La presencia internacional agrava el complejo escenario político y de seguridad en la zona
Hasta no hace mucho, la palabra Sahel, entendida como frontera natural, necesitaba ser definida y contextualizada, pero en menos de una década ha pasado a dominar muchas de las noticias que cubren África occidental en las secciones de internacional de los medios de comunicación. Un no lugar donde los estereotipos estigmatizadores del continente africano se acentúan: pobreza, violencia extrema y enfermedad. Y claro, hay que intervenir sea como sea para revertir la situación. O no.
En las pasadas semanas, diversos titulares han alertado sobre el incremento de la violencia en Burkina Faso que, en un clima de creciente inestabilidad, tiene programadas para finales de noviembre sus presidenciales. Más de 840.000 personas se han visto desplazadas en el país durante los últimos meses. También en Níger los desplazados internos y los que llegan desde Nigeria aumentan por semanas, según alerta ACNUR. Pero estas cifras son solo la punta del iceberg de una confluencia de crisis en la región: violencia militarizada, cambio climático, inseguridad alimentaria, impacto de la COVID-19 y la posible amenaza en las próximas semanas de una plaga de langostas.
El puzle saheliano
El escenario aparece abarrotado de siglas y grupos que se dicen defensores legítimos de intereses que pasan desde lo religioso, a lo cultural, pasando por lo geopolítico o económico. Por un lado, el componente yihadista: Boko Haram, la filial de Al Qaeda en el Sahel –el Grupo de Apoyo para el Islam y los Musulmanes (JNIM, por sus siglas en inglés)–, pasando por ramas del Estado Islámico, como el Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS, por sus siglas en inglés). Por otro lado, actores internacionales que ondean la bandera del fortalecimiento y la vigilancia de estas fronteras porosas como una solución urgente y cortoplacista, y muchas veces miope: la operación francesa Barkhane, la presencia del comando estadounidense AFRICOM o la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA).
Desde 2019 hasta principios de 2020, el Grupo G5 Sahel, integrado por Burkina -Faso, Chad, Malí, Mauritania y Níger, ha sufrido pérdidas causadas por los ataques perpetrados por los grupos armados regionales. En enero, el enviado de las Naciones Unidas para África occidental, Mohamed Ibn Chambas, explicaba al Consejo de Seguridad que, desde 2016, los ataques se han multiplicado por cinco en Burkina Faso, Malí y Níger, con más de 4.000 muertes reportadas solo en 2019.
Además de los civiles, las Fuerzas Armadas locales (entrenadas por Francia y EE. UU.) continúan sufriendo grandes pérdidas. Cerca de 300 nigerinos, más de 180 soldados malienses, 30 burkineses y 20 chadianos han sido asesinados. Y en febrero pasado, Francia aprobó el envío de 600 efectivos más para reforzar su misión en el Sahel. ¿Pero es este el único enfoque para entender el aumento de la inestabilidad regional?
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