jueves, 28 de noviembre de 2024

Jueves de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (18,1-2.21-23;19,1-3.9a):

Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con gran autoridad, y la tierra se deslumbró con su resplandor. Y gritó con fuerte voz:

«Cayó, cayó la gran Babilonia. Y se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo, en guarida de todo pájaro inmundo y abominable.

Un ángel vigoroso levantó una piedra grande como una rueda de molino y la precipitó al mar diciendo:

«Así, con este ímpetu será precipitada Babilonia, la gran ciudad, y no quedará rastro de ella. No se escuchará más en ti la voz de citaristas ni músicos, de flautas y trompetas. No habrá más en ti artífices de ningún arte; y ya no se escuchará en ti el ruido del molino; ni brillará más en ti luz de lámpara; ni se escuchará más en ti la voz del novio y de la novia, porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra y con tus brujerías embaucaste a todas las naciones».

Después de esto oí en el cielo como el vocerío de una gran muchedumbre, que decía:

«Aleluya La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos. Él ha condenado a la gran prostituta que corrompía la tierra con sus fornicaciones, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos».

Y por segunda vez dijeron:

«¡Aleluya!».

Y el humo de su incendio sube por los siglos de los siglos.

Y me dijo:

«Escribe: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero”».

Palabra de Dios

Salmo 99,R/. Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero.

Santo Evangelio según san Lucas (21,20-28):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que entonces está cerca su destrucción.

Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en ella; porque estos son “días de venganza” para que se cumpla todo lo que está escrito.

¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días!

Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo para este pueblo.

“Caerán a filo de espada”, los llevarán cautivos “a todas las naciones”, y “Jerusalén será pisoteada por gentiles”, hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles.

Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.

Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.

Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».

Palabra del Señor

Compartimos:

Los primeros predicadores cristianos no eran arqueólogos de los dichos y hechos de Jesús; no los conservaron como intocables piezas de museo, sino como material vivo, que siempre había que actualizar y explicar, a veces ampliándolo; Jesús no dejó tras de sí papagayos, sino heraldos y catequistas. Y los evangelistas recogieron aquellas catequesis que los precedían e hicieron lo mismo con ellas: ampliar, explicar, actualizar.


Hoy nos encontramos muy probablemente con un núcleo de predicación de Jesús en que él mismo echa mano de la imaginería apocalíptica preexistente, cataclismos celestes y maremotos, y que el evangelista actualiza con descripciones tomadas de la historia reciente, conocida por él y por sus lectores: guerra de en torno al año 70 entre Israel y Roma, Jerusalén cercada por los ejércitos imperiales, matanza indiscriminada de judíos como castigo por su rebelión, abundante captura de rehenes y deportación, desplazamientos de población… Las guerras son poco originales, todas se parecen.


Ese es el marco en el que el evangelista encuadra su mensaje, que tiene una enseñanza actual para sus fieles. Ellos conocen la destrucción del pueblo judío y, como otros cristianos de las primeras décadas, o incluso siglos, solo pueden entenderla como abandono de Dios a un pueblo infiel, que no acogió ni reconoció a su Mesías. Precisamente en este evangelio encontramos aquellas lágrimas de Jesús sobre la ciudad santa, lamentando que “el mensaje de paz está escondido a tus ojos…porque no entendiste el momento de mi venida” (Lc 19,41.43). A sus fieles hace el evangelista una advertencia muy seria: con los dones de Dios no se juega, mucho menos con el don supremo del envío de su Hijo; hay que vivir atentos, percibir su presencia, no dejar pasar la ocasión…


Ignoramos en qué medida los destinatarios de este evangelio, de procedencia predominantemente no judía, admitían o siquiera entendían el simbolismo apocalíptico, con sus calamidades, estragos y hecatombes. En todo caso, conocen guerras y persecuciones, y quizá algunos de ellos están sufriendo esas situaciones de angustia. El evangelista, como oportuno pastor y fiel creyente en las promesas de Jesús, les asegura que, venga lo que viniere, ellos están predestinados a disfrutar la gloria del Maestro ya triunfador; al Hijo del Hombre nadie le arrebatará su soberanía, y sus fieles saldrán airosos de toda prueba, pueden andar con la cabeza muy alta.

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