudadana, especialmente la de los más pobres.

La genialidad de estas tierras está marcada por la riqueza de sus pueblos originarios: bribri, buglé, emberá, kuna, nasoteribe, ngäbe y waunana, que tanto tienen que decir y recordar desde su cultura y visión del mundo: a ellos mi saludo, mi reconocimiento.  Y no deja de ser un signo esperanzador el hecho de que esta Jornada Mundial de la Juventud haya comenzado una semana atrás con la Jornada de los jóvenes de los pueblos indígenas y la Jornada de los jóvenes de descendencia africana. Los saludo desde aquí y les agradezco que hayan dado este primer paso de esta Jornada Mundial de la Juventud. Ser tierra de convocatorias supone celebrar, reconocer y escuchar lo específico de cada uno de estos pueblos y de todos los hombres y mujeres que conforman el rostro panameño y animarse a entretejer un futuro esperanzador, porque solo se es capaz de defender el bien común por encima de los intereses de unos pocos o para unos pocos cuando existe la firme decisión de compartir con justicia los propios bienes.

Las nuevas generaciones, desde su alegría y entusiasmo, desde su libertad, sensibilidad y capacidad crítica reclaman de los adultos, pero especialmente de todos aquellos que tienen una función de liderazgo en la vida pública, llevar una vida conforme a la dignidad y autoridad que revisten y que les ha sido confiada. Es una invitación a vivir con austeridad y transparencia, en la responsabilidad concreta por los demás y por el mundo; una invitación a llevar una vida que demuestre que el servicio público es sinónimo de honestidad y justicia, y antónimo de cualquier forma de corrupción. Ellos reclaman un compromiso, en el que todos ―comenzando por quienes nos llamamos cristianos― tengamos la osadía de construir «una política auténticamente humana» (Const. past. Gaudium et spes, 73) que ponga a la persona en el centro como corazón de todo; lo cual impulsa a crear una cultura de mayor transparencia entre los gobiernos, el sector privado y la población toda, como reza esa hermosa oración que ustedes tienen por la patria: «Danos el pan de cada día: que lo podamos comer en casa propia y en salud digna de seres humanos».

2.   Además de tierra de convocatoria, Panamá es tierra de sueños

En estos días Panamá no solo será recordada como centro regional o punto estratégico para el comercio o el tránsito de personas; se convertirá en un “hub” de la esperanza. Punto de encuentro donde jóvenes provenientes de los cinco continentes, cargados de sueños y esperanzas, celebrarán, se encontrarán, rezarán y reavivarán el deseo y su compromiso por crear un mundo más humano. Así desafiarán las miopes miradas cortoplacistas que, seducidas por la resignación, por la avidez, o presas del paradigma tecnocrático, creen que el único camino posible se transita en el «juego de la competitividad, [de la especulación] y de la ley del más fuerte donde el poderoso se come al más débil» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 53), cerrando el mañana a una nueva imaginación de la humanidad. Al hospedar los sueños de estos jóvenes, hoy Panamá se vuelve tierra de sueños que desafía tantas certezas de nuestro tiempo y genera horizontes vitales que señalan una nueva espesura al caminar con una nueva mirada respetuosa y llena de compasión por los otros. Durante este tiempo seremos testigos de la apertura de nuevos canales de comunicación y de entendimiento, de solidaridad, de creatividad y ayuda mutua; canales de medida humana que impulsen el compromiso, rompan el anonimato y el aislamiento en vistas a una nueva manera de construir la historia.

Otro mundo es posible, lo sabemos y los jóvenes nos invitan a involucrarnos en su construcción para que los sueños no queden en algo efímero o etéreo, para que impulsen un pacto social en el que todos puedan tener la oportunidad de soñar un mañana: el derecho al futuro también es un derecho humano.

En este horizonte parecieran tomar cuerpo las palabras de Ricardo Miró que, al cantarle al terruño de sus amores, decía: «Porque viéndote, Patria, se dijera /que te formó la voluntad divina/ para que bajo el sol que te ilumina /se uniera en ti la Humanidad entera» (Patria de mis amores).

Les renuevo mi agradecimiento por todo lo que han hecho especialmente usted, señor Presidente - para que este encuentro sea posible y expreso a usted, nuevamente señor Presidente, a todos los aquí presentes, y a quienes siguen por los medios de comunicación, mis mejores deseos de un renovada esperanza y alegría en el servicio al bien común.

Que Santa María la Antigua bendiga y proteja a Panamá.

martes, 16 de enero de 2018

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Señora Presidenta,miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático, 
representantes de la sociedad civil, distinguidas autoridades, señoras y señores:

Es para mí una alegría poder estar nuevamente en suelo latinoamericano y comenzar esta visita por esta querida tierra chilena que ha sabido hospedarme y formarme en mi juventud; quisiera que este tiempo con ustedes fuera también un tiempo de gratitud por tanto bien recibido. Me viene a la memoria esa estrofa ―que recién escuché― del himno nacional: «Puro, Chile, es tu cielo azulado, / puras brisas te cruzan también, / y tu campo de flores bordado/ es la copia feliz del Edén», un verdadero canto de alabanza por la tierra que habitan, llena de promesas y desafíos; pero especialmente preñada de futuro. Como de alguna manera dijo la señora Presidenta.

Gracias señora Presidenta por las palabras de bienvenida que me ha dirigido. En usted quiero saludar y abrazar al pueblo chileno desde el extremo norte de la región de Arica y Parinacota hasta el archipiélago sur «y a su desenfreno de penínsulas y canales»[1]. La diversidad y riqueza geográfica que poseen nos permite vislumbrar la riqueza de esa polifonía cultural que los caracteriza.

Agradezco la presencia de los miembros del gobierno; los Presidentes del Senado, de la Cámara de Diputados y de la Corte Suprema, así como las demás autoridades del Estado y sus colaboradores. Saludo al Presidente electo aquí presente, señor Sebastián Piñera Echenique, que ha recibido recientemente el mandato del pueblo chileno de gobernar los destinos del País los próximos cuatro años.

Chile se ha destacado en las últimas décadas por el desarrollo de una democracia que le ha permitido un sostenido progreso. Las recientes elecciones políticas fueron una manifestación de la solidez y madurez cívica que han alcanzado, lo cual adquiere un relieve particular este año en el que se conmemoran los 200 años de la declaración de la independencia. Momento particularmente importante, ya que marcó su destino como pueblo, fundamentado en la libertad y en el derecho, que ha debido también enfrentar diversos períodos turbulentos pero que logró —no sin dolor— superar. De esta forma supieron ustedes consolidar y robustecer el sueño de sus padres fundadores.

En este sentido, recuerdo las emblemáticas palabras del Card. Silva Henríquez cuando en un Te Deum afirmaba: «Nosotros —todos— somos constructores de la obra más bella: la patria. La patria terrena que prefigura y prepara la patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso la recibimos con respeto, con gratitud, como una tarea que hace muchos años comenzaba, como un legado que nos enorgullece y compromete a la vez»[2].

Cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos.

Tienen ustedes, por tanto, un reto grande y apasionante: seguir trabajando para que la democracia y el sueño de sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de verdad lugar de encuentro para todos. Que sea un lugar en el que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile: generoso, acogedor, que ama su historia, que trabaja por su presente de convivencia y mira con esperanza al futuro. Nos hace bien recordar aquí las palabras de san Alberto Hurtado: «Una Nación, más que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua o sus tradiciones, es una misión a cumplir»[3]. Es futuro. Y ese futuro se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su pueblo y sus autoridades.

Tal capacidad de escucha adquiere gran valor en esta nación donde su pluralidad étnica, cultural e histórica exige ser custodiada de todo intento de parcialización o supremacía y que pone en juego la capacidad que tengamos para deponer dogmatismos exclusivistas en una sana apertura al bien común —que si no tiene un carácter comunitario nunca será un bien—. Es preciso escuchar: escuchar a los parados, que no pueden sustentar el presente y menos el futuro de sus familias; a los pueblos originarios, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación. Escuchar a los migrantes, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para todos. Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas. Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar. Escuchar a los niños, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza, vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir.

Con esta capacidad de escucha somos invitados —hoy de manera especial— a prestar una preferencial atención a nuestra casa común. Escuchar nuestra casa común: fomentar una cultura que sepa cuidar la tierra y para ello no conformarnos solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y ambientales que se presentan; en esto se requiere la audacia de ofrecer «una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático»[4] que privilegia la irrupción del poder económico en contra de los ecosistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestros pueblos. La sabiduría de los pueblos originarios puede ser un gran aporte. De ellos podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la existencia para adquirir una actitud sapiencial frente al futuro.

El alma de la chilenía ―la Presidenta dijo que era desconfiada― el alma de la chilenía es vocación a ser, esa terca voluntad de existir[5]. Vocación a la que todos están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible. Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada.

Agradezco una vez más la invitación de poder venir a encontrarme con ustedes, encontrarme con el alma de este pueblo; y ruego para que la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, siga acompañando y gestando los sueños de esta bendita nación. Muchas gracias.