San José, una antorcha que iluminaba toda relación humana y que, luchando en la oscuridad de las tinieblas, iba forjando su fe con una espera paciente en la respuesta de Dios.
San José, un hombre espiritual, un maestro de oración, que escuchaba y seguía la voluntad del Padre por encima de todo. Un hombre fiel que cuidaba a sus grandes amores: Jesús y María. Un contemplativo en la acción práctica de cada día, enseñando con palabras y obras.
Modelo de trabajo, con una dedicación intensa haciendo extraordinarias las tareas ordinarias con una alegre ejemplaridad en el cumplimiento de su deber. San José, fue protector y adalid de la Sagrada Familia, buscando siempre la confianza y la apertura a los demás en el olvido de sí mismo, desplegándose en los pequeños detalles familiares y en las labores cotidianas.
Ejemplar educador, partía siempre de una experiencia profunda de oración que se hace vida, con un equilibrio interior, de discreción y silencio lleno del Espíritu de Dios y de entrega diaria, como una sombra que ilumina y protege. Dios actúa siempre a través de eventos y personas, y eligió al hombre prudente y sencillo como una pieza fundamental para llevar a cabo una bella historia de salvación y amor.
Dios confió en José, el humilde carpintero, porque conocía el fondo de su ser, su valentía para afrontar el reto de formar una familia modelo, amando y respetando. En él, el silencio se vuelve obediencia porque la obediencia exige, ante todo, escucha y, San José, hace silencio para poder escuchar el querer de Dios, su voluntad de Amor. Pero, como muchas veces no es fácil discernir ese querer, incluso en el silencio, él siempre cuida de ser fiel; pues, principio es de sabiduría, que de lo que no se entiende, mejor es callar.
Dios nos ayudará a hacer que nuestra familia sea como la suya: un nuevo Nazaret. Es allí, en su silenciosa fidelidad, donde San José se sabe en las manos de Dios y cuidado por ellas. De ahí que su fidelidad se transforme en cuidadora de todo lo que, como él, está puesto en esas manos de amor.
De este modo, San José se convierte en fiel custodio a quien se le confía
la misión de cuidar de Jesús, que como ningún otro estará puesto en las manos del Padre. El camino de San José es pues otro modo de caminar hacia la Pascua, de transitar desde el silencio. Desde un silencio obediente a lo que en el propio corazón se escucha. Desde un silencio cuidado, que se cuida y se busca con el deseo de aprender lo que la Palabra enseña en su camino. Pues cuando la Palabra con mayúscula se hace carne, la carne debe aprender a hacer un Silencio con mayúscula.
El camino de San José es el camino de un silencio que, gustando su fidelidad, busca recrearla, oxigenarla, y hacerla nueva. Es el camino de un silencio que respeta. Que no se apresura a llenarse de juicios y pensamientos en los que el misterio del otro es un dato ya conocido. Es el camino de un silencio que no es mutismo, que no se cierra a la palabra, sino tan sólo se abstiene de ella a fin de hacerla más fecunda todavía.
Pidámosle que nos enseñe a trabajar como él: sin prisa, pero sin pausa, con ejemplaridad confiada, alegre en el cumplimiento de cada día. Gran Patriarca, cuida a nuestras familias, como lo hiciste con María y Jesús.
Sor María Pilar Cano, O.P
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