Lectura del libro de Isaías (54,1-10):
EXULTA, estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate; tú que no tenías dolores de parto:
porque la abandonada tendrá más hijos que la casada —dice el Señor—.Ensancha el espacio de tu tienda, despliega los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, afianza tus estacas, porque te extenderás de derecha a izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas. No temas, no tendrás que avergonzarte, no te sientas ultrajada, porque no deberás sonrojarte.
Olvidarás la vergüenza de tu soltería, no recordarás la afrenta de tu viudez. Quien te desposa es tu Hacedor: su nombre es Señor todopoderoso. Tu libertador es el Santo de Israel: se llama «Dios de toda la tierra». Como a una mujer abandonada y abatida te llama el Señor; como a esposa de juventud, repudiada—dice tu Dios—.Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira, por un instante te escondí mi rostro, pero con amor eterno te quiero—dice el Señor, tu liberador—.Me sucede como en los días de Noé: juré que las aguas de Noé no volverían a cubrir la tierra; así juro no irritarme contra ti ni amenazarte.
Aunque los montes cambiasen y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi alianza de paz—dice el Señor que te quiere—.
Palabra de Dios
Salmo. 29 R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Santo Evangelio según san Lucas (7,24-30):
Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Pues ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Mirad, los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío me mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. Porque os digo, entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan. Aunque el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él». Al oír a Juan, todo el pueblo, incluso los publicanos, recibiendo el bautismo de Juan, proclamaron que Dios es justo. Pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de dios para con ellos.
Palabra del Señor
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Un profeta jamás se rebaja a ser una débil caña agitada por cualquier viento, ni se enfunda ostentosos ropajes de lujo. No es voluble ni cambiante, como una veleta o como las modas. No se viste jamás de esplendores y riquezas. La pobreza ha sido siempre el hábito permanente de la profecía. Porque ésta se acredita siempre sobre la roca de la fidelidad y de la insobornable libertad.
Juan es no sólo profeta sino más que profeta, por su condición de precursor de Jesús, el Esperado. Preceder es llegar antes, preparar el camino y, después, desaparecer. Juan Bautista cumple así los requisitos que, para siempre, validan el rango del verdadero profeta. No es ni un entrometido que estorbe; ni juega a deslumbrar o a centrar sobre sí mismo las miradas; tampoco se considera insustituible. Asume que, inmediatamente detrás de él, viene “el más importante”.
Su misión es señalar. Y hacerlo en la correcta dirección. Porque la corrupción de lo profético llega por dos olvidos: el de señalar hacia Dios, al que se debe anunciar y el de hacerlo ante los hombres a los que se debe servir. En realidad, Dios y el hombre están tan unidos que negar a uno de los dos es engaño. El oficio de Juan Profeta genera la espiritualidad de los “ojos abiertos” para verlo todo y reconocer en medio de la maraña de la realidad al Deseado.
La talla de Juan Bautista es enorme. Nadie, según Jesús, la supera, salvo los habitantes del Reino. Las medidas del mayor y del menor vienen ajustadas desde la relación con Jesús, aunque esto nunca lo hayan entendido los poderosos, los adinerados o los famosos de este mundo. Por esa razón, Juan no es un predicador cualquiera a quien se pueda dar largas con excusas. No todos lo entienden así. El evangelio termina relatando que prepararon los caminos para el encuentro del Señor...
¿Existen aún, en estos tiempos áridos de increencia, precursores auténticos? Hoy, el evangelio nos ayuda a no confundirlos. Ellos mantienen viva nuestra espera.
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