Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo después de Navidad, la Palabra de Dios no nos presenta un episodio de la vida de Jesús, sino que nos habla de Él antes de que naciera. Nos retrotrae para revelar algo sobre Jesús antes de que viniera entre nosotros. Lo hace sobre todo en el prólogo del Evangelio de Juan, que comienza: «En el principio era el Verbo» (Jn 1,1). En el principio: son las primeras palabras de la Biblia, las mismas con las que comienza el relato de la creación: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1,1). Hoy el Evangelio dice que Aquel que hemos contemplado en su Natividad, como niño, Jesús, existía antes: antes del comienzo de las cosas, antes del universo, antes de todo. Él está antes del espacio y el tiempo. «En Él estaba la vida"» (Jn 1,4) antes de que apareciera la vida.
San Juan lo llama Verbo es decir, Palabra. ¿Qué quiere decirnos? La Palabra sirve para comunicar: no se habla solo, se habla con alguien. Siempre se habla con alguien. Cuando vemos por la calle gente que habla sola, decimos: “A esta persona le pasa algo”. No: nosotros hablamos siempre con alguien. Así pues, el hecho de que Jesús sea desde el principio la Palabra significa que desde el principio Dios se quiere comunicar con nosotros, quiere hablarnos. El Hijo unigénito del Padre (cf. v. 14) quiere decirnos la belleza de ser hijos de Dios; es «la luz verdadera» (v. 9) y quiere alejarnos de las tinieblas del mal; es «la vida» (v. 4) que conoce nuestras vidas y quiere decirnos que las ama desde siempre. Nos ama a todos. Este es el mensaje maravilloso de hoy: Jesús es la Palabra, la Palabra eterna de Dios, que desde siempre piensa en nosotros y desea comunicar con nosotros.
Y para hacerlo, fue más allá de las palabras. En efecto, el núcleo del Evangelio de hoy nos dice que la Palabra «se hizo carne y habitó entre nosotros» (v. 14). Se hizo carne: ¿por qué San Juan usa esta expresión, “carne”? ¿No podría haber dicho, de una manera más elegante, que se hizo hombre? No, usa la palabra carne porque indica nuestra condición humana en toda su debilidad, en toda su fragilidad. Nos dice que Dios se hizo fragilidad para tocar de cerca nuestras fragilidades. Por lo tanto, desde el momento en que el Señor se hizo carne, nada en nuestra vida le es ajeno. No hay nada que Él desdeñe; podemos compartir todo con Él, todo. Querido hermano, querida hermana, Dios se hizo carne para decirnos, decirte que te ama precisamente allí, que nos ama precisamente allí, en nuestras fragilidades, en tus fragilidades; precisamente allí donde nosotros más nos avergonzamos, donde más te avergüenzas. Es audaz: la decisión de Dios es audaz: se hizo carne precisamente allí, donde nosotros tantas veces nos avergonzamos; entra en nuestra vergüenza para hacerse hermano nuestro, para compartir el camino de la vida.
Se hizo carne y no se volvió atrás. No asumió nuestra humanidad como un vestido, que se pone y se quita. No, nunca se separó de nuestra carne. Y jamás se separará de ella: ahora y por siempre está en el cielo con su cuerpo de carne humana. Se unió para siempre a nuestra humanidad; podríamos decir que la “desposó”. A mí me gusta pensar que cuando el Señor le reza al Padre por nosotros, no le habla solamente: le enseña las heridas de la carne, le enseña las llagas que ha sufrido por nosotros. Y este es Jesús: con su carne es el intercesor, quiso llevar también las señales del sufrimiento. Jesús, con su carne, está ante el Padre. El Evangelio dice, en efecto, que vino a habitar entre nosotros. No vino de visita y luego se fue, vino a habitar con nosotros, a estar con nosotros. ¿Qué desea entonces de nosotros? Desea una gran intimidad. Quiere que compartamos con Él alegrías y penas, deseos y temores, esperanzas y tristezas, personas y situaciones. Hagámoslo con confianza, abrámosle nuestro corazón, contémosle todo. Detengámonos en silencio ante el belén para saborear la ternura de Dios que se hizo cercano, que se hizo carne. Y sin miedo, invitémosle a nuestra casa, a nuestra familia, y también —cada uno las conoce bien— invitémosle a nuestras fragilidades. Invitémosle a que vea nuestras llagas. Vendrá y la vida cambiará.
La Santa Madre de Dios, en quien el Verbo se hizo carne, nos ayude a acoger a Jesús, que llama a la puerta del corazón para vivir con nosotros.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
Os renuevo a todos mis buenos deseos para el año que acaba de empezar. Como cristianos huyamos de la mentalidad fatalista o mágica: sabemos que las cosas mejorarán en la medida en que, con la ayuda de Dios, trabajemos juntos por el bien común, poniendo en el centro a los más débiles y desfavorecidos. No sabemos lo que nos traerá el 2021, pero lo que cada uno de nosotros y todos juntos podemos hacer es esforzarnos un poco más en cuidarnos los unos a los otros y a la creación, nuestra casa común.
Es verdad, existe la tentación de ocuparse sólo de los propios intereses, de seguir haciendo la guerra, por ejemplo, de concentrarse sólo en el perfil económico, de vivir de forma hedonista, es decir, buscando sólo satisfacer el propio placer... Existe, esa tentación. He leído en los periódicos algo que me ha entristecido: en un país, no recuerdo cuál, para escapar del confinamiento e irse de vacaciones, esta tarde han salido más de 40 aviones. Pero esa gente, que es buena gente, ¿no ha pensado en los que se quedaban en casa, en los problemas económicos de tanta gente que el confinamiento ha dejado por los suelos, en los enfermos? Solamente en irse de vacaciones y hacer lo que les apetece. Me ha entristecido tanto.
Dirijo un saludo especial a los que empiezan el año nuevo con mayores dificultades, a los enfermos, a los desempleados, a los que viven situaciones de opresión o explotación. Y con afecto deseo saludar a todas las familias, especialmente a aquellas en las que hay niños pequeños o que esperan un nacimiento. Un nacimiento es siempre una promesa de esperanza. Estoy cerca de estas familias: ¡que el Señor os bendiga!
Os deseo a todos un buen domingo, pensando siempre en Jesús que se hizo carne precisamente para habitar con nosotros, en las cosas buenas y en las malas, siempre. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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