El Congreso de Evangelización de la diócesis de Getafe busca traducir el lema del centenario de la consagración al Sagrado Corazón, Sus heridas nos han curado, en iniciativas misioneras que lleguen al día a día de las parroquias
Hace un tiempo, el abogado Jesús Martín comenzó a intentar ayudar a personas que sufrían por el fallecimiento de un ser querido. La inquietud le surgió por la muerte súbita de su hermano David a los 29 años, hace seis, y la de su padre hace tres; y por la extensa labor de un tío suyo, el religioso camilo Mateo Bautista, acompañando casos de duelo en Sudamérica. Cuando Martín se enteraba de algún caso en su entorno o en su parroquia, San Vicente de Paúl de Valdemoro (Madrid), estaba pendiente de hablar con esa persona de vez en cuando. Pero se dio cuenta de que su labor, como la de la mayoría de sacerdotes en esos casos, era insuficiente. Había que hacer más; y desde la parroquia.
«Cuando a algún feligrés se le muere alguien –razona Martín–, acude a ella para las exequias, pero también buscando apoyo. Y el cura puede darlo de forma puntual, pero es complicado que desarrolle un acompañamiento prolongado. Puede consolar», pero hace falta algo más para sanar. Compartió esta inquietud con su párroco, y así nació la idea de crear los Grupos de Duelo. En un año, y con el asesoramiento del padre Bautista, se han extendido a otras dos localidades de la diócesis de Getafe: Leganés y Ciempozuelos.
Esta iniciativa nace de la convicción de que la fe no basta para sanar el desgarro que causa un fallecimiento. Por mucho que el creyente sepa que esa persona vive, «me falta a mi lado, me falta oírle, llamarle, meterme en la cama con él». A este dolor se suman otros, como la percepción de falta de apoyo de los demás. Pero con un acompañamiento adecuado y «desde la fe se puede confrontar esta herida, sanarla y sentir el amor de Dios. La trascendencia no sana, pero sí ver el amor de Dios en esa situación». Un proceso en el que «siempre se crece».
Durante un curso escolar, en reuniones semanales, los participantes rezan juntos y van abordando temas como el sentimiento de culpa o el resentimiento, los problemas de autoestima, los porqués, la comunicación con la familia o el lenguaje del duelo, importante para uno mismo y también para enseñar a los demás a evitar expresiones que, aunque bienintencionadas, hacen daño. «Estamos cómodos porque podemos compartir sentimientos con personas que nos comprenden, mientras otros no saben cómo acercarse a nosotros. Al principio las reuniones son más intensas, de desahogo. Luego se va creando una complicidad… y alguna vez hemos acabado a carcajadas», comparte Martín. Pero también matiza que este formato «no sustituye al apoyo profesional» cuando este es necesario.
Los Grupos de Duelo son una de las experiencias que se presentarán este fin de semana durante el Congreso de Evangelización que la diócesis madrileña celebra en el cerro de los Ángeles, y que contará con la presencia, entre otros, del cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona; del obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla, y del director de cine Juan Manuel Cotelo.
Jesús Martín explica que el proyecto que él coordina en Valdemoro, además de acompañar a personas en duelo, puede ayudar a que personas con una fe tibia la fortalezcan, al conocer a otros que siguen amando y confiando en Dios a pesar de pasar por una experiencia tan difícil. De hecho, ya ha ocurrido que «algunos de los participantes del año pasado se han vinculado mucho más a la parroquia». Además, es también un revulsivo para que las iglesias asuman su papel de ser comunidad que acoge.
El Grupo de Duelo de la parroquia San Isidro Labrador, de Leganés. Foto: Cruz Gonzalo
Un Cristo que ama con corazón humano
Los Grupos de Duelo son solo una de varias experiencias parecidas que se van a compartir en el encuentro, y que se centran en la sanación después de distintas situaciones. Además de experiencias veteranas como la pastoral de la salud o penitenciaria, estarán presentes el grupo Betania, para personas que han sufrido una ruptura matrimonial, o la comunidad del Cenáculo. Algunos de sus miembros, personas en rehabilitación de diversas adicciones, ofrecerán su testimonio a los jóvenes.
Este enfoque –explica Francisco Javier Mairata, uno de los vicarios generales de Getafe y director del congreso– se debe a que el encuentro se enmarca en el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, cuyo lema es Sus heridas nos han curado. Esto implica, en primer lugar, insistir en que «no anunciamos un método o una ideología, sino la experiencia real de Cristo resucitado» que «nos ama con corazón humano. Por tanto, se hace presente en todas las situaciones humanas». Y, dentro de ellas, se ha querido prestar una especial atención a esas heridas que surgen en el corazón del hombre y a cómo la Iglesia puede ayudar a sanarlas. «Sin mirarlas no se puede evangelizar, porque entonces no estaremos dando una respuesta real a lo que el corazón necesita».
Estas experiencias –continúa– se caracterizan por que en ellas «hay una conciencia muy clara de la acción del Espíritu Santo» y por que sus protagonistas son laicos que se ayudan unos a otros. A diferencia de un enfoque centrado en la autoayuda, que predica que «lo tienes todo dentro de ti», aquí se sabe que «es Cristo el que sana». «Encontrar esa sanación hace posible la ayuda mutua, y te convierte en evangelizador».
Cotidianizar la misión
El Congreso de Evangelización terminará, el domingo, con la presentación del Plan Diocesano de Evangelización; un paso más en el camino iniciado en 2007 con la Misión Joven y que continuó en 2015 y 2016 con la Gran Misión con motivo del 25º aniversario de la diócesis. El plan, de tres años, nace de «la necesidad de plasmar lo que se vivió entonces en algo muy concreto», y más integrado en la realidad cotidiana de la Iglesia, hasta llegar a pie de parroquia y de movimiento.
Hubo un momento, recuerda el vicario general, en el que al hablar sobre evangelización se aludía sobre todo a iniciativas extraordinarias o con mucha visibilidad. Esta forma de evangelizar, aún necesaria, «más que a quien le llega ayuda al evangelizador a tomar conciencia de que también hace falta que sea misionero en su día a día… donde es más difícil que con un desconocido».
Y, efectivamente, esta inquietud se ha ido despertando. «Muchas parroquias empezaron a implantar propuestas de las que se habló» en la Gran Misión y en el primer Congreso de Evangelización que tuvo lugar dentro de ella. Este segundo congreso, y el itinerario de tres años que abre, pretende avanzar en esta cotidianización de la misión.
Comenzará con un primer año dedicado a la caridad, en el que se seguirá mirando a realidades de dolor en la diócesis: cárceles, hospitales, y el mundo de la inmigración, una realidad intrínsecamente unida a esta Iglesia local del sur de Madrid. Estas personas, tanto las que vienen de países donde se vive la fe pero aquí se alejan al sumergirse «en un modo de vida centrado en sacar adelante a su familia», como los que no son cristianos, «tienen que ser atendidos de un modo específico, especializado», subraya el padre Mairata. Una labor que también es evangelización. «A veces tenemos una mirada demasiado dialéctica, pero la Iglesia es muy rica. Unos se dedican más a unas cosas y otros a otras, pero no deben olvidar lo demás».
María Martínez López