Primera Lectura
Lectura del libro del Apocalipsis (20,1-4.11-15):
Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Sujetó al dragón,
la antigua serpiente, o sea, el Diablo o Satanás, y lo encadenó por mil años; lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima, para que no extravíe a las naciones antes que se cumplan los mil años. Después tiene que ser desatado por un poco de tiempo. Vi unos tronos y se sentaron sobre ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen y no habían recibido su marca en la frente ni en la mano. Estos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años.
Vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. De su presencia huyeron cielo y tierra, y no dejaron rastro. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar devolvió a sus muertos, Muerte y Abismo devolvieron a sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras. Después, Muerte y Abismo fueron arrojados al lago de fuego —el lago de fuego es la muerte segunda—. Y si alguien no estaba escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.
Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.
Palabra de Dios
Salmo 83 R/. He aquí la morada de Dios entre los hombres.
Santo Evangelio según san Lucas (21,29-33):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola:
«Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano.
Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.
En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Palabra del Señor
Compartimos:
Las expresiones “estas cosas” y “todo eso”, casi idénticas en el texto original, ha servido de grapa para unir dos enseñanzas de Jesús independientes en su origen: una parábola sobre los signos del tiempo mesiánico y una llamada a su generación a que perciba que ya está inmersa en los acontecimientos salvíficos finales. Quizá la expresión “todo esto” no signifique lo mismo en ambos contextos. Un documento de la Pontificia Comisión Bíblica de 1964, época del Vaticano II, advierte que los evangelios no siempre transmiten los dichos de Jesús en el orden cronológico en que él los pronunció, ni tampoco en su exacta literalidad, sino con variaciones, conservando el sentido que él les daba.
Pertenece a la primera época de la actividad de Jesús la llamada al júbilo, a abrir los ojos ante lo que está sucediendo: él va realizando acciones compasivas, curando tristezas, dirigiendo palabras de perdón, acogiendo a pecadores públicos y otros marginados, curando a enfermos físicos o psíquicos. Libera a muchos de la angustia, contagia salud mental invitando a contemplar al Dios Padre y providente que alimenta hasta a los impuros gorriones: “no andéis angustiados… Ya sabe vuestro Padre…” (Lc 12,29-30). Dios ha comenzado a reinar, las cosas van siendo como él desea que sean, y los seguidores de Jesús ven “todo esto”.
Nosotros, como aquellos discípulos, debemos acoger la llamada del Maestro a observar “esas cosas” que están ya sucediendo y, en consecuencia, exclamar: efectivamente “el reino de Dios está en medio de nosotros” (Lc 17,21). Fijémonos en la reciente reacción humanitaria, generosa y desinteresada, de creyentes y no creyentes, en favor de los damnificados de Valencia (mientras los políticos se debatían de forma vergonzante en otros intereses); Jesús habrá dicho también: si todo eso sucede… el Reino de Dios anda de por medio. Hace años, algunos políticos, hablaban de “brotes verdes”, signos de superación de una gran crisis económica; Jesús invita a observar el verdor de las yemas de la higuera, o, en otro momento, el color dorado del trigo (Jn 4,35). Ojalá el Señor nos conceda ojos limpios para percibir esos “brotes verdes” de su salvación.
El segundo dicho, aparentemente relacionado con el cuándo de la llegada de la salvación, crea más problemas de comprensión, pues hace suponer en Jesús un error de cálculo, como si fuese un adepto de cualquier secta excéntrica de nuestro tiempo. Aquí es obligado aludir a un problema filológico. Jesús, plenamente encarnado en su tiempo y cultura, habló en un idioma muy pobre en conjunciones. Según los expertos, casi la totalidad de los textos evangélicos que suenan “antes que” o “no antes que” son traducción errónea al griego de frases arameas ambiguas; y nosotros dependemos de esa mala traducción (¡también nosotros estamos sometidos a la limitación de la encarnación!). El dicho en sí, independiente de la parábola que lo precede, debe de referirse a toda la obra salvífica de Jesús, que forma un todo desde su encarnación hasta su resurrección y parusía. Y la generación contemporánea de Jesús ya está disfrutando de ese hecho salvífico global; no es para ella solo objeto de esperanza, sino de disfrute actual. Quizá la traducción correcta sería: “Todo eso es ya una realidad en esta generación”. Y esto nos invita nuevamente a contemplar “todas estas cosas”, la salvación ya en marcha, y valorar lo que nos ha tocado en suerte. Acojamos gozosos su magisterio, sus palabras que “no pasarán”; es una especie de juramento en labios de Jesús.
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