Joaquín Royo Pérez nació en Hinojosa de Jarque, diócesis de Teruel, quizá el mismo 3 de octubre de 1691, día en que fue bautizado. El 24 de marzo de 1709 ingresaba en el Convento del Pilar de los dominicos en Valencia. Profesó en el de predicadores de la misma ciudad del Turia el 25 de marzo de 1710.
El joven Royo Pérez fue considerado como auténtico ejemplo de vida religiosa y se pusieron en él grandes esperanzas. Conocía las relaciones que mandaban los misioneros de China, y consciente de la necesidad que tenían aquellas cristiandades de nuevos misioneros, cuando era subdiácono se ofreció voluntario, y, en compañía de otros cuarenta dominicos, el 17 de septiembre de 1712 embarcó en Cádiz hacia Filipinas. Se ordenó subdiácono en la mexicana Puebla de los Ángeles. A Manila llegaron en agosto de 1713. Ordenado sacerdote en 1715, el 12 de junio del mismo año fue enviado a la misión de Fogan. Allí se dedicó a catequizar a los neófitos y atraer a los que habían renegado. A pesar de la dureza de la persecución, en 1717 se hizo cargo de las comunidades cristianas de Kiang-si y Che-Kiang.
En 1722 regresó a Fukien al ser elegido vicario provincial de aquellos frailes misioneros, responsabilidad que tendría en varias ocasiones más. Atendía sacerdotalmente a los grupos cristianos más desatendidos y a varios misioneros enfermos, al mismo tiempo que tenía que defenderse de la persecución que le rodeaba.
Unos treinta años de agotadora actividad y de incansable dedicación a los demás, siempre en peligro de muerte, tenía que aprovechar las noches para ejercer el sagrado ministerio y no ser apresado, expuesto a las inclemencias del tiempo con incómodos desplazamientos, y sin tiempo para cuidar de sí mismo, contrajo una molesta dolencia que le duró toda la vida y que le puso varias veces en trance de muerte. Fue nombrado obispo coadjutor del administrador apostólico, aunque no llegó a ser consagrado. A partir de 1738 una tregua le permitió redoblar sus actividades, pero en abril de 1746 recrudeció implacable la persecución.
Los cristianos fueron perseguidos y sometidos a horrendas torturas para que delatasen a los misioneros.
Fuera por obediencia religiosa, como testifican algunos, o por compasión hacia los pobres cristianos cuya situación era insostenible, decidió entregarse.
El 2 de julio se sentó debajo de un árbol para no comprometer a nadie y fue hecho prisionero con otros misioneros, encarcelado y sometido a largos interrogatorios, torturas y malos tratos. En mayo de 1748 se le marcó en la mejilla la señal de reo de muerte y el 28 de octubre era asfixiado en la cárcel de Foochow. El papa León XIII lo beatificó el 14 de mayo de 1893, y lo canonizó Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000. La Orden de Frailes Predicadores celebra su memoria el 15 de enero, junto con los demás compañeros mártires de China.
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