martes, 4 de febrero de 2025

Martes de la IV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (12,1-4):

Hermanos: Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.

Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

Palabra de Dios

Salmo 21,R/. Te alabarán, Señor, los que te buscan

Santo Evangelio según san Marcos (5,21-43):

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar.

Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:

«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».

Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando:

«Con solo tocarle el manto curaré».

Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:

«Quién me ha tocado el manto?».

Los discípulos le contestaban:

«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “Quién me ha tocado?”».

Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los píes y le confesó toda la verdad.

Él le dice:

«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:

«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

«No temas; basta que tengas fe».

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:

«¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida».

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:

«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.

Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Palabra del Señor

Compartimos:

Dos milagros, uno “gordo”, en comparación con el otro. Una curación, aunque sea muy importante, y una vuelta a la vida. En ambos casos, se resalta la importancia de la fe, de la mujer con flujo de sangre, por un lado, y del padre de la niña, por otro. Por la fe se pusieron en camino, se acercaron al Señor, lucharon entre la multitud para llegar al Maestro, una para sólo tocar su manto, el otro para hablar y pedirle que se fuera con él.


En esto dos milagros se nos invita a pensar sobre la fe, la esperanza y la misericordia de Dios. En estos versículos, Jesús realiza dos actos de compasión profunda: la curación de la hija de Jairo, un líder de la sinagoga, y la sanación de una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años. Ambas historias se entrelazan en un mensaje claro sobre la confianza en el poder divino.


Jairo, un hombre de una posición destacada, se acerca a Jesús, totalmente desesperado. Su hija, que está al borde de la muerte, lo ha llevado a buscar la ayuda de aquel Maestro que ha hecho tanto bien en Galilea. La actitud de Jairo, que deja a un lado su orgullo y su estatus para rogar por la vida de su hija, nos muestra un corazón humilde y abierto a la intervención de Dios. Su fe en Jesús es el motor de la sanación, pues cree que Él puede salvar a su hija. Este acto de fe es respondido por Jesús, quien le dice: «No temas, basta que tengas fe». La invitación de Jesús a Jairo nos llama a confiar en Él incluso cuando las circunstancias parecen ser las más adversas. Casi mortales.


Mientras Jesús se dirige hacia la casa de Jairo, se entrelaza otro episodio: una mujer que lleva doce años sufriendo de hemorragias crónicas se acerca a Jesús con la firme intención de tocar su manto. Esta mujer, al igual que Jairo, está desesperada, pero su fe es tal que cree que con solo tocar el manto de Jesús será sanada. A pesar de la multitud que rodea a Jesús, ella logra acercarse y, al instante, siente que su cuerpo ha sido curado. Jesús, al darse cuenta de lo que ha sucedido, se detiene y pregunta: «¿Quién me ha tocado?» Esta pregunta, aunque parece dirigida a una multitud, tiene una intención clara: sacar a la mujer de la oscuridad de su sufrimiento y hacerle comprender que ha sido su fe la que la ha sanado. «Tu fe te ha salvado», le dice Jesús, restaurando no solo su salud física sino también su dignidad social y espiritual.


Este pasaje nos muestra dos aspectos clave de la fe: la persistencia y la confianza. Jairo no permite que la muerte de su hija o las noticias negativas lo alejen de la esperanza en Jesús. La mujer, por su parte, no se deja vencer por la multitud ni por su enfermedad, sino que persiste en su deseo de ser sanada por Jesús, creyendo que su poder es suficiente. Ambos ejemplos nos enseñan que la fe en Jesucristo no es simplemente algo pasivo, sino una fe activa que nos lleva a buscarle con insistencia y a confiar plenamente en su poder de sanación y restauración.


Finalmente, este texto también nos recuerda la compasión infinita de Dios. Jesús no hace distinciones entre las personas, sino que atiende a todos aquellos que, con fe, se acercan a Él. La respuesta de Jesús ante la fe de Jairo y de la mujer demuestra que no importa el estatus social, la enfermedad o el sufrimiento; Dios siempre está dispuesto a sanar, restaurar y dar vida.


Que este pasaje nos impulse a renovar nuestra fe, a acercarnos a Jesús con confianza y a creer que, en Él, encontramos la verdadera curación, tanto en cuerpo como en alma.

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