martes, 5 de mayo de 2020

APENAS HOMBRE ANTE EL ESPEJO

Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves del cielo, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra (Gn 1, 26)


A veces me asalta la amargura de ser hombre.
El tiempo y la órbita se congelan y descubro, de pronto,
todas y cada una de las arrugas profundas que surcan mi alma.
A veces me encuentro conmigo.
A veces me encuentro desnudo ante el espejo: tan nada, ¡pero tanto!
A veces me recuerdo a mí mismo que soy quien y lo que soy:
y soy de barro.
Y el sueño de pensarme tan distinto a como soy
de pronto se transforma en sólo una verdad,
tan simple, tan sincera, que a veces, sólo a veces,
parece querer borrar la amargura de ser hombre.
Ser un ser a simple vista, ser sin ser el que sería,
ser apenas una vida,
ser sin más y sin salidas.
Ser un hombre a ras de suelo,
ser, sin más, lo que estoy siendo.

A veces la vida me desnuda ante el espejo,
y el alma sin más que poseo se ve desprovista de sueños.
Tan sin más, tan pequeño,
que me cuesta trabajo mirarme sin sentir que soy un ser,
pero apenas soy sin serlo.
A veces siento la amargura
de ser hombre en lo más profundo de mi cuerpo.
Y me siento libre de esos cuentos
que mi yo fabrica para cubrirse ante el espejo.
Y me veo suficiente, tal cual soy.
Y, entonces, me siento, sin más,
un ser más de tantos que lo son.
Y así soy un hombre, sin más, sin apenas serlo.

Alberto Vara

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