Medioambiente, educación y salud, principales retos de este slum de Nairobi
En el suburbio de Mukuru viven cerca de 600.000 personas. Una de las zonas más degradadas de Nairobi crece alrededor del centro financiero de la capital keniana. En este contexto trabajan las Hermanas de la Misericordia, que han puesto en marcha el Mukuru Promotion Centre con el apoyo de Manos Unidas.
La casa de Dicson se inundó de nuevo hace unos días. El joven keniano ya ha perdido la cuenta de las veces que el agua ha entrado por la oxidada puerta de latón para empapar todo lo que se encuentra a su paso. Pero Dicson ya está prevenido. Cada mañana, al salir de casa en busca de trabajo, deja todos sus enseres sobre la rudimentaria cama: una estructura de bloques de hormigón cubierta por un par de mantas raídas. Así, el agua se adueña de la pequeña superficie de suelo de tierra, convertido ahora en un lecho de barro, pero no de sus pertenecias.
Dicson vive, junto a otras 600.000 personas, en Mukuru, un slum que se ha ido expandiendo con los años en los alrededores del cada vez más rico y opulento centro de Nairobi, hasta convertirse en un enorme suburbio, formado por 25 barrios que crecen sin orden ni concierto. Y sin ley.
La primera visión del slum la tenemos desde la terraza más alta de la escuela de Secundaria que las Hermanas de la Misericordia construyeron, con apoyo de Manos Unidas, en el Mukuru Promotion Centre (MPC). Ante nuestros ojos se extiende un inmenso paisaje de infraviviendas construidas, básicamente, con barro, latón y uralita. Un paisaje marrón grisáceo en el que destaca, aquí y allí, algo de verde y la ropa tendida… Entre la bruma de la mañana distinguimos, alzándose en el horizonte, casi insultante, el centro financiero de Nairobi.
Mukuru comenzó a construirse en la ribera del río Ngong. La necesidad de encontrar un terreno donde levantar las endebles edificaciones llevó al ser humano a robar al río lo que es suyo. El Ngong se estrecha a medida que crece el slum, aunque en ocasiones, cuando llueve de manera abundante, reclama lo que le han arrebatado y provoca deslizamientos de tierras que se llevan las viviendas más cercanas a la orilla. La de -Dicson es una de ellas, y el joven mira con preocu-pación al cielo. Este año está lloviendo más de lo habitual. De hecho, llueve a diario y con fuerza. «En octubre tendrían que haber cesado las lluvias, pero no ha sido así. Esta semana han tenido que cerrar varios colegios porque se han inundado», lamenta sister Mary Killeen, religiosa de las Hermanas de la Misericordia. «El año pasado no llovió nada», asegura.
Y el Ngong sigue su curso, cada vez más sucio y contaminado. La religiosa irlandesa lo achaca a la inexistente voluntad política para frenar la contaminación de los ríos. Y la del aire. «Aquí tienes el ejemplo», explica mientras señala el ambiente denso que se acumula en las estrechas calles del slum. A la clínica de María Inmaculada, que también pusieron en marcha las hermanas para atender las necesidades sanitarias de la población más vulnerable, llegan cada día las víctimas de esa contaminación. «Todos los meses asistimos a más de 1.200 personas. La mayoría de ellas por enfermedades respiratorias, gastrointestinales y digestivas». Enfermedades derivadas de factores ambientales como el deficiente saneamiento, la falta de acceso a agua potable, la nula recolección de basuras –lo que conlleva que los desechos se viertan en el río– y la quema de queroseno y carbón para la cocina. «A pesar de que Kenia tiene todo tipo de leyes para la conservación del medioambiente, estas nunca se implementan. Y la corrupción tiene mucho que ver en ello», denuncia la hermana Killeen.
Mukuru es un lugar en el que la pobreza se percibe con los cinco sentidos: se ve, se escucha, se huele, se palpa y se masca… El maltrato al planeta y sus consecuencias sobre las personas más vulnerables, que denuncia Manos Unidas en su campaña de 2020, «Quien más sufre el maltrato al planeta, no eres tú», tiene en Mukuru un claro ejemplo.
Las personas que llegan aquí intentan escapar de un futuro incierto desplazándose a Nairobi en busca de la tierra prometida. Muchos de ellos huyen de los conflictos tribales y de los enfrentamientos por la tierra, el ganado o el poder político. Otros huyen del hambre y la escasez provocados por las sequías. «En Kenia el desierto avanza rápidamente, y lo que hace años era verde, ahora se está desertificando», explica la religiosa. «El problema es que los conocimientos que poseen estas personas cuando llegan a la ciudad no son los necesarios para ganarse aquí la vida. Esto es lo que les lleva a vivir en los slums», explica sister Mary.
Donde habita la vida
Podría decirse que Mukuru es uno de esos lugares en los que habita el olvido. Y no precisamente el olvido al que se referían Bécquer o Cernuda en sus poemas, sino el derivado del abandono de las instituciones y del Gobierno, encargados, teóricamente, de velar por el cumplimiento de los derechos que amparan a todos los seres humanos. Quizá sería más correcto decir que en Mukuru habitan los olvidados por el sistema, por los actores económicos, por los mercados, por la sociedad; aquellos a los que, tantas veces, el Papa Francisco, en su denuncia, se ha referido como «sobrantes». Pero no, a pesar de todo, hemos podido constatar que lo que realmente fluye en cada calle y en cada rincón de este lugar es la vida. La risa constante, el baile, las conversaciones, el aceite que chisporrotea en las enormes sartenes en la que se cocinan empanadillas y tortas de maíz, las máquinas de coser con las que, de manera inimaginable –y en pocos minutos– se elaboran trajes y todo tipo de prendas… El Mukuru más bullicioso nos muestra que la vida encuentra siempre, aun en las condiciones más adversas, un resquicio por el que fluir y hacerse presente.
Y en este bullicio resuena estruendosa la música, ese idioma universal con el que el ser humano comunica sus sentimientos más profundos, sus miedos, alegrías, esperanzas, denuncias, amores y desamores. Nos acompañan en nuestro recorrido dos jóvenes para quienes la música ha sido tabla de salvación: Emmanuel, que lleva con orgullo el sobrenombre de the Preacher (el Predicador) y Boaz, el primer Dj salido de los estudios del MPC. Una mesa de mezclas, unos potentes altavoces, un micrófono y poco más, han sido las herramientas capaces de conseguir que estos dos jóvenes dejaran atrás el alcohol, las drogas y los peligros de las mafias.
Boaz y Emmanuel han encontrado en la música una vía de escape. La hermana Mary y las religiosas de la misión los han acompañado en todo momento, creyeron en ambos. Ahora, son ellos los que utilizan el reclamo de la música para evitar que otros jóvenes busquen en la calle la peor forma de evadirse de su vida diaria.
Marta Carreño
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