No es fácil conseguir que los defensores del aborto reconozcan el error de su postura. Pero vale la pena tender la mano, una y mil veces, para ayudar, para razonar, para explicar, para defender la vida de cada hijo.
Hay en juego mucho, muchísimo. Está en juego el corazón de cada mujer que ha empezado a ser madre. Necesita apoyos concretos, manos amigas, consejos médicos. Necesita, sobre todo, abrir el corazón a Dios para reconocer en su hijo un don maravilloso, una aventura que inicia en el tiempo y que avanza hacia la eternidad.
Está en juego la vocación del médico y de los demás profesionales de la salud. Han estudiado, han trabajado, han luchado no sólo para conseguir un título, sino para ser capaces de atender a los enfermos, de curar cuando sea posible, de aliviar sufrimientos de otros seres humanos. Cada médico que renuncia al crimen del aborto y que se compromete al servicio de la vida es como una pequeña lámpara que hace más hermoso el mundo entero.
Está en juego el orden justo en la vida social. Porque no puede haber justicia donde el más débil e indefenso de los seres humanos, un embrión o un feto (es decir, un hijo), está desprotegido, está abandonado, está expuesto a lo que otros decidan sobre su vida o sobre su muerte. Porque un estado, un pueblo, son verdaderamente buenos cuando buscan mil maneras para defender y apoyar la existencia frágil de los pequeños, de los pobres, de los enfermos, de los discapacitados.
Está en juego el sentido mismo de la existencia humana. Porque si hay, como dicen algunos abortistas, existencias que “no son dignas”, es que entonces ninguna vida es realmente digna. Porque la dignidad del hombre no se basa en el color de la piel, ni en el sexo, ni en el genoma, ni en la salud, ni en el nivel intelectual, ni en el bienestar económico de una familia, sino en algo tan grande y tan maravilloso como nuestra alma espiritual, nuestra condición de criaturas que viven en el tiempo y que caminan hacia el encuentro con Dios.
Están tantas cosas en juego que vale la pena volver a presentar, una y otra vez, argumentos para ayudar a otros a abrir los ojos y reconocer, serenamente, con la mente y con el corazón, la maravilla de lo que significa empezar a existir como seres humanos.
Por eso no dejaremos de seguir adelante en la lucha por la vida, en la defensa de principios que no son simples ideas más o menos marginales, sino que son capaces de promover un mundo más abierto a quien merece lo mejor por parte de los que ya hemos nacido: cada hijo antes y después del parto.
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