Agosto de 1959. Un político italiano, Giorgio La Pira, alcalde de Florencia, habla ante el Soviet Supremo. Una voz cristiana resuena dentro de los muros del Kremlin. No es un hecho que despierta grandes titulares de prensa. Para muchos solo será una noticia de entretenimiento en los monótonos días del verano, pero desde el punto de vista político, y también del religioso, no faltarán voces que afirmen, o al menos lo piensen, que aquel viaje ha sido una extravagancia más del alcalde de Florencia. Reconocen su buena fe, aunque destacan su ingenuidad. Otros le tacharán de criptocomunista, tonto útil o, como dijo un eminente monseñor, de «comunista de sacristía». Pese a todo, La Pira, un peregrino de la paz, ha viajado al Moscú de Kruschev, el propagandista de la coexistencia pacífica, y ha pronunciado unas palabras que los dirigentes soviéticos no están acostumbrados a escuchar, empezando por el sorprendente hecho, entonces y ahora, de que el alcalde florentino proclama abiertamente su condición de creyente.
Soy un español que admira el coraje de Giorgio La Pira, coraje que se fundamenta en una fe profunda, semejante a la de Josué, que obedece al Señor cuando recibe la orden de que se toquen las trompetas que abatan los muros de Jericó (Jos 6, 1-27). De hecho, La Pira en su visita al Kremlin estaba pensando en este episodio. Una cuestión de fe, pero también de esperanza en que Dios es el Señor de la historia y que tiene sus tiempos establecidos porque pasarán treinta años, casi día por día, hasta que se derrumbe el muro de Berlín y con él, el sistema comunista. Pienso que en mi país a veces no se conoce bien a Giorgio La Pira porque durante una época fue relegado a las estanterías de un cristianismo social, que no siempre ponía en primer plano la espiritualidad, y sobre todo la profunda devoción mariana, del político italiano. Hoy, que está más cerca de los altares, es el momento para que vayamos tomando nota de las virtudes humanas y cristianas de aquel político vinculado para siempre a una ciudad que es un auténtico crisol de la cultura occidental.
Además, el viaje de La Pira me recuerda al de Francisco de Asís visitando al sultán de Egipto en 1219. Sigo leyendo en libros de ilustres autores que aquel viaje fue un fracaso, y que no logró convertir al sultán Al Kamel, pero lo que está claro es que las cruzadas tampoco lograron su objetivo. Sucedió como en el episodio bíblico en el que los filisteos derrotaron a los israelitas y les arrebataron el Arca de la Alianza (1 Sam 4, 1-22), si bien nadie negará que, poco después de aquel episodio tachado de fracaso, los franciscanos quedaron como custodios de los lugares cristianos de la Tierra Santa.
Reflexionemos sobre algunas de las palabras de Giorgio La Pira pronunciadas ante el Soviet Supremo. «Señores, soy un creyente cristiano y, por tanto, parto de una hipótesis de trabajo que, para mí, no es solo de fe religiosa sino racionalmente científica. Creo en la presencia de Dios en la historia y, por tanto, en la encarnación y en la resurrección de Cristo después de su muerte en cruz; creo que la resurrección de Cristo es un acontecimiento de salvación que atrae hacia sí los siglos y las naciones. Creo, por tanto, en la fuerza histórica de la oración». La oración es el arma más poderosa del cristiano, pero, tal y como decía el cardenal Newman, la oración es un acto profundo de fe. Pienso que es la fe hecha acción. Porque de la oración pueden salir mociones, intuiciones y propósitos, que no son obra nuestra. La oración es obra del Espíritu Santo, pues intercede por nosotros con gemidos inenarrables (Rom 8, 26). Aunque los hombres y las mujeres del Antiguo Testamento acostumbran a hablar con Dios, la oración se ha hecho mucho más imprescindible desde el momento en que Dios ha entrado en la historia humana por medio de su Hijo hecho hombre. La oración adquiere esa fuerza histórica de la que habla La Pira.
Seguimos con otro párrafo del discurso. «Señores del Soviet Supremo, nuestro diseño arquitectónico debe de ser éste: dar a los pueblos la paz, construir casas, fecundar campos, abrir oficinas, escuelas y hospitales, hacer florecer las artes y los jardines, reconstruir en todas partes iglesias y catedrales. Porque la paz debe de ser construida en más planos, a todos los niveles de la realidad humana: económico, social, político, cultural, religioso… Tan solo así nuestro puente de paz entre Oriente y Occidente será inquebrantable. Y así trabajaremos por el más grande ideal histórico de nuestra epopeya, un tiempo pacífico que viene, humano y cristiano». La Pira llama la atención sobre el ideal soviético de construir un paraíso en la tierra, pero este paraíso no debe de ser únicamente material. Hay que construir también la cultura, la espiritualidad, porque el hombre no es solo materia. La historia de Rusia y su contribución a la cultura lo demuestran, aunque una ideología, más alemana que rusa, quiso hacer creer lo contrario. En esa futura sociedad, asumible para Occidente y Oriente, Giorgio La Pira aboga por la libertad religiosa, que no es un derecho humano secundario sino fundamental. En nombre de ideologías políticas, y mucho menos en nombre del progreso, no se puede prescindir de la herencia cultural y religiosa, ni se deben reducir a piezas de museo, los iconos de Andrei Rublev o los frescos del beato Angélico, que fueron casi contemporáneos.
Antonio R. Rubio Plo