“La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge” (Francisco). No se trata de una acogida fruto de la resignación, sino de la fortaleza, esa fortaleza que es un don del Espíritu Santo y nos da fuerza para enfrentarnos a situaciones inesperadas y difíciles sin ira y sin rencor. Este camino que nos muestra José, dice el Papa, nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27), es «padre de los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6) y nos ordena amar al extranjero. Añade Francisco con mucha finura: “Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso”.
Esta figura de José que acoge tiene hoy una gran actualidad. Son muchas las personas e instituciones que, ante la tragedia de los millones de personas que salen de Ucrania a causa de la guerra, adoptan una actitud acogedora, bien poniendo a disposición de esas personas viviendas, o bien entregando alimentos y, sobre todo, dinero, para que las instituciones serias y de fiar puedan ayudarles. José también se vio obligado a salir de su tierra, emigrando a Egipto, para salvar a su mujer y a su hijo, cuando Herodes pretendía matarlos. ¡Ojalá que a todas esas personas que se ven forzadas a dejar Ucrania les pase como a José que, cuando desapareció el peligro, pudo regresar a su tierra!
Desde otra perspectiva la figura de José, padre que acoge, resulta muy actual. Frente a aquellos que dan importancia a la sangre y creen que esos son los vínculos fundamentales, hoy se tiende a dar importancia a otros vínculos que estarían representados (no sólo ni principalmente, pero también) en la adopción. Más aún, José es figura de la paternidad que ensalza Jesús. Pues para Jesús lo importante no es la carne o la sangre, sino la acogida. Es padre el que acoge y recibe con amor a su hijo. Lo que une no es la sangre, lo que une es el amor. Esos son los lazos más fuertes, los más irrompibles. Cuando dos se aman, ¡qué importa la raza, el color, la edad, qué importa si uno es indio o es español! José amaba a María y a Jesús. No porque llevaban su sangre, sino porque les acogió.
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