Es muy habitual que los Papas tomen el 29 de junio, solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo y Día del Papa, importantes decisiones. Este año, aunque se esperaba la firma de la nueva constitución apostólica de reforma de la curia romana —debe aguardar unos meses más, mientras llegan nuevas aportaciones a su borrador—, el 29 de junio fue la fecha elegida por el Pastor supremo de la Iglesia para publicar una muy destacada carta a la Iglesia católica en Alemania. Mediante ella, se hace eco de los vigentes debates en el seno de la catolicidad germana en medio de «la reciente erosión y decaimiento de la fe» y de sus constantes vitales, y de las propuestas de algunos sectores de la Iglesia alemana para responder a estos retos.
La carta papal, larga, cálida, propositiva y de muy estilo de Francisco, está guiada por la exhortación apostólica Evangelium gaudium. Francisco no pretende ni dar la razón a unos ni quitarse a otros. Su carta es una llamada a vivir la Iglesia como misterio y como comunión para desde estas premisas ser también la Iglesia misionera que la ta
n plural y fragmentada situación requiere. Para ello, Francisco propone el Evangelio, la sinodalidad y el sensus Ecclesiae como claves interpretar la realidad y para discernir, desde la oración constante, la paciencia, la humildad y la escucha, los caminos que demanda hoy y siempre la misión evangelizadora de la Iglesia. Una misión evangelizadora que no debe olvidar aquellas palabras de san Pedro, en el alba misma de la Iglesia y todavía en Jerusalén, «no tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina» (Hch 3, 6).
Dicho de otro modo, frente a «la caída muy fuerte de la participación en la misa dominical, como de la vida sacramental», amén de otros indicadores de vitalidad, y al cuestionamiento externo e interno de la moral e incluso teología católicas, la respuesta de la Iglesia no ha ser ni el contagio y adaptación a los postulados del mundo y de las modas, ni tampoco en el enrocamiento en tradicionalismos e inmovilismo varios. La respuesta no puede ser otra que el Evangelio, que más Evangelio, desde la impetración y soplo del Espíritu, único motor y alma de la Iglesia y su misión evangelizadora.
Y es la que la Iglesia en Alemania, y la Iglesia universal, debe caminar en comunión, «con paciencia, unción y con la humilde y sana convicción de que nunca podremos responder contemporáneamente a todas las preguntas y problemas. La Iglesia es y será siempre peregrina en la historia, portadora de un tesoro en vasijas de barro (cfr. 2Cor 4, 7)». Y que nunca será perfecta y del gusto de todos en este mundo y «que su vitalidad y hermosura radica en el tesoro que porta». Y no, por muy convenientes y necesarias que sean, «en sus reformas puramente estructurales, orgánicas o burocráticas» o en sus «previsiones, cálculos, encuestas ambientales» o en los «resultados exitosos de nuestros planes pastorales».
Como mediaciones para este caminar, Francisco propone una de las ideas-fuerzas de su ministerio, la potenciación de la sinodalidad, y añade y subraya el redescubrimiento del auténtico sentido de Iglesia (sensus Ecclesiae) y la íntima vinculación entre Iglesias particulares e Iglesia universal.
Y desde todos estos principios, Francisco llama a recuperar el primado de la evangelización y hacerlo sin tentación alguna de autojustificación, autopreservación y autoreferencialidad, ni de reproducción mimética y nostálgica de modelos pasados, ni de ajustarse a los dictados mediáticos de la mundanidad.
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