La Cuaresma es tiempo catecumenal, así lo entendió la Iglesia cuando dispuso que la cuaresma fuese el último toque a todo el camino de los catecúmenos que habían de bautizarse en la Vigilia de Pascua. En realidad nunca dejamos de ser discípulos que necesitan aprender. "Cada mañana despierta mi oído para escuchar como un discípulo" (Is 50,4).
Este ciclo C nos invita leer la historia de salvación, recordamos las distintas alianzas de Dios con los hombres, nos prepara para celebra la alianza nueva y eterna. Recordamos las acciones de Dios, como prenda de la esperanza de las nuevas acciones que deseamos y anticipamos en el futuro.
Al desierto como Elías se va a recargar las pilas, a reencontrarse con Dios, a huir del peligro de contaminarse en un mundo que había claudicado ante Baal. El Espíritu nos empuja hoy fuertemente como a Jesús a ir al desierto (Mc 1,12) a salir de nuestra vida de comodidad, de rutinas, adentrarnos en el silencio del desierto "tierra sombría y seca, en donde nadie se asienta"(Jr 2,7).
"El desierto lleva en sí el signo de la aridez, del desaliento de los sentidos, tanto para la vista como para el oído; lleva en sí el signo de la pobreza, de la austeridad, de la sencillez más absoluta; el signo de la total impotencia del hombre que descubre su debilidad porque no puede subsistir en el desierto y se ve obligado a buscar su fuerza y su amparo en Dios sólo. Por otra parte Dios es quien lleva al desierto, porque el espíritu no puede ser mantenido allí sin ser sostenido directamente por Dios. Para ir al desierto hay que creer que Dios puede venir a encontrarnos en la oración" (R. Voillaume).
Podemos engañarnos a nosotros mismos pensando que estamos desprendidos, cuando la realidad estamos apegados a todo aquello que disfrutamos. Sólo cuando hemos pasado la prueba de la privación podremos decir con San Pablo: "Sé andar sobrado y sé andar escaso; estoy avezado a todo y en todo; a la saciedad y al hambre, a la abundancia y a la privación" (FLp 4,12).
El deseo de ayunar debe ir acompañado del deseo de Dios. La experiencia de que el alimento es de este mundo pero anhelamos esa presencia viva de la que podemos saciarnos cada día en el banquete de la Eucaristía, lugar para convertirnos en verdaderas esposas y discípulos de Jesús, para compartir con honradez la alegría, con profunda fe la vida que nos comunica el Cuerpo de Cristo. Es donde puede darse el dialogo fraterno y sereno como una alianza diaria que provoca la alegría de una obediencia sencilla y fructuosa.
La penitencia no tiene valor en sí misma, pero nos sirve para poner las cosas en su sitio. Nos une comunitariamente con su muerte y Resurrección. Reconocemos la culpa y la bondad de Dios. Es una actitud expectante del hombre ante los beneficios de Dios bueno y misericordioso.
La vida de oración nos deja disponibles para un encuentro con Dios en su Palabra. Ahí nos invita a escuchar la voz del Padre e identificarnos como hijos queridos. Puede que la voz del tentador nos llene de dudas, necesitaremos más oración y el discernimiento para descubrir confrontando con la voz de Dios.
Hacemos este camino renovando nuestras miserias en continua conversión ofreciendo la grandeza de nuestra misión Orante-contemplativa al servicio del Reino de Dios.
La entrega, la caridad, la disponibilidad, florece como ofrenda agradable a Dios, siguiendo el ejemplo de N. S. Jesucristo, "el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2 Cor 8,9).
Cualquier aflicción que podamos sufrir se traduce en gozo para nuestros hermanos. La experiencia te hace más sensible y más solidarios. Es un momento para vivir en comunidad lo que significa reconciliación fraterna, la sanación de todas las heridas para vivir desde Cristo toda dolencia humana, de toda clase de viajeros, emigrantes, abandonados.
Somos seducidos por algunas cosas y paralizados por otras que nos impiden movilizarnos, para ser piedras vivas en la Iglesia de Jesucristo que nos ofrece constantemente belleza, luz, silencio y alabanza. Es una tarea para evangelizarlas hasta llegar a la Pascua con un corazón nuevo en la novedad del Dios Altísimo.
"Os he llevado sobre alas de águila" (Ex 19,4), Es Dios quien pronuncia estas palabras para recordar a Israel, cuando va a pactar la alianza con él, siempre ha estado cercano a su pueblo, lo ha protegido, defendido y custodiado con la misma ternura que un águila protege, defiende y custodia a los propios aguiluchos.
El evangelio ilumina todos nuestros pasos, nuestros encuentros, nuestros proyectos para conocernos mejor, y pueda darse una comunicación liberadora que respeta y ama al hermano/a. El dialogo será fluido y rico que puede favorecer un clima de paz serena, bendiciendo y siendo bendecidos por los otros.
El camino de la libertad se camina en humildad, en responsabilidad de quién vigila en oración para no apartarse de la ruta que libera, dando vida que florece en un nuevo amanecer glorioso.
Jesús resucita como primogénito de muchos hermanos, nuestra alegría por él se convierte en la gozosa esperanza de morir al "pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro".
Sor María Pilar Cano, O.P
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