domingo, 30 de noviembre de 2025

I Domingo de Adviento (Ciclo A)

Primera Lectura

Lectura del Profeta Isaías 2,1-5.

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén.

En los días futuros estará firme

el monte de la casa del Señor,

en la cumbre de las montañas,

más elevado que las colinas.

Hacia él confluirán todas las naciones,

caminarán pueblos numerosos y dirán:

«Venid, subamos al monte del Señor,

a la casa del Dios de Jacob.

Él nos instruirá en sus caminos

y marcharemos por sus sendas;

porque de Sión saldrá la ley,

la palabra del Señor de Jerusalén».

Juzgará entre las naciones,

será árbitro de pueblos numerosos.

De las espadas forjarán arados,

de las lanzas, podaderas.

No alzará la espada pueblo contra pueblo,

no se adiestrarán para la guerra.

Casa de Jacob, venid;

caminemos a la luz del Señor.

Palabra de Dios


Salmo 121, R/. Vamos alegres a la casa del Señor.


Segunda Lectura

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 13,11-14.

HERMANOS:

Comportaos reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz.

Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo.

Palabra de Dios


Santo Evangelio según San Mateo 24,37-44.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.

En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.

Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.

Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.

Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Palabra del Señor

Compartimos:

Ultimo día del tiempo ordinario, Jesús nos advierte con meridiana claridad sobre la suerte de nuestro paso por esta vida. Si nos empeñamos, obstinadamente, en vivir absortos por la inmediatez de los afanes de la vida, llegará el último día de nuestra existencia terrena tan de repente que la misma ceguera de nuestra glotonería nos impedirá reconocer al mismísimo Dios, que vendrá (porque aquí estamos de paso, ¿lo sabías?) para llevarnos a la intimidad de su Amor infinito. Será algo así como lo que le ocurre a un niño malcriado: tan entretenido está con “sus” juguetes, que al final olvida el cariño de sus padres y la compañía de sus amigos. Cuando se da cuenta, llora desconsolado por su inesperada soledad.


El antídoto que nos ofrece Jesús es igualmente claro: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc 21,36). Vigilar y orar... El mismo aviso que les dio a sus Apóstoles la noche en que fue traicionado. La oración tiene un componente admirable de profecía, muchas veces olvidado en la predicación, es decir, de pasar del mero “ver” al “mirar” la cotidianeidad en su más profunda realidad. Como escribió Evagrio Póntico, «la vista es el mejor de todos los sentidos; la oración es la más divina de todas las virtudes». Los clásicos de la espiritualidad lo llaman “visión sobrenatural”, mirar con los ojos de Dios. O lo que es lo mismo, conocer la Verdad: de Dios, del mundo, de mí mismo. Los profetas fueron, no sólo los que “predecían lo que iba a venir”, sino también los que sabían interpretar el presente en su justa medida, alcance y densidad. Resultado: supieron reconducir la historia, con la ayuda de Dios.


Tantas veces nos lamentamos de la situación del mundo. —¿Adónde iremos a parar?, decimos. Hoy, que es el último día del tiempo ordinario, es día también de resoluciones definitivas. Quizás ya va siendo hora de que alguien más esté dispuesto a levantarse de su embriaguez de presente y se ponga manos a la obra de un futuro mejor. ¿Quieres ser tú? Pues, ¡ánimo!, y que Dios te bendiga.

sábado, 29 de noviembre de 2025

ENCUENTRO CON SS. BARTOLOMEO I

Y FIRMA DE LA DECLARACIÓN CONJUNTA

Palacio Patriarcal (Estambul)

DECLARACIÓN CONJUNTA

«¡Den gracias al Señor, porque es bueno,

porque es eterno su amor!»

(Sal 107,1).


En la víspera de la fiesta de san Andrés, el primero que fue llamado a ser apóstol, hermano del apóstol Pedro y patrono del Patriarcado Ecuménico, nosotros, el Papa León XIV y el Patriarca ecuménico Bartolomé, damos de corazón gracias a Dios, nuestro Padre misericordioso, por el don de este encuentro fraternal. Siguiendo el ejemplo de nuestros venerables predecesores y atendiendo a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, continuamos caminando con firme determinación por la vía del diálogo, en el amor y en la verdad (cf. Ef 4,15), hacia la anhelada restauración de la plena comunión entre nuestras Iglesias hermanas. Conscientes de que la unidad de los cristianos no es simplemente resultado del esfuerzo humano, sino un don que viene de lo alto, invitamos a todos los miembros de nuestras Iglesias —clérigos, monjes, personas consagradas y fieles laicos— a buscar sinceramente el cumplimiento de la oración que Jesucristo dirigió al Padre: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti [...], para que el mundo crea» (Jn 17,21).


La conmemoración del 1700 aniversario del primer Concilio ecuménico de Nicea, celebrada en la víspera de nuestro encuentro, fue un momento extraordinario de gracia. El Concilio de Nicea, celebrado en el año 325 d. C., fue un acontecimiento providencial de unidad. Sin embargo, el propósito de conmemorar este acontecimiento no es simplemente recordar la importancia histórica del Concilio, sino impulsarnos a estar continuamente abiertos al mismo Espíritu Santo que habló a través de Nicea, mientras afrontamos los numerosos desafíos de nuestro tiempo. Estamos profundamente agradecidos con todos los líderes y delegados de otras Iglesias y comunidades eclesiales que quisieron participar en este evento. Además de reconocer los obstáculos que impiden la restauración de la plena comunión entre todos los cristianos —obstáculos que tratamos de abordar mediante el camino del diálogo teológico—, debemos reconocer también que lo que nos une es la fe expresada en el Credo de Nicea. Esta es la fe salvadora en la persona del Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, homooúsios con el Padre, que por nosotros y por nuestra salvación se encarnó y habitó entre nosotros, fue crucificado, murió y fue sepultado, resucitó al tercer día, subió a los cielos y ha de volver para juzgar a vivos y muertos. A través de la venida del Hijo de Dios, somos introducidos en el misterio de la Santísima Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— y estamos invitados a llegar a ser, en y a través de la persona de Cristo, hijos del Padre y coherederos con Cristo por la gracia del Espíritu Santo. Dotados de esta confesión común, podemos afrontar nuestros desafíos compartidos al dar testimonio de la fe expresada en Nicea con respeto mutuo, y trabajar juntos hacia soluciones concretas con esperanza genuina.


Estamos convencidos de que la conmemoración de este importante aniversario puede inspirar nuevos y valientes pasos en el camino hacia la unidad. Entre sus decisiones, el primer Concilio de Nicea también estableció los criterios para determinar la fecha de la Pascua, común para todos los cristianos. Estamos agradecidos con la Divina Providencia porque este año todo el mundo cristiano celebró la Pascua el mismo día. Es nuestro deseo común continuar el proceso para buscar una posible solución que permita celebrar juntos la Fiesta de las Fiestas cada año. Esperamos y oramos para que todos los cristianos, «con toda sabiduría e inteligencia espiritual» (Col 1,9), se comprometan en el proceso de llegar a una celebración común de la gloriosa resurrección de nuestro Señor Jesucristo.


Este año conmemoramos también el 60 aniversario de la histórica Declaración conjunta de nuestros venerables predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras, que puso fin al intercambio de excomuniones de 1054. Damos gracias a Dios porque este gesto profético impulsó a nuestras Iglesias a proseguir «con espíritu de confianza, de estima y de caridad mutuas, el diálogo que nos lleve con la ayuda de Dios a vivir de nuevo, para el mayor bien de las almas y el advenimiento del reino de Dios, en la plena comunión de fe, de concordia fraterna y de vida sacramental, como existió entre ellas durante el primer milenario de la vida de la Iglesia» (Declaración conjunta del Papa Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras, 7 diciembre 1965). Al mismo tiempo, exhortamos a quienes aún dudan de cualquier forma de diálogo a que escuchen lo que el Espíritu dice a las Iglesias (cf. Ap 2,29), que en las circunstancias actuales de la historia nos insta a presentar al mundo un testimonio renovado de paz, reconciliación y unidad.


Convencidos de la importancia del diálogo, expresamos nuestro continuo apoyo a la labor de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa, que en su fase actual está examinando cuestiones que históricamente se han considerado divisivas. Junto con el papel insustituible que desempeña el diálogo teológico en el proceso de acercamiento entre nuestras Iglesias, también valoramos los demás elementos necesarios de este proceso, incluidos los contactos fraternos, la oración y el trabajo conjunto en todos aquellos ámbitos donde la cooperación ya es posible. Exhortamos firmemente a todos los fieles de nuestras Iglesias, y especialmente al clero y a los teólogos, a que abracen con alegría los frutos alcanzados hasta ahora y a que trabajen para que sigan aumentando.


La meta de la unidad cristiana incluye el objetivo de contribuir de manera fundamental y vivificante a la paz entre todos los pueblos. Juntos elevamos fervientemente nuestras voces para invocar el don de la paz de Dios sobre nuestro mundo. Trágicamente, en muchas regiones de nuestro planeta, los conflictos y la violencia continúan destruyendo la vida de tantas personas. Hacemos un llamamiento a quienes tienen responsabilidades civiles y políticas para que hagan todo lo posible a fin de garantizar que la tragedia de la guerra cese inmediatamente, y pedimos a todas las personas de buena voluntad que apoyen nuestra súplica.


En particular, rechazamos cualquier uso de la religión y del nombre de Dios para justificar la violencia. Creemos que el auténtico diálogo interreligioso, lejos de ser causa de sincretismo y confusión, es esencial para la coexistencia de pueblos de distintas tradiciones y culturas. Conscientes del 60 aniversario de la Declaración Nostra aetate, exhortamos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar juntos para construir un mundo más justo y solidario, y a cuidar la creación que Dios nos ha confiado. Sólo así la familia humana podrá superar la indiferencia, el afán de dominación, la codicia de lucro y la xenofobia.


Aunque estamos profundamente alarmados por la situación internacional actual, no perdemos la esperanza. Dios no abandonará a la humanidad. El Padre envió a su Hijo unigénito para salvarnos, y el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, derramó sobre nosotros el Espíritu Santo para hacernos partícipes de su vida divina, preservando y protegiendo la sacralidad de la persona humana. Por el Espíritu Santo sabemos y experimentamos que Dios está con nosotros. Por esta razón, en nuestra oración confiamos a Dios a todo ser humano, especialmente a quienes están necesitados, a los que sufren hambre, soledad o enfermedad. Invocamos sobre cada miembro de la familia humana toda gracia y bendición para que sus corazones «se sientan animados y que, unidos estrechamente en el amor, adquieran la plenitud de la inteligencia en toda su riqueza. Así conocerán el misterio de Dios», que es nuestro Señor Jesucristo (Col 2, 2).


Desde el Fanar, 29 de noviembre de 2025

El Adviento nos ofrece una oportunidad para acercarnos a todos los pobres

El Adviento no es solamente un tiempo de preparación litúrgica para la Navidad, sino un camino de conversión de la mirada, para aprender a reconocer a Jesús que viene sin cesar a nuestro encuentro a través del rostro y la persona de los pobres, de los más pequeños y de los excluidos.  


En ese sentido, invitamos también “a despertar la mística de la caridad: la que nace del silencio de la oración, se desarrolla en el servicio cotidiano y se realiza en la comunión fraterna”. La fe se hace visible en la caridad, pues con ella “la esperanza se traduce en gestos” y “la espera de Jesús se convierte en un encuentro cotidiano con él en los pobres”. 


Cuando Dios quiere comunicarse a alguien, lo hace sin esfuerzos, de una manera sensible, muy suave, dulce y amorosa. 


 “De ahí brota para cada uno de nosotros, la espiritualidad del amor al prójimo, que hunde sus raíces en Jesús y se extiende hasta los más necesitados. La Palabra de Dios nos invita a vivir concretamente el servicio junto a nuestros hermanos y hermanas, en sus necesidades materiales y espirituales”


Para vivir plenamente la mística de la caridad de ojos abiertos, es esencial hacer de la espera del Adviento un ejercicio de celo por la salvación de las almas.

Despertemos y caminemos en el encuentro con el Amor de Dios y lo pongamos en practica con nuestros hermanos, más humildes.

Sábado de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Daniel (7,15-27):

Yo, Daniel, me sentía agitado por dentro, y me turbaban las visiones de mi fantasía. Me acerqué a uno de los que estaban allí en pie y le pedí que me explicase todo aquello.

Él me contestó, explicándome el sentido de la visión: «Esas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mundo. Pero los santos del Altísimo recibirán el Reino y lo poseerán por los siglos de los siglos.»

Yo quise saber lo que significaba la cuarta fiera, diversa de las demás; la fiera terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, que devoraba y trituraba y pateaba las sobras con las pezuñas; lo que significaban los diez cuernos de su cabeza, y el otro cuerno que le salía y eliminaba a otros tres, que tenía ojos y una boca que profería insolencias, y era más grande que los otros. Mientras yo seguía mirando, aquel cuerno luchó contra los santos y los derrotó. Hasta que llegó el anciano para hacer justicia a los santos del Altísimo, y empezó el imperio de los santos.

Después me dijo: «La cuarta bestia es un cuarto reino que habrá en la tierra, diverso de todos los demás; devorará toda la tierra, la trillará y triturará. Sus diez cuernos son diez reyes que habrá en aquel reino; después vendrá otro, diverso de los precedentes, que destronará a tres reyes; blasfemará contra el Altísimo e intentará aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la ley. Dejarán en su poder a los santos durante un año y otro año y otro año y medio. Pero, cuando se siente el tribunal para juzgar, le quitará el poder, y será destruido y aniquilado totalmente. El poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos.

Palabra de Dios


Salmo Dn 3,82.R/. Ensalzadlo con himnos por los siglos


 Santo Evangelio según san Lucas (21,34-36):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»

Palabra del Señor


Compartimos

Aunque las tiendas ya estén vendiendo regalos de Navidad y las calles ya hayan (precipitadamente) empezado a engalanarse con luces, todavía no hemos entrado siquiera en el Adviento. Así que ese goce navideño que ya se anuncia está hoy un poco empañado por el “Preparénse para la tribulación que viene”. Lo cierto es que la tribulación siempre está viniendo y siempre está aquí.  Siempre habrá dolor, privaciones, angustias económicas, enfermedades, preocupación por nuestros jóvenes, muertes de familiares y amistades. El teléfono que suena en medio de la noche para dar una mala noticia siempre es una posibilidad. Y muy frecuentemente también habrá la tribulación de aguantar críticas y ridículo por nuestra fe. Por eso, parece algo justificado envolverlo todo en anuncios de luz, alegría, comilonas familiares, montañas de regalos. O, incluso durante el año, buscar la diversión interminable, el festival popular, las observaciones de todo día posible, incluso el de la croqueta. Podemos acallar interminablemente nuestra justa preocupación por las cosas que pueden pasar y que, de hecho, pasan. Divertirnos, tomar unas vacaciones, emborracharnos de distracciones. Las oportunidades se dan continuamente y nos vienen casi sin buscarlas. Todo ese ruido adormece a menudo la luz interior que indica dónde está la verdadera felicidad.


Pero, en la otra cara de la moneda, la luz de Navidad es en realidad la más cierta. Y esa es eterna. Por tanto, hay una justificación más profunda para los adornos, las luces y la algarabía. Pero hay que esperar un poco y dar a las cosas su propio espacio. Ahora seguramente toca mirar la tribulación con realismo y aceptarla. Y prepararse para llevarla según el querer de Dios, sabiendo que, más allá, está el Adviento, la venida de quien sufrió la tribulación en su propia carne, y también la venida gloriosa que anuncia la salvación, que enjugará toda lágrima, que destruirá todo dolor. Pero si no se mira a la tribulación ahora, las luces carecerán de sentido, porque solo estarán anunciando vacío, algo sin raíz ni meta.

viernes, 28 de noviembre de 2025

Viernes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Daniel (7,2-14):

Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: los cuatro vientos del cielo agitaban el océano. Cuatro fieras gigantescas salieron del mar, las cuatro distintas. La primera era como un león con alas de águila; mientras yo miraba, le arrancaron las alas, la alzaron del suelo, la pusieron de pie como un hombre y le dieron mente humana. La segunda era como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca, entre los dientes.

Le dijeron: «¡Arriba! Come carne en abundancia.»

Después vi otra fiera como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro cabezas. Y le dieron el poder. Después tuve otra visión nocturna: una cuarta fiera, terrible, espantosa, fortísima; tenía grandes dientes de hierro, con los que comía y descuartizaba, y las sobras las pateaba con las pezuñas. Era diversa de las fieras anteriores, porque tenía diez cuernos. Miré atentamente los cuernos y vi que entre ellos salía otro cuerno pequeño; para hacerle sitio, arrancaron tres de los cuernos precedentes. Aquel cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería insolencias. Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Yo seguía mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta que mataron a la fiera, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras fieras les quitaron el poder, dejándolas vivas una temporada. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Palabra de Dios


Salmo Dn 3,75.R/. Ensalzadlo con himnos por los siglos


Santo Evangelio según san Lucas (21,29-33):

En aquel tiempo, expuso Jesús una parábola a sus discípulos: «Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está cerca. Pues, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.»

Palabra del Señor


Compartimos:

Entre las “alegrías” litúrgicas que nos dimos después del Concilio Vaticano II había un Santo que tenía estas palabras como estribillo. “No, no, no pasará, nononono no no pasará…”  Se cantaba a ritmo bailable, y con eso parecía trivializarse un poco la solemnidad del “cielo y tierra pasarán” y sobre todo, del propio Santo de los santos…  El anuncio de que cielo y tierra pasarán (sobre todo en estos tiempos sombríos de amenazas lúgubres de catástrofe por el cambio climático) no parece razón para bailar y dar palmas. Es como celebrar un funeral a ritmo de salsa o merengue incluso si es con la promesa y la certeza de la resurrección. El anuncio es muy serio: cielo, tierra, todo, va a pasar. Por si habíamos disfrutado nuestra estancia en la tierra, se nos hace la advertencia de que todo es pasajero.  La promesa de lo que viene después es, ciertamente, mucho mejor, pero nos aboca a algo desconocido y misterioso y por tanto, algo que causa algo de temor y para lo cual hay que aferrarse firmemente a la fe en la promesa.


La insistencia de las lecturas de hoy va dirigida a leer bien los signos de los tiempos. ¿Cómo permanecer en la fe y la esperanza de que el Reino de Dios no será arrebatado? ¿Cómo reconocer que lo presente, tanto lo doloroso como lo más alegre, es pasajero? Y si es pasajero, ¿para qué seguir esforzándose?  ¿Cómo vivir en este mundo con la paz de quien sabe que nada es para siempre, pero que la Palabra, el Cristo vivo y encarnado, siempre estarán aquí? El seguir caminando, sabiendo que todo acaba se debe al convencimiento de que la Palabra no acaba. Es decir, que por mucho que todo lo visible, lo tangible, lo perecedero pase, ya estamos viviendo y gozando de lo que no acaba. Quizá eso sí fuera motivo suficiente para bailar y gozar; no como quien está en un fiestuco, sino como quien goza del Banquete Eterno.

jueves, 27 de noviembre de 2025

Jueves de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Daniel (6,12-28):

En aquellos días, unos hombres espiaron a Daniel y lo sorprendieron orando y suplicando a su Dios.

Entonces fueron a decirle al rey: «Majestad, ¿no has firmado tú un decreto que prohíbe hacer oración, durante treinta días, a cualquier dios o cualquier hombre fuera de ti, bajo pena de ser arrojado al foso de los leones?»

El rey contestó: «El decreto está en vigor, como ley irrevocable de medos y persas.»

Ellos le replicaron: «Pues Daniel, uno de los deportados de Judea, no te obedece a ti, majestad, ni al decreto que has firmado, sino que tres veces al día hace oración a su Dios.»

Al oírlo, el rey, todo sofocado, se puso a pensar la manera de salvar a Daniel, y hasta la puesta del sol hizo lo imposible por librarlo.

Pero aquellos hombres le urgían, diciéndole: «Majestad, sabes que, según la ley de medos y persas, un decreto o edicto real es válido e irrevocable.»

Entonces el rey mandó traer a Daniel y echarlo al foso de los leones.

El rey dijo a Daniel: «¡Que te salve ese Dios a quien tú veneras tan fielmente!»

Trajeron una piedra, taparon con ella la boca del foso, y el rey la selló con su sello y con el de sus nobles, para que nadie pudiese modificar la sentencia dada contra Daniel. Luego el rey volvió a palacio, pasó la noche en ayunas, sin mujeres y sin poder dormir. Madrugó y fue corriendo al foso de los leones.

Se acercó al foso y gritó afligido: «¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Ha podido salvarte de los leones ese Dios a quien veneras tan fielmente?»

Daniel le contestó: «¡Viva siempre el rey! Mi Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones, y no me han hecho nada, porque ante él soy inocente, como tampoco he hecho nada contra ti.»

El rey se alegró mucho y mandó que sacaran a Daniel del foso. Al sacarlo, no tenía ni un rasguño, porque había confiado en su Dios. Luego mandó el rey traer a los que habían calumniado a Daniel y arrojarlos al foso de los leones con sus hijos y esposas. No habían llegado al suelo, y ya los leones los habían atrapado y despedazado.

Entonces el rey Darlo escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra: «¡Paz y bienestar! Ordeno y mando que en mi imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta el fin. Él salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. Él salvó a Daniel de los leones.»

Palabra de Dios


Salmo Dn 3,68 R/. Ensalzadlo con himnos por los siglos


Santo Evangelio según san Lucas (21,20-28):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Hoy, como tan a menudo, el Evangelio nos da una recomendación paradójica: al ver desastres, catástrofes, guerras y levantamientos, en lugar de esconderse en una cueva con una resignada desesperación, levantar la cabeza. Cuando vean estas cosas, levanten la cabeza, porque su salvación está cerca. Es lo contrario de lo que muchas veces piden grupos que anuncian el fin del mundo: huir a una cueva, al monte y esperar la “rapture”, es decir, el levantamiento de los justos que irán al cielo mientras que otros se condenan. Pero no es esa la visión a la que se anima hoy. Desde los primeros tiempos del cristianismo se ha estado esperando esta segunda venida, y una y otra vez a lo largo de los siglos se han visto catástrofes, violencia, guerras, desastres, corrupciones… Y una y otra vez, se recomienda a los cristianos que levanten la cabeza porque está cerca la liberación. ¿Y qué pasa después? Pues todo parece seguir, reconstruyendo desde la destrucción, guardando luto por quienes faltan, empezando a veces desde cero. Quienes no sean creyentes, o los escépticos podrían decir que todos los años vemos lo mismo y nunca llega esa salvación tan anunciada… Y nosotros mismos podríamos casi desesperar de esa venida futura que nunca parece llegar. ¿O es que estamos ciegos y sordos?


La verdad es otra y es que esa salvación no es solamente que esté cerca; ya está aquí. En estos últimos días de noviembre, siempre está ahí la insistencia apocalíptica y escatológica. La visión cierta es que la salvación está cerca y es verdad. Las lecturas de estos días simplemente afirman una verdad: la próxima Navidad celebra algo para lo que ya no hay espera: la salvación completa y final que ya está aquí de alguna manera. La promesa es cierta y ya está realizada, aunque nos cueste verlo y escucharlo. Levanten la cabeza y miren: aquí está la salvación. Dentro; ya, pero todavía no.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

Miércoles de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Daniel (5,1-6.13-14.16-17.23-28):

En aquellos días, el rey Baltasar ofreció un banquete a mil nobles del reino, y se puso a beber delante de todos. Después de probar el vino, mandó traer los vasos de oro y plata que su padre, Nabucodonosor, había cogido en el templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey y los nobles, sus mujeres y concubinas. Cuando trajeron los vasos de oro que habían cogido en el templo de Jerusalén, brindaron con ellos el rey y sus nobles, sus mujeres y concubinas. Apurando el vino, alababan a los dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera. De repente, aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo sobre el revoco del muro del palacio, frente al candelabro, y el rey veía cómo escribían los dedos. Entonces su rostro palideció, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas, las rodillas le entrechocaban.

Trajeron a Daniel ante el rey, y éste le preguntó: «¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados que trajo de Judea el rey, mi padre? Me han dicho que posees espíritu de profecía, inteligencia, prudencia y un saber extraordinario. Me han dicho que tú puedes interpretar sueños y resolver problemas; pues bien, si logras leer lo escrito y explicarme su sentido, te vestirás de púrpura, llevarás un collar de oro y ocuparás el tercer puesto en mi reino.»

Entonces Daniel habló así al rey: «Quédate con tus dones y da a otro tus regalos. Yo leeré al rey lo escrito y le explicaré su sentido. Te has rebelado contra el Señor del cielo, has hecho traer los vasos de su templo, para brindar con ellos en compañía de tus nobles, tus mujeres y concubinas. Habéis alabado a dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera, que ni ven, ni oyen, ni entienden; mientras que al Dios dueño de vuestra vida y vuestras empresas no lo has honrado. Por eso Dios ha enviado esa mano para escribir ese texto. Lo que está escrito es: «Contado, Pesado, Dividido.» La interpretación es ésta: «Contado»: Dios ha contado los días de tu reinado y les ha señalado el límite; «Pesado»: te ha pesado en la balanza y te falta peso; «Dividido»: tu reino se ha dividido y se lo entregan a medos y persas.»

Palabra de Dios


Salmo Dn 3,62.R/. Ensalzadlo con himnos por los siglos


Santo Evangelio según san Lucas (21,12-19):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»

Palabra del Señor


Compartimos:

En la primera lectura de hoy se le dan a Daniel las palabras de denuncia necesarias ante el rey. Lo escrito en el muro se le dice al poder: tus días están contados, has sido juzgado como deficiente; tu reino será dividido. Esos poderes que aparecen como casi omnipotentes, dueños del mundo, creídos de su propia fuerza. Aunque el tiempo de soportarlos se nos haga tan largo (hasta las próximas elecciones, y luego las siguientes, y las siguientes…) hoy se nos da la seguridad de que tienen los días contados.


Luego, en el evangelio se nos dice a todos que no temamos; que se nos darán las palabras necesarias para nuestra defensa. Que, ciertamente, esos poderes malignos han sido encontrados deficientes y caerán. Pero, ¿cuándo?


Otra mirada, algo más profunda nos hace mirarnos en un espejo. Creo que a veces todos quisiéramos ser Daniel, seguros en la denuncia, confiados en la propia inocencia… pero otras veces nos encontramos temblando porque quizá lo escrito en el muro se pueda referir a nosotros mismos: que tenemos los días contados y que hemos sido encontrados a faltar, que la fuerza y autosuficiencia que pensábamos tener no es tanta.


A veces quisiéramos buscar por todos los medios capas, escondites, maneras de disimular esa deficiencia escrita en el muro que nos mira como espejo. Dudamos por si quienes nos persiguen tienen el argumento correcto. Nuestros días, de hecho, están contados. Y sabemos bien las propias limitaciones y deficiencias.


Pero entonces, solo quedará volvernos a la palabra consoladora del Evangelio. A pesar de las palabras aterradoras del muro, sabemos que ni un cabello de la cabeza se perderá, por la inmensa misericordia de Dios. Aunque no seamos Daniel con la justicia en nuestra mano. Aunque seamos los que tenemos huecos y deficiencias. Os perseguirán y entregarán, pero ni un cabello de vuestra cabeza se perderá… Porque no será el juez castigador, sino el misericordioso quien escribirá en nuestro muro. Y será él mismo quien nos dé las palabras de nuestra defensa, por si, avergonzados, no las podemos encontrar. Solo nos queda volvernos a él en confianza.

martes, 25 de noviembre de 2025

Martes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Daniel (2,31-45):

En aquellos días, dijo Daniel a Nabucodonosor: «Tú, rey, viste una visión: una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario; su aspecto era impresionante. Tenla la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro. En tu visión, una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la hizo pedazos. Del golpe, se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano, que el viento arrebata y desaparece sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua creció hasta convertirse en una montaña enorme que ocupaba toda la tierra. Éste era el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido: Tú, majestad, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha concedido el reino y el poder, el dominio y la gloria, a quien ha dado poder sobre los hombres, dondequiera que vivan, sobre las bestias del campo y las aves del cielo, para que reines sobre ellos, tú eres la cabeza de oro. Te sucederá un reino de plata, menos poderoso. Después un tercer reino, de bronce, que dominará todo el orbe. Vendrá después un cuarto reino, fuerte como el hierro. Como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a todos. Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero, representan un reino dividido; conservará algo del vigor del hierro, porque viste hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse, lo mismo que no se puede alear el hierro con el barro. Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, pero él durará por siempre; eso significa la piedra que viste desprendida del monte sin intervención humana y que destrozó el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro. Éste es el destino que el Dios poderoso comunica a su majestad. El sueño tiene sentido, la interpretación es cierta.»

Palabra de Dios


Salmo Dn 3,57 R/. Ensalzadlo con himnos por los siglos


 Santo Evangelio según san Lucas (21,5-11):

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.

Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.»

Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»

Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.»

Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Estas cosas tienen que pasar antes de la victoria. Pero no aterrorizarse podría no ser posible.  Porque las cosas que estamos viendo —guerras, divisiones, invasiones, persecución a la fe— son como para dar bastante terror. La situación del mundo no es nada halagüeña. Corrupción, mentira, engaños, persecuciones, guerras, el hambre como arma política, las catástrofes naturales. Y hacia adentro, rencillas internas, rencores del pasado, competición y envidias. A veces podría parecer que el Halloween que se celebró a principios de mes, con sus horribles y feísimas imágenes se quedó corto. Los monstruos presentes, mucho más reales y peligrosos, producen un verdadero pavor. Y leer a Daniel en estas circunstancias refuerza el sentido de apocalipsis final y de acontecimientos terroríficos.


Por otro lado, la visión del gigante con pies de barro de Daniel, que produce espanto, también podría dar un poco de risa: nos asegura que nada ni nadie tienen suficiente poder como para no romperse. Nos podemos reír de ese poder tan efímero. Al final, toda la maldad y la fealdad de lo que nos rodea, parece decir Daniel, se pulverizarán. Y esto quizá sea la mejor razón para no aterrorizarse. Pero esta seguridad no vendrá sin perseverancia. Para perseverar hace falta mirar, una y otra vez al gigante pulverizado para recordar quiénes somos y qué esperamos. Para perseverar hay que mantener una difícil calma alimentada por la oración y el esfuerzo diario por hacer el bien. Para perseverar hay que mirar alto y lejos. Y hay que mirar también bajo y cerca para celebrar el bien que tenemos al lado de las personas de nuestro alrededor que sencilla y tercamente siguen viviendo en verdad. No es que se vaya a negar la realidad dolorosa, terrible y profundamente preocupante; pero sí aferrarse a la belleza, la verdad y la bondad que son Dios mismo, trabajando para sembrar un poco de esa verdad y belleza en medio de tanta fealdad y mentira.

lunes, 24 de noviembre de 2025

Lunes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario, Santos Andrés Dung-Lac, presbítero, y compañeros, mártires

Primera Lectura

Comienzo de la profecía de Daniel (1,1-6.8-20):

El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, llegó a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la asedió. El Señor entregó en su poder a Joaquín de Judá y todo el ajuar que quedaba en el templo; se los llevó a Senaar, y el ajuar del templo lo metió en el tesoro del templo de su dios. El rey ordenó a Aspenaz, jefe de eunucos, seleccionar algunos israelitas de sangre real y de la nobleza, jóvenes, perfectamente sanos, de buen tipo, bien formados en la sabiduría, cultos e inteligentes y aptos para servir en palacio, y ordenó que les enseñasen la lengua y literatura caldeas. Cada día el rey les pasaría una ración de comida y de vino de la mesa real. Su educación duraría tres años, al cabo de los cuales, pasarían a servir al rey. Entre ellos, había unos judíos: Daniel, Ananías, Misael y Azarías. Daniel hizo propósito de no contaminarse con los manjares y el vino de la mesa real, y pidió al jefe de eunucos que lo dispensase de esa contaminación.

El jefe de eunucos, movido por Dios, se compadeció de Daniel y le dijo: «Tengo miedo al rey, mi señor, que os ha asignado la ración de comida y bebida; si os ve más flacos que vuestros compañeros, me juego la cabeza.»

Daniel dijo al guardia que el jefe de eunucos había designado para cuidarlo a él, a Ananías, a Misael y a Azarías: «Haz una prueba con nosotros durante diez días: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Compara después nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa real y trátanos luego según el resultado.»

Aceptó la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al acabar, tenían mejor aspecto y estaban más gordos que los jóvenes que comían de la mesa real. Así que les retiró la ración de comida y de vino y les dio legumbres. Dios les concedió a los cuatro un conocimiento profundo de todos los libros del saber. Daniel sabía además interpretar visiones y sueños. Al cumplirse el plazo señalado por el rey, el jefe de eunucos se los presentó a Nabucodonosor. Después de conversar con ellos, el rey no encontró ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, y los tomó a su servicio. Y en todas las cuestiones y problemas que el rey les proponía, lo hacían diez veces mejor que todos los magos y adivinos de todo el reino.

Palabra de Dios


Salmo Dn 3,52.R/. A ti gloria y alabanza por los siglos


Santo Evangelio según san Lucas (21,1-4):

En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: «Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

Palabra del Señor


Compartimos:

Cuando vamos a dar o pagar algo, tanto si es material como si es tiempo o esfuerzo de alguna manera, normalmente hacemos una especie de presupuesto: ¿habrá suficientes recursos para otras cosas que necesitamos hacer? ¿Tenemos un plan de acción donde encajamos lo que vamos a dar gratis junto con lo que nos produce beneficios personales? Normalmente no damos “a lo loco”. Al mirar a esta viuda del evangelio, que sí parece dar a lo loco, podríamos hacer varias interpretaciones, más o menos cínicas. ¿Da porque es una descuidada y poco previsora? ¿da porque podría ser lo último que hiciera al final de su vida y ya no le importa nada? ¿O da sus dos moneditas –probablemente lo único que tiene– para que Dios se compadezca y la bendiga con más? Como el Evangelio no lo explica, quedémonos simplemente en que da por pura generosidad y amor. Y esta debe ser la verdadera interpretación, puesto que Jesús la alaba.


Cada uno podemos ser la viuda en todas sus variaciones. Y siempre tenemos que mirar a nuestras motivaciones. La última motivación, la de la pura generosidad, es la más noble, y a la que nos gustaría seguramente acogernos. Pero no siempre es así. Pero quizás una pregunta importante más bien sea cuáles son nuestras dos moneditas. ¿Qué cosas tenemos (materiales o de talentos o tiempo) que queremos o debemos por responsabilidad cuidar? ¿A qué cosas nos parece que solemos aferrarnos? ¿Cómo deberíamos presupuestar tiempo, dinero, talento? ¿Con qué cosas podríamos comerciar? ¿Cuáles nos parecen ya inútiles y por lo tanto desechables…? Quizá entonces, al mirar nuestras dos moneditas viéramos que tenemos mucho más que dos, algunas necesarias, otras no tanto. Pero la llamada sigue siendo la misma: dar hasta lo último, no solo lo no necesario, no solo la calderilla, sino hasta la última gota.


El evangelio de hoy a menudo va emparejado en el Leccionario a la lectura de la viuda de Elías, que dio el último aceite y la última harina que tenía como actos de suprema entrega antes de morir. No murió. Se le multiplicó el pan. Siempre que tengamos la sinceridad de mirar bien, veremos que se nos multiplica a nosotros lo poquísimo que hemos dado, a veces con esfuerzo y temor a perderlo todo. Y entonces, el seguir dando puede ser una experiencia gozosa, por la seguridad de tanta gracia y vida derramada.

domingo, 23 de noviembre de 2025

ÁNGELUS DEL PAPA LEÓN XIV

 SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Plaza de San Pedro

Antes de rezar juntos el Ángelus, deseo saludar a todos los que han participado en esta celebración jubilar, especialmente a las corales y los coros venidos de todo el mundo. ¡Gracias por su presencia! ¡Que el Señor bendiga su servicio!


Extiendo mi saludo a todos los demás peregrinos, especialmente a las Asociaciones Cristianas de Trabajadores de Italia (A.C.L.I.), de la diócesis de Téramo-Atri y a los fieles procedentes de algunas diócesis de Ucrania: ¡lleven a casa el abrazo y la oración de esta plaza!


Con inmensa tristeza recibí la noticia del secuestro de sacerdotes, fieles y estudiantes en Nigeria y Camerún. Siento un profundo dolor, especialmente por los numerosos jóvenes secuestrados y por sus angustiadas familias. Hago un vehemente llamamiento para la liberación inmediata de los rehenes e insto a las Autoridades competentes a que adopten las medidas necesarias para conseguirla. Oremos por estos hermanos y hermanas nuestros, y para que las iglesias y las escuelas sigan siendo siempre y en todo lugar, espacios seguros y de esperanza.


Hoy se celebra la Jornada Mundial de la Juventud en las diócesis de todo el mundo. Bendigo y abrazo espiritualmente a los que participan en las diversas celebraciones e iniciativas. En la fiesta de Cristo Rey, rezo para que cada joven descubra la belleza y la alegría de seguirlo a Él, el Señor, y de dedicarse a su Reino de amor, de justicia y de paz.


Ya está cerca mi viaje apostólico a Turquía y Líbano. En Turquía se celebrará el 1700 aniversario del Concilio de Nicea. Por ello, hoy se publica la Carta apostólica In unitate fidei, que conmemora este histórico acontecimiento.


Ahora dirijámonos a la Virgen María, encomendando a su maternal intercesión todas estas intenciones y nuestra oración por la paz.

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo (CICLO C)

Primera Lectura

Lectura del segundo libro de Samuel (5,1-3):

En aquellos días, todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebrón y le dijeron:

«Hueso tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho: “Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”».

Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.

Palabra de Dios


Salmo 121,R/. Vamos alegres a la casa del Señor.


Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,12-20):

Hermanos:

Demos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,

y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor,

por cuya sangre hemos recibido la redención,

el perdón de los pecados.

Él es imagen del Dios invisible,

primogénito de toda criatura;

porque en él fueron creadas todas las cosas:

celestes y terrestres, visibles e invisibles.

Tronos y Dominaciones,

Principados y Potestades;

todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo,

y todo se mantiene en él.

Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.

Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.

Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas,

las del cielo y las de la tierra,

haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Palabra de Dios


 Santo Evangelio según san Lucas (23,35-43):

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:

«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:

«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

Había también por encima de él un letrero:

«Este es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:

«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:

«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo».

Y decía:

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

Jesús le dijo:

«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Palabra del Señor

Compartimos:

 El Evangelio nos hace elevar los ojos hacia la cruz donde Cristo agoniza en el Calvario. Ahí vemos al Buen Pastor que da la vida por las ovejas. Y, encima de todo hay un letrero en el que se lee: «Éste es el Rey de los judíos» (Lc 23,38). Este que sufre horrorosamente y que está tan desfigurado en su rostro, ¿es el Rey? ¿Es posible? Lo comprende perfectamente el buen ladrón, uno de los dos ajusticiados a un lado y otro de Jesús. Le dice con fe suplicante: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23,42). La respuesta de Jesús es consoladora y cierta: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).


Sí, confesemos que Jesús es Rey. “Rey” con mayúscula. Nadie estará nunca a la altura de su realeza. El Reino de Jesús no es de este mundo. Es un Reino en el que se entra por la conversión cristiana. Un Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz. Un Reino que sale de la Sangre y el agua que brotaron del costado de Jesucristo.


El Reino de Dios fue un tema primordial en la predicación del Señor. No cesaba de invitar a todos a entrar en él. Un día, en el Sermón de la montaña, proclamó bienaventurados a los pobres en el espíritu, porque ellos son los que poseerán el Reino.


Orígenes, comentando la sentencia de Jesús «El Reino de Dios ya está entre vosotros» (Lc 17,21), explica que quien suplica que el Reino de Dios venga, lo pide rectamente de aquel Reino de Dios que tiene dentro de él, para que nazca, fructifique y madure. Añade que «el Reino de Dios que hay dentro de nosotros, si avanzamos continuamente, llegará a su plenitud cuando se haya cumplido aquello que dice el Apóstol: que Cristo, una vez sometidos quienes le son enemigos, pondrá el Reino en manos de Dios el Padre, y así Dios será todo en todos». El escritor exhorta a que digamos siempre «Sea santificado tu nombre, venga a nosotros tu Reino».


Vivamos ya ahora el Reino con la santidad, y demos testimonio de él con la caridad que autentifica a la fe y a la esperanza.

sábado, 22 de noviembre de 2025

Sábado de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lectura del primer libro de los Macabeos (6,1-13):

En aquellos días, el rey Antíoco recorría las provincias del norte, cuando se enteró de que en Persia había una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que había sido el primer rey de Grecia. Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, salieron a atacarle. Antíoco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado. Entonces llegó a Persia un mensajero, con la noticia de que la expedición militar contra Judá había fracasado: Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, había huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos, y el enorme botín de los campamentos saqueados, habían derribado el arca sacrílega construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y lo mismo en Betsur, ciudad que pertenecía al rey. Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que cayó en cama con una gran depresión, porque no le habían salido las cosas como quería. Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido.

Pensó que se moría, llamó a todos sus grandes y les dijo: «El sueño ha huído de mis ojos; me siento abrumado de pena y me digo: «¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, feliz y querido cuando era poderoso!» Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judá, sin motivo. Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera.»

Palabra de Dios


Salmo 9,2-R/. Gozaré, Señor, de tu salvación


Santo Evangelio según san Lucas (20,27-40):

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.»

Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»

Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro.»

Y no se atrevían a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor


Compartimos:

Los saduceos no solían tener mucho trato con Jesús. Eran personajes demasiado importantes, alejados del pueblo, ocupados en conservar su privilegiada posición social a toda costa. Su pecado no era la hipocresía, como en los fariseos, sino el cinismo, que se ríe abiertamente del bien, lo desafía y lo mira con desprecio. Al abordar a Jesús plantean una cuestión legal avalada por la autoridad de Moisés y lo hacen en tales términos que la conclusión resulta ridícula. Eso es lo que buscan: dejar en ridículo la fe en la resurrección. La ley del levirato (cf. Dt 25, 5-6) tenía por finalidad garantizar la descendencia del hermano difunto (y la transmisión legal de su herencia), la única forma de supervivencia aceptada en tiempos de Moisés. El tecnicismo planteado por los saduceos pone bien a las claras que para ellos la resurrección de los muertos es un absurdo que se revela en lo ridículo de la situación: un harén de hombres en torno a una única mujer y, además, estéril. Para los saduceos, “que niegan la resurrección”, el único bien posible se da sólo en este mundo: la riqueza, el éxito social y el poder.


La respuesta de Jesús, llena de sentido, pone de relieve la debilidad interna de la cínica pregunta. En primer lugar, los saduceos han planteado mal la cuestión, trasladando a la situación de la vida futura las estructuras e instituciones que sólo tienen sentido en este mundo pasajero. “En esta vida, dice Jesús, hombres y mujeres se casan”, y podría añadir: “tienen hijos, acumulan riquezas, dejan herencias”. Todo eso es expresión de la limitación propia de este mundo, que no podemos trasladar al ámbito de la vida eterna, que no es simplemente una vida sin fin, sino una vida plena, en la que todo lo bueno se conserva (se salva), al tiempo que se superan las limitaciones que aquí impiden la plenitud. Eso es lo que significa: “no se casarán, no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios, participan de la resurrección” (es decir, participan de la vida del Resucitado, Jesucristo, Hijo de Dios). No se puede medir el mundo del más allá (que escapa a todo esfuerzo de imaginación) con los parámetros del más acá. Al revés, tenemos que medir nuestra vida terrena (nuestras relaciones, valores, comportamientos, etc.) con los criterios de lo alto.


Ahora bien, ¿cómo es esto posible? Que ese mundo del más allá no se pueda imaginar, no significa que no se pueda pensar y entender a la luz de la fe. Ese es el sentido de la segunda parte de la respuesta de Jesús. Jesús se apoya inteligentemente en un texto que los saduceos, que sólo reconocían el Pentateuco, conocían bien. En el episodio de la zarza (cf. Ex 3, 1-14) Dios se revela a Moisés bajo la forma de un fuego que arde sin destruir: Dios purifica como el fuego, pero no destruye, no es portador de muerte, sino de vida.


Jesús no ironiza, como los saduceos, pero pone de relieve con seriedad y agudeza lo absurdo de la fe en un Dios que nos condena a muerte y, todo lo más, nos conserva en un recuerdo que no va a durar, pues, ¿quién guarda memoria de nadie, poco más allá de sus abuelos? La única “memoria eterna” que tiene sentido real es la de permanecer en la mente de Dios, en comunión con Él. El Dios que se acuerda de Abraham, Isaac y Jacob no los deja tirados en cualquier esquina de la historia, sino que, tras crearlos y darles la vida, los rescata de la muerte. Jesús, al hacer callar a los saduceos, fortalece hoy nuestra esperanza. Y nosotros, llamados a ser como ángeles, podemos empezar a ser ya en esta vida enviados de buenas noticias, viviendo una vida resucitada por las obras del amor.

viernes, 21 de noviembre de 2025

Viernes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario, La Presentación de la Bienaventurada Virgen María

Primera Lectura

Lectura del primer libro de los Macabeos (4,36-37.52-59):

En aquellos días, Judas y sus hermanos propusieron: «Ahora que tenemos derrotado al enemigo, subamos a purificar y consagrar el templo.»

Se reunió toda la tropa, y subieron al monte Sión. El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos recién construido. En el aniversario del día en que lo habían profanado los paganos, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y platillos. Todo el pueblo se postró en tierra, adorando y alabando a Dios, que les había dado éxito. Durante ocho días, celebraron la consagración, ofreciendo con júbilo holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del templo con coronas de oro y rodelas. Consagraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo entero celebró una gran fiesta, que canceló la afrenta de los paganos. Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar, con solemnes festejos, durante ocho días, a partir del veinticinco del mes de Casleu.

Palabra de Dios


Salmo 1Cro 29, R/. Alabamos, Señor, tu nombre glorioso


Santo Evangelio según san Lucas (19,45-48):

En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: «Mi casa es casa de oración»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos.»»

Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.

Palabra del Señor


Compartimos:

La purificación de la Casa de Dios

La lucha por la fe que lleva adelante Judas Macabeo tiene en la purificación del templo un momento culminante. La responsabilidad humana en la acogida de la Palabra de Dios significa también mantener limpia y en orden la casa de Dios. A veces, como en el caso de Judas, la impureza se da por influencias externas: los ídolos de este mundo pueden introducirse en el templo, en la Iglesia, en nuestras costumbres e ideas, en nuestro modo de vida. Es importante estar en vela frente a esos enemigos externos, que pueden deformar nuestra fe. Pero vemos que también Jesús realiza una purificación del templo, y esta vez los que lo manchan y lo transforman en una cueva de bandidos son los mismos representantes del pueblo de Dios: a propósito de las fiestas litúrgicas del templo de Jerusalén, organizaban un mercado que, si bien podía ser legítimo (hacían falta animales para el sacrificio, y banqueros que cambiaran monedas a los peregrinos venidos de todo el mundo), se introducía indebidamente en el espacio sagrado del templo, posiblemente proporcionando pingües beneficios (ya no tan legítimos) a las autoridades religiosas.


La purificación del templo es un símbolo de esos procesos de purificación que todos debemos realizar continuamente para ir creciendo en el espíritu evangélico, y venciendo el espíritu mundano que de tantos modos nos seduce. A veces, nosotros mismos damos pasos para esa purificación, por medio de nuestros exámenes de conciencia personales y comunitarios, y del sacramento de la reconciliación; pero a veces, muy posiblemente, esos momentos de purificación llegan de manera inesperada, y podemos sentirnos violentados por ellos, en forma de críticas, correcciones u observaciones que se nos hacen y para las que no estábamos preparados. El látigo de Jesús nos golpea en ocasiones, y nos llama así a despertar, a reconocer con humildad lo que no está bien en nuestra vida, y a volver al buen camino.


Hoy celebramos la memoria de la presentación de la Virgen María en el templo. Es un anticipo de aquella otra presentación, la de Jesús recién nacido, y que es también la purificación de María. Si hasta María, que no tenía pecado, tuvo la humildad de someterse al rito de purificación, cuánto más nosotros, pecadores, no deberemos someternos con frecuencia a esa purificación a la que Jesús nos somete, a veces incluso dándonos unos azotes.

jueves, 20 de noviembre de 2025

Jueves de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del segundo libro de los Macabeos (2,15-29):

En aquellos días, los funcionarios reales encargados de hacer apostatar por la fuerza llegaron a Modín, para que la gente ofreciese sacrificios, y muchos israelitas acudieron a ellos. Matatías se reunió con sus hijos, y los funcionarios del rey le dijeron: «Eres un personaje ilustre, un hombre importante en este pueblo, y estás respaldado por tus hijos y parientes. Adelántate el primero, haz lo que manda el rey, como lo han hecho todas las naciones, y los mismos judíos, y los que han quedado en Jerusalén. Tú y tus hijos recibiréis el título de grandes del reino, os premiarán con oro y plata y muchos regalos.»

Pero Matatias respondió en voz alta: «Aunque todos los súbditos en los dominios del rey le obedezcan, apostatando de la religión de sus padres, y aunque prefieran cumplir sus órdenes, yo, mis hijos y mis parientes viviremos según la alianza de nuestros padres. El cielo nos libre de abandonar la ley y nuestras costumbres. No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda.»

Nada más decirlo, se adelantó un judío, a la vista de todos, dispuesto a sacrificar sobre el ara de Modin, como lo mandaba el rey. Al verlo, Matatias se indignó, tembló de cólera y en un arrebato de ira santa corrió a degollar a aquel hombre sobre el ara. Y entonces mismo mató al funcionario real, que obligaba a sacrificar, y derribó el ara. Lleno de celo por la ley, hizo lo que Fineés a Zinirí, hijo de Salu.

Luego empezó a gritar a voz en cuello por la ciudad: «El que sienta celo por la ley y quiera mantener la alianza, ¡que me siga!»

Después se echó al monte con sus hijos, dejando en el pueblo cuanto tenía. Por entonces, muchos bajaron al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir según derecho y justicia.

Palabra de Dios


Salmo 49,R/. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios


Santo Evangelio según san Lucas (19,41-44):

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: «¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida.»

Palabra del Señor


Compartimos:

¿Qué es lo que conduce a la paz? Y, ¿de qué paz habla Jesús? Está claro que Jesús no habla de un armisticio bélico, de la mera ausencia de guerra. Si Jerusalén no comprende lo que conduce a la paz, es porque no es capaz de abrir los ojos a la presencia del príncipe de la paz, el que trae la paz entre sus muros (cf. Sal. 122, 7), la paz que el Señor concede a todos los hombres de buena voluntad (cf. Lc 2, 14), y que no es otra cosa que la presencia de la salvación por la encarnación del Hijo de Dios. Jesús nos pacifica por dentro, porque nos reconcilia con Dios y con nosotros mismos, pero también por fuera, porque el que está pacificado por dentro se convierte él mismo en un agente de reconciliación y de paz con los demás.


El anuncio de la destrucción de Jerusalén, que posiblemente es una profecía “post eventum” (escrita después del año 70), no hay que entenderla como una amenaza de castigo por no haber aceptado a Cristo, sino como la triste consecuencia de la propia infidelidad, y la incapacidad para acoger el cumplimiento de las promesas de Dios.


Esa amenaza de destrucción levita siempre sobre nosotros. No se trata de que, si somos infieles o sordos a la Palabra de Dios, Él nos vaya a destruir: es posible vivir en este mundo en el pecado y la prosperidad: “envidiaba yo a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Para ellos no hay sinsabores, están sanos y engreídos; no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás” (Sal 72). Pero es cierto que, si nos alejamos de la fuente de la vida, nos dirigimos a nuestra propia destrucción, por bien que nos haya ido en la vida. Porque la salvación es un don gratuito de Dios, pero que nosotros debemos aceptar. Y esa aceptación, más que en forma de doctrina, normas y valores (que también se dan) se realiza en la acogida de la persona de Cristo, que es nuestra paz (Ef. 2, 14).


La vida cristiana es un verdadera lucha espiritual, que requiere de nuestra cooperación, de nuestra disposición positiva, de nuestro discernimiento y de fortaleza de ánimo. Matatías Macabeo y sus hijos simbolizan hoy esa lucha, que otros realizaron (lo hemos visto en estos días) por medio del testimonio martirial, y que podemos entender en un sentido estrictamente moral y espiritual. Las fuerzas que se nos oponen requieren de nosotros la fortaleza para no inclinarnos ante los nuevos ídolos que tratan de seducirnos, a veces con buenas palabras, otras con amenazas y violencia. Es esa lucha por la acogida de Cristo y por la fidelidad a su Palabra lo que nos conduce a la paz.

miércoles, 19 de noviembre de 2025

AUDIENCIA GENERAL DEL LEÓN XIV

Plaza de San Pedro

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La Resurreción de Cristo y los desafíos del mundo actual 5. Espiritualidad pascual y ecología integral.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!


Estamos reflexionando, en este Año jubilar dedicado a la esperanza, sobre la relación entre la Resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual, es decir nuestros desafíos. A veces, Jesús, el Viviente, también nos quiere preguntar: «¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?». Los desafíos, de hecho, no se pueden afrontar solos y las lágrimas son un don de vida cuando purifican nuestros ojos y liberan nuestra mirada.


El evangelista Juan nos llama la atención sobre un detalle que no encontramos en los otros Evangelios: llorando cerca de la tumba vacía, la Magdalena no reconoció enseguida a Jesús resucitado, sino que pensó que era el custodio del jardín. De hecho, ya narrando la sepultura de Jesús, al anochecer del viernes santo, el texto era muy preciso: «En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús» (Jn 19, 41-42).


Termina así, en la paz del sábado y en la belleza de un jardín, la dramática lucha entre tinieblas y luz desatada con la traición, el arresto, el abandono, la condena, la humillación y el asesinato del Hijo que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Cultivar y custodiar el jardín es la tarea originaria (cfr Gen 2,15) que Jesús llevó a su término. Su última palabra en la cruz – «está cumplido» (Jn 19,30) – invita a cada uno a reencontrar la misma tarea, su tarea. Por esto, «inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (v. 30).


Queridos hermanos y hermanas, ¡María Magdalena, entonces, no se equivocó del todo, creyendo que encontraba al cuidador de la huerta! De hecho, debía volver a escuchar el propio nombre y comprender la propia tarea del Hombre nuevo, la que en otro texto de Juan dice: «hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). El Papa Francisco, con la encíclica Laudato si’, nos indicó la extrema necesidad de una mirada contemplativa: si no es cuidador del jardín, el ser humano se convierte en su devastador.


La esperanza cristiana, por lo tanto, responde a los desafíos que enfrenta toda la humanidad hoy deteniéndose en el jardín donde se colocó el Crucificado como una semilla, para volver a brotar y dar mucho fruto.


El Paraíso no está perdido, sino que es encontrado. La muerte y resurrección de Jesús, por lo tanto, son el fundamento de una espiritualidad de la ecología integral, fuera de la cual las palabras de la fe se quedan sin conexión con la realidad y las palabras de la ciencia se quedan fuera del corazón. «La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia» (Laudato si’, 111).


Por esto, hablamos de una conversión ecológica, que los cristianos no pueden separar de ese cambio de dirección que les requiere seguir a Jesús. El hecho de que María se volviera aquella mañana de Pascua es una señal de esto: solo de conversión en conversión pasamos de este valle de lágrimas a la nueva Jerusalén. Tal pasaje, que empieza en el corazón y es espiritual, modifica la historia, nos compromete públicamente, activa solidaridad que desde ahora protegen personas y criaturas de las ansias de los lobos, en el nombre y fuerza del Ángel Pastor.


Así, los hijos y las hijas de la Iglesia pueden hoy encontrar millones de jóvenes y de otros hombres y mujeres de buena voluntad que han escuchado el grito de los pobres y de la tierra dejándose tocar el corazón. Son muchas también las personas que desean, a través de una relación más directa con la creación, una nueva armonía que los lleve más allá de tantas laceraciones. Por otro lado, además «el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje» (Sal 18,1-5).


El Espíritu nos dé la capacidad de escuchar la voz de quien no tiene voz. Veremos, entonces, lo que los ojos aún no ven: ese jardín, o Paraíso, al que solo nos acercamos acogiendo y cumpliendo cada uno su propia tarea.


Saludos 


Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor el don de saber cultivar una espiritualidad capaz de hacer germinar ese grano de trigo que como semilla de esperanza ha sido depuesto en el sepulcro, Cristo muerto y resucitado por nuestra salvación, de modo que el cielo y la tierra proclamen siempre la gloria de Dios y la obra de sus manos (cf. Sal 18,1-5). Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


Queridos hermanos y hermanas:


Seguimos reflexionando sobre la Resurrección de Cristo y su relación con los desafíos del mundo actual. Uno de estos desafíos es la necesidad de una mirada contemplativa y de una conversión que no reduzca el cuidado de la creación a una serie de respuestas a determinadas cuestiones urgentes.


En el relato evangélico de la mañana de Pascua, encontramos a María Magdalena en el jardín del sepulcro que llora la ausencia de Jesús. Es una imagen que nos evoca también el dolor que sentimos al ver la creación privada de su verdadero sentido, explotada y degradada. Pero Jesús va al encuentro de María, que aunque al inicio lo ve como el simple cuidador de ese jardín del Edén (cf. Gn 2,5), después llega a reconocerlo como el Maestro y el Señor que hace nuevas todas las cosas. Esta conversión, que comienza en el corazón y es espiritual, cambia la historia, nos compromete y nos impulsa a trabajar por el Reino sabiéndonos administradores de los bienes que Dios nos ha entregado.