Lectura del libro del Eclesiástico (51,12-20):
Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor, Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza.
Palabra de Dios
Salmo 18,R/. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón
Santo Evangelio según san Marcos (11,27-33):
En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?» Jesús les respondió: «Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme.» Se pusieron a deliberar: «Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le habéis creído?" Pero como digamos que es de los hombres...» (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta.) Y respondieron a Jesús: «No sabemos.» Jesús les replicó: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»
Palabra del Señor
Compartimos:
En el Evangelio de hoy le preguntan a Jesús “con qué autoridad” hacía las cosas y “quién le había dado tal autoridad”. Cuando la autoridad nace del cargo que uno ocupa, del poder que tiene, del dinero que posee y de la fama, normalmente esta autoridad se impone y busca el dominio del otro; intenta subyugarlo, controlarlo y tenerlo amarrado. El poder, el dinero y la fama buscan privilegios, e incluso intentan controlar a Dios.
Hay también otra autoridad que busca la dignificación y la promoción de las personas; su objetivo es el crecimiento y desarrollo de las personas; y se ejerce en servicio a los demás sin buscar su propio beneficio personal y social. Es la autoridad de quien ha comprendido que “mandar es servir” y la ejerce con amor sin usar la fuerza y buscando convencer más que imponer.
Existe además la autoridad moral: el propio testimonio de vida. Jesús decía “si no me creen a Mí, crean a mis obras, pues ellas hablan de Mi”. Es la autoridad de quien ha hecho de su vida un servicio desinteresado a los pobres y excluidos, e incluso ha dado su propia vida por su liberación total. Es la autoridad del testimonio verdadero y nítido de la persona de bien que se conoce por sus obras, porque “un árbol bueno no da frutos malos, y un árbol malo no da frutos buenos”.
En este mundo de las comunicaciones globales qué importantes son los gestos de bondad, misericordia y amor; producen espontáneamente reacciones y sentimientos positivos. Ya se dice que “un gesto vale por mil palabras”. Es la evangelización más convincente porque como decía el Beato Pablo VI “el mundo de hoy escucha con más gusto a los testigos”. San Pablo decía a los cristianos de Tesalónica: “ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien”.
Amiga y amigo lector: nuestra fuerza –autoridad- está en el amor y en hacer el bien. Ojalá también hoy puedan decir de nosotros, cristianos del siglo XXI, lo mismo que decían de los cristianos del siglo primero “Mirad cómo se aman. Hermanos qué tenemos que hacer para ser como ustedes”. El libro del Eclesiástico decía de los hombres de bien: “Hagamos el elogio de los hombres de bien…Hay quienes no dejaron recuerdo y acabaron al acabar su vida, fueron como si no hubieran sido… No así los hombres de bien: su esperanza no se acaba, sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos… Su recuerdo dura por siempre, su caridad no se olvidará” (44, 1.9-13).
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