En numerosas ocasiones, el Papa ha indicado que uno de los riesgos de la Iglesia actual es la autocomplacencia, la autorreferencialidad y un larvado neopelagianismo, consistente este último en la creencia práctica de que la obra de salvación es una cuestión meramente humana y de estrategias y programaciones más o menos de laboratorio e imbuidas por los valores en alza en nuestra sociedad de la rentabilidad inmediata, del éxito aparente y de nuestra propia autosuficiencia.
Nada más lejano todo esto a la verdad de la fe y de la auténtica misión evangelizadora. Por ello, entre otras muchas iniciativas, el Sínodo de los Obispos de 2012 dedicado a la nueva evangelización propuso una jornada en la toda la Iglesia dedicada a la adoración eucarística y a las confesiones sacramentales.
Fue ya Francisco, en 2014, quien instituyó la denominada Jornada 24 horas para el Señor, estableciéndola desde la tarde del viernes de la tercera semana de Cuaresma a la tarde del día siguiente, sábado, víspera del domingo cuarto de Cuaresma, el llamado domingo «laetare» (domingo de la alegría). Y a ello se refirió tanto en su carta apostólica tras el Año de la Misericordia, Misericordia et misera (ver número 11), como en sus mensajes cuaresmales para estos años. La adoración eucarística y las confesiones sacramentales son los ejes de esta iniciativa, que inicialmente fue muy acogida en toda la Iglesia, pero que ya comienza a presentar síntomas de rutina y de enfriamiento, que es preciso desactivar
De la tarde del viernes 29 a la tarde sábado 30 de marzo discurre la jornada de este año. ¿Y es qué mayor alegría que la que se deriva del encuentro con Jesucristo a través de la adoración eucarística y la confesión sacramental? ¡Las fuentes de la misericordia, de la gracia y de la misión están ahí! La necesaria renovación y conversión personal, comunitaria que tanto necesitamos todos y a la que tanto nos emplaza y urge Francisco están ahí. Y respuesta creyente y sólida a la actual penumbra y desolación por los casos de abusos en el seno de la Iglesia encuentran su luz, su esperanza y su sanación ahí.
Desde la primera edición de la Jornada 24 horas para el Señor, el Papa sorprendió y sorprende al mundo acudiendo al confesionario él mismo en primer lugar para confesarse, delante de las cámaras de televisión y de la prensa gráfica. Pero esta escena no puede ser solo una fotografía, una imagen, un gesto a admirar, sino que todos hemos dejarnos interpelar por ella y volver a lo esencial y decisorio de la vida cristiana que pasa necesariamente por la confesión sacramental. Mediante ella seremos Iglesia reconciliada y reconciliadora. Y sin ella, nos quedaremos en palabras, en programas, en activismos.
El sacramento de la confesión no nos quita nada, no se inmiscuye en nuestra intimidad, ni nos infantiliza o esclaviza a nada ni a nadie. No coarta nuestra libertad, sino que nos da las alas de la libertad verdadera. La confesión nos rocía del amor misericordioso de Dios, libera y plenifica nuestra intimidad, nos hace más humanos, más solidarios y más cristianos, nos reviste de la túnica nueva de la gracia y nos reitera la permanente segunda oportunidad que siempre Dios nos concede.
La confesión es sacramento personal, también con efectos sociales, pues nos hace más justos, más fraternos, más misericordiosos. Es el sacramento de la alegría, de la reconciliación, de la penitencia, del reencuentro, de la fiesta. Porque sin el perdón no hay fiesta. Y sin el sacramento de la confesión y sin la eucaristía, no hay misión ni misericordia verdaderas.
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