Uno de los grandes impulsores de la reforma del episcopado impulsada por el Concilio de Trento fue también un obispo de «se quitó el pan de la boca para dárselo a los pobres», afirmó san Juan Pablo II de san Bartolomé Fernandes dos Martires, de cuya canonización equipolente se celebró este domingo una Misa de acción de gracias
San Carlos Borromeo se refirió a él como «un modelo de obispo y espejo de virtudes cristianas». Son las palabras que uno de los principales protagonistas del Concilio de Trento dedicaba a otro, mucho menos conocido: Bartolomé Fernandes dos Martires. Este fraile dominico, arzobispo de Braga (Portugal), fue inscrito por decisión del Papa Francisco en el libro de los santos por canonización equipolente el 5 de julio, y el pasado fin de semana se celebró en la que fue su diócesis una Misa de acción de gracias por ello.
En la homilía, el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, cardenal Angelo Becciu, subrayó «su fuerte empeño por la reforma de la Iglesia y la renovación de la vida cristiana de este celoso pastor de las almas», que fue una de las voces «más autorizadas» de Trento y de la Reforma católica del siglo XVI.
«Con su saber, su ejemplo y su intrepidez apostólica, conmovió e inflamó los ánimos de los padres conciliares» para que la Reforma católica fuera posible, afirmó el Papa san Juan Pablo II el 4 de noviembre de 2001, durante su beatificación. Su impronta se notó, sobre todo, en la aprobación del decreto sobre la reforma del episcopado. No en vano «él mismo encarnaba el modelo de obispo» que salió del mismo, coincide Gianni Festa, postulador general de la Orden de Predicadores, en un artículo publicado en L’Osservatore Romano.
Velado con armas por la gente
Sin embargo, la figura de Dos Martires (1514-1590) oculta más que un gran pensador y pastoralista de la Iglesia del siglo XVI. Es difícil pensar que hubiera bastado eso para impulsar una canonización equipolente, que requiere una veneración continua en el seno de la Iglesia.
Un culto que existe desde su misma muerte en olor de santidad, y que se debe sobre todo a su humildad y solicitud por todos, especialmente por los más pobres. Su fama de santidad y el cariño que despertaba entre la gente queda demostrado por el hecho de que –escribió tras su muerte un contemporáneo jesuita y admirador suyo– «los habitantes de Viana», donde estaba el convento al que se retiró tras presentar su renuncia al Papa y donde murió, «velaron sus restos mortales con las armas en la mano por miedo a que pudieran ir a robarlo los ciudadanos de Braga», de donde había sido arzobispo.
No quería ser obispo
Nacido en Lisboa y bautizado en la iglesia de los Mártires, al tomar el hábito dominico en 1528 tomó el nombre de esa parroquia como nombre religioso para recordar su nacimiento a la fe. Después de varias décadas dedicado al estudio y la enseñanza en Lisboa, Batalha y Évora, en 1557 fue elegido como prior del convento de Benfica.
Fue ahí donde sus austeros hábitos de vida y su piedad fueron haciéndose conocidas. En la Misa de acción de gracias, el cardenal Becciu recordó cómo después del rezo de Completas solía reunir a los novicios para instruirles sobre la oración y su importancia clave en la vida del fraile.
Siendo así, pronto llamó la atención como posible candidato a la sede arzobispal de Braga, entonces vacante. Él se negó en redondo, rechazando incluso la invitación a aceptar de la reina Catalina. Nadie consiguió persuadirlo, hasta que su provincial, fray Luis de Granada, le obligó a aceptar por obediencia. Era 1559, y el Concilio de Trento (1543-1563) llevaba ya 16 años en marcha de forma intermitente. Él vino a sumarse a los padres conciliares en sus años finales.
De visita a 1.300 parroquias
Las aportaciones que hizo sobre la necesidad de reformar la Iglesia en cuestiones como el ministerio episcopal y la formación de los sacerdotes nacían de su propia experiencia en sus primeros años de obispo. Su archidiócesis era extensa: abarcaba desde el alto Miño hasta la región montañosa de Tras-os-Montes, al nordeste de Portugal. La recorrió entera, con sus 1.300 parroquias, que intentaba visitar cada tres años.
Hijo de santo Domingo de Silos y hombre de amplia cultura y viva experiencia de fe, en todas estas visitas pastorales constataba y se escandalizaba por la falta de formación religiosa del pueblo… y de sus pastores. A estos últimos, llegó a escribirles que «si vuestro celo correspondiera al oficio, (...) no andarían las ovejas de Cristo tan apartadas del camino del cielo».
Solucionar este problema, generalizado en amplias regiones de la Iglesia de la época, fue una de sus prioridades: relanzó la catequesis, organizó eventos formativos para sacerdotes y laicos, y escribió varias obras en un lenguaje sencillo y cercano.
La más conocida, seguramente, sea su Stimulus pastorum, Estímulo de pastores. Un libro que cinco siglos después conservaba tanta vigencia que el Papa san Pablo VI decidió regalar una copia a todos los padres conciliares en la clausura del Concilio Vaticano II. También fundó uno de los primeros seminarios según las indicaciones de Trento.
«Se quitó el pan de la boca»
En su beatificación, san Juan Pablo II vinculó este deseo de aliviar «la ignorancia religiosa», que es «la mayor pobreza», con su amor y dedicación general a los pobres. Una solicitud que lo impulsó, junto a su gran pobreza personal, a quitarse «el pan de la boca para darlo a los pobres. Criticado por la lamentable impresión que daba por lo poco que le quedaba, respondía: "Nunca me verán tan distraído como para gastar, con ociosos, aquello con que puedo dar vida a muchos pobres"».
Un momento en el que vivió de forma heroica la entrega a sus fieles se produjo en 1570. La peste llegó a Braga. Pero monseñor Dos Martires se negó a obedecer al rey-cardenal Enrique I, que quería que abandonara la ciudad. «Prefirió poner en peligro la propia vida más que abandonar a los apestados y privar a los sanos que quedaban aislados y desprovistos de socorro», subrayó el cardenal Becciu el domingo.
María Martínez López
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