jueves, 8 de octubre de 2020

Escritos espirituales de niños

Desde el momento en que se aceptó en el seno de la Iglesia el hecho de que los niños podían ser beatificados y canonizados (pensemos en los pastorcitos de Fátima, pero en otros niños beatificados o canonizados anteriormente: como Domingo Savio o alguno de los mártires niños), surgió inmediatamente la cuestión de los escritos espirituales que pueden producir los niños y de su valor intrínseco para la vida espiritual, bien sea para otros niños, bien sea para el resto del pueblo de Dios (de otras edades o momentos de la vida: para jóvenes, para maduros, para ancianos):

¿puede un niño producir algún tipo de escrito espiritual? (cuestión primera: con- formidad del escrito  con  la doctrina  eclesial  -por  tanto, capacidad del niño de haber aprendido e interiorizado los rudimentos de la doctrina- y cariz espiritual del mismo escrito: haberlo sabido comunicar el niño, bien para sí mismo, como pensamiento espiritual que le ayude en el camino de santidad, bien en una carta o un billetito a sus padres, a sus hermanos o a sus amigos del colegio…) 22);

en caso afirmativo, ¿un escrito espiritual de un niño puede decir algo importante a otro niño para que este lo aprenda y lo aplique a su propia vida? (siguiente nivel de santidad: paso de la santidad personal e instransferible a una santidad de la persona que puede ayudar a otras personas y que, en consecuencia, puede ser ejemplo para ellas y, por esa misma razón, tiene sentido el proponerla como mo- delo, que es lo que está en el fondo de todo proceso canónico de canonización);

en caso afirmativo también, y dando un paso más allá (no solo el niño para los niños, sino el niño como modelo para todo el pueblo fiel, para toda la Iglesia), ¿un escrito de un niño puede decir algo (de la misma valía) a otro que no sea niño? ¿En los niños puede residir el núcleo de la virtud y el motor de la santidad?

 Parece que la respuesta a todas estas preguntas es afirmativa. Y desde ámbitos de la pedagogía religiosa y de la psicología evolutiva, entre otros, se podrá explicar mejor cómo suceden esos procesos en el interior del niño y cómo se van fraguando los deseos de eternidad, la captación de Dios, el diálogo con Él, con la Virgen, con los santos…, la práctica de las diversas virtudes en grado heroico, la ayuda a sus semejantes, la labor incluso educativa y ejemplarizante del niño ‘santo’ hacia sus compañeros, etc., etc.

Evidentemente, no todos los niños podrán emular a santa Teresita cuando era una niña, pero eso es la santidad desde el punto de vista de la causa canónica: todos estamos llamados a la santidad y todos podemos vivirla y experimentarla (normalmente de manera anónima o de pequeño influjo: familiar, grupal, local), pero sólo unos cuantos de entre todos son escogidos (tal vez por haber recibido una serie de dones que han puesto en funcionamiento: trabajo conjunto de la gracia y de la persona en su libertad) para servir de luminarias a sus hermanos dentro de la Iglesia y para todo el mundo que se acerque a ellos.

 Los niños tienen reservados sus propios ritos de iniciación a la vida cristiana, después del gran acontecimiento existencial que es venir a la vida (nacer), ritos que la liturgia ha llamado bautismo, comunión y confirmación, y que en no tan lejanas épocas preconciliares venían administrados juntamente a los niños, el bautismo a los recién nacidos y luego la comunión y la confirmación a edad muy temprana (siendo aún niños).

Ahora bien, también existe el bautismo de adultos y, en consecuencia, la comunión de los neófitos siendo estos ya adultos, como en los primeros tiempos del cristianismo, en que los nuevos adheridos a la fe cristiana, fueran judíos, griegos o paganos, eran básicamente todos adultos: aquí viene en nuestra ayuda la historia de los sacramentos, de gran interés para entender la evolución histórica de cada uno de ellos, desde cómo han sido entendidos en épocas patrística, medieval, moderna y contemporánea, hasta cómo se ha efectuado su práctica en cada una de las grandes etapas de la historia eclesiástica hasta el presente. Hay un debate actual de retornar el sacramento de la confirmación a la época de la niñez y no dejarla para la época de la juventud (con sus experiencias, propuestas y didácticas).

 De la vivencia de esos grandes momentos sacramentales y rituales, de las catequesis recibidas para la experiencia profunda de la comunión y de la confirmación (catequesis tanto de precomunión, de comunión como de postcomunión, catequesis de confirmación, de postconfirmación, etc.) pueden surgir diversos tipos de escritos de carácter espiritual.

También, los escritos de niños que pueden surgir durante o después de haber recibido alguna tanda de ejercicios espirituales para niños, recibidos con ocasión de alguno de los sacramentos de iniciación o bien por el hecho de realizar algún tipo de retiro grupal de niños (o junto a otros adultos, familiares o no) o un retiro personal recibido por alguna causa concreta relativa a la vida familiar, eclesial o médica del niño (p.e.: el niño está en proceso de enfermedad terminal y desea participar en un retiro, si puede ser, en su casa o en su cuarto del hospital o acudiendo al lugar donde se imparten esos retiros…) 23).

 O lo más sencillo: de las prédicas de cada domingo, el niño se queda con una palabra que luego la lleva a la práctica durante la semana siguiente y así va dando fruto enseguida su vida sacramental que se convierte, casi sin darse cuenta, en vida apostólica y en vida de santidad. Esa palabra que el niño se lleva a su casa (y a su interior) de la vivencia profunda del domingo, el día del Señor (vivencia profunda para las posibilidades de un niño, recordemos), momento cotidiano vivido, por ejemplo, en el seno de su familia, que tiene conciencia de iglesia doméstica 24), puede ser el germen de un pequeño escrito espiritual del propio niño, como un billete espiritual que le sirva como acicate en su vida a lo largo de la semana o bien como una pequeña o más grande reflexión (con las categorías del niño) a partir de la Palabra de Dios escuchada (y tal vez trabajada en grupo en una pequeña catequesis antes o después de la eucaristía) o de un ejemplo que el celebrante iluminó en su homilía o que luego comentaron en familia a la hora de los momentos compartidos…

 Son múltiples las ocasiones en la vida de un niño que pueden dar a luz pequeños o grandes escritos espirituales que sirvan de orientación en la vida espiritual primero para sí y luego para los demás. Esos escritos tendrán que ser tratados, por una parte, como el resto de escritos espirituales y, por otra, con una sensibilidad especial, ya que se trata de escritos producidos en la niñez, con todo lo que eso conlleva y significa.

 Un caso que ha dado de sí bastante, bibliográficamente hablando, es el de la niña italiana Antonietta Meo, llamada cariñosa y familiarmente «Nennolina». El caso lo estudiaron varios especialistas, como R. Garrigou-Lagrange o A. Gemelli, y fue presentado recientemente en Revista de Espiritualidad 25). Desde el principio, al estudiar el caso de esa niña de seis años y medio fueron tenidas en cuenta las preguntas que nos hacíamos al inicio respecto de la posibilidad de la santidad de los niños y de su capacidad para crear escritos espirituales. En la autoridad de los diversos estudiosos de la santidad de niños y niñas y en la necesidad que tiene la Iglesia del testimonio de niños santos me apoyo para dejar al menos planteada favorablemente la cuestión.

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