Los poco más de 200.000 católicos eritreos forman una Iglesia activa donde abundan las vocaciones, a pesar de estar viviendo una callada persecución por parte de las autoridades políticas, al igual que los creyentes de otras religiones y confesiones cristianas.
Eritrea es un pequeño país de poco más de cinco millones de habitantes a orillas del mar Rojo. Alcanzó su independencia de Etiopía en 1993 tras largos años de guerra y, desde entonces, el Gobierno comunista de Isaias Afewerki ha cerrado el país a toda influencia extranjera, por lo que el coronavirus se ha convertido en la excusa perfecta para enclaustrar todavía más a la población. El Gobierno quiere monopolizar cualquier iniciativa y el partido único tiene que controlar todo y a todos, impidiendo el desarrollo del sector privado y adoctrinando a los jóvenes en sus ideales.
Los eritreos se dividen, mitad y mitad, entre musulmanes y cristianos, sin que haya problemas particulares de convivencia entre ellos. Se podría decir que el enemigo común de ambos es el Ejecutivo, que tolera las religiones, pero busca debilitarlas y controlarlas. Para ello enarbola de forma sistemática un decreto de 1995 que prohíbe a los líderes y medios de comunicación religiosos cualquier comentario sobre cuestiones políticas. Este texto legal solo reconoce cuatro religiones en Eritrea: la mayoritaria Iglesia -ortodoxa Tewahedo; la Iglesia católica, que cuenta con aproximadamente un 4 % de la población total; la Iglesia luterana, más minoritaria; y el islam suní. Todas están controladas y vigiladas. En el caso de los ortodoxos, el Gobierno utilizan la vieja táctica del «divide y vencerás». De hecho, existen dos Iglesias ortodoxas, ambas con estructura y clero propios. Una de ellas está apoyada por el Gobierno, mientras que la otra se encuentra denostada y con su máxima autoridad espiritual, el abuna Antonios, en arresto domiciliario desde 2007. Tampoco el islam es favorecido por el Gobierno, que no ha dudado en cerrar algunas escuelas islámicas y espía regularmente la actividad de las mezquitas.
Sin embargo, la peor parte se la llevan las confesiones no reconocidas oficialmente, como las Iglesias pentecostales y evangélicas o los testigos de Jehová, víctimas del hostigamiento y la persecución gubernamental, que se ha cobrado numerosos arrestos de sus fieles.
La pequeña Iglesia católica eritrea no es ajena a la situación que vive el país y su libertad está limitada. Prueba de ello es que los católicos contactados por MUNDO NEGRO para elaborar estas páginas han preferido permanecer en el anonimato para evitar posibles
represalias.
Orígenes cristianos
El texto bíblico de los Hechos de los apóstoles se refiere a la conversión de un eunuco originario de esta tierra, pero la historia dice que fue el naufragio de un barco en torno al año 330 lo que permitió a san Frumencio llegar hasta las costas del entonces reino de Aksum. A san Frumencio se le atribuye la conversión al cristianismo de los habitantes del reino, que ya en el siglo IV se declara oficialmente cristiano, uno de los primeros del mundo en hacerlo. Poco después, las controversias cristológicas del concilio de Calcedonia en 451 provocaron el cisma del patriarcado de Alejandría, arrastrando con él a la Iglesia presente en -Aksum, que mantenía lazos estrechos con Alejandría. Es el nacimiento de la Iglesia ortodoxa.
Habrá que esperar hasta el siglo XVII para que la Iglesia católica inicie su misión evangelizadora a través de la Compañía de Jesús. Sin embargo, la oposición de los ortodoxos y la no siempre acertada metodología misionera de los jesuitas terminó con la expulsión de estos. La llegada en 1839 de san Justino de Jacobis a Abisinia, que comprendía no solo la Eritrea actual, sino también Etiopía, cambió las cosas. San Justino aprendió de los errores del pasado y, con humildad y un sabio esfuerzo de inculturación, puso los cimientos de la Iglesia católica actual, que retiene su nombre como padre y fundador. San Justino adoptó el rito oriental de tradición alejandrina y fue muy abierto en la formación del clero y con los sacerdotes ortodoxos que querían abrazar el catolicismo. La liturgia en rito ge’ez hermana a los católicos eritreos y etíopes, a pesar de las fronteras que los separan desde 1993. El ge’ez es una lengua semítica no hablada en la actualidad –algo parecido al latín para la Iglesia latina– que da gran solemnidad y belleza a la liturgia en este rito, cuyo centro es la eucaristía, siempre cantada. Los colores litúrgicos son solamente blanco u oro, y existen hasta 17 plegarias eucarísticas diferentes.
Vida de la Iglesia
Los católicos eritreos –también los ortodoxos– son gente que reza y que confía en el Dios de la Vida. Las vocaciones son numerosas tanto para abrazar la vida consagrada –en alguna de las 26 congregaciones religiosas de derecho pontificio o diocesano presentes en Eritrea– como para entrar en los seminarios de las cuatro diócesis del país. Las parroquias desarrollan un enorme esfuerzo evangelizador, y desde la vieja pero funcional imprenta franciscana de Asmara se publican regularmente comentarios bíblicos y devocionales o textos para la catequesis, entre otros, cuando es posible burlar al Ejecutivo y hacer llegar el papel desde el extranjero.
Las mayores dificultades vienen del Gobierno, que hace todo lo posible para desanimar este trabajo. Consciente de que no puede oponerse frontalmente a los creyentes, actúa con astucia y organiza eventos deportivos o culturales los domingos, justo a la hora de las celebraciones litúrgicas, para obligar a los jóvenes a elegir, normalmente bajo el chantaje de perder el trabajo o de ser castigados.
Otra dificultad es la desagregación familiar, que dificulta la transmisión de la fe. Muchos eritreos abandonan el país. Los acuerdos de paz de 2018 con la vecina Etiopía no han dado, hasta ahora, demasiado fruto, y las fronteras entre los dos países siguen cerradas, pero la gente sigue escapando. Cuando la Iglesia católica se opuso al servicio militar obligatorio de los presbíteros, el Gobierno prohibió a todos los sacerdotes salir del territorio nacional antes de los 50 años, y a las religiosas antes de los 40. Los seminaristas que estudian en el extranjero saben que volver a casa puede suponer una grave sanción. La inmensa mayoría de los agentes pastorales en Eritrea son nativos, y solo quedan algunos misioneros ancianos porque el Gobierno deniega sistemáti-camente toda solicitud de visado para los misioneros. Tampoco le gustan las oenegés extranjeras. En 2018, casi de milagro, la superiora general de las Misioneras Combonianas, la Hna. Luigia Coccia, obtuvo un visado para encontrarse con sus hermanas de Eritrea. Más recientemente, en febrero de este año, el arzobispo católico de Adís Abeba, el cardenal Berhaneyesus Demerew Suraphiel, que iba para una visita fraterna a sus hermanos de rito ge’ez, fue retenido en el aeropuerto de Asmara y obligado a regresar.
Nacionalización
El episodio más grave de esta persecución silenciosa contra la Iglesia es la nacionalización de numerosas escuelas y clínicas. En este aspecto, la Iglesia católica está siendo la más perjudicada, aunque también es notable la repercusión que está teniendo entre las comunidades ortodoxas. En diciembre de 2017 comenzaron las expropiaciones, que han afectado a 29 estructuras sanitarias arrebatadas de la gestión de la Iglesia bajo pretextos falaces.
También las instituciones educativas han sufrido nacionalizaciones. En 2017, el Gobierno decretó el cierre de la Escuela Secundaria Santísimo Redentor de Asmara, una institución fundada en 1860 y con una larga tradición educativa en el país. Siguieron muchas otras, hasta que el 4 de septiembre de 2019 los cuatro obispos eritreos escribieron una larga carta de protesta al ministro de Instrucción Pública: «Consideramos contrarias al derecho y a la legítima libertad de la Iglesia las acciones que se están llevando a cabo para perjudicar nuestras instituciones educativas y sanitarias, lo que limita enormemente su misión y su servicio social. Pedimos que las recientes resoluciones sean revocadas… y que le sea concedido poder continuar su precioso y altamente apreciado servicio al pueblo». Los obispos siguen esperando una respuesta.
Las escuelas y clínicas estaban abiertas a todos, no solo a los católicos, y detrás de su nacionalización se esconde el objetivo de cortar a la Iglesia el contacto con el pueblo, dificultando así su acción pastoral.
Las principales comunidades de la diáspora eritrea están en Suiza, Holanda, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Inglaterra, Suecia y Noruega. Para los cristianos del país africano, es un duro golpe constatar el secularismo y materialismo en el que viven las sociedades europeas y norteamericanas. Tenían otra idea al recordar a los viejos misioneros que llegaron a Eritrea desde estos países. Los ortodoxos, lo primero que hacen es comprar un espacio y convertirlo en templo para sus liturgias. Los católicos, más minoritarios, suelen acercarse a las parroquias, aunque su integración no es fácil. Al ser cristianos orientales no quieren perder su identidad ni la especificidad de la liturgia ge’ez y, en cuanto pueden, también ellos habilitan un local como iglesia. Fuera de sus países, los católicos eritreos y etíopes son como hermanos. Desde Eritrea, las diócesis y congregaciones religiosas envían sacerdotes y religiosas para acompañar a las comunidades, y también los obispos eritreos las visitan con regularidad, animándolas a mantener lazos de comunión con las Iglesias locales en las que residen.
La segunda generación lo tiene más difícil para guardar la fe de sus mayores. Muchos ya no conocen la lengua litúrgica ge’ez ni tampoco el tigrino, lengua oficial de Eritrea, y algunos abandonan la práctica religiosa. Otros participan del rito latino de las comunidades en las que se han integrado.
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