Habla, Espíritu Santo, y forma
un manantial en mi corazón
cuya agua pura y saludable
salve al más grande pecador,
al más incurable lo sane
abriéndole los ojos,
y perdone al más culpable
reabriéndole los cielos.
Más que a la Magdalena,
que a Lázaro en la tumba
y que a la Samaritana,
te pido de esta agua.
Beberla quiero, te lo pido,
sé que es un don precioso.
Cuanto más grande sea este favor,
más glorioso serás.
Sostén mi impotencia,
soy caña viviente.
Detén mi inconstancia,
Pues cambio más que el viento.
Disipa mi ignorancia,
soy ciego de nacimiento.
(De San Luis María de Montfort)
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