martes, 9 de agosto de 2022

Martes de la 19ª semana del Tiempo Ordinario

Lectura de la profecía de Ezequiel (2,8–3,4):

Así dice el Señor: «Tú, hijo de Adán, oye lo que te digo: ¡No seas rebelde, como la casa rebelde! Abre la boca y come lo que te doy.» Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un documento enrollado. Lo desenrolló ante mí: estaba escrito en el anverso y en el reverso; tenía escritas elegías, lamentos y ayes. Y me dijo: «Hijo de Adán, come lo que tienes ahí, cómete este volumen y vete a hablar a la casa de Israel.» Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome: «Hijo de Adán, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy.» Lo comí, y me supo en la boca dulce como la miel. Y me dijo: «Hijo de Adán, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras.»

Palabra de Dios

Salmo 118,R/. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,1-5.10.12-14):

En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?»

Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. ¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.»

Palabra del Señor

Compartimos:

La teoría darwiniana nos ha enseñado que la evolución fue posible gracias a la dinámica de la supervivencia del más fuerte. Los débiles, los enfermos y los pequeños de todas las especies quedaron colgados, mientras que la evolución favoreció a los fuertes, a los sanos, a los poderosos. Y, así, la evolución ha llegado al nivel de la especie humana, donde se ha producido un cambio cualitativo: en los humanos, la evolución ha tomado conciencia de sí misma. ¿Hay más evolución? Tiene que haberla. Sin embargo, todos los intentos de esta evolución consciente de favorecer a los fuertes, a los sanos y a los poderosos sólo nos han servido para evolucionar hacia atrás. Tal vez el siguiente nivel de evolución, que parece ser hacia una mayor espiritualización, debe abrazar lo contrario del principio de la supervivencia del más fuerte. Debe abrazar la supervivencia del más débil. La evolución espiritual sólo puede funcionar según la dinámica de la kenosis, que Cristo ha modelado para nosotros (cf. Fil. 2: 4-11) y nos enseña hoy con el ejemplo de un niño pequeño.

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