Todos los días 2 de septiembre, los líderes de la ‘Ndrangheta –la mafia calabresa– acuden piadosos a venerar a la Madonna di Polsi, patrona de la localidad de San Luca. Es de dominio público que durante esta celebración sellan pactos, señalan a sus nuevos enemigos y establecen la hoja de ruta criminal del año siguiente. Al menos, así ha sido durante años, aunque la vía libre se ha visto obstaculizada desde que monseñor Francesco Oliva, obispo de la diócesis de Locri-Gerace, ha tomado medidas para evitar que sigan campando a sus anchas por el santuario. «El uso indebido de la imagen de la Virgen y su explotación por parte de los hombres de la mafia, que no vienen aquí como peregrinos, sino con malas y sacrílegas intenciones, es el delito más grave contra la fe de todo el pueblo mariano», aseveró hace unos días en su homilía durante la festividad de este año. Además, ha pedido a los carabinieri que se instalen en los alrededores y ha puesto un sistema de videovigilancia en el santuario para identificar a todos los que acuden a venerar a María. La decisión más arriesgada ha sido la de obligar a varios de los sacerdotes de su diócesis a devolver donaciones que, presumiblemente, procedían de la mafia.
No son muchos los miembros de la Iglesia que se enfrentan a los capos en la zona sur de Italia. Además del ya referente Luigi Ciotti, que dirige la Asociación Libera desde hace dos décadas –con el objetivo de combatir el crimen y promover la legalidad–, «no seremos más de tres», advierte en los medios italianos Luigi Merola, un sacerdote napolitano de 45 años y amenazado de muerte por la Camorra –mafia de Nápoles–, que vivió con escolta permanente durante casi dos décadas. Desde el año pasado no cuenta con protección y, al poco, «un coche me embistió al salir de la escuela donde doy clase», explica en una entrevista a un medio local. Todo comenzó en 2004, cuando una niña de 14 años murió a consecuencia de múltiples heridas de bala durante un ajuste de cuentas. Merola, que por aquel entonces era párroco en el centro de Nápoles, ofició el funeral y allí mismo comenzó su cruzada, alta y clara, contra la mafia.
A finales de los años 90 creó, en una villa confiscada a un mafioso, la fundación A voce d’è creature, dedicada a jóvenes en situación de riesgo social, en particular a los que han abandonado la escuela. «La criminalidad es un cáncer y hay que hacérselo saber a los jóvenes. A la Camorra hay que combatirla en sus raíces, quitándole el ejército potencial de miles de chicos. Si les quitamos esos soldados, antes o después los capos tendrán que cambiar», asegura.
El Evangelio que acabó con la venganza
Precisamente esta oposición al reclutamiento de jóvenes en el mundo del crimen organizado fue la principal razón que llevó a la mafia a asesinar al beato Pino Puglisi, hace ahora 25 años. El 15 de septiembre de 1993, justo el día que cumplía 56 años, fue atacado por la espalda, bajo su casa. Alguien disparó a menos de veinte centímetros la bala con silenciador que dejó sin vida al párroco de Brancaccio, barrio palermitano controlado por la Cosa Nostra.
Su primer encuentro con el odio entre familias había llegado en los años 70, cuando fue destinado a la localidad de Godrano. «Casi en cada familia había un hombre asesinado por una disputa entre dos clanes que comenzó a principios del siglo XX», explican los biógrafos del padre Puglisi. «Los niños habían sido instruidos por sus padres porque, incluso cuando iban a la parroquia, no se acercaban a los compañeros que procedían de una familia enemiga. Las viudas transmitieron a sus hijos, de generación en generación, un código de odio y venganza». Don Pino, como le conocían cariñosamente, «estuvo incluso tentado de abandonar aquel lugar», pero gracias a sus amigos de Presencia del Evangelio, un movimiento eclesial muy cercano a él, empezaron a organizar reuniones de oración en las casas. Fue así como «el Evangelio se convirtió en el centro de un renacimiento espiritual en la zona, y gradualmente comenzaron a cambiar los corazones de la gente. Las madres que habían perdido a sus hijos dejaron de cultivar sentimientos de venganza».
Cuando llegó a la capital quiso aplicar la experiencia de Godrano. «Organizó la parroquia de San Gaetano en torno a la liturgia, la catequesis y la caridad, devolviendo a los residentes la dignidad de hombres y mujeres amados por Dios». A la vez, lideró la lucha de los vecinos por reclamar sus derechos y ofreció a los niños una alternativa de fe y educación. «Proponía el juego en lugar del robo, el estudio en lugar del arma». La mafia perdía gradualmente su influencia en la zona, así que decidieron primero destruir la imagen del padre Puglisi y, después, matarlo. «Difundieron el rumor de que en el centro social que había creado había policías escondidos, algo que sirvió a la mafia para justificar el asesinato», pero su figura era tan clara «que no encontraron terreno fértil para cambiar la mentalidad», concluyen los biógrafos de la web oficial del padre Puglisi –beatopadrepinopuglisi.it–.
Este sábado, Francisco visitará Palermo con motivo del 25 aniversario del asesinato del sacerdote, a quien beatificó en mayo de 2013. Presidirá una Misa en su memoria en el Foro Itálico y acudirá a su parroquia y su vivienda. «El Papa viene a tocar los lugares en los que la vida corre el riesgo de no poder expresarse con toda su belleza y dignidad, donde hay pobreza y opresión de las fuerzas del mal», aseveró Corrado Lorefice, arzobispo de Palermo, en una entrevista con la Agencia SIR. Una tarea que ya comenzó en 2014, cuando delante de miles de calabreses el Pontífice excomulgó a los mafiosos tras el asesinato de Cocò, un niño de tres años que murió carbonizado junto a su abuelo. La mafia «es la adoración del mal, del desprecio del bien común. Tiene que ser combatida, alejada. Y la Iglesia tiene que ayudar».
Cristina Sánchez Aguilar
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