lunes, 20 de abril de 2020

Entrevista al cardenal Carlos Osoro: «Creo que es importante volver otra vez a las raíces»

«Tengo esperanza, pero una esperanza que está humedecida por el dolor de la gente, por mucho sufrimiento». Son palabras del arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, vicepresidente de la CEE. Nos atiende con gusto, su amabilidad y cercanía ayuda a sentirse acompañados. Pero su voz resuena triste. «El dolor y el sufrimiento alcanza tu corazón. Cuando estás rodeado de tanta gente que está sufriendo, que lo está pasando mal, que te llaman por teléfono, hace un rato me ha llamado una señora diciendo que había muerto su marido… todo eso, quieras o no, te afecta porque estas rodeado de tristeza, y te afecta porque lo está viviendo tu gente también». Lo tiene claro, por eso está disponible las 24 horas, desde su casa, confiando, cuidando de sus 74 años para cuidar a tantos y tanto: «Uno tiene que ayudar a mantener viva esa esperanza y mantener la fiabilidad a este Cristo que ha resucitado, que nos ha dicho que nada está perdido».

—Cardenal, gracias por atendernos. Madrid es una de las ciudades más devastadas por el coronavirus.
—Sí, y ha afectado a muchos sacerdotes. Algunos han muerto, otros están saliendo y otros ya están bien. Ahora mismo no es el atosigamiento de hace unas semanas. Pero es cierto que hay muchísimas casas de vida consagrada que lo han pasado muy mal, ha muerto gente. Se han vivido situaciones muy difíciles. Como en las residencias de ancianos: primero porque enfermaban los cuidadores y no había sustitutos; después porque los mismos ancianos se infectaron.

—Las residencias son lugares acogedores y se han cuestionado los cuidados…
—Y no hay derecho. En las residencias ha habido cuidado y se ha pedido ayuda, pero es verdad que a veces no llegaba a tiempo. Había muchísimas llamadas y no existía el orden que ahora mismo ya tenemos todos. Pero ante la pandemia, la residencia no es un hospital, no tienes allí los medios necesarios, o el personal enfermó… En fin, yo creo que no se puede ensuciar el rostro de las residencias de ancianos. Hay aspectos muy diversos que hay que estudiar, de por qué han sucedido algunas cosas, porque es verdad que han fallecido muchos ancianos, pero no hay que culpabilizar a las residencias.

—En Madrid la archidiócesis se ha movilizado con muchas iniciativas de «primeros auxilios», por ejemplo, con Cáritas.
—A Madrid yo lo compararía con un pueblo en el que hay muchas fuentes para tomar agua, y esas fuentes han sido las parroquias, las comunidades de inserción de vida consagrada que hay en muchos sitios, que han estado tremendamente atentas a todas las situaciones. La gente sabía dónde podía acudir a beber agua, y se le ha dado. Y por otra parte, las parroquias en concreto constituyen en Madrid una red impresionante de Cáritas parroquiales. La caridad de la Iglesia, Cáritas, no es un ente abstracto, Cáritas pertenece a la identidad misma de la Iglesia. Está presente en todas las parroquias y eso ha ayudado muchísimo. Además, yo creo que toda la gente, tanto religiosos, como laicos, como sacerdotes, han sido tremendamente creativos a la hora de atender directamente a la gente y dar solución a las necesidades. Una tarea impresionante. Y no sale en los medios, pero con Cáritas o la escucha a quien está angustiado se intenta sanar a mucha gente herida.

—Esta situación ha destapado un velo y nos hemos encontrado con una sociedad muy solidaria.
—Exactamente. Yo diría que son fuentes de verdad donde se abreva la sed que uno tiene. Es impresionante. Ver a señoras mayores, ancianos que llaman, que saben que van a tener la respuesta rápidamente desde alguien de su parroquia, desde el sacerdote. Yo creo que es un acompañamiento impresionante. Lo ha reconocido el alcalde de Madrid, que es un hombre que se está paseando continuamente por toda la ciudad, viendo las situaciones y metiéndose en ellas directamente.
La primera fase ha sido de auxilio inmediato, pero ahora viene otra fase más dura: gente que no tiene trabajo, gente que se ha quedado sin él, gente que no puede pagar el piso, gentes que están en unas situaciones lamentables de todo tipo, y ahí sí que estamos intentando, en Cáritas, prepararnos en tanto en cuanto nos sea posible. Lo que viene quizás es más profundo y por más tiempo.

—En los medios sale mucho la ayuda que la Iglesia ofrece a través de Cáritas, pero hay más, mucho más… Don Carlos, hay miles de personas que llevan un dolor dentro muy grande por la pérdida de seres queridos.
—Sí. Naturalmente hay que ayudar al que está solo, al que no tiene qué comer, al que está enfermo hay que visitarlo. Pero el amor tiene también otros aspectos que son esenciales en la vida. Por ejemplo, cuánta gente ha quedado tremendamente dolorida porque se le marchó un ser querido y no lo pudo ver, tuvo que recibir las cenizas, y al cabo de 5 días le llaman para recogerlas. Eso es un dolor tremendo. Recuerdo una persona a la que se le había muerto su madre, y me escribió un correo electrónico que dice así: «Ya tengo entre mis brazos las cenizas de mi madre. Cuando he cogido estas cenizas he sentido en lo más profundo de mi ser una gran serenidad, y algo me decía: estate tranquila, todo está bien». Pero claro, todo esto después hay que colocarlo dentro de la persona. Aquí hay mucho dolor y la gente no ha podido ni llorar, no ha podido comunicarse. O aquel médico o enfermero, aquella religiosa, aquel religioso que han arriesgado la vida, que han visto cómo se marchaba gente, y que a veces se les ha despedido allí, pero hay que acompañar a los hijos, a los nietos que no vieron más al abuelo. Yo creo que este es un trabajo que hay que hacer en cuanto podamos. De hecho, en algunos aspectos se está haciendo ya. A mí me impresiona mucho esa expresión que utilizó el Papa el Domingo de Resurrección: la resurrección de la solidaridad. Está hablando del amor, la entrega, el servicio, la escucha, el dar salidas, el ayudar al otro en todo lo que sea posible. Y esta red tiene que ser algo importante. Tiene que ser entre los cristianos, por supuesto, el momento de solidaridad más grande para hacerlo y después ampliarlo a otra gente de buena voluntad que está dispuesta a compartir con nosotros esto.

—Justo en esta diócesis tanto el alcalde de Madrid como la presidenta de la Comunidad están bastante bien valorados. Imagino que la disposición es ir de la mano…
—Claro. Pero en el fondo yo me hacía una pregunta esta mañana: ¿Seremos capaces, España, Europa, de ponernos a mirar a todos los que están sufriendo, a todos, y de dejar «las cuitas nuestras» para otra cosa? Hay que tener valentía para fortalecer la solidaridad, para entregar esperanza, para dar solución a las dificultades, para dar soluciones innovadoras en medio de los lutos, de los sufrimientos. Pero para eso tenemos que estar juntos. Y aquí, las ideas son importantes, aunque lo más importante es la vida, es la entrega de uno mismo, poner a disposición de todos todo lo que somos y lo que tenemos. Porque a mí me parece que cuando los humanos hemos sabido hacer esto en muchos momentos de la historia, de nuestra vida, cuando hemos sabido salir de nosotros mismos hemos ofrecido soluciones innovadoras. ¿Seremos capaces de hacerlo en estos momentos? Yo tengo gran esperanza de que va a ser posible. Pero siempre que nuestros intereses sean las necesidades de los demás, no los personales, no los de grupo.

—Normalmente en Jueves Santo iba a alguna cárcel pero este año no ha podido ser. ¡Qué poco sabemos de la situación de las cárceles!
—Quienes están en las cárceles lo están pasando mal. En estas fiestas ellos se acuerdan mucho de los seres queridos, de sus familiares, esposas, hijos… que están sufriendo. Es un momento importante. Sí todos los años voy a celebrar el Jueves Santo por la mañana a la cárcel de Soto del Real y este año he sentido muchísimo no poder ir, pero no por mí sino porque no había posibilidades, cada uno debemos estar en nuestra casa. A mí me impresiona porque hay muchísimo sufrimiento allí también. Y es gente que tiene a flor de piel los sentimientos, eso que hemos escuchado nosotros en el Vía Crucis del Papa que escribieron los presos. Quienes vamos permanentemente a la cárcel sabemos que es verdad. Son capaces de decir las cosas más hermosas, de confesarse de esa manera tan sencilla y descubrir en el fondo del fondo lo que más necesitan y hacérnoslo ver. Ellos lo están sufriendo profundamente porque están muy solos.

—A muy pequeña escala podemos experimentar lo que significa estar encerrado sin poder salir. Es duro llevar tanto tiempo confinados… Pero en Ejercicios Espirituales pedimos identificarnos con Cristo…
—Sí, y en este tiempo tendríamos que descubrir que en nuestro propio corazón, se nos pide que todos sientan y perciban esa resurrección de la solidaridad de la que nos habla el Papa. Y a cada uno se nos va a pedir de una manera: a mí como obispo de una manera, a ti como religiosa, a otros como laicos, pero se nos está pidiendo que nos pongamos a corazón abierto a trabajar para que todos perciban esta resurrección de Cristo, que además, la tenemos que hacer juntos, como lo hicieron aquellas mujeres que salieron corriendo a ver a los discípulos para comunicarles lo que habían visto.

—Usted es un pastor que pisa la calle. Está donde lo llaman y por eso en su agenda no tiene ni un respiro. ¿Cómo está llevando estos días el tener que estar en casa?
—Lo llevo bien, he metido muchas horas de oración. Además, el teléfono, los mensajes… intento poner a la gente en las manos de Dios, de una forma sencilla, en mi capilla, muy simple, no hago grandes cosas, pero rezo todo lo que puedo. Me levanto temprano, desayuno, rezo casi toda la mañana. Hubo días en que he rezado también por la tarde… A veces me distraigo, pero ciertamente la conversación fundamental con el Señor es poner en sus manos a tanta gente, no solo a los que mueren, sino a los que están sufriendo y padeciendo por esta situación, a todo Madrid. Cuando te nombran obispo es verdad que eres obispo de la Iglesia, pero también eres pastor y el Señor te manda que apacientes todo un territorio en el que hay gente que no cree, gente que está lejana. Yo he tenido a todos en mi oración. Vivo la experiencia de la paternidad del pastor, no olvido a nadie.

—Las imágenes del Palacio de Hielo son muy duras. Y es de agradecer que los sacerdotes vayan todos los días a rezar.
—Impresiona ver 40, 50 o más féretros. Impresiona mucho. Después las familias tienen en sus casas las cenizas y estamos viendo la posibilidad de ofrecer un lugar en alguno de los cementerios de la diócesis, dirigidos por hermandades y cofradías, para que las familias puedan depositarlas. Dios no quiere que estemos así, muriéndonos, pero es verdad que hay momentos que nos sirven para descubrir que había cosas que teníamos descuidadas y que es necesario que las recuperemos.

—Durante la Semana Santa se ha dirigido especialmente a los niños con vídeos invitándoles a hacer actividades.
—Ha dado mucho de sí y ha provocado muchas conversaciones en las familias. Por ejemplo cuando los niños les preguntaban los tres aspectos más importantes para sus vidas. Esa conversación de tú a tú con los niños es impresionante, me lo han contado.

—Nos preguntamos mucho si saldremos mejores de esta situación. ¿Qué ingredientes necesitamos para que sea así?
—Yo diría que tres: abrazar la verdad, abrazar la bondad y abrazar la belleza. Abracemos la verdad de nuestra vida, que a veces la hemos olvidado; la verdad de nuestra existencia. Abracemos también la bondad, esa bondad en su máxima expresión nos la regala nuestro Señor. Él es bueno con los hombres, Él nos quiere, Él ha dado su vida por nosotros y nos está pidiendo que hagamos lo mismo. Y abracemos la belleza, la belleza de una humanidad que toma la decisión de vivir de lo más bonito que existe, que es la imagen de Dios, y toma la decisión de mostrar la belleza de esta imagen que se da en cada uno de los seres humanos cuando ponemos a disposición la vida. Yo creo que estas tres palabras, abrazar la verdad, la bondad y la belleza, para tener de verdad nombre y rostro. Ese nombre y ese rostro que nos regala Jesús. Yo creo que es importante volver otra vez a las raíces, este momento nos lo está pidiendo: que nos dejemos de «cuentos», que abracemos lo que de verdad merece la pena.

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