El sudafricano Benji Liebmann, hijo y nieto de refugiados de la Alemania nazi y de los pogromos rusos, presentó su obra The Triptych en Madrid hasta mediados de julio (Art Window). A través de su trabajo, el autor reflexiona sobre la luz, los estados de ánimo, el misticismo y la naturaleza.
¿Cómo se siente al compartir su trabajo con un público desconocido?
Con mucha aprensión hasta que lo he visto expuesto. Pero la decisión ha sido la correcta y funciona mejor de lo que hubiese podido soñar. Es una especie de existencia aislada, privada… y ahora hay personas mirándola, disfrutándola… Hay un cambio en mi relación con la obra de arte. El trabajo me pertenecía cuando estaba en mi estudio, pero ahora ha sido liberado y me compromete, al contrario de lo que ocurría antes.
¿Qué siente cuando crea?
Carezco de una imagen preconcebida cuando trabajo. Quizás comience con una imagen o una idea, pero no sé por dónde va a salir la pieza. Trabajo por capas…, pero sé cuándo está terminada. Una de las mayores dificultades cuando eres un artista es saber cuándo parar.
¿A dónde quiere transportar a los que miran su obra?
Hago el trabajo de forma pura, para mí, porque quiero que se convierta en una creación. No soy consciente de lo que otras personas puedan pensar sobre ello. Aunque quizás ahora que lo estoy mostrando empezará a cambiar. Hasta ahora no he pensado en lo que otras personas puedan creer sobre mi obra.
¿Qué necesita sentir cuando contempla un trabajo artístico?
Es muy diferente en cada pieza, no hay un sentimiento universal. Parte del arte apela a tu intelecto, otra a tu estética, otra a tu imaginación, cada una tiene su propio dibujo.
Vive en Sudáfrica, en una granja conocida como «La cuna de la Humanidad», sede de Nirox, una institución artística multidisciplinar sin ánimo de lucro. ¿Cómo describiría ese lugar?
Es difícil de explicar, son unas colinas corrientes, zonas de hierba, valles, no hay una montaña espectacular… De esta forma el entorno no compite con nosotros. Invita sin desalentar. Así es como logra un encanto y un carácter que no he encontrado en ningún otro lugar. Hay algo mágico, pero es difícil de identificar. Es un lugar antiguo, con energías ancestrales.
El pintor Benji Liebmann junto a Marta Moriarty durante la inauguración de su primera obra expuesta The Triptych, que pudo verse en Madrid hasta mediados de julio en la Art Window.
En Nirox también se analiza la «traumática historia social» de su país.
No soy muy político, aunque sí consciente del ambiente social en el que he crecido, el hecho de ser un producto privilegiado. De una u otra forma, alguien tiene que rebobinar el sistema, redirigir algunas de las -desigualdades del pasado. ¿Cómo hacerlo? Mi contribución es Nirox. Sé que tengo la habilidad de construir lugares bonitos, de hacer que la gente se encuentre como en casa, conectada con la naturaleza. Por eso creé Nirox, para que la gente disfrute de lo que no está a su alcance.
¿Cómo elige a los artistas que visitan Nirox?
Hay un comité de una sola persona, yo. Tengo un acercamiento muy católico hacia el arte. No solo suscribo lo que disfruto, sino que intento ser lo más objetivo posible. Tenemos a artistas de todas las disciplinas, sobre muchas de las cuales no tengo aptitudes para darles asistencia. Artistas que hacen instalaciones, compositores, consulto con otras personas para confirmar mis instintos. Pero la selección está completamente libre de cualquier dogma o ideología. No hay requisitos previos para los artistas.
¿Cómo surgió el proyecto Columba, para el que ha cedido parte del terreno?
Fue la idea de un empresario sudafricano que dejó sus negocios para dedicarse a las escuelas. Me contó las dificultades que tenía para encontrar un espacio, una casa, que los menores identificaran como su hogar. Fue una decisión rápida y hemos colaborado para introducir a los niños en el entorno y con los artistas.
¿Cómo ha cambiado la vida de estos niños y niñas de barrios desfavorecidos?
Radicalmente. Han pasado de superar el curso el 3 % a hacerlo el 95 %, porque es un programa unido a la escuela. Se convierten en líderes de la escuela, cambian su visión de la vida y la trasladan de nuevo a la escuela.
¿Están al margen del sistema educativo sudafricano?
A Columba no le interesa la educación tradicional, sino que enseña valores, da esperanza e intenta descubrir la grandeza de los niños antes que otorgarles conocimiento. El problema de la educación es que viene de fuera, implanta los puntos de vista en el niño. Prefiero que el niño tenga las herramientas para solucionar problemas por él mismo. Exponerles a lo que es la vida, a la belleza que hay en ella, porque estos niños y niñas no son capaces de verla.
Eso también es educación…
Es educación real, aunque yo no lo llamo educación sino transformación.
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