Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la liturgia de hoy, primer domingo de Cuaresma, nos lleva al desierto, donde Jesús es conducido por el Espíritu Santo durante cuarenta días para ser tentado por el diablo (cf. Lc 4,1-13). También Jesús fue tentado por el diablo, y nos acompaña a cada uno de nosotros en nuestras tentaciones. El desierto simboliza la lucha contra las seducciones del mal, para aprender a elegir la verdadera libertad. De hecho, Jesús vive la experiencia del desierto justo antes de comenzar su misión pública. Es precisamente a través de esa lucha espiritual que afirma con decisión qué tipo de Mesías pretende ser. No un mesías “así”, sino “así”. Diría que esta es propiamente la declaración de identidad mesiánica de Jesús, del camino mesiánico de Jesús. “Yo soy Mesías, pero por este camino”. Miremos entonces las tentaciones contra las que lucha.
El diablo se dirige a él dos veces diciendo: «Si eres el Hijo de Dios...» (vv. 3.9). Es decir, le propone sacar provecho de su posición: primero, para satisfacer las necesidades materiales que siente (cf. v. 3), el hambre; luego, para aumentar su poder (cf. vv. 6-7); finalmente, para obtener una señal prodigiosa de Dios (cf. vv. 9-11). Tres tentaciones. Es como si dijera: "Si eres el Hijo de Dios, saca provecho". Cuántas veces nos sucede esto a nosotros: “Estás en esa posición, ¡aprovéchate! No pierdas la oportunidad, la ocasión”, es decir, "piensa en tu propio beneficio". Es una propuesta seductora, pero conduce a la esclavitud del corazón: nos obsesiona con el ansia de tener, lo reduce todo a la posesión de cosas, de poder y de fama. Este es el núcleo de las tentaciones. Es "el veneno de las pasiones" en el que se arraiga el mal. Miremos en nuestro interior y veremos que siempre nuestras tentaciones tienen este modelo, siempre este modo de actuar.
Pero Jesús se opone victoriosamente a la atracción del mal. ¿Cómo lo hace? Respondiendo a las tentaciones con la Palabra de Dios, que dice que no hay que aprovecharse, que no hay que utilizar a Dios, a los demás y las cosas para uno mismo, que no hay que aprovecharse de la propia posición para adquirir privilegios. Porque la verdadera felicidad y la libertad no están en el poseer, sino en el compartir; no en aprovecharse de los demás, sino en amarlos; no en la obsesión por el poder, sino en la alegría del servicio.
Hermanos y hermanas, estas tentaciones también nos acompañan a nosotros en el camino de la vida. Debemos estar atentos, no nos asustemos —le ocurre a todos— y estar atentos, porque a menudo se presentan bajo una aparente forma de bien. De hecho, el diablo, que es astuto, siempre utiliza el engaño. Quería que Jesús creyera que sus propuestas eran útiles para demostrar que realmente era el Hijo de Dios.
Y quisiera subrayar una cosa. Jesús no dialoga con el diablo. Jesús nunca dialogó con el diablo. O lo expulsaba, cuando sanaba a los endemoniados, o como en este caso, teniendo que responder lo hace con la Palabra de Dios, jamás con su palabra. Hermanos y hermanas, nunca entren en diálogo con el diablo, es más astuto que nosotros. ¡Jamás! Aférrense a la Palabra de Dios como Jesús y, al máximo, respondan siempre con la Palabra de Dios. Y por esta vía no nos equivocaremos.
Y así lo hace con nosotros: el diablo: a menudo llega "con ojos dulces", "con cara de ángel"; ¡incluso sabe disfrazarse de motivaciones sagradas, aparentemente religiosas! Si cedemos a sus halagos, acabamos justificando nuestra falsedad enmascarándola con buenas intenciones. Por ejemplo, cuántas veces hemos escuchado esto: “He hecho cosas extrañas, pero he ayudado a los pobres”; “me he aprovechado de mi rol —de político, de gobernante, de sacerdote, de obispo—, pero también para hacer el bien”; “he cedido a mis instintos, pero al final no le he hecho daño a nadie”, estas justificaciones y cosas por el estilo, una detrás de otra. Por favor, ¡no hay que hacer tratativas con el mal! ¡Con el diablo, nada de diálogo! Con la tentación no se debe dialogar, no debemos caer en ese adormecimiento de la conciencia que nos hace decir: “Pero en el fondo, no es grave, ¡todos lo hacen así!”. Fijémonos en Jesús, que no busca acomodarse, no pacta con el mal. Se opone al diablo con la Palabra de Dios, que es más fuerte que el diablo, y así vence las tentaciones.
Que este tiempo de Cuaresma sea también para nosotros un tiempo de desierto. Dediquemos un espacio al silencio y a la oración —un poquito, nos hará bien—, en estos espacios detengámonos y miremos lo que se agita en nuestro corazón, nuestra verdad interior, aquella que sabemos que no puede ser justificada. Hagamos claridad interior, poniéndonos ante la Palabra de Dios en la oración, para que tenga lugar en nosotros una lucha beneficiosa contra el mal que nos hace esclavos, una lucha por la libertad.
Pidamos a la Virgen Santa que nos acompañe en el desierto cuaresmal y nos ayude en nuestro camino de conversión.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
En Ucrania corren ríos de sangre y de lágrimas. No se trata solo de una operación militar, sino de guerra, que siembra muerte, destrucción y miseria. El número de víctimas aumenta, al igual que las personas que huyen, especialmente las madres y los niños. En ese país atormentado crece dramáticamente a cada hora la necesidad de ayuda humanitaria.
Hago un llamamiento apremiante para que se aseguren realmente los corredores humanitarios y se garantice y facilite el acceso de la ayuda a las zonas asediadas, con el fin de proporcionar un alivio vital a nuestros hermanos y hermanas oprimidos por las bombas y el miedo.
Agradezco a todos los que acogen a los prófugos. Por encima de todo, imploro que cesen los ataques armados, para que prevalezcan las negociaciones —y prevalezca el sentido común— y para que se vuelva a respetar el derecho internacional.
Y también quiero dar las gracias a los periodistas que, para garantizar la información, arriesgan sus propias vidas. Gracias, hermanos y hermanas, por este servicio. Un servicio que nos permite estar cerca del drama de esa población y nos permite evaluar la crueldad de una guerra. Gracias, hermanos y hermanas.
Recemos juntos por Ucrania: tenemos sus banderas frente a nosotros. Recemos juntos, como hermanos, a Nuestra Señora, Reina de Ucrania. Ave María...
La Santa Sede está dispuesta a todo, a ponerse al servicio de esta paz. En estos días, dos cardenales han partido a Ucrania, para servir a la gente, para ayudar. El Cardenal Krajewski, Limosnero, para llevar ayuda a los necesitados, y el Cardenal Czerny, Prefecto ad interim del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. La presencia de los dos cardenales allí es la presencia no solo del Papa, sino de todo el pueblo cristiano que quiere acercarse y decir: "¡La guerra es una locura! ¡Deténganse, por favor! ¡Miren qué crueldad!".
Los saludo a todos, romanos y peregrinos venidos de Italia y de diferentes países. En particular, saludo a los fieles de Concord, California, a los de varias ciudades de Polonia y a los de Córdoba y Sobradiel en España. Saludo a la comunidad del Seminario Francés de Roma con sus familias; a los fieles de Vedano al Lambro; a los jóvenes de Saronno, Cesano Maderno, Baggio y Valceresio, de la diócesis de Milán, y a los de Papiano y Cerqueto, de la diócesis de Perugia. Saludo a los donantes voluntarios de la policía estatal italiana, así como a los participantes en la peregrinación en recuerdo de mi visita a Irak, que tuvo lugar hace justo un año.
Esta tarde, junto con los colaboradores de la Curia Romana, comenzaremos los Ejercicios Espirituales. Llevamos en nuestras oraciones todas las necesidades de la Iglesia y de la familia humana. Y también ustedes, por favor, oren por nosotros.
Les deseo a todos un buen domingo y un fecundo camino de Cuaresma. Un buen almuerzo y hasta pronto.
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