"Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo". "No tengáis miedo, soy yo". "La paz os dejo, mi paz os doy". Estás
palabras de Jesús nos dan fuerza y nos sostiene en la inquietud de la
tribulación.
Siempre estamos necesitados de redención. Ciertamente hay
hermanos, que sucumben a las pasiones y tentaciones del Maligno, también
ciertamente hay santidad en las familias, en la vida religiosa. Hay cristianos que dan la vida por su fe en Jesucristo a
través del mundo entero y también a nuestro lado, unos conocidos otros, sólo
Dios conoce. La entrega da credibilidad a una Iglesia santa y pecadora.
Tenemos una juventud ardiente y sedienta de Dios, otros jóvenes
pasan de esta evidente existencia por desconocimiento o heridas que las
situaciones sociales o tal vez familiares, les llevan a desconfiar de todo y de
todos.
Creo sinceramente que hay muchos frailes santos que viven su
vocación en santidad cotidiana, en comunidad, que son la alegría y la esperanza
de la Orden como guías auténticos de creyentes. Como también conocemos monjas fieles y obedientes a la voz de su
Palabra hecha carne diariamente, y son reflejo de la imagen de Dios y de su
Reino de amor y de paz. Viven en constante docilidad, activas en la obra de
Dios en ellas que se manifiesta en la bondad y la alegría que vivimos cada día
en fraternidad.
Son capaces de transformar esta cultura, ese mundo de
tinieblas en serena oración, en la confianza que Dios también actúa ahí, en la
cruz del dolor de cada persona, en la muerte para resurgir en una gloriosa
Resurrección con Cristo.
En una carta de Santa Catalina de Siena a Gerand du puy
dice: ¡Ay, ésta es la causa de la
corrupción de los miembros que jamás han sido debidamente reprendidos! Nuestro
Señor odia más que nada tres vicios repugnantes: la avaricia, la lujuria y la
soberbia. Los tres reinan en la Iglesia de Cristo, es decir, en los prelados
que no buscan otra cosa que placeres, honores y riquezas. Ellos ven que los
demonios del infierno se llevan las almas que fueron confiadas a su amparo, y
esto no les inquieta porque son lobos que trafican con la gracia
Divina..."
Santa Catalina de Siena, fue una mujer valiente que ayudó a
resolver conflictos sociales, familiares logrando el establecimiento de la paz
en las ciudades y estados de Italia. Se comunicaba con los Papas de su tiempo,
rogando la reconciliación y pudieron
admirar su prudencia y santidad.
Decía: "No deseo
más que la paz y el honor de la Iglesia"
Sor María Pilar
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