Me dispongo a escribir unas líneas con mucha cautela desde una primera y somera lectura sin tiempo para profundizar, dialogar, confrontar pensamiento y generar discusión y debate… Encontrando en algunos números una inspiración para pararme. Me agrada el sabor a Evangelio que atraviesa la Encíclica y la llamada a iniciar cualquier debate desde los verbos que aparecen en el capítulo seis. Una invitación, en una sociedad crispada, al diálogo y a la amistad social: acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar… Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades” (198). Pienso que es desde el diálogo, desde ser Iglesia en comunión, crítica, propositiva, al servicio, comprometida, como podemos tener un proyecto de construir una sociedad abierta más justa, libre, acogedora, solidaria, diversa…
El Papa nos ha presentado con un lenguaje sencillo una foto fidedigna del hoy social desde la dolorosa pandemia de la Covid-19 que atraviesa nuestro mundo, y que ha afectado de forma muy dolorosa a miles de personas, de forma singular a las mujeres, a personas mayores y a las más vulnerables. Francisco ha remarcado las heridas que hace tiempo sufre nuestra sociedad y que, en este tiempo han quedado al descubierto, causadas, muchas veces, por la mala gestión política y económica, por el aumento del desempleo, la especulación financiera, el abuso tecnológico del poder… Las heridas que sobrellevan las personas migrantes, el racismo que aumenta con agresividad en nuestra sociedad. La discriminación de las mujeres, la esclavitud y la trata de personas con fines de explotación, …La Encíclica nos enmarca el problema, nos propone retos y nos compromete desde la coherencia a ir priorizando respuestas como Iglesia en salida situada en las periferias desde la mística de la comunión universal y el cuidado de la creación.
A lo largo del capítulo tercero nos invita a tomar partido y a determinar cuál es nuestra opción de vida para reconstruir este mundo que nos duele. ¿Con quién te identificas? Según Francisco: “… hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso. En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros? Este es el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo. En los momentos de crisis la opción se vuelve acuciante: podríamos decir que, en este momento, todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está poniendo sobre sus hombros a algún herido” (70).
La Encíclica inspira y anima a recrear el Reino desde las verdaderas relaciones, a vivir en esperanza, a reconstruir en común. En un momento en el que la distancia social se está haciendo norma, Francisco señala que “Nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad” (87).
Desde una visión crítica, ¿qué más me hubiese gustado? Llevo más de 20 años viviendo con mujeres víctimas de la trata, y me alegra que el Papa vuelva a hacerlas presente en esta Encíclica, que visibilice la trata y la esclavitud; me hubiese gustado que la Encíclica reflejara una llamada a no más muertes de mujeres por violencia machista, a terminar con los feminicidios, las violaciones y todas las violencias que sobre ellas se ejerce. Como mujer en búsqueda de igualdad me hubiese gustado advertir de forma más clara en la Encíclica una perspectiva de género que diera paso al aporte de las mujeres como riqueza y diversidad en una Iglesia en constante re-construcción y conversión.
Muchos números me inspiran y retan que tendremos ocasión de seguir profundizando, termino este compartir con los que invitan a la esperanza, resuenan en las adoratrices desde el legado de Santa María Micaela, nuestra fundadora, que nos retaba a “esperar contra toda esperanza” y a confiar, “Sentí en mi corazón una esperanza: Confía en mí; antes de poco lo verás”. El Papa nos insta a vivir la esperanza que “habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor … La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna…” con la confianza que “Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien”. Caminemos en esperanza.
Ana Almarza
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