“Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquella eterna fonte está escondida, que bien sé yo do tiene su manida, aunque es de noche”.
Estos famosos versos de san Juan de la Cruz nos invitan a escuchar el borboteo de las aguas que resumen la belleza de la creación material. Nuestras tinieblas dificultan la visión, pero no nos impiden prestar oído al rumor de la vida. Y, sobre todo, no imposibilitan prestar atención al leve susurro del amor y de la gracia.
Todo es misterio en el ámbito de la eternidad. Pero todo es vida fascinante, que si la fe se niega a la vista, se cree por el testimonio que los oídos reciben y atesoran.
“Su origen no lo sé, pues no lo tiene, mas sé que todo origen de ella viene, aunque es de noche. Sé que no puede ser cosa tan bella, y que cielos y tierra beben de ella, aunque es de noche”.
Para la fe de Israel y para la fe cristiana, toda la vida y todo el bien que ella nos ofrece proceden de Dios. Dios es el Creador increado, el principio sin principio, la causa incausada. Toda la creación adquiere de Dios su existencia y su perfección.
“El corriente que nace de esta fuente bien sé que es tan capaz y omnipotente, aunque es de noche”.
La fe cristiana reconoce, regusta y confiesa que el Hijo de Dios, que se ha hecho carne en nuestra carne, participa de la misma gloria, del mismo poder y de la misma sabiduría que el Padre.
“El corriente que de estas dos procede, sé que ninguna de ellas le precede, aunque es de noche”.
San Juan de la Cruz emplea la misma imagen de la corriente rumorosa de las aguas para referirse al Espíritu Santo. Difícilmente imaginable, el Espíritu procede del Padre y del Hijo, aunque no se puede establecer una prioridad temporal entre las personas de la Trinidad.
“Bien sé que tres en sola una agua viva residen, y una de otra se deriva, aunque es de noche”.
El Santo afirma la igualdad de divinidad entre las tres personas de la Trinidad, así como su inefable relación. Residen y se mueven en una sola agua, en una sola esencia, en una sola vida. De ella participan por igual, aunque la oscuridad de nuestro andar no permite a los ojos ver lo que los oídos oyen en las tinieblas.
Así es. Ahí permanece esa contraposición que no se puede ignorar. El Santo sabe de Dios lo que la revelación y la tradición nos enseñan. Pero a esa contundencia del “bien sé”, varias veces repetido, no deja de contraponer el temblor que la oscuridad de la noche mete hasta los tuétanos del alma.
En esta fiesta de la Trinidad Santa de Dios, necesario es recordar las profundas reflexiones de los que nos han precedido en el camino de la fe. Y bueno será gozarse una vez más de la belleza de estas sencillas expresiones que la fe encuentra para expresar lo contemplado.
José-Román Flecha Andrés
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