DISCURSO DEL SANTO PADRE
Queridos voluntarios:
Antes de finalizar esta Jornada Mundial de la Juventud, quise encontrarme con ustedes para agradecerles a cada uno el servicio que han realizado durante estos días y en los últimos meses que precedieron a la Jornada.
Gracias a Bartosz, Stella Maris del Carmen y Maria Margarida por compartir sus experiencias en primera persona. Para mí fue muy importante escucharlos y darme cuenta de la comunión que se genera cuando nos unimos para servir a los demás. Experimentamos cómo la fe adquiere un sabor y una fuerza completamente nueva: la fe se vuelve más viva, más dinámica y más real. Se experimenta una alegría – se está viendo aquí - una alegría distinta por haber tenido la oportunidad de trabajar codo a codo con otros para lograr un sueño común. Sé que todos ustedes han experimentado todo esto.
Ustedes ahora saben cómo palpita el corazón cuando se vive una misión, y no porque alguien se los contó, sino porque lo vivieron. Tocaron con su propia vida que «no hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13).
También han tenido que vivir momentos duros que les exigió algún que otro sacrificio. Como nos decías, Bartosz, uno también experimenta las propias debilidades. Lo bueno es que estas debilidades no te detuvieron en tu entrega ni se volvieron lo central, ni lo más importante. Las experimentaste en el servicio, sí; intentando entender y servir a los otros voluntarios y peregrinos, sí; pero tuviste la valentía de que esto no te frenara, no te paralizara, seguiste adelante. Que nuestros límites y nuestras debilidades no nos paralicen, seguir adelante con nuestros defectos – ya los corregiremos -, con nuestras debilidades, para seguir adelante y así es la belleza de sabernos enviados, la alegría de saber que por encima de todos los inconvenientes tenemos una misión que llevar adelante. No dejar que las limitaciones, las debilidades e incluso los pecados nos frenen e impidan vivir la misión, porque Dios nos invita a hacer lo que podamos y a pedir lo que no podemos, sabiendo que su amor nos va tomando y transformando de manera progresiva (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 49-50). No se asusten si ven sus debilidades, no se asusten incluso si ven sus pecados, se levantan y adelante, siempre adelante. No se queden caídos, no se cierren, vayan adelante con lo que tengan encima, vayan adelante, que Dios sabe perdonar todas las cosas. Aprendamos de tantos que como Bartosz pusieron el servicio y la misión en primer lugar, el resto vas a ver que vendrá por añadidura.
Gracias a todos, porque en estos días han estado atentos y pendientes hasta de los más pequeños, los más cotidianos y hasta los más aparentemente insignificantes detalles, como ofrecer un vaso de agua, y ―a la vez― atendieron las cosas más grandes que requerían mucha planificación. Han preparado cada detalle con alegría, creatividad y compromiso, y con mucha oración. Porque las cosas rezadas se sienten y se viven con hondura. La oración le da espesura, le da vitalidad a todo lo que hacemos. Rezando descubrimos que somos parte de una familia más grande de lo que podemos ver e imaginar. Rezando le “abrimos la jugada” a la Iglesia que nos sostiene y acompaña desde el cielo, a los santos y santas que nos han marcado el camino, pero sobre todo rezando “le abrimos la jugada” a Dios para que Él pueda actuar y pueda entrar y pueda vencer.
Ustedes han querido dedicar su tiempo, su energía, recursos, a soñar y armar este encuentro. Podrían perfectamente haber optado por otras cosas, ustedes quisieron comprometerse. Esa palabra que la quieren borrar: compromiso. Eso los hace crecer, eso los agiganta, como estén, pero compromiso. Dar lo mejor de sí para hacer posible el milagro de la multiplicación no solo de los panes sino de la esperanza. Y ustedes dando lo mejor de sí, comprometiéndose, hacen el milagro de la multiplicación de la esperanza. Necesitamos multiplicar la esperanza. ¡Gracias, gracias por todo eso! Y en esto demuestran una vez más, que es posible renunciar a los propios intereses en favor de los demás. Como también lo hiciste tú, Stella Maris. Yo había leído los testimonios ante, por eso pude escribir esto, y cuando leí el tuyo sentí algo como ganas de llorar. Renunciaste a tus intereses, habías juntado pesito a pesito para poder participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, pero renunciaste para ir a cubrir el sufragio de tus tres abuelos. Renunciaste para honrar tus raíces y eso te hace mujer, te hace adulta, te hace valiente. Renunciaste a participar en algo que te gustaba y que habías soñado para poder ayudar y acompañar a tu familia, para honrar tus raíces, para poder estar ahí; y el Señor, sin que vos lo esperaras ni lo pensaras, te estaba preparando el regalo de la Jornada Mundial de la Juventud en tu tierra. Al Señor le gusta hacer estos chistes, al Señor le gusta responder de esta manera a la generosidad, siempre gana en generosidad: Vos le das un poquito así y Él te da un montón así. Así es el Señor, qué le vamos a hacer, así nos quiere. Como Stella Maris, muchos de ustedes también realizaron renuncias de todo tipo. Tantos de ustedes renunciaron... Piensen ahora, a qué renuncié yo para meterme de voluntario. Piensen un minuto. Ustedes con lo que han pensado han tenido que postergar sueños para cuidar su tierra y sus raíces. Eso siempre el Señor lo bendice, no se deja ganar en generosidad. Cada vez que postergamos algo que nos gusta por el bien de los otros y especialmente por los más frágiles, o por el bien de nuestras raíces como son nuestros abuelos y nuestros ancianos, el Señor lo devuelve ciento por uno. Te gana en generosidad, porque nadie le puede ganar a Él en generosidad, nadie lo puede superar en amor. Amigos: den y se les dará, y experimentarán cómo el Señor «les volcará sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante» (Lc 6,38), como dice el Evangelio.
Queridos amigos, han tenido una experiencia de fe más viva, más real; han vivido la fuerza que nace de la oración y la novedad de una alegría diferente fruto del trabajo codo a codo incluso con personas que no conocían. Ahora llega el momento del envío: vayan cuenten, vayan testimonien, vayan contagien lo que han visto y oído. Y esto no lo hagan con muchas palabras sino, como lo hicieron aquí, con gestos simples y con gestos cotidianos, esos que transforman y hacen nuevas todas las cosas, esos gestos capaces de armar lio, un lio constructivo, un lio de amor. Les cuento una cosa, cuando venía el primer día por el camino había una señora con un bonete, una señora mayor ya, abuela, ahí en la reja por donde yo pasaba con el auto y tenía un cartel que decía: “Nosotras las abuelas también sabemos armar lio”. Y ponía: “Con sabiduría”. Júntense con los abuelos para armar lio, va a ser un lio contundente, un lio genial, no el tengan miedo, vayan y hablen. Me parecía muy viejita la señora y le pregunté la edad: tenía 14 años menos que yo, qué vergüenza.
Pidámosle al Señor su bendición. Que bendiga a sus familias y a sus comunidades y a todas las personas con las que ustedes se van a encontrar en el futuro próximo. Pongamos también bajo el manto de la Virgen Santa nuestro corazón, lo que siente nuestro corazón. Que ella los acompañe. Y como les dije en Cracovia, yo no sé si en la próxima Jornada Mundial de la Juventud voy a estar, pero les aseguro que Pedro va a estar y los va a confirmar en la fe. Sigan adelante, con coraje y valentía y, por favor -soy pecador de alma-, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
Oración –
Y ahora les doy la bendición. Ponemos en nuestro corazón lo que somos, lo que deseamos, a las personas con las cuales trabajamos en este tiempo, a los otros voluntarios, a la gente que hemos visto. Ponemos en nuestro corazón a los amigos para que reciban la bendición; y también ponemos en nuestro corazón a los que no nos quieren, a los enemigos, cada uno de nosotros tiene alguno, para que Jesús los bendiga también, y todos juntos podamos ir adelante.
Bendición
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