Domingo nació en España, en Calaruega, cerca de Burgos y de la abadía de Silos, en 1170. Hijo de Félix de Guzmán y de Juana de Aza, mujer que se distinguió por una gran piedad.
A Domingo, lo que lo hizo santo, fue la educación cristiana que recibió. Instruido primeramente en la piedad por la bienaventurada Juana, y después por su preceptor, se dio al estudio con dedicación, a la oración con entusiasmo, a las lecturas piadosas con cariño y a las obras de caridad con afán.
Por espíritu de penitencia se privaba de las diversiones permitidas a su edad. Así, mientras algunos jóvenes de la ciudad, en bandos ruidosos buscaban la diversión, él, recogido buscaba a Dios.
Estudiando en escuelas publicas, vigilaba con mayor atención su corazón y sus sentidos. Siempre ocupado con las cosas de Dios, hablaba poco, y cuando tenía que hacerlo, lo hacía con moderación. Solamente conversaba con personas virtuosas. Era, por tanto, prudente y dulce al mismo tiempo.
Los ejemplos de su madre le inspiraban una gran devoción a Nuestra Señora y un amor por los pobres fuera de lo común. Por los desprotegidos se privaba de todo lo que poseía. Se deshacía de dinero, de libros, de ropa, todo para ayudar a los desamparados. De esta manera, a los veinte años, ya despertaba en su ciudad natal, la caridad de sus condiscípulos y de todos los habitantes de la ciudad de Calaruega de 1190.
A todos sus hijos, Juana proporcionó una sólida educación cristiana, imprimiéndoles el sello de Dios, tan así fue, que sus tres hijos se tornaron religiosos: Domingo sería aquel decantado Domingo que atravesaría los siglos; el más viejo profesaría en la orden de San Tiago; y el benjamín en la orden de los Hermanos Predicadores, fundada por su hermano.
Cuando Juana de Aza todavía estaba en gestación, cierto día soñó que cargaba en el vientre un perro cuya boca se encendía y apretaba fuertemente entre los dientes una antorcha de fuego vivo, ese fuego que estaba destinado a abrasar al mundo.
¿Qué significaba este extraño sueño? Era un símbolo: en la Edad Media, el perro representaba a los predicadores.
También la madrina de Domingo tuvo una premonición sobre la posición futura de su ahijado: vio, cierto día, sobre la cabeza del niño una estrella, que daba la impresión "que un día el pequeño sería la luz de las naciones y que iba a aclarar a los que yacían en las tinieblas y en las sombras de la muerte".
Es la estrella que aparece en los cuadros del Angélico.
Educado primeramente por su madre, Domingo después quedó a los cuidados de un tío, que era arcipreste en las proximidades de Calaruega, a los catorce años fue enviado a Palencia. Allí estudió con dedicación, principalmente teología, distinguiéndose por su vivacidad, amor al trabajo y virtudes. La caridad, especialmente, sobresalía entre las cualidades que lo adornaban.
El rumor de aquel mérito no tardó en llegar a los oídos del obispo de Osma. Así, apenas conoció al joven Domingo, lo invitó sin vacilar a su capítulo.
Después del año 1194, terminando con éxito sus estudios, el joven predestinado de Calaruega fue a vivir a Osma, donde se tornó uno de los soportes de la reforma introducida por el obispo.
Por nueve años, el Padre de los predicadores llevó vida de claustro. De esta época de la vida de Santo Domingo poco se sabe, sólo que fue un modelo de piedad y regularidad para todos. Giordano de Sajonia, autor de "Libellus de pincipiis ord. Praed.", cuenta que el santo "vivía confinado al monasterio", donde salió junto a Diego de Acebes, obispo de Osma, para cumplir una misión muy importante: pedir para el hijo de Alfonso VIII de Castilla, la mano de una de las princesas de Marcas.
Todo sucedió de maravilla y ambos regresaron a España para informar del éxito. El rey, satisfecho, les incumbió de la tarea de traer a la princesa, de modo que emprendieron nuevamente su viaje. Lamentablemente, al llegar a su destino, constataron que la joven que se iba a desposar con el principie había fallecido repentinamente. En lugar de regresar a Castilla, el obispo Diego envío un mensajero al rey Alfonso VIII, para ponerlo al tanto de lo sucedido, y junto a Domingo, viajó a Roma.
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